Historia
Si me necesitan, silben
Pitar el himno forma parte del ADN fundacional del Barcelona. Sus seguidores lo llevan haciendo casi un siglo
Guillem Martínez Barcelona , 30/05/2015
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Contra los detractores de silbar el himno, conviene recordar que silbar el himno es físicamente posible. Para ello es necesario a) un himno y, b), modular los labios y echar aire por ellos. Silbar o no el himno es, por tanto, una opción. Democrática. El Tribunal Supremo de los EE. UU. reconoció, por ejemplo, que quemar la bandera, o demostrar el desinterés hacia la simbología estatal es, en aquel biotopo, una región de la libertad de expresión y, por tanto, un derecho reconocido y garantizado. En España o en Corea del Norte no sucede eso. Lo que nos remite a otra cultura democrática. En la que, por lo visto, es el poder Ejecutivo --o su símil: una política corrupta, un tertuliano de Jugones, o esa mezcla de todo eso denominada LFP / FEF-- quién decide qué es o no democrático, legal o legítimo. Y aquí podía acabar este artículo, si no fuera por el hecho de que silbar el himno, si eres del Barça, no sólo es una opción, sino que es una opción avalada por la historia.
Silbar el himno es uno de los actos fundacionales del Barça, uno de los clubes más extraños del mundo mundial, que accedió a su estatus de rareza silbando uno de los himnos más sangrientos que en el mundo han sido. Aquello fue en 1925. El primer pitido al himno -no sería el último-, sucedió en un partido entre una selección de la Royal Navy y el Barça. En el petting de partido, una banda británica tocó el himno británico y el español de aquel momento. No es un himno muy viejo, por cierto. Fue oficializado en 1902 por Alfonso XIII, ese gran no-nacionalista que fijó la simbología nacional y sus usos.
Fijó, por ejemplo, que la bandera monárquica tenía que estar en los balcones, que las banderas tricolores no podían ser utilizadas como banderas de regimiento en el Ejército -era, por lo visto, un fenómeno-, o cuándo y dónde tenía que sonar ese himno. Ese himno, por tanto, fue oficial en el interín 1902-1931 y, gracias a una Guerra Civil, en el interín 1939-esta-mañana-a-primera-hora. Anyway, 1925, Barça, himno. Cuando sonó, 30.000 culés empezaron a silbar. El Capitán General, el no-nacionalista Milans del Bosch, la lió parda. El también no-nacionalista directorio, presidido por el no-nacionalista Primo de Rivera, tomó cartas en el asunto. Clausuró el campo por tres meses, e invitó a exiliarse al presidente y fundador, Joan Gamper, cosa que hizo por piernas.
Este, por cierto, no era el primer roce entre el Barça y el no-nacionalismo, pero sí el más violento. El primero es en el momento cero. En el momento de su fundación, el Barça es el primer objeto de ocio social laico de la península. Lo funda un protestante, que quiere ser el primero en no fundar una asociación confesional y segregada. Para ello, se esfuerza en la horizontalidad del proyecto. Relacionado con la Barcelona más progresista --su tío, en cuya casa residía, compartía logia con Ferrer i Guàrdia--, para hilvanar su proyecto puso un anuncio, convocando a los barceloneses que quisieran fundar un club y jugar a fútbol, en el diario Los Deportes, relacionado con el higienismo anarquista. Pudo haber optado por cualquier otro diario -había cerca de 40-. No lo hizo. Costó mucho construir el laicismo de la entidad, integrada por jugadores barceloneses e ingleses, es decir, protestantes. Tanto que en breve nació otro club en la ciudad, explícitamente católico, hasta el punto de autodenominarse Español, para diferenciarse de aquel otro equipo laico, es decir, extranjerizante, es decir, libre-pensador y republicano. En tanto que católico y español, según el canon integrista de la Restauración, ese club adoptó el prefijo Real. Desde un primer momento parece que agrupó a la Barcelona funcionarial y militar.
Puede parecer que estas polémicas religiosas son algo ridículo. Lo son. Pero no lo eran. Hasta el punto de que Gamper dejó de ser presi del Barça en la primera década del siglo XX. No quería perjudicar a ese equipo frágil/no confesional durante una olvidada gran guerra religiosa que hubo en la ciudad. La cosa consistió en una polémica entre el Obispado y un grupo de protestantes. Desde la revolución de 1868 y la consiguiente expulsión de los Borbones, existía la libertad de cultos. Pero de aquella manera. Protestantes y hebreos podían edificar templos, siempre que no tuvieran aspecto de templos. Esa ley no escrita fue violada por la comunidad anglicana, que edificó en Barcelona una iglesia con toda la pinta de ser una iglesia. El pitote fue tremendo, y llegó a participar en él Alfonso XIII, en modo cruzada, en tanto que "Rey de España y protector de la Madre Iglesia" -como reza un telegrama de adhesión a la causa del Obispado-. Cuidadín.
Pero en 1925 ni Gamper ni el Barça pudieron evitar el encontronazo. Por aquel entonces el Barça era ya un símbolo laico y republicano, una lectura de la plurinacionalidad, una interpretación de los trade-mark monarquía, España y símbolos nacionales, y una fórmula de ocio interclasista en la capital europea del anarquismo. Todo sus grandes y épicos enemigos hasta la fecha tenían una corona en el escudo y la palabra Real en su nombre -el Español, la Real Sociedad-. Aún no sabía que sus siguientes grandes rivales sería un equipo militar tras otro golpe de Estado -el Atlético de Aviación-, y el Real Alfa-Omega, el Madrid. Era, en fin, lógico que la culerada silbara el himno de una monarquía corrupta que, por ende, no había tenido problemas en aceptar la reforma constitucional exprés de Primo de Rivera.
Un club de fútbol es una locura, un cúmulo de equívocos. Pero también una certeza, una lógica, una mirada fosilizada que, en ocasiones, poco tiene que ver con la realidad. La realidad es que la única diferencia entre la tribuna del Barça y la del Madrid es que, en la del Barça, también les gustaría que les pagaran por hacer fracking, o regular la empresa regulada, pero que se han de contentar con expolios millonarios más reducidos. La realidad es que el Barça, una entidad pagada por el Rajá de Pocajú de Qatar, es dudosamente republicano. Pero los otros grandes clubes del Estado, por el contrario, seguro que no lo son. Un club, en fin, no es lo que parece. Es su canon.
El canon del Barça, formado antes de 1925, se fijó aquel día silbando el himno y apechugando las consecuencias, es decir, la represión. En 2015 --y esto debería de ser motivo de reflexión--, cuando también otra Restauración monárquica parece llegar a una suerte de fin de época, el Barça hará lo mismo que en 1925. O, al menos, puede hacerlo. Los chicos y las chicas del Barça escucharán un himno, tienen labios y poseen una tradición determinada sobre sus espaldas. Si lo hacen, y esto es el verdadero chiste de toda esta historia, la respuesta de las autoridades será, básicamente, la misma que hace 90 años. Socorro.
Contra los detractores de silbar el himno, conviene recordar que silbar el himno es físicamente posible. Para ello es necesario a) un himno y, b), modular los labios y echar aire por ellos. Silbar o no el himno es, por tanto, una opción. Democrática. El Tribunal Supremo de los EE. UU. reconoció,...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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