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Jiro Taniguchi es, probablemente, el artista japonés más occidental. Su estilo, con una marcada influencia del álbum europeo, le ha permitido abrirse fronteras allá donde ha ido, y el ejemplo más reciente es Los guardianes del Louvre, un cómic que publicó en 2014 en la editorial francesa Futuropolis, y que forma parte de una colección que ya ha aglutinado a dibujantes como Nicolas De Crécy, Eric Liberge, Bernar Yslaire, Hirohiko Araki o Etienne Davodeau.
En Los guardianes del Louvre, que ahora llega a España de la mano de Ponent Mon, el estilo preciosista de Taniguchi se funde con la representación en sus páginas de uno de los museos más importantes del mundo.
Sin mayor pretensión que la de deleitarnos con sus viñetas llenas de color, la lectura no deja de ser una mera invitación al disfrute del Louvre y sus obras. Desde la emblemática pirámide de vidrio de los exteriores del museo a la espectacular arquitectura del edificio o los pasillos interiores, la representación que hace el japonés del complejo parisino es de lo más fidedigna y delicada.
Pero lejos de centrarse en la visita al museo per se, que desde el inicio se nos muestra agobiante y poco apetecible por culpa de las aglomeraciones, Taniguchi recorre sus entrañas a través de la intrahistoria de sus obras. Y lo hace como solo él sabe hacerlo: dotándolo de cierta misticidad y delirio. La fiebre que sufre el protagonista —el propio autor representado como personaje— lo lleva a viajar por las épocas y perspectivas de los artistas a los que va saludando en sus “accidentadas” visitas al Louvre.
Visitas extraordinarias en las que Taniguchi capta con todo lujo de detalles la fantasía de obras como la estatua de Niké de Samotracia quien, convertida en una de las integrantes de ese selecto grupo de “guardianes del Louvre”, será nuestra guía a un mundo de historia del arte personificado dentro de los muros del Louvre.
Podremos viajar hasta el impresionismo de Vincent van Gogh, descubrirlo pintando en esos paisajes mediterráneos llenos de luz, e incluso entrar en su estudio a rebosar de creaciones como La noche estrellada. Y, gracias al espléndido trabajo de Taniguchi adaptando su dibujo a la obra del pintor neerlandés, podremos identificar a ese personaje pelirrojo que aparece en el cómic con aquel exponente del impresionismo que acabó disparándose en el pecho.
No es el único alarde de buenas maneras que hace Los guardianes del Louvre. La evacuación del Louvre en 1939 para evitar los saqueos de la ocupación nazi es otro de los puntos en los que el japonés —que no pierde la oportunidad de hacer varias referencias a su país, con especial fijación en Chû Asai, uno de los destacados de la corriente japonesa yôga que imitaba el estilo occidental de pintura al óleo— se detiene para hacer un alto en el camino y curtir al lector en nociones sobre el bagaje del museo.
En forma de relato intimista, que se consuma al final de la historia, Taniguchi hace recordar con muy buenos ojos el Louvre a quienes hayan tenido el placer de visitarlo. Lo logra sin usar más que lo que el propio museo puede brindar, que no es poco, pero al mismo tiempo dando toda una lección sobre el uso de lo mágico y fantástico para trasladar al lector el simple aspecto didáctico y cultural de un museo.
Y sin más sobresalto que el de pasar las páginas, Los guardianes del Louvre cautiva también a aquellos que aún no han paseado por el museo de París. Querrán visitarlo y disfrutar con todos sus sentidos de lo que tiene guardado para ellos.
Jiro Taniguchi es, probablemente, el artista japonés más occidental. Su estilo, con una marcada influencia del álbum europeo, le ha permitido abrirse fronteras allá donde ha ido, y el ejemplo más reciente es Los guardianes del Louvre, un cómic que publicó en 2014 en la editorial francesa
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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