Procés Català 2015
¿Qué está pasando? ¿Qué puede pasar? ¿Cuándo empezó todo?
Guillem Martínez Barcelona , 2/09/2015
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Se habla tanto sobre Catalunya que, periódicamente, es bueno dejar de hablar, y enumerar e inventariar lo que en verdad está pasando. Que a estas alturas del partido aún sea pertinente preguntarse por lo que está pasando, indica que la confusión es amplia. Lo que invita a hablar de un estado de desinformación llamativo. Algo, por otra parte, muy propio y castizo de lo que el último Informe Reuters ha calificado como el país con los peores medios informativos de Europa. Por aquí abajo, los medios son, en fin, lo que la guerra en el XIX: la prolongación de la política por --nunca mejor dicho-- otros medios. Posiblemente, por eso, la sociedad catalana y el resto de sociedades del Estado están al día de lo que dicen sus respectivos gobiernos al respecto de esta u otra crisis, pero muy lejos de saber lo que está pasando. ¿Qué está pasando? ¿Es un mero choque entre élites españolas y catalanas? ¿Es la unión de amplios sectores de la sociedad para crear un Estado? ¿Es un tramo más, si bien macizote, de la crisis política española? ¿Lo es de la crisis democrática europea? ¿Qué está pasando? ¿Qué puede pasar? ¿Cuándo empezó todo? Bueno, esa última me la sé. Todo empezó en un lóbulo central, la parte más divertida del cerebro humano. No se lo pierdan.
Un señor del aparato del PSC: "Todo esto a lo que hemos llegado con Mas empezó con un tío con alzhéimer"
EL HOMBRE QUE CONFUNDIÓ ESPAÑA CON UNA DEMOCRACIA.
En 2010, una sentencia del Tribunal Constitucional invalidaba el Nou Estatut de Catalunya, un intento inteligente y malogrado de hacer una pirueta sensacional: declarar un Estado plurinacional y, de facto y a través de un modelo de financiación calcado del de los landers alemanes, modular un Estado federal, sin utilizar la alocución Estado Catalán. Todo ello a través de un Estatuto de Autonomía, es decir, sin tener que tocar la Constitución --única forma, me temo, de intentarlo--, sino estirando su interpretación. La cosa, como ya sabrán, no coló. Chocó con lo que unos años después se dibujó como Régimen del 78. El pack instituciones, partidos, medios, y determinadas arrugas en el cerebro. Tres partidos, concretamente los tres partidos más importantes de la Restauración 2.0, invalidaron la propuesta, posiblemente porque les resultaba, antes que inasumible, inimaginable, algo contra natura y que podía acabar con sus mitos, pero también con su razón de ser, sus dinámicas, su capacidad de lectura de la realidad y sus negociados. A saber: el PP, primero a través de peligrosas campañas y boicots, que caían de cuatro patas dentro de la catalanofobia, si no en tradiciones aún más inquietantes y menos ambiguas y, después, a través de la sentencia del Tribunal Constitucional, ese homenaje local a la ausencia de división de poderes.
