Reflexión
Un momento de calma
Rafael Mombiedro 10/06/2015
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Sería necesario que quienes divulgan sus juicios sobre hechos, personas y situaciones reflexionen. Que eviten la ligereza y el susto a sus oyentes o lectores. Y convendría que hicieran acopio de soluciones para ofrecerlas al grupo social en que ejercen una autoridad moral de dudosa legitimidad. Al menos que administren un bálsamo de tranquilidad y no den opiniones al servicio de intereses a los que sirven.
La honrada libertad del generador de opinión y la buena fe son siempre deseables pero ahora son imprescindibles. Aunque puede que la frivolidad no favorezca su prioridad. Alguna vez por fortuna se evidencia esa intención. Y es de destacar.
El viernes 5 de junio, a cuatro días del 40 de mayo, una voz firme, que bebe en las fuentes de la sabiduría práctica, a cuyo pie se reúne con su maestro Indro, se ha dejado oír. Y cuando todo es zozobra por la incertidumbre que generan las continuas noticias que perturban los ánimos, individual y colectivo, ha hecho alabanza de la siesta. Ha ensalzado esa sencilla costumbre popular, casi una institución, como refugio frente a las inquietudes que acechan. Y, recomendándola, por terapia colectiva, se limita al elogio sin proponer un día universal, ni siquiera el día nacional de la siesta.
Ha sido una humilde llamada a favor de la calma frente a los vocingleros de la mañana, tarde y noche, que, siendo solo comparsas fomentan, cuando no exigen, ira, venganza, miedo y malas formas. Se ha comprobado que un miedo ancestral ha comenzado a morder muchos tobillos e impulsa odios que alguna vez se consideraron extintos.
Debemos agradecer esa incitación al sosiego. Y celebrar que, en medio de la vorágine, aturdidos por la algarabía, y acuciados por la turbamulta, alguien, pensando en todos, ofrezca y acredite una formula tan sencilla que pueda aportar alivio al agobio de la mayoría sufridora. Solo ha pedido y concedido la quietud de un ratito para que se serenen las mentes amedrentadas. No ha invocado la vagancia estéril que ha sido motivo de crítica de la costumbre. Además eso ya se practica desde donde se considera que se tiene el poder. Ha acudido al sosiego del descanso efímero, como refugio, sin pregonarlo como si fuera el remedio de la señorita Pepis.
Es necesario que se generalice el dominio de cordura y mesura en este momento en que el vocerío y la confusión se hacen mareantes. Porque en corto espacio de tiempo las malas noticias son abrumadoras en cantidad. Abonan la desilusión general.
Quien busca el poder con obcecación, cueste lo que cueste, se acredita como buen buscador de talentos. Pero se desequilibra con gritos y amenazas. Y sus adversarios claman. Piden su cabeza y la de sus compañeros con saña. La señora aureolada para la función de cazatalentos por un contrato de elevados emolumentos defrauda a sus seguidores que se resienten y alienta a sus adversarios. La elegancia y el buen gusto los aportan quienes, con ideas revolucionarias no asustaron en otros tiempos a la población, y ahora han elegido a un poeta y a un científico de pausados discursos. Y eso desconcierta a quienes no piensan como ellos. Suenan gritos y advertencias de presuntos torquemadas, desde el escenario y el coro, cuyas proclamas hacen sospechar de su código ético que está por conocerse. El dontancredismo sigue en lo más alto. No se sabe bien si dejándose llevar o mecer por los vientos que soplan. Todos los apetentes del poder quieren hacer oír las virtudes que creen tener. Ocultando y manipulando errores que declaran pasado remoto y superado, aunque día a día se renuevan. Las posiciones se van enfrentando, las posturas de los amedrentados se enconan.
Bueno, pues en medio de la convulsión el país fatigado ha oído la recomendación de hacer una parada y refugiarse en un sueñecito. Podría parecer una broma pero es lo más sensato que se ha dicho quizá en mucho tiempo.
La gente seguirá sesteando por costumbre. Pero la sugerencia ha sido difundida con algún éxito.
Del resultado se tendrá noticia a largo plazo. No de la práctica del descanso, sino del ejemplo para los opinantes.
Afortunadamente han desaparecido las fanfarrias de dudoso gusto. Pero como la función del oficio de pregonero es dar las noticias que afectan al grupo social en que ejerce, después de una siesta tranquila y corta, unilateralmente, es de justicia considerar la invitación como pregón del año. El más acertado y amable.
Sería necesario que quienes divulgan sus juicios sobre hechos, personas y situaciones reflexionen. Que eviten la ligereza y el susto a sus oyentes o lectores. Y convendría que hicieran acopio de soluciones para ofrecerlas al grupo social en que ejercen una autoridad moral de dudosa legitimidad. Al menos que...
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Rafael Mombiedro
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