Análisis
La nula influencia exterior de Herr Rajoy
España arrastra un problema histórico que le impide consensuar su política internacional, y que le convierte en un país poco fiable en términos políticos
Gorka Castillo 20/07/2015
Mariano Rajoy.
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Es conocido que España arrastra una vieja rémora histórica que le impide disfrutar del consenso político necesario en política internacional, que es como decir de la cordura y el sentido común. Depende del partido que gobierne, se tienen relaciones más o menos fluidas con Cuba, con Marruecos e, incluso, con Israel. La razón de esta peculiaridad española podría ser que aquí se prefieren los extremos, el pasar de la nada al todo, del cero al cien, de la burbuja inmobiliaria al rescate financiero, de la guerra en Irak a la Alianza de las Civilizaciones, de presidir la política exterior de la UE (Javier Solana) a asistir, como Mariano Rajoy, a la Cumbre de presidentes del Eurogrupo más importante de los últimos años arrinconado en una mesa para no llamar la atención.
No se trata de timidez sino quizá de una querencia que no es nueva del todo y que hace de España un país poco fiable en términos políticos aunque indudablemente divertido. Al menos esa impresión ha impregnado buena parte del imaginario colectivo tras observar la actitud del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en la reunión mantenida con 18 colegas de la zona euro para decidir qué hacían con Grecia y, posiblemente, también con el futuro del euro. Su imagen, sentado en una esquina con un traductor simultáneo colgado de las orejas, entre el aturdimiento y la afasia, forma parte ya de esa esencia, hasta cierto grado paleta, que ciertos humoristas sin remilgos transmiten de España cada vez que atisban que un político hace una brutta figura en el exterior.
La hemeroteca está plagada de casos que no hablan excesivamente bien de ese eufemismo indescifrable llamado marca España que algunos utilizan para sacar pecho cuando viajan por el mundo. "¿Qué pensará de este país un ciudadano alemán, e incluso un griego, al ver en esos problemas idiomáticos a su presidente?", se preguntaba Brian Baubach, un joven británico que vive en Madrid, al ver la foto de Rajoy en la Cumbre impresa en un diario.
Baubach, que hoy prepara una tesis sobre las relaciones comerciales durante el siglo XIX entre España y el Reino Unido, asegura sentirse incapaz de imaginarle haciendo un análisis semántico de un sencillo texto diplomático. "Supongo que tampoco a Merkel o Cameron pero la imagen que me transmite Rajoy me parece todavía más limitada", concluía con franqueza.
La cuestión clave es saber el papel que representa España en el concierto internacional actual. Para el catedrático de Ciencias Políticas de la UNED, Ramón Cotarelo, ninguno. "Desde Aznar todo se deshizo. Nos sumergió en unas negociaciones estratégicas imposibles y una actitud prepotente incomprensible para un país que, por no tener, no tiene ni una empresa automovilística propia. Somos pura fachada y en geopolítica nadie nos toma en serio", asegura con rotundidad.
"Desde Aznar todo se deshizo. Nos sumergió en unas negociaciones estratégicas imposibles y una actitud prepotente incomprensible para un país que, por no tener, no tiene ni una empresa automovilística propia. Somos pura fachada y en geopolítica nadie nos toma en serio", asegura Cotarelo.
Conviene recordar que entre 1999 y 2014, España siempre tuvo colocado un peón al menos en las instituciones con mayor poder de decisión de la UE. Como cuarta economía potencial del continente, situó a Javier Solana como Alto Representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común; a Manuel Marín, sólo durante unos meses, en la Presidencia de la Comisión Europea; a José Manuel González Páramo dentro del Comité Ejecutivo del BCE durante ocho años; y a Joaquín Almunia en la vicepresidencia de la Comisión Europea y como comisario europeo de Competencia hasta el pasado año.
Ahora, el intento de sentar a Luis de Guindos en el sillón que ocupa el holandés Jeroen Dijsselbloem se ha convertido en el último fracaso que los fontaneros a sueldo de Moncloa han tratado de justificar repartiendo las culpas entre "los traidores" españoles y la venganza griega. "Pero no dicen nada de la nula proyección internacional que ha mostrado Rajoy en estos cuatro últimos años", remacha Diego López Garrido, diputado del PSOE que formó parte de la convención redactora del Tratado Constitucional europeo que precedió al de Lisboa, actualmente en vigor.
Lo cierto es que cuatro años dan para mucho. En Latinoamérica, España ha vuelto a ceder a EEUU la ventaja que todos le presuponían en las relaciones con Cuba; en casa, Rajoy ha concedido también un pedacito de Andalucía para el despliegue estadounidense en África. Queda el papel gregario desempeñado en el seno de la UE, con una adhesión incondicional a Alemania. "Jamás se ha escuchado una sola queja contra la austeridad impuesta por Alemania contra España, y además se han hecho movimientos diplomáticos para marcar distancias con el bloque de países que intenta contrapesar el poder germano, como Francia e Italia", explica López Garrido.
