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Han tenido que pasar cinco etapas del Tour para que hubiese el primer sprint masivo. No porque hayan llegado escapadas, o se haya disputado una contrarreloj por equipos, o una caída haya cercenado el pelotón y solo hayan llegado delante unos pocos afortunados, sino porque los organizadores lo han querido así. Y les ha salido razonablemente bien. Ya quedan lejos esos Tour de Francia en donde un único corredor encabezaba la clasificación durante toda la primera semana, como aquel estonio llamado Kirsipuu, o tantos con Cancellara, protagonista entonces y ahora, siempre con la sensación de provisionalidad.
Atrás queda la única contrarreloj individual de la carrera, un espectáculo de gente y calor en Utrecht, que vivió conmocionada la víspera porque una de las estrellas locales, el holandés Boom, estuvo a punto de quedarse fuera de la carrera por unos valores anómalos en su organismo. Para descrédito del ciclismo, los justificó diciendo que tenía asma, una enfermedad difícilmente compatible con el deporte profesional, pero que cada vez tiene más socios y afiliados, en su gran mayoría por la cantidad de beneficios que acarrea, especialmente en cuanto al suministro más o menos ilimitado de sustancias broncodilatadoras.
No deja ser sintómatico, y siempre sin separarse del lenguaje médico, que el año pasado otro corredor también fuese excluido justo antes del Tour de Francia por unos valores anómalos, que ha justificado un año después en un hipertiroidismo compartido con su hermana. Se trata de Roman Kreuziger, quizás el gregario más valioso de Contador, igual que Boom es un gregario de primer nivel de Nibali. Jefes de fila rodeados de enfermos, y ellos mismos con enfermedades crónicas, llámense bilharzia, epilepsia o lo que todavía no sabemos. Finalmente, el holandés tomó la salida, pero no ha podido brillar en los terrenos donde se le esperaba: tanto la crono inicial, como la etapa de pavés, donde el año pasado obtuvo su victoria más prestigiosa.
La extraordinaria realización televisiva francesa permitió ver a Dumoulin, el otro corredor local favorito, trazando las curvas de la primera etapa como si de un gran premio de motociclismo se tratase. Estaban presentes tres de los mejores corredores de la disciplina en el último Mundial, pero la victoria fue para Rohan Dennis, australiano de nombre tolkiano y apellido de nombre, que a principios del año había batido el devaluado Récord de la Hora. Salió a primera hora, pero todos sus iguales reconocieron que había sido el mejor, sin paliativos, y esos iguales eran Cancellara y Tony Martin. Entre los favoritos no hubo grandes diferencias, y el mejor de todos fue Nibali, con Contador en un inusual 46º puesto.
Fue un indicio de lo que ha sido un inicio de Tour de Francia bastante mediocre para Contador. Por supuesto, nadie lo interpretó así en su momento, como si fuese normal que 45 corredores entrasen por delante del madrileño en una crono de 15 km, de 15´ de esfuerzo. Especialistas sí, pero no hay 45 especialistas en ninguna de las facetas del ciclismo. Lo mismo se pudo ver en la etapa del día siguiente, vendida como una clásica, pero que si se pareció a algo fue al World Ports Classic (así, en inglés), una prueba que se disputa desde hace pocos años y que enlaza los puertos de Rotterdam y Amberes, como su nombre indica.
En ese terreno se movieron los ciclistas cuando pasaron por el gran puerto holandés en dirección sur, y donde una caída y no el viento provocaron el corte. Un terreno rectilíneo, el paraíso de un urbanista con terreno domesticado en época muy reciente, y donde los ciclistas vieron el asfalto brillando tras un tremendo aguacero justo antes de su paso. El líder Dennis se quedó cortado, al igual que Nibali y Quintana, que en meta perdieron 1´27", una diferencia considerable. Por delante se produjo una situación ridícula, puesto que Tony Martin acariciaba el liderato simplemente con que los tres primeros puestos fuesen para sprinters, y uno de ellos era su compañero Cavendish, por el que se había desgañitado todo el día.
El británico dejó de pedalear cuando quedaban cinco metros de competición, quizás el peor gesto que pueda hacer un ciclista profesional. Esa dejación sirvió para que Cancellara, tercero en la crono inicial tras Martin, consiguiese segundos de bonificación y se alzase con el liderato de la carrera, mientras la etapa iba al eficiente Greipel, un alemán que lleva cinco años seguidos ganando en el Tour. Una vez más esta temporada, el equipo Etixx era burlado en un terreno que era el suyo, y en una situación táctica difícilmente mejorable.
Todo parecía apuntar a un largo liderato de Cancellara, incluso aunque al día siguiente se subiese el exigente muro de Huy, la subida-icono de la clásica Flecha-Valona, la que han ganado en los últimos cuatro años corredores españoles. Una caída verdaderamente salvaje a 58 km de meta acabó con el Tour de Francia de ocho ciclistas, entre los que se retiraron en el momento y los que no tomaron la salida al día siguiente, incluyendo al desafortunado líder Cancellara y a Dumoulin, que se presuponía el mejor subiendo de los que quedaban delante tras el prólogo y la segunda etapa. Así es el Tour: cuanto más cerca parece que tienes la gloria, más esquiva es la suerte.