El PSOE participó ofreciendo al invento una absoluta incomprensión, de la que es una bella metáfora una declaración del extinto Alfonso Guerra. Aludiendo a lo que se tenía que hacer --y se hizo-- con el Nou Estatut a su paso por las Cortes, el egregio estadista razonó: "Nos lo vamos a cepillar". Finalmente, CiU aportó su grano de arena a este nivelón político y democrático en una reunión sorpresa y secreta en Moncloa, entre ZP y Mas, publicitada desde el Gobierno y CiU posteriormente como uno más de esos pactos entre titanes que hacen historia por aquí abajo. En la reunión esa, por cierto, se recortó el modelo de financiación hasta hacerlo irreconocible. O mejor, absolutamente reconocible y parecido al anterior, esa negociación continua, líquida, sensible de ser capitalizada electoralmente y, me temo, económicamente, que tanto rentabilizó el Pujolato. La idea del Nou Estatut, por cierto, partió del President Pasqual Maragall. Era, ojo al dato, una idea desinhibida. Se trataba de cambiar completamente el anclaje de Catalunya en el Estado, hacer otro pacto, renovable, que abarcara a otra generación, a lo Jefferson. Suponía, sin traspasar el trade-mark Transición, meterse en otra cosa, fundamentada en derechos antes que en identidad, en la que los partidos que velaban por el rol identitario y encorsetado de Catalunya y de España desde el 78 --PP, PSOE, CiU--, quedaban descolocados. El enfrentamiento del PSOE y del aparato del PSC con Maragall fue, consecuentemente, uno de los más duros. De hecho, desde ese rincón se empezó a desprestigiar a Maragall, incluso pisquiátricamente. ¿Cómo empezó esto, como empezó la crisis catalana? Un señor del aparato del PSC me respondió al respecto hace poco: "Todo esto a lo que hemos llegado con Mas empezó con un tío con alzhéimer". Me parece una respuesta cruel, bestia. Pero correcta. Y más si pensamos que, en sus inicios, el alzhéimer, como sabemos todos los que hemos visto a mamá en ese trance, provoca en el lóbulo frontal desinhibición, unos arranques de humanidad y espontaneidad bellos y absolutos, que te acercan, lo dicho, a Jefferson, aquel presidente libertario. O, lo que es lo mismo, que te alejan de un Estado con un lóbulo central atrofiado por traumatismo violento desde el XIX.
La sentencia del Tribunal moduló la certeza de que era imposible cualquier cambio político en el Estado
LA DESAFECCIÓN. La sentencia del Tribunal fue un shock en la sociedad catalana. Moduló la certeza de que era imposible cualquier cambio político en el Estado. Cualquiera. No se entendió esa frustración. No la entendieron ni PP, ni PSOE, ni CiU, que tal vez sólo vieron en todo ello otro episodio, sensible de ser rentabilizado, en la evolución del único tema posible de discusión por aquí abajo desde 1978: el territorial. De hecho, el artista anteriormente conocido como CiU no participó en ninguna de las casillas siguientes, determinantes y animadas por la CUP y por organizaciones ciudadanas: la organización de decenas de referéndums municipales de autodeterminación --inútiles, pero simbólicos-- en todo el territorio. CiU no sólo vio con desconfianza esas consultas, sino que, incluso, no las llegó a ver en su esencia, es decir, a comprender. Es más, cuando gana las elecciones y vuelve al poder tras dos tripartitos --el último, con Montilla como Presidente, supuso un aumento galáctico de la deuda de la Generalitat, sólo superada en breve por Mas, y el inicio del acceso de la Institución a la ruina y su intervención--, en 2011, no hay nada de eso ni en su vocabulario, ni en su programa, del que se publicitaron dos grandes puntos. La asunción de un gobierno Bussines Friendly --no es un chiste; era, glups, la alocución más repetida en la campaña--, y la consecución de un Pacto Fiscal, una financiación de tipo régimen foral, el único acceso federal en el país favorito de la Divina Providencia, sumamente improbable en un Estado con una dilatada tradición, ejemplificada con el Nou Estatut, de no negociar nada consigo mismo.
El 15M y su programa incipiente de democracia real se abrió paso en la sociedad con relativa facilidad y simpatía en la Catalunya urbana
Y EN ESO LLEGÓ EL 15M. El primer Gobierno Mas fue una ruina política, que le condujo al vacío en pocos meses. CiU, en aquellos momentos, votó todas las contrarreformas democráticas posibles en el Congreso, más allá del deber, en tanto sus votos no eran matemáticamente necesarios. No votó, es cierto, la reforma constitucional exprés --no era matemáticamente necesario--, pero sí que la celebró explícitamente y alabó la valentía y la responsabilidad de la medida. Pero sí votó joyas como la Ley de Estabilidad, que le obligaría en breve a la imposibilidad de crear políticas más allá de la austeridad, una vía que había iniciado, por cierto, mucho antes y con mayor brutalidad que el PP, con la emisión de unos presupuestos de abandono del Bienestar, con los que se iniciaba en Catalunya la post-democracia, la austeridad y la restricción de derechos. Preciosismo: para argumentar esos recortes, desde entonces se invocaban leyes españolas que les impiden otras políticas. Algo incuestionable, como también el hecho de que esas leyes han sido construidas también por CiU.
