Tribuna
Son las ideas, estúpido
El 'J'accuse' español, el que ha tenido sus primeros efectos electorales el pasado domingo, fue una obra coral, comenzó a escribirse en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011
Javier Valenzuela 27/05/2015
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Tal día como éste en el que escribo, un 27 de mayo, nació Dashiell Hammett. Hammett fue el padre del actual género negro, el escritor que, como dijo Raymond Chandler, sacó el crimen de la salita de té de la vicaría, donde lo había encerrado Agatha Christie, y lo devolvió a su escenario natural, el callejón oscuro y maloliente de la gran ciudad. Pero Hammett también fue el ciudadano que pasó meses en la cárcel por negarse a colaborar con la caza de brujas del senador McCarthy. El escritor y el ciudadano Hammett siempre fueron una sola y misma cosa.
Soy de los que han lamentado el silencio de tantos escritores e intelectuales de gran audiencia ante lo sucedido en España en los últimos años. ¿Dónde han publicado sus J'accuse denunciando los desahucios, la corrupción, el injusto reparto de los sacrificios de la crisis, la deriva autoritaria del sistema nacido en la Transición? No me refiero a pellizquitos de monja política y legalmente correctos, me refiero a textos audaces y atronadores como el que Zola escribió sabiendo perfectamente que le valdría un juicio y una condena a prisión.
El J'accuse español contemporáneo, el que ha tenido sus primeros efectos electorales el pasado domingo, fue una obra coral, comenzó a escribirse en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011. Miles de jóvenes, de edad o de espíritu, ocuparon esa y otras plazas en aquella primavera para quitarle las telarañas a la visión canónica de la democracia española. La Transición, vinieron a decir, estuvo bien dada la correlación de fuerzas existente entonces, pero han pasado casi cuatro décadas y el edificio español evidencia grietas estructurales desde los cimientos hasta el tejado. ¿Por qué no abordar de modo pacífico, como se hizo a finales de los años 1970 y comienzos de los 1980, una, llamémosle así, reforma integral?
Recuerdo el desdén con el que el establishment político, mediático e intelectual respondió al 15-M. ¿Para qué sirve esto? ¿Dónde están sus líderes y sus partidos? ¿Qué te apuestas a que con las vacaciones de verano esta algarada se disuelve como un azucarillo en un vaso de agua? Recuerdo a los cenizos, inmovilistas y perezosos mentales que soltaban este tipo de cosas. No estaban sólo en la derecha, también eran mayoritarios entre ese centroizquierda bien acomodado en sus escaños, sus consejos de administración y sus portavocías en los dinosauros mediáticos. Incluso el periódico que había sido el intelectual orgánico colectivo a favor del fin del franquismo, la incorporación a Europa y los derechos civiles se desenmascaró como adalid del apoltronamiento.
El 15-M fue una revolución mental: desnudó las carencias de un país que se jactaba de ser inmejorable en lo político, lo social y lo económico, y ya no digamos en las raciones de jamón ibérico y langostinos. El 15-M propuso una nueva agenda ciudadana, la que, precisamente, colocó el 24-M al borde del desalojo a Aguirre, Barberá, Monago, Cospedal, Trias y compañía. Una agenda basada en la gente, en esa mayoría que aspira a unos mínimos razonables de libertad y dignidad, que se indigna porque los impuestos que salen del sudor de su frente terminen en las cuentas en Suiza de políticos, banqueros y empresarios corruptos, y que no tiene garantizado el mañana con pensiones blindadas millonarias.
Son las ideas, estúpido. Versalles se rió a carcajadas cuando Voltaire, escandalizado por el affaire Calas, publicó su Tratado sobre la tolerancia. Aún no había terminado el siglo XVIII cuando discípulos de Voltaire, Rousseau y los enciclopedistas enviaban a Luis XVI a la guillotina. Londres se encogió de hombros flemáticamente cuando Thomas Paine dio a luz su Sentido común. Estados Unidos era un país independiente y democrático en menos de una década. Los parientes franceses de los escépticos españoles ante el 15-M creyeron tener razón cuando De Gaulle ganó las elecciones justo después de Mayo del 68. ¿Qué gilipollez es esa de que debajo de los adoquines está la playa? El mundo –igualdad de la mujer, derechos de los gais, libertad de costumbres, sentimiento ecológico…- ya no sería igual tras aquella revuelta.
Hasta en materia económica, todo empieza siempre con unas ideas: las de Adam Smith, David Ricardo, Thomas Malthus, Karl Marx, Joseph Keynes, Paul Samuelson… En el caso del triunfo universal del neoliberalismo en las últimas décadas, las de Friedrich Hayek y Milton Friedman. Lo que hace un agente de Bolsa de Wall Street, un empresario de la construcción español o un comité del partido en Shanghái ya lo ha pensado antes alguien.
El 15-M declamó colectivamente el sueño de una Segunda Transición, una reforma integral, un proceso constituyente o reconstituyente, una partida nueva con naipes sin marcar, llámele usted como buenamente le apetezca. Se trataba de mejorar una democracia manifiestamente mejorable; de proteger la sanidad y la educación públicas al menos tanto como los beneficios bancarios; de terminar con la corrupción institucionalizada y de prestar más atención al común de los mortales. Ese sueño continuó con las mareas ciudadanas que constituyeron la principal oposición a la derecha gobernante en esta legislatura, y terminó encarnándose en nuevos partidos y en candidaturas ciudadanas como las lideradas por Manuela Carmena y Ada Colau. ¿Qué dicen ahora los que se fueron a Marbella o Palma en el verano de 2011 pensando que el 15-M era una payasada de perroflautas y yayoflautas?
“La insurrección es el acceso de furor de la verdad”, escribió Victor Hugo, otro autor que, amén de escribir obras inolvidables, jamás dejó de luchar por la libertad. La pacífica insurrección del 15-M le cantó unas cuantas verdades del barquero al sistema surgido de la Transición. ¿Y saben una cosa? Antes de que las consignas de los indignados de la Puerta del Sol escribieran el prólogo de un nuevo capítulo en la historia de España, ya las habían pensado dos intelectuales nonagenarios, Stéphane Hessel y José Luis Sampedro.
Existe una conexión mágica entre jóvenes y viejos rebeldes. Manuela Carmena acaba de materializarla en Madrid. “Ser felices”, dice, “es nuestra auténtica venganza”.
Tal día como éste en el que escribo, un 27 de mayo, nació Dashiell Hammett. Hammett fue el padre del actual género negro, el escritor que, como dijo Raymond Chandler, sacó el crimen de la salita de té de la vicaría, donde lo había encerrado Agatha Christie, y lo devolvió a su escenario natural, el callejón oscuro...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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