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Mariano Rajoy.
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Pretender que, en las actuales circunstancias y con los actuales sondeos, el o los debates televisados entre candidatos a presidente del Gobierno se limiten a un cara a cara entre los representantes del bipartidismo tradicional, es decir entre Mariano Rajoy, del Partido Popular, y Pedro Sánchez, del Partido Socialista, supondría un último acto de prepotencia política por parte del PP, un último abuso de poder incalificable, al que debería negarse el propio Sánchez. El líder socialista ha dicho ya que está dispuesto a debatir a cuatro bandas; si el candidato popular se niega a ello, los demás deberían convencerle acordando celebrar sus debates a tres bandas, sin Rajoy.
Los ciudadanos sabemos perfectamente a estas alturas que, cara al gobierno de la nación, hay cuatro protagonistas políticos, no porque los cuatro tengan opciones de ganar los comicios, sino porque los cuatro serán elementos fundamentales en la geometría de pactos que se dibuja para después del 20-D. La democracia no exige que todos los candidatos en unas elecciones tengan el mismo tiempo y el mismo protagonismo en un debate, como hace ya más de 40 años establecieron los tribunales norteamericanos. Lo que la democracia exige es que participen quienes tienen opciones de liderar o de formar parte de un futuro gobierno del país y en esta ocasión, por primera vez, hay cuatro partidos claramente reflejados en ese escenario. Dejar fuera a Albert Rivera, de Ciudadanos, o a Pablo Iglesias, de Podemos, supondría una grave manipulación del marco político en que se celebran estas nuevas elecciones.
Es verdad que hay otros partidos que tuvieron representación parlamentaria en la legislatura que acaba: los nacionalistas, Izquierda Unida y UPyD, pero ninguno de ellos se encuentra en la situación descrita. Sería muy conveniente poder escuchar a sus candidatos en un debate televisado y los medios de titularidad pública deberían encontrar el espacio donde eso fuera posible, pero eso no invalida la propuesta anterior: el debate, o los debates, deben ser a cuatro.
Los debates televisados no son en ninguna parte del mundo una panacea que garantice votantes suficientemente informados. De hecho, como constata un estudio del experto norteamericano Newton Minow, nadie recuerda de qué hablaron John F. Kennedy y Richard Nixon en su famoso encuentro ante las cámaras, sino su actitud y su capacidad de seducción. (Para el record, conste que pasaron un largo tiempo debatiendo sobre las intenciones de China respecto a dos pequeños islotes en el Pacífico).
Tampoco Internet y los nuevos sistemas de comunicación digital, Facebook o Twitter, garantizan una mejor democracia (basta con leer los tuits y mensajes de la mayoría de los candidatos, más cercanos a simples eslóganes vacíos de contenido que a compromisos reales). Pero el que no garanticen esos objetivos no quiere decir que no sean prácticamente los únicos instrumentos disponibles hoy día para acercarse a ellos. Hay multitud de evidencia académica de que los debates televisados son mucho más importantes que los mítines o que cualquier otro tipo de encuentros electorales. Lo que habrá que plantear en España es la manera de mejorar su formato, hasta ahora muy encorsetado e ineficiente, no la indiscutible necesidad democrática de su celebración.
Los debates televisados en directo tienen la irresistible atracción de la incertidumbre, casi del peligro que corren sus protagonistas al acertar o equivocarse en sus respuestas y actitudes; quizás por eso son capaces de atraer audiencias de millones de espectadores (los dos debates entre Felipe González y José María Aznar, en 1993, Antena 3 y Tele 5, siguen siendo los dos programas con mayor audiencia de la historia de la televisión española, con el 75,3% de cuota de pantalla, solo superados por la prórroga de la final del Mundial de 2010). Los que enfrentaron a José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy en 2008 llegaron al 60% de cuota y el que celebraron Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy en 2011 no superó el 55%.
Obsérvese que los cinco debates televisivos celebrados hasta ahora tuvieron lugar cuando el PSOE estaba en el gobierno y que cuando ha sido la ocasión del PP, los ha rehuido. En esta convocatoria electoral no puede haber escapatoria para el Partido Popular: llega a las elecciones sin ser favorito claro y tendrá que pelear voto a voto. Renunciar al debate televisado sería interpretado como una muestra de desconfianza en su propio líder, Mariano Rajoy. La cuestión es si Pedro Sánchez le cerrará la puerta a cualquier otra posibilidad que no sea el encuentro a cuatro bandas o si aceptará el mano a mano y seguirá enrocado en la ficción del bipartidismo.
Pretender que, en las actuales circunstancias y con los actuales sondeos, el o los debates televisados entre candidatos a presidente del Gobierno se limiten a un cara a cara entre los representantes del bipartidismo tradicional, es decir entre Mariano Rajoy, del Partido Popular, y Pedro Sánchez, del...
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