Paralelamente a todo ello, las calles ardían. Los casos de corrupción hervían. El 15M y su programa incipiente de democracia real se abría paso en la sociedad con relativa facilidad y simpatía en la Catalunya urbana. Opciones independentistas --invocaban en ocasiones a la radicalidad democrática, es decir, que suponían un contacto intelectual con el 15M--, que abogaban por un referéndum de autodeterminación, dominaban la Catalunya menos urbana. CiU, a su vez, no era una cosa ni otra. Era, exactamente, lo contrario a ambas cosas, era un partido del Régimen del 78, uno de los partidos que, más concretamente, habían redactado esa Constitución que ya no existía en su título territorial y en su articulario social. CiU olía a cadáver. En eso, en un golpe de genio, sucedió algo que nunca antes había hecho un Gobierno en el Estado. En aquel año, tan rico en manifestaciones, se vinculó completamente a las demandas de los manifestantes. No fue, por supuesto, una mani del 15M, contra los recortes o por una ampliación de la democracia. Fue tras la manifestación multitudinaria del 11S de 2011. Mas decidió suspender sus discursos político-estéticos en marcha --ese Pacto Fiscal improbable, que no emocionaba a nadie; esa alocución, business friendly, que adquirió otro significado, no deseado y más certero, tras el 15M; prosiguió, eso sí, con sus políticas de austeridad y de privatización de servicios--, y abrazar la causa independentista, que nunca llamó por ese nombre --ha empezado, de hecho, a utilizar el palabro independencia hace escasas semanas--. Nacía el Procés. Es decir, la apropiación y modulación de una demanda ciudadana por parte de un Gobierno. Esa cosa más española que las lentejas.
¿Cómo se hace un político, un partido, un Govern, independentista en una tarde? Es difícil explicarlo. Es más fácil razonar para qué. Para no morir.
LA IMPROVISACIÓN. Sobre el carácter improvisado de ese Procés, dos datos. Tan sólo unos meses antes de la caída de la mula de Mas, Hillary Clinton, la secretaria de Estado norteamericana en ese momentos, envía a su colaboradora Anne-Marie Slaughter a Barcelona, para entrevistarse con Mas y saber, de primera mano, si existía una propuesta, o un futurible gubernamental de independencia. Poca broma. En la entrevista, Mas se fue por las ramas retóricas, incluso cuando su interlocutora le preguntó, directamente, qué quería Catalunya. Tras finalizar su entrevista, en el Palau de la Generalitat, Slaughter, declaró: "Jamás he tenido una reunión tan inútil en un sitio tan bello".
Otro dato que indica el carácter precario, sorpresivo y, tal vez, meramente nominal del giro de Mas es que, también unos meses antes, fue el propio Mas el que echó un capote, determinante y repleto de voluntarismo, a la Monarquía, cuando le estalló en las narices el caso Nóos. El President y buena parte de su gobierno asistió y animó un acto de la Fundación Príncep de Girona con el príncipe Felipe, algo extraño y fuera de lugar en un Gobierno pretendidamente del Sinn Fein. Y aquí, cabe señalar, para evaluar la importancia e, incluso, la verosimilitud del giro de Mas en septiembre de 2012, que no es fácil materializar un cambio cultural tan grande de manera tan rápida. El corpus del catalanismo, un corpus amplio, que aglutina propuestas de izquierda --Almirall, que agrega al federalismo proudhiano de Pi I Margall el hecho identitario; Macià, un republicano radical que plantea una federación de repúblicas y la elaboración de Bienestar, algo importante en, tal vez, la sociedad más republicana de la Península; Joan Peiró, anarquista, que plantea Catalunya como cultura y lengua a defenderse del Estado...--, hasta la derecha --el obispo Torres i Bages, que une catolicismo a identidad, Prat de la Riva, que desde opciones monárquicas plantea la participación catalana, o mejor, su liderato, en el Gobierno central, Cambó, que la realiza, Pujol, que crea un catalanismo conservador y colaborador en la gobernabilidad del Estado, sin pasar por la casilla Cambó, sin pasado franquista..--. Todos esos catalanismos tienen en común España. Es decir, la defensa y el control, frente a un Estado feroz, a través del republicanismo federal, de una nación sin Estado, y con la lengua sin Estado más hablada en Europa --en la izquierda--, o la participación en la gobernabilidad del invento con ciertas garantías identitarias y cierto acceso al gran negocio español, el Estado --en su derecha--.
