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Un chiringuito chic en un parque ídem de los barrios pijos de Barcelona. Sabría proporcionar la localización GPS, pero dejemos las coordenadas vagas: pudo ser, pienso, en cualquier otra zona de elevados ingresos.
Gran toldo rectangular, livianas mesas y sillas de aluminio. Son las once de la mañana, la hora de esplendor para los jubilados. El clima es simple y llanamente perfecto.
Tengo una hora por matar y pretendo hacerlo enmendando sobre papel la puntuación de un texto —no el que ahora leen; otro, al que el presente acabó suplantando.
Pido un café con leche, elijo mesa en el fondo, a la sombra pero de cara al día. Aliso mis cuartillas y comienzo a mover comas de sitio.
Me cuesta concentrarme: llega, de la mesa vecina, una cháchara que trato de ignorar. ¿Acaso aquí un punto y aparte? Imposible escuchar la respiración de mi página.
Del elevado volumen de las voces colijo una posible ausencia de complejos. Voces que, hay que decirlo, nunca caen en el chisme; se habla, con gran aplomo, de cultura.
—…que si la italiana esa, tan desenvuelta…, que ¡mira lo bien que canta!, que el nivel es altísimo, ¿pero cuál ?, ¿¿¿cuál ???, la Laura Pausini, ¡simpatiquísima!, si vieras lo bien que se lo montan, porque hacen equipo ¿ves?, cantan juntos y entre ellos se van eliminando, pero ¡qué nivel !, ¡estupendo !, ¡verdaderamente qué nivel..!
Son tres señoras muy maquilladas, de esas que nunca se enteraron de que se envejece o bien prefirieron no darse por enteradas. Ropa fina. Bolsos de cuero con monogramas de lujo. Anteojos oscuros en las cabelleras, todas de tinte rubio-amaretto. Perritos falderos. Hay también un hombre, de quien sólo puedo ver las espaldas finamente rayadas.
Si se pronuncian con aplomo sobre cultura, también opinan definitivas de política. Estamos a menos de una semana de celebradas las elecciones y todavía se siente la onda de choque:
—Los de Podemos… —y ya se ha dicho mucho—, esa es gente mala. Van a entrar a robar. Que a eso vienen: a robar.
—¡A robarnos!
La invasiva plática de pronto me cautiva: me percato del valor esperpenti-costumbrista del diálogo… ¡Debí consignarlo palabra por palabra! ¡Y es demasiado tarde..!
—Oye, ¿y la Ada Colau?, es que ¿¿¿la viste, a esa???
—¡Menuda sorpresa! Ni ella se lo cree, vamos.
—¿Menuda sorpresa ? ¡Dímelo a mí! No sé cómo vamos a hacer, porque el piso que tengo aquí a dos calles no tiene inquilino y lleva tres meses con el EN LLOGUER en el balcón. Lo puso la agencia. Y te voy a decir lo que va a pasar: todos los pisos libres se van a llenar de okupas. Y como la Ada es okupa y ahora tiene la sartén por el mango, los va a dejar. ¡Y a esos ya no los echa nadie!
—Yo que tú le marcaba en este instante a la agencia. Que te descuelguen el letrero…
—Sí, sí, la discreción es la mayor virtud.
—Lo mismo opino: hoy día hay que andarse con mucho tiento…
El hombre, hasta entonces al margen, entra a terciar:
—La cosa es que en estas elecciones no hay quien comprenda nada. Todo está patas arriba: aquí gana la Colau, pero ¿sí vieron que al PP donde más lo votaron fue en Murcia? ¿Y quién tiene los mayores índices de pobreza y de paro?
—No sé, ¿quién?
—¡Pues Murcia, te digo!
—Eso es la famosa democracia, querido: que vote cualquier pelmazo que no sabe leer ni su nombre.
—Por cierto… ¿Vieron a esa que protestó y que tiene síndrome de Down? Pues dijo, y fuerte, “si yo trabajo y cotizo, ¿por qué no me dejan votar? ”. Y vaya, su punto de vista se defiende.
—Pues sí… ¡la verdad es que se defiende! Con tanto pelmazo que vota…
—No, Meche, no compares, la chica tiene razón. Ahí estará en su fábrica armando cajas y…
—¡No he dicho otra cosa!
—Mira, los Down son gente de bien. Ellos nada más quieren una vida ordenada. Mira, yo conozco una familia que…
—Me convenciste, cariño, voy a votar por ella cuando se presente.
Risas.
Una voz las acalla y la conversación toma un giro osado, que permite a las demás hacer alarde de apertura de espíritu:
—Bueno, sí, deben tener derechos. Hace poco pasó en televisión un programa sobre la sexualidad de los chicos con síndrome de Down y…
—Tienen las mismas necesidades que las nuestras...
—¡Más!, ¡tienen más! ¡Porque de que descubren el sexo!
—Cuando tienen algo en mira, van directo a por ello.
—Lo bueno es que está probadísimo que no se pueden reproducir,
así que bueno… Por mí habría que dejarlos, procurarles espacios.
—Sí, privacidad…
Consulta una su dorado reloj de pulso. Le alza el tono al camarero —un costarricense por demás afable— porque se está demorando con la cuenta.
Adiós Meche, adiós, adiós cariño, que me voy, que tengo muchísimo que hacer: corro a la manicura, y a las cuatro en casa, ¿vosotros os quedáis?, qué va, qué va, guapa ¡nos vamos!, ya nos vamos, si no eres la única con prisas…
Desatan a sus perros bonsái y se marchan, todavía conversando.
Sobre la mesa liberada quedan tazas, monedas, un cenicero. Las esbeltas, satinadas colillas, con grasos besos de carmín.
“¡Cuídate, España, de tu propia España!”, me dice desde mi página sin enmendar el sufrido poeta César Vallejo. Hablaba desde otro bando, muy otro era el contexto.
Un chiringuito chic en un parque ídem de los barrios pijos de Barcelona. Sabría proporcionar la localización GPS, pero dejemos las coordenadas vagas: pudo ser, pienso, en cualquier otra zona de elevados ingresos.
Gran toldo rectangular, livianas mesas y sillas de aluminio. Son las once...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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