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El pasado 7 de mayo, CTXT publicó un editorial titulado “Podemos ya tiene programa”. Nos parecía meritorio que ante unas elecciones municipales y autonómicas, siempre propensas a la dispersión e incluso a la contradicción, el partido que surgió del 15-M hubiera elaborado unas propuestas unitarias. Cinco meses después, aquella afirmación resulta discutible, sobre todo si nos fijamos en el debate Iglesias-Rivera, ofrecido por Salvados el 18 de octubre.
A dos meses de las elecciones generales, cuando toca concretar el programa y redoblar los esfuerzos de convicción y seducción para transmitir la necesidad de cambios profundos a los ciudadanos, Pablo Iglesias se retrató como un político cansado y confuso, por momentos tan cercano a su oponente que incluso ironizó con la posibilidad de presentarse juntos. Sin vigor ni rigor, el líder que saltó a la fama desde los platós de televisión apareció quemado, harto de su propio personaje, y fue incapaz de explotar la histórica ocasión para atacar los numerosos puntos débiles de su adversario y obtener ventaja de sus propias ideas.
La audiencia lograda por el programa de Jordi Évole demuestra que hay hambre de debates políticos siempre que éstos no estén trucados; y que la sociedad demanda otra forma de hacer y consumir política. Por primera vez desde la transición han surgido dos nuevos actores que se perfilan como decisivos a la hora de formar mayorías de gobierno, y la gente quiere confrontar sus propuestas electorales con las de los dos partidos que se han venido alternando en La Moncloa. Decir, como ha hecho el portavoz del PP, que el programa de La Sexta fue una tertulia de bar es no entender nada del nuevo diálogo político que exige un electorado ahíto de mentiras bipartidistas, de corrupción y de promesas que se lleva el viento o que desaparecen bajo las cortinas de humo que tanto gustan al PP.
Después de una legislatura infame, que ha aumentado la deuda, la impunidad y la desigualdad, los votantes quieren, queremos saber, no solo lo que un partido propone sino cómo piensa pagarlo. Rivera, un privatizador de manual, se movió con soltura y agresividad en el espacio de centro liberal --con seguro médico y plan de pensiones-- que trata de ocupar, en tanto que Iglesias se olvidó de asaltar los cielos y adoleció de indefinición, tal vez porque se encuentra en pleno tránsito desde la izquierda anticapitalista hacia una socialdemocracia homologable, dialogante, inclusiva, capaz de pescar votos no solo del PSOE sino también de C's y del PP.
Lo más decepcionante de su actuación fue la carencia de ideas concretas para hacer frente al primer problema de este país: el paro. Rivera vendió una vez más la falsa panacea del contrato único; Iglesias fue incapaz de replicarle con fundamento y de exponer planes concretos para combatir la temporalidad, convertida por la política antisocial del PP en una fábrica de trabajadores pobres.
El discurso vigoroso de lucha contra la exclusión social, que había sido la idea fuerza de las plataformas ciudadanas ante las elecciones municipales y autonómicas, parece haberse difuminado en aras de un pragmatismo que amenaza tanto la singularidad como la cohesión de Podemos. En el debate descubrimos que la cúpula del partido rupturista comparte con la formación que agrada al presidente del BBVA la admiración por el modelo social de Dinamarca, el país que inventó la flexiseguridad y que después de cuatro años de gobierno socialdemócrata tiene desde junio un primer ministro de la derecha liberal.
Es cierto que Iglesias habló de mejorar la renta básica de reinserción, de aplicar la dación en pago, de asegurar un consumo mínimo de energía, de garantizar la sanidad universal a los sin papeles… Pero en ningún momento dio la impresión de dominar las grandes cifras económicas, y en general le faltó energía, precisión y convicción en sus propuestas contra la desigualdad, y careció de contundencia en las réplicas. Ni siquiera parpadeó cuando Rivera prometió rebajar al 42% el tipo máximo del IRPF, tres puntos menos que el PP, excelente noticia para quienes tienen rentas superiores a 60.000 euros y ven a C’s como una alternativa respetuosa del statu quo.
Su confusión llegó al clímax cuando mezcló la prestación de determinados servicios (energía, combustibles, créditos, transporte aéreo) con la eventual nacionalización de esos sectores, lo que permitió a Rivera evocar tanto el franquismo como el comunismo. Como colofón, el líder de Podemos admitió mansamente que su adversario goza de mayor credibilidad para gestionar la economía. Cabe preguntarse si Ada Colau o Íñigo Errejón habrían cometido semejante dislate.
Iglesias tiene dos meses por delante para convencer a los votantes de que es el líder que puede cambiar este país a mejor, para demostrar que su flojera y sus vacilaciones no obedecen a una depresión permanente ni a la falta de propuestas de su partido. Precisamente el ascenso de Ciudadanos en el centro derecha exige que en la izquierda se afiance una alternativa real, moderna y creíble, capaz de elaborar un programa que permita, a la vez, recuperar la economía, garantizar empleos dignos y reducir la insoportable desigualdad que las recetas schäublistas han creado en España y en otras sociedades del sur de Europa.
La imagen ceñuda y anticuada de Iglesias refleja las sombras y las dudas de esta versión 2.0, convencional y poco estimulante de Podemos. El partido lleva meses pagando su bisoñez y las torpezas de sus expertos en comunicación; sus dirigentes parecen obsesionados por dar una imagen menos bolivariana y por comunicarse con los votantes a través de los medios y canales tradicionales, ignorando que el gran objetivo de ese sistema inicuo y manipulador es anular las demandas de democracia real del 15-M.
Iglesias debería saber que su tarea es más grande que él, porque consiste en devolver la dignidad, el futuro y los derechos a los millones de españoles que han sido expulsados del paraíso y que necesitan creer que hay alternativa y que es posible un giro radical. Pero eso no se consigue soltando vaguedades y topicazos de asamblea estudiantil en prime time. Podemos no es un partido más. O lo acompaña una marea de ilusión, de cambio y de justicia, o será un juguete en manos de los poderes financieros y mediáticos. Esta aventura nació para parar los pies al neoliberalismo rampante que considera que la democracia, los partidos, el sector público, los medios de comunicación y los derechos laborales solo son herramientas y pedazos del botín a repartir.
Si Iglesias no toma conciencia inmediata de esa responsablidad histórica, debería dejar, a la mayor brevedad, paso a otros. O, mejor todavía, a otras.
El pasado 7 de mayo, CTXT publicó un editorial titulado “Podemos ya tiene programa”. Nos parecía meritorio que ante unas elecciones municipales y autonómicas, siempre propensas a la dispersión e incluso a la contradicción, el partido que surgió del 15-M hubiera elaborado unas propuestas unitarias. Cinco meses...
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