El independentismo, el aplazamiento y omisión del concepto España, es, por tanto, otra cultura. Pasar de una cultura catalanista a otra independentista puede requerir, por tanto, una o varias generaciones --al parecer, eso es lo que ha pasado en un gran sector de la sociedad catalana, me atrevería a señalar--, y no unos minutos --a modo de ejemplo: el anterior Consell Nacional de CiU sólo disponía de dos personas que se autodeclaraban independentistas; esta mañana a primera hora, todos--. ¿Cómo se hace un político, un partido, un Govern, independentista en una tarde? Es difícil explicarlo. Es más fácil razonar para qué. Para no morir. Mas se abrazó a lo que tenía más a mano. El otro madero estaba más lejos, tenías clavos ardiendo, no tenía bandera, era más difícil de instrumentalizar y se llamaba 15M.
PAX CATALANA. Tras unas nuevas elecciones, en las que CiU asume como programa estrella una consulta para el derecho a decidir --como programa real, sigue con la austeridad anterior y con la creación de riqueza, entre amigos, con el único negocio posible ya en el Estado: la venta del Estado--, el anterior partido catalanista sufrió un descenso llamativo de parlamentarios, que le impidió percibir su gran logro electoral --era el único partido de gobierno del Sur de Europa, emisor de recortes y austeridad, que no sólo no se descalabraba, sino que ganaba unas elecciones; no ha vuelto a suceder en esta crisis del Sur, que acaba con todos los partidos que gobiernan--. Se iniciaba el Procés, una serie de medidas que culminarían en 18 meses con un referéndum y la proclamación, en caso de victoria del sí, de un nuevo Estado en la UE. Hay dudas, empero, de que el Procés existiera. O, lo que es lo mismo, sólo podía existir en una cultura en la que las declaraciones de políticos adquieren rango de información no verificable. Los jalones señalados en la Hoja de Ruta gubernamental se fueran cumpliendo a duras penas, fuera de plazo y sin ningún tipo de logro. Aun así, los medios próximos al Govern --públicos y, ejem, concertados, como en Madrid--, y grandes firmas periodísticas, también cercanas a CiU o ERC, hablaban, en todo caso, de "jornada histórica", en cada una de las ceremonias que se fueron creando cada vez que Mas firmaba un papel. Y firmó muchos. Desde la redacción del Génesis, no fueron inventariados tantos días históricos. Ninguno supuso ninguna ruptura estructural ni el alejamiento del orden establecido. Ejemplo: sí, el Parlament votó una declaración por el derecho a decidir, pero era la cuarta desde 1978. El hecho propagandístico, inverificable, se convirtió en hecho periodístico, a unos niveles que Barcelona, una ciudad más alejada que Madrid del poder, nunca había vivido en democracia.
Curiosamente, a pesar de la propaganda, de la sucesión de días históricos, de los grandes avances continuados hacia la independencia, el Procés no se traducía en nada. La razón, posiblemente, era el absoluto respeto a la legalidad por parte de Mas. O, lo que es lo mismo, la firme decisión de que todas estas maniobras no condujeran a nada. Es decir, la ausencia de Procés. ¿Qué supuso, por tanto, la existencia de un Procés que no existía? Supuso una pacificación social. Las protestas en la órbita del 15M y contra los recortes fueron, en cierta manera, desarticuladas. El Procés pasó a serlo todo, y las protestas antigubernamentales, una suerte de boicot al Procés, organizadas por quintacolumnistas del españolismo. Paralelamente, se intensificó el proceso de austeridad y postdemocracia. Los primeros presupuestos post-democráticos, votados por el partido catalanista CiU y PP --el PPC, según sus estatutos, también es catalanista, ese concepto tan laxo--, fueron prorrogados e intensificados por el partido soberanista CiU y ERC. La represión policial a los manifestantes y movimientos aumentó, fue más dura y conllevó más manifestantes mutilados y más detenidos pendientes de condena que en Madrid, otro punto caliente en aquel momento. En efecto, había indicios, no confirmados por la prensa local e intelectuales afines, que habían descubierto el muñozmolinismo / la necesidad y la felicidad resultante de dar la razón a su gobierno, de que el Procés era un ejercicio de rapto de una iniciativa ciudadana, que permitía seguir elaborando con menor conflictividad social, la austeridad. Si eso es cierto, ¿cómo se consigue con tanta facilidad?
