Tribuna
Violencia machista y privilegios masculinos
Los hombres tenemos la obligación ética de comprometernos en la ruta de la igualdad
Mariano Nieto Navarro 4/11/2015
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La mayoría de los varones que conozco, de muy diversa edad y condición, afirman que las mujeres en España en estos momentos tienen prácticamente las mismas oportunidades que los hombres para hacer lo que quieran.
Esta opinión refleja una resistencia profunda, consciente o inconsciente, a reconocer que todos los hombres tenemos privilegios odiosos (“que perjudican a otros”, DRAE, 22ª edición) por el simple hecho de ser hombres. O, dicho de otra forma, que, en un mundo de supremacía masculina o patriarcado, hay cosas de las que disfrutamos todos los hombres que son injustas porque las conseguimos a costa de y en perjuicio de las mujeres. Muchas de esas ventajas las disfrutamos independientemente de que las queramos o no y se superponen a otros tipos de privilegios que cada uno puede tener por su procedencia, extracción social, etc.
Hay abundante literatura al respecto, no solo especializada sino también de divulgación, de forma que quien no se ha enterado todavía de los múltiples mecanismos sociales y habilidades aprendidas --perfeccionadas durante siglos-- que nos permiten a los hombres mantener la supremacía y sacar ventaja de la misma, es porque no quiere.
Creo que todos los hombres nos beneficiamos de la tolerancia social hacia la violencia masculina
Por supuesto, uno de los mecanismos más llamativos de mantenimiento de la supremacía masculina es la utilización de todo tipo de violencias contra las mujeres, desde la violencia llamada “de baja intensidad” –pero no por ello menos grave en sus efectos--, como los micromachismos, hasta las violaciones y los asesinatos. Aunque pueda sonar crudo o paradójico, creo que todos los hombres nos beneficiamos de la tolerancia social hacia la violencia masculina, porque nos da poder personal aunque no la ejerzamos en sus manifestaciones más extremas y aunque rechacemos ese poder. Y también nos beneficia porque reproduce la sensación de indefensión en (casi) todas las mujeres y nos coloca automáticamente en la cómoda posición de quien ve los toros desde la barrera y se puede dedicar a fumarse un puro mientras ellas (todas las mujeres) tienen que emplear más o menos tiempo y recursos vitales valiosos en esquivar las cornadas. Nosotros, ese tiempo y esos recursos valiosos, los podemos emplear para nuestro disfrute personal. La violencia extrema contra las mujeres se nutre de la falta de cuestionamiento personal de una gran mayoría de hombres y de la consecuente tolerancia social a la violencia “de baja intensidad”, mucho más extendida que aquella. La violencia extrema contra las mujeres es una clase de terrorismo porque las acciones de algunos provocan el miedo y la sumisión de muchas.
Aunque los hombres no seamos culpables de haber heredado esta situación de privilegio, sí somos responsables de lo que hacemos con lo que hemos recibido. Y esa responsabilidad empieza por reconocer los propios privilegios odiosos. Y continúa por tratar de cambiar la situación renunciando a los que se pueda y denunciando públicamente aquellos otros de los que nos beneficiaremos de todas maneras. La renuncia supone asumir preocupaciones y tareas no deseadas, perder poder, quizá también dinero, posición social y laboral, etc. Y la denuncia comprometida seguramente puede implicar problemas con muchos otros hombres.
Lo anterior no supone una nueva edición de la típica actitud heroica varonil para salvar a las mujeres. Las mujeres están hartas, con razón, de hombres salvadores que hagan las cosas “por ellas” y, por otro lado, han demostrado y siguen demostrando que se pueden salvar perfectamente por ellas mismas. De lo que se trata es de que los hombres, cada hombre, nos salvemos a nosotros mismos de nuestra propia indignidad.
Es hora de mirar la realidad cara a cara. Los hombres tenemos la obligación ética de comprometernos en la ruta de la igualdad. Esa ruta pasa por sumarse a manifestaciones como la del 7N –evitando, por supuesto, el protagonismo típicamente masculino-, pero el camino empieza en el cambio personal. Porque cada hombre somos parte del problema y podemos ser parte de la solución. Para estimular el cambio personal de los hombres se insiste muchas veces en lo que "podemos ganar", en lo mucho "que nos estamos perdiendo", en la necesidad de "liberar nuestras emociones", etc. No creo conveniente embellecer nuestro deber. Por supuesto, no está de más estimular el cambio de los hombres “desde fuera”, con leyes, medidas políticas o campañas de comunicación. Pero el verdadero cambio tiene que venir de dentro de cada uno y por cada uno. Cada uno debe buscar las ayudas externas necesarias, desde las lecturas feministas a la participación en grupos de hombres por la igualdad hasta la terapia psicológica que facilite la deconstrucción de la socialización masculina tradicional. Es el único camino. Y es de justicia.
La mayoría de los varones que conozco, de muy diversa edad y condición, afirman que las mujeres en España en estos momentos tienen prácticamente las mismas oportunidades que los hombres para hacer lo que quieran.
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Mariano Nieto Navarro
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