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Últimamente me ha dado por llamar a la gente por teléfono. De vez en cuando. Para hablar un rato. Por hacer algo distinto. He de decir que incluso hay amigos que se lo toman con naturalidad y se tiran un tiempo de charla. Lo normal, eso sí, es que el que está al otro lado se lleve un susto de muerte y pregunte si ha pasado algo grave. También hay quien tiene prisa por colgar, como si llevase un taxímetro en la oreja o como si hablar por teléfono fuese ya una costumbre sepultada por el paso atropellado de la evolución, como ha ocurrido con las clases de Filosofía o con escribir a mano, que el otro día vi que hay quien también quiere eliminarlo del programa de estudios.
Ojo: esta no es una carta de un tío que se hace mayor. En serio. Puedo demostrarlo. Hasta hace muy poco yo era uno de esos antiguos que pensaba que todo se podía expresar con palabras y, de hecho, lo intentaba. No digo hablando, que tampoco soy tan viejo: escribiendo. Hasta hace unos días yo era de los que mandaba mensajes de WhatsApp con todos los signos de interrogación y exclamación en su sitio, los acentos bien puestos y ningún emoticono a la vista. Bueno, a veces algún punto y coma, guión y cierre de paréntesis para suavizar un chiste que por escrito podía no tener tanta gracia.
Hasta hace muy poco porque hace muy poco descubrí que había dentro de mi teléfono algo que podía expresar de forma muchísimo más rápida y sencilla todos mis pensamientos, sentimientos y preocupaciones. Hace un mes descubrí que los teléfonos inteligentes se llaman así porque contienen un emoji -también descubrí que los emoticonos ahora son emojis, por cierto- que vale más que mil palabras. Y ese emoji, no te tengo más en vilo, es el de la gamba con gabardina.
Sí, yo he entrado de lleno en la modernidad con una gamba con gabardina puesta todo el rato en cualquier conversación, que lo mismo me vale para mandar a alguien a freír gambas que para mostrar mi acuerdo, mi alegría o mi decepción. Yo sé que soy moderno porque uso el emoji de la gamba rebozada como los pitufos usaban el verbo pitufar. Yo estoy al día porque he descubierto un emoji que va con mi personalidad y lo planto a discreción.
De hecho, como ya estoy a tope con todo este tema, he abierto mi ordenador para darte una primicia. Finlandia es el primer país que va a poner a disposición de todo el mundo sus propios emojis temáticos. Será en Navidad y serán 30 iconos representativos de sus cosas. Y ya podemos conocer los tres primeros: un Nokia 3310, una parejita en una sauna y, creo que mi gamba va a tener un nuevo mejor amigo, un blackmetalero agitando la cabeza con los cuernos al aire.
En efecto, el futuro ya está aquí. Como tú también eres mayor, seguro que te acuerdas de cuando salían en las noticias las nuevas colecciones de sellos de algunos países, sobre todo de los que arriesgaban y ponían a, por ejemplo, Jimi Hendrix en pleno éxtasis guitarrero como imagen nacional.
Ahora eso está tan olvidado como una conversación telefónica, una clase de Filosofía o un presidente del Gobierno medianamente inteligente. Ahora tenemos el emoji que nos sirve no sólo de representación simbólica de la realidad, sino de realidad misma. Por eso quería proponerte que, si de verdad CTXT quiere ser un medio que transforme el periodismo, empecemos a utilizar el único lenguaje que puede ayudarnos a entender este momento tan complejo en el que nos encontramos. Que las nuevas generaciones vienen pegando fuerte. Que a Esperanza Aguirre le acaban de dar un premio por sus artículos en ABC. Que si no nos ponemos la pila seguro que ella es la primera en usar la gamba con gabardina para explicar el contrato perdido de Foster y los 100 millones de euros de coste de esa Ciudad de la Justicia que nadie ha hecho o su extraño apaño al mostrar su declaración de bienes. Hazme caso.
Últimamente me ha dado por llamar a la gente por teléfono. De vez en cuando. Para hablar un rato. Por hacer algo distinto. He de decir que incluso hay amigos que se lo toman con naturalidad y se tiran un tiempo de charla. Lo normal, eso sí, es que el que está al otro lado se lleve un susto de muerte y...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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