PROPAGANDA DOMÉSTICA. Seguramente, a través de la participación de la propaganda. Como dice Chomsky, la propaganda, en democracia, es como la violencia en una dictadura. Por lo que sea, aquí abajo es fácil practicarla, existen condiciones que facilitan que un Gobierno elabore mensajes, verticalmente, y con poco control y crítica. El Aznarato, la capacidad de elaborar mensajes verticales, no contrastables, y políticas arbitrarias y no democráticas, utilizando su dominio del marco democracia y constitución, de manera que quien critique esos mensajes queda fuera de esos marcos, es la prueba. Posiblemente, en Catalunya pasó algo parecido. En la creación de propaganda, exitosa, han brillado con luz propia dos ONG muy G, en la línea, en ese sentido, de la AVT, más española, epistemológicamente, que las lentejas: Omnium --una entidad cultural conservadora, fundada por el catalanismo conservador durante el franquismo--, y la Assemblea Nacional de Catalunya, una organización no asamblearia, dominada hoy por CDC en sus tramos altos, y con bases muy amplias, populares, democráticas y con sensibilidad social.
La anterior presidenta de ANC, Carme Forcadell, es la autora de la frase "No molesteu el Govern amb preguntes, que està treballant per la independència", toda una metáfora. La propaganda giró en torno al tema económico y al tema democrático. Por una parte, se elaboró la idea, a través de políticos, medios e intelectuales --la tertulia informativa, desacreditada en Catalunya, está viviendo su edad de oro--, de que el independentismo era una solución económica, antes que identitaria --algo importante en un país con gran cultura republicana--. Catalunya, como Alemania, era un país rico, exprimido por el Sur. Catalunya debía eliminar su Sur, como Alemania estaba poniendo a raya el suyo. Es decir, snif, también a Catalunya.
La solución era el Estado. Un Estado --en TV3 se emitió un documental al respecto, récord de audiencia--, que podría recuperar el Bienestar sin IRPF, tan sólo con impuestos indirectos / socorro. Catalunya, en fin, volvería a la primera división económica en cuanto tuviera las herramientas de otros Estados soberanos. Como Grecia, Portugal, Irlanda o España, vamos. Curiosamente, Catalunya no podría salir de la UE en tanto que chollo para la UE. Sería tan rica que pagaría irrechazables fondos de cohesión, que ahora, por cierto, la empobrecen. Sobre el tema democrático, se presentó al pack España como un ente, en ocasiones una cultura o raza --els espanyols--, con problemas innatos con el concepto democracia. Su gobierno, en lo que es un hecho incuestionable, se negaba a dejar votar a sus ciudadanos catalanes. Pero en ese discurso también se omitía que el Govern se había negado a someter a consulta la austeridad, que había participado, vía Congreso, en el mayor recorte de la democracia y los derechos en Europa desde 1945, y que la cultura política, ética y de poder de CiU no difiere del max-mix que puede integrar a, pongamos, Rajoy o Bárcenas, por citar dos grandes ideólogos.
Los medios y el nivelón intelectual del político medio español, proclive a ver nazis, autoritatismo, ataques a la democracia en todas partes, menos dentro de sus zapatos, ayudó a consolidar la impresión. En fin. Sobre estos dos vértices propagandísticos se elaboró el Procés, que era, por cierto, poca cosa. O, al menos, así quedó verbalizado en el Congreso, cuando una delegación del Parlament fue a explicarlo. Sinopsis: consistía en una consulta, no vinculante, con dos preguntas --es decir, lo contrario del nítido, vinculante y democrático referéndum escocés, lo contrario que un proceso de autodeterminación--. que daría imperium a un Govern para negociar con el Gobierno. ¿Negociar, qué? ¿La independencia? Un orador de CiU lo explicó: "Déjennos votar y eso nos servirá para que podamos seguir hablando".
