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"Supongo que estaba harto de esperar a que alguien lo hiciera por mí". Lo dice en Tomorrowland el niño Frank Walker, el personaje que interpreta de infante Thomas Robinson, y de mayor, George Clooney. Hasta aquí, que es más o menos el principio de la película, todo bien. Luego, pues no sé.
Fui a ver la última de Disney porque se vende como la vuelta a las pelis de ciencia ficción no distópicas pero no estoy seguro de que la realidad promocional coincida con la ficción argumental. Aparte de comprobar que en el futuro bonito no habrá celíacos --lo digo por esos infinitos campos de trigo que rodean la ciudad ideal parida por Brad Bird--, la historia ofrece una versión de una utopía que nos salvará sólo a base de tecnología y de algunos elegidos muy capaces.
Eso me ha tenido inquieto hasta hoy: me venía a la cabeza Peter Thiel, alemán residente en Silicon Valley que fue cofundador y director ejecutivo de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook. Ahora, además de presidir Clarium Capital, un fondo de inversión que maneja miles de millones de dólares, lidera Founders Fund, un fondo de capital riesgo que invierte en esos proyectos de tecnología que nos van a cambiar hasta la forma sacarnos la roña de las uñas.
Thiel es quizá el más inquietante de los personajes reales que hilan la trama, muy real también, de El desmoronamiento (George Packer. Debate, 2015), ese imprescindible libraco que narra la distopía en que se ha venido convirtiendo Estados Unidos en los últimos 30 años. En el libro, y en la vida misma, Thiel es un convencido de las virtudes del liberalismo; un libertario --en la acepción gringa, absolutamente opuesta a la de aquí-- que ha puesto pasta en apoyo del Tea Party y de decenas de candidatos republicanos y que defiende la capacidad del individuo para guisárselo y comérselo a su manera, a pesar de (y evitando y luchando contra) las interferencias de los Estados y también sin tener muy en cuenta las voluntades y los ritmos de otros individuos presuntamente menos dotados.
Thiel, como Elon Musk, la cabeza detrás de Tesla Motors, o Serguéi Brin y Larry Page, los de Google, es uno de los apóstoles de la innovación tecnológica y el individualismo ultra. Ellos y otros como ellos, que mandan ahora mismo en buena parte de la economía del mundo, se comportan como déspotas ilustrados que deciden lo que nos salvará y lo que no sin consultarnos más allá que como meras bases de datos para vendernos publicidad. Ellos tiran del carro de la innovación al invertir en tecnologías milagro que van desde la inteligencia artificial hasta la solución a ese molesto asunto llamado mortalidad, pasando por el cambio climático y demás cositas que nos tienen a todos preocupados.
Nada en contra de que haya gente currándoselo para arreglar los muchos problemas que crea y padece la humanidad que pisotea el planeta. Nada en contra tampoco de la tecnología. Mis dudas e inquietudes vienen de la idealización de todo esto. La tecnología nos ha traído hasta aquí tal y como estamos, incluidos buena parte de nuestros malestares. Y el individualismo… Uno diría que el individualismo es el rasgo humano que más daño ha hecho al ser humano.
De hecho, si atendemos a lo que está pasando últimamente en España y en el mundo, la tendencia que parece poder cambiar las cosas es trabajar en lo colectivo, pensar juntos, hacer entre todos. Gente normal que hace cosas extraordinarias porque descubre el poder de juntarse con otra gente normal. Sí, soy muy pesado porque lo digo por los recientes resultados electorales de aquí. Pero también por las muchísimas cosas que han venido pasando desde el 15 de mayo de 2011. Y lo digo también por un montón de procesos de lo común que se están dando --volviendo a dar, sería más correcto-- en todas partes. Y lo digo también por llevar la contraria a Fernando Savater, que para mostrar su desprecio por esos resultados electorales que mostraban un camino en el que todos somos elegidos, se retrataba en un artículo de El País escribiendo una frase tan bonita como: "No veo qué ventaja hay en ser gente" y una justificación posterior merece la pena leer con un Almax a mano.
Por eso Tomorrowland es viejuna, porque piensa como Savater. Porque sigue las doctrinas de Thiel y compañía. Porque es verdad que estábamos hartos de esperar a que alguien lo hiciera por nosotros, pero es mucho más cierto que sólo podremos hacerlo bien si lo hacemos juntos.
"Supongo que estaba harto de esperar a que alguien lo hiciera por mí". Lo dice en Tomorrowland el niño Frank Walker, el personaje que interpreta de infante Thomas Robinson, y de mayor, George Clooney. Hasta aquí, que es más o menos el principio de la película, todo bien. Luego, pues no sé.
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Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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