Letras callejeras
'Cave canem'
Jordi Nopca 27/05/2015
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Mi primer trabajo fue como encuestador. Puerta por puerta, cargando una enorme carpeta que asustaba a mis “potenciales clientes”. Tenía quince años. Desde hace ya casi una década me dedico al periodismo. Paso gran parte del día encerrado en mi celda redaccional, y solamente escapo de ella para entrevistar a escritores, a editores y a algún librero. Desde hace unas semanas tengo una nueva misión: escoger una víctima cualquiera –situada cuanto más lejos posible de nuestra burbuja cultural– y descubrir cuáles son sus lecturas. ¿Conseguiré, con el tiempo, un interesante fresco social digno de los tumultuosos cuadros de Jacques-Louis David o de su improbable heredero, Jean-Louis, dueño de “la franquicia de peluquería con 115 salones y 20 años en España”?
Ready. Steady. Go!
Un sábado por la tarde, desprovisto de cualquier afectación de superhéroe cinematográfico, me voy hasta el festival Primera Persona del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y, en vez de avasallar a gente que hace cola para ver a Caitlin Moran y que luce una vestimenta a lo carnaval retro –en algunos casos condimentada con barbas frondosas, excesivamente maqueadas–, me quedo en la puerta, dispuesto a interrogar a la vigilante de seguridad.
Maria, 53 años, nacida en el barrio de Gràcia, encadena un cigarrillo detrás de otro (“que vengan y me lo prohíban”, dice). Asegura que su escritora favorita, de quien relee una de sus obras una vez al año, es Montserrat Roig. Si no es verdad, como mínimo se sabe buena parte de su producción: de entre sus novelas, dice que la mejor es L’hora violeta (La hora violeta, Castalia, 2000). Recomienda también el ensayo Els catalans als camps nazis (Noche y niebla: los catalanes en los campos nazis, Edicions 62, 1980) y Un pensament de sal, un pessic de pebre, recopilación de los últimos artículos de la escritora, publicados diariamente entre 1990 y 1991, durante su último año de vida. Roig murió a los 45 años, víctima de un cáncer de mama. “Ella ha sido uno de mis modelos. Luchó hasta el final”, dice Maria. Y, a continuación, después de una larga calada a su Camel, añade: “Pero también me gusta la novela negra”.
Espero que me suelte algún tótem del género –Raymond Chandler, Patricia Highsmith, John Le Carré– pero, igual que con Roig, consigue descolocarme: “Mi favorita es La soledad de Patricia, de Carles Quílez”. Publicada en el año 2010, arranca con la filtración de una exclusiva a Patricia Bucana, la periodista que protagoniza la novela: dos presuntos miembros de los servicios secretos franceses han sido detenidos en Barcelona, con un poderoso y sofisticado armamento, cuando se disponían a atentar en la ciudad. Ganó el premio Crims de Tinta en el año 2009, y de momento Patricia ha inspirado dos novelas más, Cerdos y gallinas (Alrevés, 2012) y Manos sucias (Alrevés, 2014), esta última, resuelta a desenmascarar “la impunidad de empresarios y gobernantes vendidos al poder, al sexo y al dinero”, según contaba su propio autor durante la promoción.
Un perro interrumpe nuestra conversación. Se lanza a los pies de Maria hasta que ella acerca una mano a su boca. Recibe, a cambio, una pelota amarilla babeada y la lanza lejos, hacia la plaza en obras del Centro de Cultura Contemporánea. Evidentemente, el perro –me parece que es un pequeño pastor de las islas Shetland– corre hacia su objetivo rodante mientras mis ojos se fijan en un pequeño grupo de hombres de entre 40 y 45 años, de cuerpo hinchado y mandíbula marmórea, seguramente capaces de masticar matrículas de coche con sus potentes fauces. Sus camisetas negras, en las que se leen los nombres de algunos grupos de rock duro junto a alguna ilustración onírica, acaban de convencerme: a poca distancia tenemos una pequeña cofradía procanina con unas preferencias literarias imprevisibles. Pregunto al hombre de aspecto menos fiero, aprovechando que está terminando de liarse un cigarrillo. “¿Mis lecturas? ¿Lo que leo ahora?”, me pide.