El Procés, vamos, era en su fase final --lo había sido en las anteriores--, tal vez la demanda dramática de CiU --a un PP que estaba utilizando la crisis económica para un cambio estructural en el Estado, también recentralizándolo--, para seguir existiendo, para continuar con su rol, para no morir, para poder seguir siendo lo que fue desde el 78.
La pregunta es: ¿Cómo puede quedar reducido a tan poca cosa --dejar votar a una sociedad algo no vinculante, un par de preguntas que dificultaban el éxito independentista, a cambio de que CiU volviera a tener su relación de interlocutor con el Gobierno--, lo que en Catalunya era presentado como un acceso a la autodeterminación, como un proceso histórico, épico e imparable hacia el Estado de Bienestar propio?
La otra pregunta es: ¿Por qué eso no creó indignación en Catalunya? Supongo que por el dominio absoluto del marco catalanismo que, en ese momento, tenía CiU. Ese dominio le facilitó pasar de ser autonomista a independentista. O, si así lo hubiera querido, a veganista. Y le facilitaría la admisión social de cualquier cambio posterior de opinión. CiU, hoy CDC, es, sin duda, el partido más libre del Estado, el que puede realizar más giros y cambios con menor erosión.
NUESTRO AMIGO MARCO. El catalanismo conservador desapareció en 1931. En 1936, residual, participó, salvo excepciones, en la Guerra Civil en su bando más próximo, y sus élites constituyeron, colaboraron y/o se enriquecieron a lo largo del franquismo. En 1978 era un fósil, hasta el punto de que CDC, en las primeras elecciones democráticas, tuvo que renunciar a él, por ser algo bochornoso e incomunicable, y presentarse como partido socialdemócrata. El único, por cierto, en la Catalunya de aquel momento. Desde el 78 ha ido adquiriendo carta de hegemónico. El Procés aumentó esa hegemonía a niveles incomprensibles. De hecho, una parte notoria de la propaganda del Procés ha consistido en acercar la idea de Estado propio al corpus ideológico ulterior de CDC: el ultraliberalismo, un Estado que se financia con el IVA, que confía en la empresa para crear riqueza, y que privatiza servicios, que no son necesarios en una sociedad con iniciativa y cohesionada, no a través de derechos, sino de identidad. Vamos, otra España, que no la otra España.
En el Procés, por ejemplo, se ha hablado poco de libertades y derechos. Todos quedan englobados en la Llibertat Nacional, en Catalunya, el marco que domina CiU, y de todo ello se hablará cuando se acceda al Estado, no antes. Hacerlo no es ni positivo ni patriota, tan poco como, en su día, cuestionar el centralismo democrático del PCE, o la corrupción o los asesinatos del PSOE o las privatizaciones millonarias del PP, ¿recuerdan la disciplina? El dominio de CiU en el Procés fue apoteósico. Ningún político, de CiU o de cualquier otro partido firmante, reconocía la viabilidad del intento en privado, pero aun así, seguían en ello, sin desmarcarse públicamente, sabiendo que podían ser tachados, por CiU, como traidores, como los que se descolgaban de un proceso y lo condenaban a muerte. Y así sucedió después de la negativa del Congreso a la consulta, el fin del trayecto político que se había fijado Mas, si bien ERC y ICV, llegados a esa vía muerta, se descolgaron del pacto con el paso del tiempo.
El Procés técnicamente ya no existía. Acabó como empezó. En una tarde.
Mas estaba solo con sus políticas antisociales y sin ningún juguete a mano. Es entonces cuando, con el solo apoyo --más que apoyo, la iniciativa principal-- de CUP, decide convocar la consulta. Se trata de una consulta difícil de interpretar. CUP --independentismo de izquierdas, radicalismo democrático, defensa de derechos-- veía en esa consulta un hecho rupturista, un desafío democrático al Estado, un empoderamiento ciudadano. Y era todo eso, sin duda. Pero también otras cosas más. Por ejemplo, era una bicoca gubernamental. La consulta, que no era vinculante, pasó a ser algo menos: simbólica. Era un objeto sin otra función que la simbólica. Los símbolos sólo son sensibles de ser interpretados, y CiU disponía de la hegemonía y las herramientas para marcar la interpretación mejor y más certera. El Gobierno Central colaboró en fabricar esa interpretación, arrojando la caballería / fiscalía, a pesar de que el Fiscal General informó, inicialmente, de que una consulta no oficial, no vinculante, técnicamente organizada por organizaciones civiles, no era un delito, como así lo tendrá que reconocer algún día alguna instancia internacional.
