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I.
El sábado 10 de octubre me apareció en el feed de Facebook un status urgente y perturbador. Sin mucho respeto por la sintaxis y con demasiada premura para la ortografía, lo firmaba desde Conakry (Guinea) Noel, uno de mis antiguos estudiantes. Noel refería para sus amigos digitales, en un francés salpicado de caprichosas abreviaciones fonéticas, lo siguiente:
“Lo que pasa en este país es grave, ¡muy, muy grave!
Ayer a eso de las 15-16h, mi familia y yo vivimos el momento más espantoso de nuestra existencia. Niños y niñas armados de machetes, de clavas y de filos detuvieron y rodearon nuestro coche en el trozo T7 y T8 de la carretera. Buscaban miembros de una etnia cuyo nombre prefiero callar. Nos obligaron a hablar nuestra lengua —el Kpèle--. De rehusarnos, de no poder hablarlo, nos matarían. Creí, mientras la turba crecía en torno nuestro, que había llegado nuestro último momento. Dos guardias forestales armados que andaban por los parajes lograron interceder y soltarnos. No supe qué pasó antes o después.
¡Eso no es eso lo que Guinea necesita!”.
Abajo aparecía el retrato de un compungido Noel, la cansada cabeza sostenida en el puño —¡él, el dandi que se sabe apuesto, siempre tan atento a sus mejores perfiles!
II.
Sé que debo apurar un mínimo de contexto, aunque lo que genuinamente me interese sea la anécdota pura, descontextualizada, para pensar a partir de ésta sobre los usos del machete.
La República de Guinea es uno de los países más pobres del África Occidental. Saltó recientemente a titulares y noticieros con la crisis del ébola —acaso hayan ustedes visto, en los controles migratorios de los aeropuertos del planeta, carteles que piden al viajero procedente de Guinea que se apersone ante las autoridades sanitarias--. El pérfido ébola paralizó la economía de un país de infraestructuras e instituciones ya de por sí endebles durante cosa de dos años.
Abrí, sí, el inciso subrayando la pobreza de esta antigua colonia francesa. Sin embargo bajo un inextricable manto de jungla, al extremo sur de la cordillera de Simandou (sudeste del país) yacen reservas de mineral de hierro —acaso la más ricas del planeta aún sin explotar— que las inescrupulosas mineras internacionales miran con avidez. En un mundo hambriento de acero, los intereses creados en torno a los contratos de explotación de semejante tesoro son, cabe suponer, singularmente difíciles de gestionar desde el poder. La Historia tiene mucho que decirnos —y vaya que el relato es cruel— sobre las materias primas en África: a menudo valen su peso en sufrimiento.
2. El 11 de octubre pasado se celebraron las segundas elecciones democráticas en la historia de Guinea. (La agresión sufrida por Noel y su familia —el indecible escalofrío de verse rodeado de machetes— ocurre, pues, la víspera de la contienda electoral). Ganó los comicios en primera vuelta, con el 57,85% de los votos, Alpha Condé, el presidente en turno, ante su mismo rival de cinco años atrás. El candidato perdedor, Cellou Dalein Diallo, quien en un primer momento declarara los resultados fraudulentos, decidió finalmente no contestarlos. Si bien el proceso preelectoral fue tenso, atribulado, y se vio mancillado por exabruptos de violencia, el saldo total de ‘muertos electorales’ fue de tan sólo tres… El comunicado conjunto de los observadores internacionales consideró que el proceso, en su globalidad, había sido válido y, ante lo que se avizoraba, bastante satisfactorio.
3. Guinea es un país con una sorprendente diversidad étnica. En un territorio de superficie comparable a la del Reino Unido conviven 24 etnias y se ama, comercia, canta en unas 40 lenguas. La minoría mayoritaria la constituyen los Fulanis (40% de la población), seguida por los Mandingas (26%), los Sosso (11%), y el otro 23% se reparte entre las 21 etnias restantes.
La lengua Kpèle o Kpelle —que los chicos y chicas armados de machetes piden oír en el examen sorpresa del bloqueo carretero— pertenece al grupo lingüístico mandé, y es una de tantas en que se expresan los grupos étnicos mandingas. La etnia que con tacto y cautela Noel decide callar es, cabe aventurar, la Fulani, también denominada Peul.
¿Con qué bases me atrevo a suponerlo?
Durante la crispada, populista campaña electoral, los dos principales candidatos no vacilaron en jugar la explosiva carta étnica: Alpha Condé azuzando a sus hinchas Mandingas, Cellou Dalein Diallo arengando por y para sus seguidores Fulanis. Y en la arrebatada víspera de los comicios, una jauría de niños improvisa un retén en el camino…
III.
Puse en el muro digital de Noel un breve comment para transmitir mi empatía. Hice referencia a algo que años atrás, al norte de Senegal, en un aula polvorienta de la Université Gaston Berger, se había largamente debatido: la alarmante prontitud con que en el África, en determinadas circunstancias, saltaban los machetes para comenzar su danza carnicera.
No obtuve respuesta, pero —así están parametrados los settings de mi Face— recibí una notificación cada vez que alguien comentaba el status de mi antiguo alumno. A partir de entonces pude, en días siguientes, ir monitoreando una ristra de opiniones que no por previsibles dejan de ser elocuentes.
