¿Qué hay en la cabeza de una niña de 11 años? Esa pregunta despliega Intensa-Mente (Inside Out, en versión original), la nueva  película animada de Disney-Pixar, que rastrea con humor, ternura y agudeza de dónde vienen las emociones que rigen nuestras vidas, acampando en la de Riley Anderson, una pequeña que vive con sus padres en Minnesota y es puesta a prueba cuando la familia se muda a San Francisco.

Argumento, por cierto, muy a tono con la cultura de época que ha puesto las neurociencias en el sitio que antes tenía la filosofía, requiriéndoles explicaciones sobre los principios que orientan el conocimiento y el sentido de las acciones, y convirtiendo el cerebro en la vedette de un tiempo acelerado.

El guión encarna en cinco personajes, que operan en el Cuartel General de la mente consciente, la infinita montaña rusa de nuestra emotividad. Alegría es el alma del grupo, pura adrenalina y entusiasmo, y quien comanda el equipo de trabajo. Su contraparte es Tristeza, en permanente y azul languidez. A Furia, rojo rabioso, le toca reaccionar destempladamente cuando la ira gana la escena. Temor, quien activa la cautela, es muy bueno protegiendo a Riley de peligros inesperados. En tanto que a Desagrado, una coqueta en verde, le toca evitar que la niña se envenene.

Son ellos los que median en nuestra relación con el mundo. "Todo sentimiento tiene un polo objetivo y otro subjetivo. El sujeto percibe un peligro (polo objetivo) y siente miedo (polo subjetivo). Hay una correlación entre ambos que ha vuelto locos a los pensadores terráqueos. '¿Me gusta una cosa porque es bella o la considero bella porque me gusta?' llevan cientos de años preguntándose. Hay que responder: ambas cosas", recuerdan José Antonio Marina y Marisa López Penas en su erudito y atractivo Diccionario de los sentimientos (Anagrama).

En la peli, cada uno de los sentimientos tiene un carácter tatuado en su ADN por su nombre y función y las tensiones que existan entre ellos y las decisiones que tomen incidirán de modo decisivo en los humores de Riley.

La historia, paradójicamente rompedora por lo cercana (¿quién no se ha sentido alguna vez abrumado por sus propias emociones?), se le ocurrió al director Pete Docter en 2009 al notar cambios en la personalidad de su propia hija. "Ve que Riley destaque hoy, pero que se mezcle", le indica en el filme Alegría a Desagrado, al preparar todo para que el primer día de la niña en su nueva escuela sea especial y pueda hacer amigos.

Y todo va bien, hasta que Tristeza interviene, tocando un recuerdo (se almacenan en forma de canicas al final de cada jornada) y Riley termina llorando su presentación ante la clase, al recordar cómo patinaba sobre hielo en el lago helado en Minnesota, algo que el cambio de trabajo de su papá y la mudanza han convertido en pasado.

El desbarajuste ocasionado por Alegría al tratar de quitar de las manos de Tristeza la canica de ese retazo evocado termina con ambas eyectadas fuera del cuartel hacia la zona de la Memoria Permanente, lejos del control de las emociones diarias de Riley, quien ahora deberá arreglárselas solo con Furia, Desagrado y Temor. Un terceto inflamable a cargo de la cotidianidad de una niña.

No vale contar lo que pasa de aquí en más, que es la película en sí y que merece disfrutarse con o sin gente menuda. Pero sí marcar algunos guiños y hallazgos que la hacen memorable. En un ámbito tan tecnologizado, Furia no se priva de leer en papel el periódico del día, que se actualiza sin embargo en tiempo real con lógica digital: así, baja la escalera con un tabloide cuyo titular principal alude al primer día de escuela de Riley, algo que está por suceder unas horas después.

Otro momento muy logrado es el de las conversaciones en espejo. Las interacciones entre Riley y sus padres son mostradas en algunas escenas de antología desde la mente de cada uno de los personajes. Asistimos así a la tramoya de los diálogos y vemos qué peso tienen en la personalidad de los padres Furia o Temor; cómo en el cuartel general de la mente paterna se mira un partido de fútbol que lo abstrae durante la cena familiar o cómo la madre recuerda al piloto brasileño de helicópteros que dejó por su actual marido, cuando las reacciones de él le hacen pensar en cómo podría haber sido la vida de haber elegido a aquel candidato que derrochaba sensualidad.

Fascinantes las dependencias y personajes menores que componen en este modelo la ciudad de nuestra mente: los arbitrarios encargados de limpieza, que deciden qué se olvida y qué queda, reproduciendo por capricho una publicidad de dentífrico que les resulta divertida (tiro por elevación a la arbitrariedad de más de un funcionario); las Producciones de Ensueño, Cinecittá neuronal donde se cuecen las fantasías, temores, deseos o restos diurnos que alimentan sueños y pesadillas, o el Tren de los Pensamientos, que transporta hacia la Memoria Permanente lo que se impone por su peso vital como definitorio de la personalidad (en el caso de Riley, las islas de la familia, del hockey, de la amistad, de la honestidad y de las bobadas, que apila bromas infantiles de colección).

Hay moraleja porque Disney no se privará jamás de ella y cada emoción es un viaje. Pero el filme crece al mostrar los claroscuros de toda vida, signada por el arduo aprendizaje de la pérdida (Pierde algo cada día, recomendaba entrenarse la poeta Elizabeth Bishop), y recompone a tiempo todo aquello que ilumina el camino de regreso a casa. Cada quien sabrá dónde queda la suya.

Inside Out se estrena en España el 17 de julio con el título Del revés.