Hoy Mas, uno de los mayores recortadores europeos, vinculado con un partido del Sur con una llamativa trayectoria demostrada de corrupción, es un héroe civil, encausado por defender la democracia, como se encargó de recordarle a Ada Colau en la primera recepción en el Palau de la Generalitat como alcaldesa de Barcelona. Tras la consulta, CUP abandonó a Mas. El Proceso, ahora sí, finalizaba. Sin ningún resultado. Salvo la hegemonía de Mas, de CiU.
El Procés ha salvado la vida a CDC, caso único de partido de austeridad en el Sur. Pero eso no sucederá por mucho tiempo. Hay que refundar el Procés. Y con él, a CiU.
DEL PROCÉS A LA REFUNDACIÓN. Es entonces cuando Mas realiza la auténtica pirueta de todo esto. El Procés ha salvado la vida a CDC, caso único de partido de austeridad en el Sur. Pero eso no sucederá por mucho tiempo. Hay que refundar el Procés. Y con él, a CiU. Mas empieza a trabajar en una lista única, que agrupe a todos los partidos que firmaron el Procés, y que camufle en su interior a CiU, acuciada por sus políticas reales y por sus casos de corrupción, que hasta ahora --todo puede cambiar-- no han causado mella, aun a pesar de la información sobre casos de corrupción y business friendly que-no-cesa en la Sanidad, o aun a pesar de la espectacularidad, en ocasiones, no contrastada, de casos y cosas que ha ido exhibiendo el Gobierno Central puntualmente, vía filtraciones, coincidiendo con campañas electorales.
CUP, ERC, ICV, se desmarcan de ese cadáver. Incluso Omnium y ANC no parecen muy animadas. Paralelamente, Mas anuncia elecciones. Literalmente. Las anuncia, para el 27S, pero no las convoca. De hecho, supedita, en privado, las elecciones, a la existencia de una lista común del soberanismo --se utiliza ese palabro, no independentismo--. Nadie da un duro por esa opción, que implicaría que ERC, por ejemplo, renunciara a su proyección --ganó las últimas europeas--, y a su posibilidad, factible, de sustituir a CDC, que no a su marco, en el poder. Pero, inopinadamente, eso sucede. Tras un viaje privado de Oriol Junqueras a Sudamérica, Mas le convoca, junto con CUP, Omnium y ANC a una reunión, para cerrar el asunto de la lista única. "Entramos 4 a 1, y salimos 1 a 4", declaró David Fernández, de la CUP, tras la reunión. En efecto, Ominum y ANC --ahora, con nuevo equipo, más vinculado a CDC--, que no habían valorado la opción de la lista única, ahora la defendían.
Acorralado, literalmente amenazado por salirse de un marco que no dominaba, o que no se atrevió o valoró desafiar, Junqueras aceptó. En el Consell Nacional de ERC posterior, que tenía que aprobar la propuesta, nadie, más allá de Junqueras, la defendió. Tras el discurso patriótico de un parlamentario, en el que al parecer se sugirió que si no se adelantaban las elecciones, el Procés no resistiría el paso del tiempo y moriría --es decir, que sería, se entiende, entendido como una cortina de humo para otras políticas--, se decidió aprobar el pacto vía un curioso sistema de votación: por aclamación. Aclamaron con las manitas, aplaudiendo. Nacía el nuevo Procés.
Sinopsis: una lista única --40% de ERC, 60% de CiU, independientes cercanos, se supone que en esa proporción--, itinerario de, también, 18 meses, que culminarían, en esta ocasión, sin consulta, tras una declaración unilateral de independencia, con la redacción y la votación en referéndum de una constitución de la República Catalana. El procedimiento y la dinámica se parece muy mucho a esa joya llamada Transición Española, en la que sólo se pudo votar la Constitución, a lo todo-o-nada-system. Posiblemente, una metáfora de cuál es la cultura política de los emisores de la propuesta. No es, se diría, una cultura alejada de la hegemónica en España. No es, por tanto, una revolución democrática, un cambio en la cultura de los derechos.
