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A la orilla del río surgió un talento de apellido ilustre, Torres, y nombre de dibujos animados, Óliver. Un talento precoz, humilde, de genes extremeños y mirada limpia, con aire de Torete y descaro de patio de colegio. Uno de esos millares de niños que sueñan con debutar en Primera y que, cuando crecen, tienen deseos más terrenales, como lograr con su esfuerzo que su madre, que lleva toda la vida levantándose a las cuatro de la mañana para limpiar portales, deje de trabajar. Pase a pase, partido a partido, Óliver se abrió paso hasta la primera línea de fuego. La joya de la cantera del Atlético debutó, arrancó elogios, mostró elegancia y generó expectación. Simeone, impulsado por el espíritu de pertenencia al club y el amor por la camiseta, le concedió la oportunidad de debutar. Al acecho y aprovechando el cartucho porque la caza no abunda mucho, Jorge Mendes --buen ojo para los cromos, mejor olfato para el negocio-- se lanzó a por parte de sus derechos. Al chico le sobraba clase. Así que tuvo minutos en un equipo que olía a campeón, y aunque aquel Atleti era más de percusión que de violín, Óliver hizo un esfuerzo tremendo --poco elogiado-- por adecuarse al estilo del Atlético. Y Simeone, siendo consciente de su potencial, hizo otro --poco ponderado por la crítica-- por ubicarle en un equipo de características opuestas a las suyas. Como lo que funciona no se debe tocar y aquel Atleti volaba, el canterano fue cedido al Villarreal. Y ahí, en ese punto, se disparó la rumorología, aumentó la sospecha y se esparció porquería, pretendiendo generar un desencuentro entre Simeone y Torres. Se afirmó, con más opinión que información y más intención que puntería, que Simeone no quería a Óliver. Que se lo había quitado de encima, que no confiaba en él y que con el argentino ahí, durante años, el chico sería vendido o acabaría siendo eterna carne de banquillo.
La realidad, que vende menos que la ficción, pero acaba por imponerse, era sencilla: Cholo, que no es infalible --aunque a muchos atléticos se lo parezca--, trabaja para levantar títulos y no para contentar oídos, se exige resultados inmediatos, vive del presente y necesita realidades para ganar y no apuestas para probar. De ahí que, pese a reconocer el progreso de Torres, le instase a superarse más, con el ánimo de lograr que, si respondía, volviese. No como uno más, sino como parte vital del equipo, como un jugador completo, de jerarquía. Simeone se empeñó en exigir a Torres que fuera mejor, siendo consciente de que, si lo lograba, Óliver le haría, a largo plazo, mucho mejor entrenador. Así que Oli se marchó cedido al Porto para madurar. Y allí, al calor de Lopetegui, su padre deportivo, en un club de primera fila y exigencia, un banco de pruebas ideal para un talento de su clase, mejoró en lo físico, en lo defensivo y en lo táctico. A pleno pulmón, por fin, estaba listo para afrontar, con éxito, el desafío emocional planteado por Simeone.
Cuando regresó de su cesión dispuesto a ganarse el sitio en el Atlético, la leyenda negra sobre Óliver y el Cholo volvió a planear. Voceros mal informados o mal intencionados, que de todo hay, volvieron a la carga: que si el Cholo no lo quería, que saldría de nuevo, que si su relación era nula y que el chico no tragaba a Simeone. Mediado el verano, que Óliver pasó sin vacaciones, sacrificándolas para operarse de los hombros, el Porto volvió a llamar a la puerta. En el transcurso de la operación Jackson, solicitó una nueva cesión. Cuando el Atlético ya había negociado y todo se iba a cerrar, Simeone, ese que según los voceros no quería al chico, truncó la operación. Frenó en seco todo, dejó al Porto sin fichaje y explicó a Óliver que tendría un papel clave en el equipo, que había crecido y que, si él daba todo lo que tenía, jugaría de titular. Así está siendo. Este Atlético sigue teniendo ardor guerrero, pierna dura, defensa de roca y contragolpe supersónico, pero ahora también tiene a un Von Karajan de Extremadura, a un talento diferencial con la pelota. A Arda muerto, Óliver puesto. Lleva el diez a la espalda, se apellida Torres, se llama Óliver y se ha ganado, a pulso, un sitio en un equipo que no negocia el esfuerzo y que necesita su enorme clase. Simeone quería más de él y Óliver se lo ha dado. Ganan ambos, vuela el Atlético.
A la orilla del río surgió un talento de apellido ilustre, Torres, y nombre de dibujos animados, Óliver. Un talento precoz, humilde, de genes extremeños y mirada limpia, con aire de Torete y descaro de patio de colegio. Uno de esos millares de niños que sueñan con debutar en Primera y que, cuando crecen, tienen...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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