El Chocó colombiano necesita algo más que un proceso de paz
Esta rica región de mayoría afrocolombiana, por décadas un lugar tranquilo a pesar del conflicto armado, es hoy la zona más afectada por los enfrentamientos, con el mayor número de desplazados y donde la denuncia de racismo es habitual
Bárbara Bécares El Chocó (Colombia) , 22/07/2015
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Se pasea Lelis alegre con su vestido por un pueblo costeño. Apenas son las 8 de la mañana pero la humedad de este verano eterno ya consigue instalarse dentro de los huesos, para sólo obtener alivio bajo algún ventilador. "Yo soy desplazada", dice con naturalidad. Con la misma naturalidad con la que cuenta: "Bueno, he sido desplazada dos veces". Sólo cuando comienza a contar la historia de desapariciones y asesinatos de miembros de su familia, su cara se muestra triste. Ella nació en el Chocó, una de las regiones más afectadas por la crudeza de una guerra interminable. El Chocó es un paraíso selvático que une Caribe y Pacífico y donde gran parte de la población es descendiente de esclavos africanos llegados al país durante la colonización.
El Chocó es un paraíso selvático que une Caribe y Pacífico y donde la gran parte de la población es descendiente de esclavos africanos llegados al país durante la colonización
Cuando Lelis era niña, dos de sus hermanos desaparecieron. Nadie supo o quiso decir qué había pasado. Fue a pleno día, en un autobús que hacía una ruta común. El miedo reinaba en la región donde los grupos armados ilegales imperaban. Y donde todavía lo hacen hoy. Tras estas desapariciones, los padres decidieron que no querían perder más hijos y se mudaron a una localidad más tranquila, donde todos los hermanos tuvieron que separarse y distribuirse en brazos de diferentes familias que pudieran acogerles.
Con 24 años y recién casada viviendo en la ciudad de Medellín, los grupos ilegales pidieron a su marido la conocida vacuna, un porcentaje de lo que él ganaba con su pequeño negocio. El hombre se negó y la consecuencia de su rebeldía fue recibir un disparo en la cabeza un día cualquiera saliendo de su casa por parte de algún sicario.
Ella habla de grupos. A veces mata la guerrilla. Otras, los paramilitares. El problema es que, aunque en sus comienzos defendían ideologías muy diferentes -extrema izquierda los guerrilleros y extrema derecha los paramilitares- hoy se han desvirtuado y parecen ir tras sus intereses económicos, a través de la extorsión y narcotráfico.
En Colombia la historia de esta mujer no sorprende tanto, teniendo en cuenta que es el segundo país del mundo con mayor número de desplazados, tras Siria. Un estudio de la ONU presentado hace un año, apuntaba a que existen en Colombia 5,4 millones de desplazados internos (en un país de 45 millones), de los cuales se calcula que más de mitad vive en la pobreza y un tercio en la extrema pobreza. El país está lleno de Lelis. Amenazas, muertes, desapariciones, son historias comunes entre muchas personas de diversas regiones, entre ellas el Pacífico.
Desde la última vez que se suspendió el Alto al Fuego, que existía por el proceso de paz que se desarrolla en La Habana, esta región ha sido la más castigada por los atentados y enfrentamientos entre Gobierno y Guerrilla.
Sin embargo, hace 20 años, la zona era un ejemplo de paz. Hasta que los diferentes grupos del país tomaron conciencia de la riqueza natural de este lugar y lo que pudo haber sido una fuente de vida, ha acabado convertido en la desgracia de los ciudadanos del Pacífico.
Viendo el crecimiento económico de Colombia y paseando por alguna de sus prósperas ciudades, nadie diría que la tercera economía de América Latina esté en guerra. El conflicto armado se desarrolla en las regiones vulnerables del país y afecta, principalmente y según el estudio de Naciones Unidas, a la población más desfavorecida. Muchos son indígenas y afrocolombianos, como denunció la Defensoría del Pueblo, en el Día de la Afrocolombianidad (21 de mayo).
