Televisión / ‘Mar de plástico’
Neotipismo andaluz
Antonio García Maldonado 30/09/2015
Invernaderos de Almería que sirven de localización en Mar de plástico
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Un gran termómetro del éxito de algo es la cantidad de copias malogradas que produce. Relojes, discos, libros, películas. Sean falsificaciones, remakes o simulaciones más o menos veladas. Artísticamente, todo remite a algo, por más empeño que pongan en negarlo sus creadores. Aunque peor es cuando esto se hace sin ninguna intención de disimularlo, y sin talento. Espectador, aquí tiene su cuarto y mitad de tópicos y el lenguado para su niño, vaya con Dios.
Póngase el delantal, abra el recetario y comience a condimentar el guiso: un manojito de tipismo andaluz a lo La isla mínima pero con brocha gorda –si dispone en su colmado de los mismos actores, miel sobre hojuelas–; una pizca de la truculencia y de la fotografía de True Detective o Traffic; una permanente música de fondo con timbales y coros bereberes como en El niño o La caja 507; una mihita del consabido y sabroso conflicto racial con los calés o los moros; un empresario malísimo; políticos corruptos; rusos o albaneses sin escrúpulos; traumas escondidos. Apague el fuego, eche un puñaíto de sal, llévese el guiso a la boca y comprobará usted que lo que ha cocinado tiene más sabor a Torrente 2 que a Crematorio o a Twin Peaks.
El problema de Mar de plástico, que se nos vende como un thriller mediterráneo, es ese: que causaría menos sorpresa la aparición del señor Barragán como soplón de la Guardia Civil de Aguamarga que la llamada del McNulty de The Wire para ayudar a resolver el caso de una chica asesinada y decapitada en los invernaderos almerienses. Pero me importan menos los lugares comunes cinematográficos y el efectismo cutre –al fin y al cabo, hablamos de una industria– que los tipismos locales. Productores, directores, guionistas: habéis venido mucho a Andalucía, muchos veraneáis aquí, otros incluso tenéis vuestra segunda residencia junto al mar en alguna de nuestras costas. ¿Para cuándo una actualización del sistema operativo?
Hace muchos años, décadas, que hemos dejado de ser una versión 2.0 de los silencios y las maledicencias lorquianos. Esos grupos de quinquis insolentes con motos trucadas y ruidosas no son ni tan bravos ni tan omnipresentes. No hay tantas chonis descaradas. No tantos hemos dado un pelotazo inmobiliario o tenemos un primo que ha pasado una temporada en la cárcel por menudear con hachís. Algunos, incluso, prefieren la Filarmónica de Málaga a lo último de Andy y Lucas. Estudiamos en universidades, nos operamos en hospitales, viajamos en metro en Sevilla y Málaga. Las sillas de las terrazas de nuestros bares suelen ser mucho más dignas que las que soléis padecer en Madrid, que parecen recién llegadas de nuestras heladerías de los 80. ¡Y ese acento impostado de andaluz profesional de algunos personajes!
Todavía me acuerdo de la impresión que, hace ya más de una década, me causó escuchar la sobreactuada voz de una señora en los altavoces de un tren Málaga-Sevilla informándome, afectando el acento hasta el ridículo, de que “ehtamoh llegando a la estasión de Santa Husta”. Recordé entonces, y recuerdo ahora no sin disgusto, la cortinilla que Canal Sur emitió durante una buena temporada, recomendando con evidente orgullo al personal: “Si te sientes andaluz, dilo”. Díseselo. ¿Por qué? ¿A quién le importa? Me niego a tener una mentalidad de baile comarcal. Hay miles de formas de ser y sentirse andaluz. De aquellos polvos regionalistas, estos lodos cinematográficos –y políticos–. Qué aburrimiento.
Mar de plástico se emite los martes, a las 22.30, en Antena 3.
Un gran termómetro del éxito de algo es la cantidad de copias malogradas que produce. Relojes, discos, libros, películas. Sean falsificaciones, remakes o simulaciones más o menos veladas. Artísticamente, todo remite a algo, por más empeño que pongan en negarlo sus creadores. Aunque peor es...
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