Pobre Tony Martin, podría escribir mucho de eso: de aquella legendaria etapa de la Vuelta camino de Cáceres, o de cómo en Huy se quedó a un solo segundo del liderato, alcanzado por Froome por accidente, simplemente porque fue el mejor de los favoritos, en el mismo tiempo que el vencedor Joaquim Rodríguez. El corredor catalán había ganado una etapa en el Tour de su debut, hace cinco años, hace dos subió al podio, y ahora dice que no se pone límites. Que tenga 36 años no parece ser óbice para sus grandes aspiraciones. De momento, ha sido el primer corredor español en ganar una etapa en el Tour desde 2012.
En las duras rampas de la subida valona, Contador volvió a flaquear, esta vez aduciendo al calor y una falta de azúcar, todo un anticipo de la esperada etapa con tramos de pavés y final en Cambrai. Solo eran 13 km en un total de 223 km de recorrido, pero dada la repercusión que tuvieron el año pasado (Nibali acabó la etapa con 2´35" de ventaja sobre Contador) su trascendencia se equiparaba al mismísimo Alpe d´Huez. No pasó nada reseñable para la general: casi todos los favoritos encabezaron en uno u otro momento la carrera, demostrando poderío y autoridad en un terreno que no era el suyo, y rodeados de corredores especialistas en el empedrado, que solo pudieron ir a la par.
Nibali volvió a ser el más adaptado al terreno, mientras que Contador iba sufriendo y cerrando el grupo de favoritos. En meta diría que tenía la rueda trasera en mal estado, porque siempre hay algún factor ambiental, climatológico o ultraterrenal que le impide dar rienda suelta a todo el potencial que tenía para ese día. Con lo fácil que sería decir "no era mi terreno, pero he aguantado con el resto de corredores". Supongo que va en la mentalidad del campeón, en ese tipo de campeones: no conceder nunca nada de mérito al rival.
Quien jugó muy bien su baza fue Tony Martin, por fin afortunado tras varios contratiempos ya comentados. El rodador alemán saltó del pelotón a 3´8 km de meta y, tras unas dudas iniciales, puso su velocidad de crucero en pos de la victoria y el liderato. Veinte kilómetros antes había pinchado y un compañero le cedió su bicicleta para que pudiese reintegrarse rápidamente en el grupo, lo que daba más épica a todo el asunto.
Tony Martin es un corredor que suscita un raro consenso entre los aficionados al ciclismo: es sacrificado, es modesto, es muy bueno, y es infatigable. Si el ciclismo tuviese una estela identificativa como tiene la NBA --uno de los logos más reconocidos a nivel mundial, y que usa el perfil de Jerry West-- sin duda tendría que ser la figura del corredor alemán cuando va rodando. En meta su equipo celebró la victoria en varias melés muy afectuosas, porque era la primera vez con el maillot amarillo del corredor, y porque por fin salían las cosas bien.
No era esperable que el éxito se subiese a la cabeza del nuevo líder. Al día siguiente, en una etapa que iba paralela al río Somme y donde se pasaban hasta siete memoriales de la Gran Guerra, trabajó como siempre en la preparación del sprint para su compañero Cavendish; junto a él, su compañero Kwiatkwoski, actual campeón del mundo. Había sido un día nervioso, con muchas caídas, viento y lluvia. El sprinter británico, a pesar de tener esa guardia pretoriana de lujo, volvió a fracasar, porque solo le sirve la victoria.
En un sprint preparado desde 10 km antes, Greipel se volvía a imponer con claridad y limpieza. Había sido lanzador de Cavendish a finales de la década pasada, cuando el británico sumaba etapas de cuatro en cuatro en los Tours en los que participaba. Ahora, más viejo y experimentado, es más rápido que el campeón en retroceso, que no gana una etapa en la carrera desde 2013. Es una historia que se repite frecuentemente en la vida y en el deporte. En la quinta etapa ha llegado el primer sprint masivo, y queda otro puñado hasta la primera montaña, donde Tony Martin puede llegar de líder y Cavendish de vacío.
Ha sido un arranque inusual del Tour, donde solo se puede considerar que ha quedado descolgado el escalador francés Pinot, y donde Quintana ya cede 2' con Froome. Se preveían tormentas de acero (Ernst Jünger combatió en la zona) entre el Mar del Norte y los campos de batalla de la frontera franco-alemana, pero no ha pasado nada de eso. Queda todo el Tour por delante, pero al menos se ha evitado esa frase tan habitual de "el Tour comienza mañana", y ha sido por un buen diseño del recorrido. Las buenas carreras empiezan así. El Tour ya ha comenzado.
Han tenido que pasar cinco etapas del Tour para que hubiese el primer sprint masivo. No porque hayan llegado escapadas, o se haya disputado una contrarreloj por equipos, o una caída haya cercenado el pelotón y solo hayan llegado delante unos pocos afortunados, sino porque los organizadores lo han querido...
Autor >
Sergio Palomonte
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