Los afrocolombianos suponen un tercio de la población de esta nación, pero tienen poca presencia en los puestos de poder. En el Chocó existe una sensación de desamparo. Un sentimiento de que si el gobierno no mira hacia ellos, es por su color de piel.
"Ya no nos impiden sentarnos en un autobús, como podía suceder antes. Ahora el racismo es más sutil y más estructural", explica en Quibdó el sociólogo Nitonel Castro
Las élites colombianas, mayoritariamente mestizas, "ya no nos impiden sentarnos en un autobús, como podía suceder antes. Ahora el racismo es más sutil y más estructural", explica el sociólogo Nitonel Castro, residente en Quibdó, capital del Chocó. Así que los líderes de las comunidades afrocolombianas, como Castro, reconocen que sienten que persiste la misma diferencia racial que en tiempos de la colonia por parte de las élites del país. Esto se traduce en "falta de oportunidades para los ciudadanos negros, dificultad para acceder a buenos puestos de trabajo, a educación superior, a puestos de gobierno".
El Chocó tiene varios frentes abiertos, mucho más allá de la violencia y los desplazamientos: aguas contaminadas a causa de la minería (en marzo se conoció la muerte de 19 niños en el Chocó por este problema), carencia de acceso a educación y falta de infraestructura y servicios básicos. Además de la violencia causada por la falta oportunidades y la marginación que la población siente en su país.
Claus Kolver, un líder juvenil de Quibdó explica que "es difícil hablar de paz en el Chocó". Y es que, "aquí hay un conflicto armado y un conflicto social. Para hablar de paz se necesitan cambiar muchas cosas y si las necesidades básicas no están satisfechas, continuará la violencia".
No es de extrañar que el proceso de paz en Colombia esté siendo complicado, si tenemos en cuenta que el conflicto entraña toda una enroscada maraña de intereses, en aumento desde que la guerra comenzase en los años 60. Mucho se habla de las Guerrillas cuando pensamos en el conflicto colombiano, pero hay muchos más grupos armados que se ocultan entre la selva, que pasan por encima de la autoridad, que cobran su ‘vacuna’ a los más vulnerables y que imponen su ley en los territorios descuidados del poder central, como sucede en gran parte del Pacífico.
Hasta los años 80, esta región hacía honor al Océano que baña sus costas. El departamento cubierto de selva y ríos era tranquilo. Textos de la época explican que la gran ventaja de que la región estuviera olvidada por Colombia, hacía que al menos disfrutaran de una paz que no existían en otras partes del país. Hasta que los diversos grupos armados comprendieron que este departamento es muy rico en recursos: minerales, madera abundante, ríos para transportarse y una enorme selva en la que esconderse. Idónea para plantaciones ilegales. Y es que, de acuerdo con el sociólogo Nitonel Castro, "la geografía del Chocó hace que esta región sea un blanco fácil para la economía ilegal".
A finales de la década de los 80 empieza a instalarse en la región una nueva clase empresarial, envuelta en tráfico de drogas. Así fue como gran parte de los territorios de indígenas y afrocolombianos que habían permanecido al margen de las dinámicas económicas, se vieron de repente en medio del fuego.
En la actualidad, el panorama del Chocó y de los demás departamentos del Pacífico, distan mucho de estar en calma. La ley llega impuesta por grupos armados que mantienen su lucha territorial, y por políticos locales corruptos. Es más que un proceso de paz, lo que necesita el Pacífico para seguir adelante.
Se pasea Lelis alegre con su vestido por un pueblo costeño. Apenas son las 8 de la mañana pero la humedad de este verano eterno ya consigue instalarse dentro de los huesos, para sólo obtener alivio bajo algún ventilador. "Yo soy desplazada", dice con naturalidad. Con la misma naturalidad con la que cuenta:...
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Bárbara Bécares
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