Toda esta panoplia estratégica convierte en una anécdota la fallida operación olímpica, que España desplegó ante la atónita mirada de un mundo ruborizado por el surrealista discurso de Ana Botella en Buenos Aires.
El Instituto Elcano, el think-tank que asesora al Gobierno en política exterior, critica con cierta dureza en un informe la indefinición estratégica de España durante estos últimos cuatro años
Uno de los últimos informes del Instituto Elcano, el think-tank que asesora al Gobierno en política exterior, critica con cierta dureza la indefinición estratégica mostrada por España durante estos últimos cuatro años y, sobre todo, la pérdida progresiva de protagonismo en la esfera internacional. En opinión de Ignacio Molina, uno de los autores del informe, los diplomáticos españoles "son simpáticos, caen bien, pero no tienen una idea de España en el mundo, porque no hay una política exterior diseñada".
Hay quien encuentra explicación al inexistente perfil internacional del actual presidente en su lucha por reducir el gasto. Al menos, esa fue la idea que la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, transmitió en 2014 en el Congreso al presentar unos presupuestos generales del Estado que calificó de "comprometidos con una realidad que afecta a todos los españoles". Pero estas declaraciones, típicas de feroces conversos –junto a un cierto complejo de culpa por los múltiples casos de enriquecimiento ilícito durante los años duros de la crisis descubiertos en su partido- pueden provocar caídas emocionales en las redes de la confusión. Para evitarlo están los gélidos datos.
El pasado año, Rajoy viajó a Washington, Ankara, Davos, Bruselas, Roma, Gales, Nueva York, Veracruz y Pekín. La más mediática de sus salidas, sin duda, fue la que le llevó a Malabo para participar en la cumbre africana organizada para honor y gloria del dictador guineano, Teodoro Obiang. No es de extrañar que llovieran piedras sobre las cabezas de sus asesores en política exterior. "Al menos, pudieron entenderse en español", recuerda con sorna el catedrático Cotarelo.
Idéntica fobia a viajar al extranjero sufrió José Luis Rodríguez Zapatero durante los ocho años que estuvo en la Moncloa. Fueron tantas sus reticencias a salir de España que terminó convertido en objeto de ironías y bromas por parte de un periódico serio como The Guardian: "Finalmente, al líder español le entró la fiebre de viajar", titulaba el diario británico con motivo de una visita a Marruecos. Además, se apuntaba en la crónica que la imagen que transmitía en el exterior siempre era de "incomodidad y soledad".
El declive del noqueado Zapatero
No hay más que recuperar otra ilustre foto de un presidente español frente a la gran mesa del Eurogrupo tras una reunión decisiva. Ante decenas de fotógrafos y cámaras de televisión, Zapatero mostraba una mirada derrotada, ojerosa, no sólo por las encuestas de su gestión de una crisis brutal sino por la constatación de que, hasta las bases de su partido, el PSOE, comenzaban a mirarle de soslayo, como se mira al traidor dentro de un equipo. Zapatero, que también requería la compañía permanente de un traductor para sentirse seguro, se esforzaba por maquillar el agotamiento de siete años en un poder que en aquel instante declinaba.
El noqueado Zapatero, como le llamó el diario francés Le Monde en un editorial --por su docilidad con las decisiones del Eurogrupo por malas que fueran para los intereses de sus ciudadanos--, sólo transmitía una incapacidad manifiesta para la negociación, y quizá el miedo de una intervención internacional que emborronara su hoja de servicios a pocos meses de terminar su mandato. En un elocuente análisis, su ex director general de Información Internacional entre 2004 y 2006, Javier Valenzuela, señalaba que a Zapatero solo le "gustaba fotografiarse en compañía de empresarios y banqueros, y abrirse un hueco en reuniones de políticos conservadores y financieros rapaces internacionales como DSK (Dominique Strauss-Kahn)".
La sonrisa que tan útil le resultó en los años dorados de su presidencia se transformó en una mueca levemente crispada frente a los ojos encendidos de cientos de cámaras que esperaban conocer nuevos recortes sociales o el anuncio solemne de la debacle financiera de la cuarta economía europea. Pocos confiaban en él, probablemente ni él mismo lo hacía en esos momentos. El relato del quinto presidente de la democracia en España escribía su epílogo encerrado en su despacho. La economía había ganado la partida y, al final, otra vez esa triste estampa tantas veces repetida. La de un político en soledad, enganchado a un traductor igual de solitario.
Es conocido que España arrastra una vieja rémora histórica que le impide disfrutar del consenso político necesario en política internacional, que es como decir de la cordura y el sentido común. Depende del partido que gobierne, se tienen relaciones más o menos fluidas con Cuba, con Marruecos e, incluso, con...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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