LA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA. La gran diferencia de esta emisión del Procés es --recuerden que CDC es un partido con amplia libertad de movimientos, dado su dominio del marco-- su acento social, hace unos pocos meses inexistente. Los discursos de la nueva lista única son sociales, si bien contradicen con ello el discurso del 60% de la lista, y las votaciones en el Parlament del otro 40%. La presumible razón de tanto énfasis es el gran susto de CDC en estos años de Procés: el nacimiento de Barcelona en Comú, y su toma del poder de la alcaldía de Barcelona. Es más, en esta emisión del Procés, la lista única ha adoptado el vocabulario del 15M y de Barcelona en Comú. El dret a decidir ha pasado a ser un Procés Constituent. Se habla de crear tramos de IRPF justos, de derechos sociales --por concretar--, de un salario social o, incluso, universal --por concretar--, o de Revolució Democràtica. Se han adoptado propuestas de propaganda, fundamentadas en el voluntariado, al modo de Barcelona en Comú. Y aquí se acaban los parecidos. No hay diagnóstico ni lectura de una crisis de la democracia en Europa. La UE, cuna y ataúd de la democracia, es nuestra amiga, velará por nosotros frente al régimen corrupto español, o como decía un tuit de la cuenta oficial de CDC: "Será tan inclusiva con Catalunya como lo está siendo con Grecia" --no, no era un chiste--.
No hay diagnóstico de la crisis de Régimen española, en tanto que Catalunya no es España y que la refundada CDC no tiene nada que ver con su pasado. Siempre fue independentista, o lo pensó frecuentemente, cada día y a la misma hora. Quizás, en este tema, sólo se alude a la incapacidad democrática de España y els espanyols. No hay diagnóstico de la crisis económica ni del cambio estructural en el Estado español. La primacía de la economía financiera sobre el Estado, el cambio de democracia por deuda, no se contempla, en tanto será solucionado, paradójicamente, con la creación de un nuevo Estado. No hay discurso sobre la corrupción, en tanto es una arma que utiliza el Gobierno y el Estado --lo que no está mal visto, por cierto-- para desacreditar una revolución democrática.
Es posible que ganen. No es verosímil que se inicie el proceso anunciado, carente de plebiscito --unas elecciones, sometidas a demarcaciones territoriales, en las que el voto en Barcelona, más del 50% de la población, está corregido y es menos importante que el de, pongamos, la zona rural de Lleida o Girona, no pasan la ITV como plebiscito--, carente de homologación internacional. Quizás tampoco sea esa la función de la cosa. Las cosas, en ese sentido, son su función. La función del Procés ha sido doble. Introducir la austeridad y la postdemocracia con menor violencia social, y refundar, y muy bien por cierto, a CDC. El independentismo catalán, como anteriormente el autonomismo, prefigura ser un largo trayecto que creará nuevos profesionales. Muchos de ellos, los mismos que en la anterior etapa, poseedores, por tanto, de la misma cultura.
En España --un Estado en crisis radical, cuyas instituciones, del rey abajo, están salpicadas por la corrupción, que está en crisis estructural y en cambio de época, que sólo ahora empieza a observar que su mayor paréntesis democrático coincide con su desindustrialización y su condena al ladrillo, a la empresa regulada y al turismo, que ha realizado recortes en democracia y en derechos únicamente comparable a los acaecidos en Hungría--, la crisis política adquirió dos proyecciones ciudadanas descomunales: el 15M y el Procés Català. Es posible que ambas dos ya estén notoriamente desarticuladas y raptadas y desfiguradas por los partidos. Lo único que puede devolver a esos movimientos su rango de respuesta democrática frente a lo que está pasando es recuperar en ellos la iniciativa ciudadana. Será difícil, pero es que también va a ser largo, y habrá tiempo, incluso, de eso y, más frecuentemente, de lo contrario.
Se habla tanto sobre Catalunya que, periódicamente, es bueno dejar de hablar, y enumerar e inventariar lo que en verdad está pasando. Que a estas alturas del partido aún sea pertinente preguntarse por lo que está pasando, indica que la confusión es amplia. Lo que invita a hablar de un estado de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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