OBITUARIO / SATORU IWATA
El carisma de un líder en el tradicionalismo japonés
De videojugador y programador a presidente de Nintendo
Manuel Gare 15/07/2015
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Un tema bastante recurrente entre mis amigos informáticos es el de Apple y Steve Jobs. De cómo Jobs fue, ante todo, un emprendedor, empresario o cabeza visible, y de cómo fue el otro Steve, Steve Wozniak, quien de verdad creó la arquitectura del revolucionario ordenador personal. Es representativo porque normalmente se conoce más el discurso que la ingeniería. Es indudable la importancia de Jobs en el terreno tecnológico, pero es aún más indudable que su contribución en este campo corresponde única y exclusivamente a las formas: Jobs no revolucionó la informática, revolucionó la manera de venderla.
La servidumbre e idolatración hacia Jobs lo convirtieron, especialmente tras su muerte, en el Paulo Coelho de lo tecnológico. Sus frases, que poco tienen que ver con el mundo de las tecnologías y sí con el campo de lo creativo e inspiracional, continúan dando la vuelta al globo a través de Facebook y otras vías del vasto internet.
El pasado 11 de julio moría Satoru Iwata, presidente hasta el último momento de Nintendo, empresa japonesa de videojuegos responsable de algunas de las consolas y las franquicias más queridas por los jugadores de todo el planeta, y un pilar fundamental —desde sus inicios— de la industria del videojuego.
Iwata era programador. Así empezó su aventura en el mundo de los videojuegos y así llegó hasta Nintendo. Una labor básica en la creación de videojuegos: programar y hacer que, junto a un equipo de desarrolladores, esas figuras hechas de píxeles lleguen a moverse.
El japonés era presidente. Un ejecutivo. Sobre sus hombros recaía el peso de una empresa que, como el resto de las pertenecientes al campo de la innovación tecnológica, ha tenido que ir reinventándose con el paso de los años, tanto en el campo del hardware como en el del software.
Lo de su pasión por los videojuegos, que florecía en el Instituto Tecnológico de Tokio estudiando Ingeniería Informática, tenía que dejar paso a la emoción, a la imaginación y al trabajo de despacho. Estaba al frente de una empresa de videojuegos que no pasaba por su mejor momento. “En mi tarjeta de visita pone que soy el presidente de una empresa. En mi mente que soy programador de videojuegos. Pero en mi corazón soy un jugador”. Es una frase que no he dejado de leer desde el anuncio de su muerte. La pronunció Iwata en una conferencia de 2005. En esa misma intervención, el japonés hablaba de la naturaleza del videojuego como una forma de entretenimiento. Decía que, como en cualquier otro medio de entretenimiento, estaba en su mano crear una respuesta emocional por parte del jugador. Ahí residía el éxito: en la risa, el miedo, la alegría, la sorpresa y claro está, en la realización personal.
Nintendo es y ha sido siempre una empresa tradicional, cerrada en numerosos aspectos; antes de la llegada de Iwata y durante su dirección. A contracorriente, centrada en su forma de hacer y deshacer, con sistemas alabados y criticados a partes iguales. La posición conservadora de la empresa siempre ha estado ahí, para bien o para mal.
Sin embargo, durante la etapa de Iwata al frente de Nintendo hay algo que ha sobresalido tanto o más que sus consolas y juegos. Son la empatía hacia el jugador, la cercanía y el amor por el medio. Habitual en la producción de franquicias tan conocidas como Pokémon, Kirby, The Legend of Zelda o Super Mario, Iwata llevó a Nintendo algo más que buenas ideas y directrices. Llevó una nueva manera de comunicar, de acercarse al jugador y hacerlo aún más partícipe de las historias que estaban contando a través de sus juegos.
Con Nintendo DS y Wii, los dos grandes éxitos de la compañía japonesa, prolongados a través de Nintendo 3DS y Wii U, Iwata y su equipo contribuyeron enormemente a la proliferación del videojuego entre todo tipo de público. Dos consolas, una portátil y otra de sobremesa, que revolucionaron la relación entre los videojuegos y la gente. De olvidar la edad y el género, para centrarse en el entretenimiento. Mejor o peor entretenimiento, pero mucho más accesible.
Esa ha sido también la filosofía que Iwata ha venido profesando durante todos estos años. La innovación en la forma de jugar por encima de la potencia gráfica y tecnológica. Frente a las críticas de la naturaleza infantiloide de parte de su catálogo de juegos solo podía sentir orgullo. “Los niños juzgan los productos por instinto”, decía aludiendo a la dificultad para conseguir alcanzar los instintos del público a través de los videojuegos. Formaba parte de su carácter a la hora de enfrentarse a una industria complicada y cambiante.
Una industria a la que se ha ganado gracias a su cercanía, la de ese corazón de jugador. Un jugador que llegó a presidente y que demostró en cada una de sus apariciones que esa expresión desigual de Nintendo con respecto a Microsoft y Sony, sus principales competidoras, era su principal baza. Puede que alguna decisión no fuera la mejor, y puede que esa falta de apertura que ahora Nintendo había empezado a corregir —por ejemplo, abriéndose al mercado móvil— no fuera del todo beneficiosa. Pero el buen espíritu y amor por su trabajo eclipsaron todo lo demás. Escuchar a Iwata, con su inglés ajaponesado, siempre fue motivo de alegría para los jugadores.
“Los videojuegos tienen un único cometido -decía-, ser divertidos, divertir a todo el mundo”.
Ahora sus frases forman también parte de la memoria selectiva de internet. Esa memoria que recuerda por citas y hechos poco concretos. Es complicado discernir, tratar de encontrar la diferencia entre el visionario, el verdadero creador o aquél que consigue aunar todo y crear cosas que valgan la pena. Iwata fue una pieza fundamental para Nintendo en su cometido de conquistar a millones de jugadores y hacerles felices en su aventura delante de una pantalla.
Debería ser recordado por eso y no por las “diez frases célebres de Satoru Iwata”. Esa pudo ser la guerra de otro, pero no la suya. Su fijación, reflejada en todos los proyectos en los que participó y a los que dio forma, fue contribuir a que niños y adultos fueran conscientes, por primera vez al mismo tiempo, de que jugar a videojuegos es una experiencia fantástica.
Un tema bastante recurrente entre mis amigos informáticos es el de Apple y Steve Jobs. De cómo Jobs fue, ante todo, un emprendedor, empresario o cabeza visible, y de cómo fue el otro Steve, Steve Wozniak, quien de verdad creó la arquitectura del revolucionario ordenador personal. Es representativo porque...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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