Hay quien se indigna del acto en sí, quien se lamenta desolado por el estado de barbarie en que vive la patria, el que intenta aligerar el tono con una dudosa chispa de humor y es prontamente amonestado por bromear con algo tan grave. Están también los muchos que dan gracias a Dios (Alá), y quienes los interpelan: ¿¿¿pero gracias de qué??? Hay quien dice llorar por Guinea, hay gente —de corazón más grande— que prefiere llorar por el África entera. Hay quien se atreve a hacer vaticinios: el etnocentrismo se dispone a incendiar al país… Muchos recomiendan prudencia y piden a Dios que las elecciones se desenvuelvan en calma, ci-vi-li-za-da-men-te. Algunos comentarios se explayan en impenetrables lenguas africanas erizadas de kas, eles y haches —¿será en Kpèle?
Sólo un par de veces Noel replica.
Aprendo de su primera acotación (lo cual me pone la carne de gallina) que la turba de niños macheteros ronda los ¡trece años! Más tarde, Noel cita a un Martin Luther King Jr. involuntariamente recontextualizado: “Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o terminaremos por morir todos como idiotas”. Luego alguien apela a la riqueza étnica de Guinea y trae a la discusión un nombre cargado de aciagas imágenes. Ruanda. Noel responde, filósofo, que hay quien mira a Ruanda y, en vez de ver una lección, vislumbra un modelo.
En cosa de una semana, los desahogos virtuales cesan. El remoto país ecuatorial parece estar en paz: tiene un nuevo presidente electo, el mismo que estaba ya en el cargo. Mi feed, en Facebook regresa a su frívola fatuidad.
IV.
Elucidar si la etnia en sí —un signo de pertenencia— es antidemocrática o democrática trasciende —y por mucho— tanto mi competencia teórica como la ambición de estas acrobáticas elucubraciones. Guardo no obstante en memoria, desde que lo escuchara por vez primera atribuido al revolucionario independentista Amilcar Cabral, un lema contundente: “Para que nazca la Nación, la tribu tiene que morir”.
(También lo he visto atribuido con alguna variante —”Para liberar a la Nación… ”— a Samora Machel y esgrimido por el Frente de Liberación de Mozambique. Sean de quien fueren el crisol y la forja en que se fundieron y martillaron las ideas hasta lograr tan acerada fórmula, se trata de un lema claramente fechado en aquellos años candentes de luchas de emancipación en que, por decirlo con el cineasta Chris Marker, el fondo del aire es rojo.)
Cuando empecé a enseñar el cine documental en diferentes puntos del continente negro, hube de vérmelas con bien anclados sentimientos anticoloniales (sentimientos heredados, ciertamente ideológicos; mis estudiantes son todos bastante jóvenes) y comencé a leer, de manera un tanto desordenada, sobre las luchas y procesos de descolonización.
Aunque las preguntas, sin que yo lo supiera, me habitaban de tiempo atrás…
Gustaba de niño, de bruces sobre el atlas (un descomunal Rand-McNally que me obsequiara mi padre), seguir con el dedo índice el curso de los ríos: el Níger, el Zambezi, el Nilo azul, ¡el Limpopo !, el Ubangui-Chari… Algunos marcaban serpenteantes fronteras naturales: aquí es el Congo y acá Zaire, y entre ambos un vigoroso río cuyo caudal jamás decrece porque, como su curva magnífica atraviesa en dos puntos la línea ecuatorial, se beneficia de las temporadas de lluvias de ambos hemisferios. El mapa de África, sin embargo, abundaba en líneas rectas, en ángulos precisos trazados sobre el terreno como con punta de diamante. Singularidad que me intrigaba poderosamente.
Años después, el lema de Cabral y las rectas en el mapa se iluminarían recíprocamente: a menudo la geografía política se explaya con geométrica indiferencia sobre las geografías física y humana. En el proceso complejo y fascinante que los historiadores han dado a llamar “el reparto del África”, las potencias europeas del siglo XIX se distribuyeron el continente con regla y tiralíneas. (Luego, sobre el terreno, se harían la guerra...)
Siglo y medio más tarde, llegado el momento de las luchas de liberación, hubo que forjar las nuevas naciones dentro de las antiguas fronteras coloniales. No pocos de los jóvenes países se desgajaron: no se reconocieron a sí mismos. Otros —pensemos en la guerra de Biafra, en la frustrada secesión de Katanga— trataron en vano de separarse con saldos humanos desastrosos.
Hoy, cuando la presión demográfica pone en disputa los recursos de una región, las partes en pugna se revierten a sus más atávicos sentimientos de pertenencia grupal: la etnia, la tribu.
Hay teóricos, y de peso, que afirman que incluso la tribu en sí es un artefacto colonial. Si no un invento, sí una política voluntaria que asienta, sobre las burdas clasificaciones etnográficas de los primeros evangelizadores, divisiones de corte identitario —administrativas a fin de cuentas— fomentadas para debilitar, al dividirlos, a los colonizados.
No lo sé…
Lo que sí sé (me lo enseña el poeta D.H. Lawrence) es que “toda línea recta hiere y desgarra: va contra la voluntad del mundo”.
Cosa que —¡ay!— también el machete sabe.
I.
El sábado 10 de octubre me apareció en el feed de Facebook un status urgente y perturbador. Sin mucho respeto por la sintaxis y con demasiada premura para la ortografía, lo firmaba desde Conakry (Guinea) Noel, uno de mis antiguos estudiantes....
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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