Óliver y la pausa
Esperamos a un Óliver más hecho. Más futbolista. Más disciplinado tácticamente. Más concienciado sobre lo colectivo. Más Óliver que aquel muchacho con pinta de pillo dickensiano al que vimos debutar hace unos años
Emilio Muñoz 18/11/2015
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Corren malos tiempos para la pausa. Se mira con recelo a cualquiera que tarde más de un segundo en contestar cualquier tipo de pregunta, se sospecha de aquel que no desagüe sus opiniones en las redes sociales antes incluso de que los sucesos acaezcan. La inmediatez como valor. Primero dispare, luego ya veremos. Consumismo salvaje de bienes y personas. Puede que ese sea el mayor problema con el que ha tenido que lidiar Óliver Torres desde el inicio de su carrera. También lo está sufriendo este año, el de su retorno a casa.
Tal vez el caso Óliver tenga asimismo que ver con la irreal percepción de que llevamos esperándole demasiado tiempo. Es algo que nos ocurre con prematuros proyectos de estrellas rojiblancas como él, como Torres en su día, como los hermanos Obama, cuya adolescencia se nos antoja interminable. Las primeras noticias sobre ellos nos llegaron recién terminada su etapa en la guardería. Aquellas diabluras en torneos de futbol 7 o en selecciones inferiores, semillas de expectativas no siempre cumplidas, alimentaron la ansiedad de la afición. No se acaba de digerir el infantil regate del mozalbete que amansa un balón con casi más peso que su menudo cuerpo cuando ya se imagina cómo será el centro del campo de nuestro equipo cuando dé el salto a la primera plantilla y se pueda dejar bigote. La sensación recurrente en este tipo de episodios es la de que el tren de su madurez llega con demora a la estación de nuestros deseos. Aun a sabiendas de la dificultad de la empresa y conociendo el inmenso abismo que engulle a todos aquellos que se quedan en el camino, nos equivocamos al pensar que su llegada al primer equipo es una meta. Ese paso es solo el inicio del trayecto. Salvo casos excepcionales como el de Fernando, obligado a cargar sobre sus pecosas espaldas con todo el peso de una historia en proceso de oxidación por obra y gracia de unos añitos en el infierno, lo normal es que la máquina devore al niño. Se habla entonces de miedo a las alturas cuando en muchas ocasiones debería achacarse el fracaso a la falta de paciencia. Otra vez la pausa, que anda en retirada.
Óliver debutó en partido oficial con el primer equipo del Atleti en verano de 2012. No había puesto siquiera un pie en el campo y gran parte de la hinchada ya sabía casi todo sobre él. Era tanta la información, tan enormes las expectativas, que aquel debut prematuro con solo 17 años llegó a parecer tardío a los que llevaban varios años relamiéndose viéndole jugar en campos de tierra o buscando en YouTube jugadas imposibles con su rúbrica. Con mayor o menor grado de ansiedad, en lo que existía consenso general era en que ese chaval de pelo indomable, frágil presencia física y tez aceitunada poseía algo que le distinguía: llevaba la pausa dentro de él. Era su amiga. Podía moldearla y jugar con ella. Invocarla cuando conviniera de la misma manera que otros jugadores anteriormente habían podido hacerlo: deteniendo el tiempo con un balón en los pies. Los partidos de aquella temporada y del comienzo de la siguiente fueron discurriendo y la participación de Óliver en el equipo fue dosificada por Simeone. El técnico, que algo sabe de esto, quiso dirigir pausadamente cada etapa de la descompresión necesaria para que el jugador extremeño emergiera sin sobresaltos a la superficie del más alto nivel. Aun así hubo quien se preguntó si Simeone no fue demasiado tacaño en minutos con nuestro protagonista, ignorando desde esa trinchera que por cada Koke que brota, cientos de Kekos se malogran.
Han pasado los años, imagino que con lentitud exasperante para los amantes de lo rápido, del usar y tirar, del devorador ritmo de vida vertiginoso. Óliver Torres ha regresado tras pasar por Villarreal y Oporto. Ha ganado en físico, su principal talón de Aquiles, y en cuajo como futbolista. Se rumoreó a lo largo de la pretemporada con una nueva posible cesión que le curtiera aún más pero el Cholo desechó esa idea de un plumazo. Para el entrenador ya estaba listo. Totalmente preparado para la exigencia, todos los demás valores se le conocen y presuponen. Comenzó la temporada de titular. Jugando un poco escorado en banda debido al carácter no negociable de la presencia de la guardia pretoriana del cholismo, Gabi y Tiago, en los dibujos firmados por nuestro técnico. Hemos visto a un Óliver sacrificado, solidario y a veces más pendiente de defender que de crear. Es de justicia admitir que su influencia sobre el juego parece multiplicarse exponencialmente cuando se separa de la cal y se adelanta unos cuantos metros, pero esas preferencias individuales no encuentran cabida en la máquina al servicio de lo colectivo soñada por Simeone. Cierto es que su participación en el equipo se ha visto eclipsada por la irrupción de dos valores emergentes, Correa y Carrasco, que han conseguido convencer a crítica y público con sus espumosos inicios de temporada. Competencia. Nada que no supiera que se iba a encontrar a su vuelta. Algo que en este Atleti se eleva a nivel de axioma.
De cara a lo que resta de esta temporada ni siquiera esbozada, esperamos a un Óliver como el que hemos adivinado a su regreso: más hecho. Más futbolista. Más proclive a la búsqueda de lo práctico que a adornarse cuando no sea imprescindible. Más disciplinado tácticamente aunque sin dejar a un lado que su talento brote espontáneamente. Más concienciado sobre lo colectivo. Más Óliver, en suma, que aquel muchacho con pinta de pillo dickensiano al que vimos debutar hace unos años. Ya entonces, pudimos constatar que cuando el cuero caía en sus pies, el tiempo parecía pararse. Todos nos dimos cuenta de que ese chaval llevaba la pausa dentro de él.
Corren malos tiempos para la pausa. Se mira con recelo a cualquiera que tarde más de un segundo en contestar cualquier tipo de pregunta, se sospecha de aquel que no desagüe sus opiniones en las redes sociales antes incluso de que los sucesos acaezcan. La inmediatez como valor. Primero dispare, luego ya veremos....
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Emilio Muñoz
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