Mientras empiezo a darle una respuesta innecesariamente larga, uno de sus colegas nos interrumpe. “¿No estabas leyendo una de romanos, Carlos?”. Pues sí: tiene razón, está con Los asesinos del emperador, de Santiago Posteguillo (Planeta, 2011), primera parte de una trilogía dedicada a Trajano, “el emperador que condujo al imperio romano a su máxima extensión”. El comentario me remite a las contracubiertas de ciertas novelas eróticas –por lo de la máxima extensión y el héroe imperial– pero intento que Carlos me cuente algo más de su última lectura: “Solamente llevo 300 páginas y tiene más de 1.000. Pero bueno, se lee muy bien. Me pongo por las noches, cuando esta me deja respirar”, dice, señalando a su mascota, un yorkshire terrier de pelo enmarañado. Le comento que quiero saber qué libros le han impresionado más a lo largo de su vida.
Su amigo –se llama Sergi– se entromete de nuevo. “Los pilares de la Tierra, de Ken Follett. ¿Te gustó un montón, te acuerdas?”. Es evidente que Carlos y Sergi comparten una historia que va más allá de las lecturas. “Los pilares… bueno, claro que me gustó. Te cuenta cómo construyeron una catedral enorme en Inglaterra. La primera”. “La primera catedral gótica”, le corrige Sergi.
Decido desviar mis preguntas hacia el sabelotodo. “A mí también me han marcado mucho las novelas históricas –empieza–. Los tres mosqueteros, de Dumas, Memorias de una geisha [de Arthur Golden] y las de Julia Navarro”. ¿Destacaría alguna en concreto? “La hermandad de la sábana santa”. Es una de las novelas más breves y de las más vendidas de la autora, comprobaré más tarde: publicada en el año 2004 por Plaza & Janés, tiene 528 páginas, despachó 500.000 ejemplares y consiguió una veintena de traducciones.
Los perros de Carlos y Sergi revolotean a nuestro alrededor, reclamando la atención de sus amos. Tengo tiempo para una última pregunta. “¿Y Falcones, qué?”. Enseguida doy más pistas sobre mi petición. “¿Habéis leído La catedral del mar?”. “Uy, Falcones –responde Carlos–. La empecé, pero tuve que dejarla porque mi padre enfermó y dejé de tener tiempo para tonterías”. ¿Se acuerda de cuantas páginas leyó? ¿Si la catedral de Falcones era mejor o peor que la catedral de Follett? “Los pilares de la Tierra es mi libro favorito. De La catedral del mar leí uno o dos capítulos, y ya está”. Sergi tampoco ha leído la novela de Falcones, un “éxito internacional que vendió cinco millones de ejemplares en 43 países”, según resumía la editorial Plaza & Janés en una nota de prensa. Carlos y Sergi ya han tenido bastante: se despiden de mí y del tercer paseante de perro, que intuye que será mi próximo objetivo y se marcha con ellos.
Horas después, cuando el Primera Persona ya ha pasado a la historia hasta el año que viene –en el último concierto, el teclista iba vestido de dama medieval– regreso a casa y busco el inicio de la novela de Falcones:
“Año 1320
Masía de Bernat Estanyol
Navarcles, Principado de Cataluña
En un momento en el que nadie parecía prestarle atención, Bernat levantó la vista hacia el nítido cielo azul. El sol tenue de finales de septiembre acariciaba los rostros de sus invitados. Había invertido tantas horas y esfuerzos en la preparación de la fiesta que sólo un tiempo inclemente podría haberla deslucido. Bernat sonrió al cielo otoñal y, cuando bajó la vista, su sonrisa se acentuó al escuchar el alborozo que reinaba en la explanada de piedra que se abría frente a la puerta de los corrales, en la planta baja de la masía”.
Me tumbo otoñalmente en la cama, sin escuchar ningún reinante alborozo, y me duermo oliendo ligeramente a corral.
Mi primer trabajo fue como encuestador. Puerta por puerta, cargando una enorme carpeta que asustaba a mis “potenciales clientes”. Tenía quince años. Desde hace ya casi una década me dedico al periodismo. Paso gran parte del día encerrado en mi celda redaccional, y solamente escapo de ella para...
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Jordi Nopca
Periodista y escritor barcelonés de 1983. Coordina el suplemento literario Ara Llegim, del diario Ara. Ha publicado la novela El talent (Labreu Ediciones, 2012) y el libro de relatos Vente a casa (Libros del Asteroide, 2015). También traduce.
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