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Los intelectuales franceses Christian Laval (sociólogo) y Pierre Dardot (filósofo) han escrito Común (Gedisa, 2015), un libro oportuno en esta coyuntura en la que, tras la desazón de la izquierda con la socialdemocracia y el fracaso de los comunismos burocráticos estatales, se contraponen los principios de lo común a los de la racionalidad neoliberal. Común es, casi, la continuación lógica del soberbio La Nueva Razón del Mundo (Gedisa, 2013), donde arrojaban luz sobre el nacimiento del neoliberalismo y su funcionamiento. Ahora intentan genealogizar y refundar el concepto de común, un principio de filosofía política y del derecho alternativo que apela a las formas organizativas de los colectivos que desde hace veinte años están intentando formas de política más participativas, de abajo hacia arriba, horizontales, municipales y con la deliberación como partida, añadiendo, incluso, nueve propuestas de aplicación política a modo de conclusión. No es extraño, pues, que sus libros hayan despertado entusiasmo en BeC -Barcelona en Comú- o Podemos y que ellos, a su vez, estén encantados de encontrarse en Barcelona. “Es histórico, estamos donde nuestro pensamiento es aplicado”, celebran en el ático del Institut Français, donde les entrevisto.
¿Qué es lo común? Parece sujeto a cambios dialécticos, pero lo que aparentemente coincide para determinar que algo es común es la práctica en sí, la deliberación.
Pierre Dardot: Hacemos una distinción entre lo común y los comunes. Los comunes son una cuestión muy antigua, que retomamos. Insistimos en el singular, en lo común, porque es un principio político en la aserción más verdadera del término, no en el sentido de la democracia representativa, sino de la democracia política en el sentido del autogobierno, de la capacidad de los individuos de autogobernarse,. Por eso insistimos en la práctica de la deliberación y discusión. Todo esto se desprende de lo común como principio político. Frecuentemente se ha aislado los comunes en plural del común como principio y aquí algunos contemplan bolsas en el interior del capitalismo que podrían sobrevivir tranquilamente sin cuestionar su lógica. Sin embargo, si pasamos de los comunes en plural a lo común en singular, se evidencia que su aplicación exige una democracia política radical, una democracia real. Esto es lo común.
Y es la actividad de la deliberación la que determina lo que es común. Es común algo deliberado en común.
Christian Laval: Nuestra concepción de lo común supone extraer un principio práctico, ya sea como objetivo o práctica experimental, por ejemplo, a través de internet, etc. Esta concepción se distingue y opone a otras que hacen de lo común una característica natural de algunos bienes a partir de términos como “bienes comunes”, donde lo común remite a la naturaleza de un bien en cuestión, según una tradición jurídica que deriva del derecho romano, y que, por ejemplo, algunos ecologistas utilizan en relación a bienes como el mar, el río o el clima. Otros tienen una concepción de lo común bastante cercana a estos últimos, en la que determinadas características técnicas convierten a determinados bienes en inapropiables. Ambos limitarían las prácticas de lo común a un pequeño número de bienes, pero esto impediría hacer de lo común el principio general y generativo de una transformación de la sociedad. Así, lo que ha nacido y se ha desarrollado en las luchas sociales no puede expresarse por el término de “bien común”, sino por lo común como actividad de autogobierno que produce cierto número de bienes de uso colectivo.
La práctica se llama “praxis instituyente”, ¿pueden explicarla?
P.D: Hemos retomado el término de praxis, de Marx y Aristóteles, e insistido en la dimensión a la escala de la institución. ¿Por qué? El concepto de institución ha sido reducido a un aparato de poder que ejerce coacción sobre los individuos, los cuales deben entrar en la institución y que, por lo tanto, son completamente pasivos. La praxis implica poner el acento sobre el acto mucho más que sobre su resultado. Instituir es un acto muy importante sobre el que nos conviene pensar y que no es simplemente reconocer algo que ya estaba allí, ni crear algo desde lo que ya hay, sino hacer algo nuevo a partir de las condiciones existentes. Puede ser una práctica que adopte formas muy diferentes, a escala de un sector de actividad profesional o a escala nacional o transnacional, pero cada vez se trata del acto de instituir y es el que implica que establezcamos las reglas. Lo más importante en la noción de la institución como acto es el hecho de llegar a acuerdos sobre las reglas, que son relativas al uso, no a la propiedad.
El libro desgrana cómo el tardocapitalismo neoliberal ha sometido el derecho de uso al derecho de propiedad.
C.L: Lo que decimos se expresa en los movimientos que se oponen a la extensión de la lógica propietaria, no ha sido inventado por nosotros. Desde hace 30 o 40 años hemos asistido con el neoliberalismo a un movimiento que hace de los seres vivos, del conocimiento, de los recursos naturales, zonas de apropiación, explotación y sobre-explotación. Los que reclaman lo común se oponen, sobre todo, a esta extensión propietaria, y dicen que el Derecho burgués de propiedad exclusiva y absolutista que ha contribuido extensamente al desarrollo del sistema capitalista y ha tenido el apoyo jurídico-institucional, hoy llega a sus límites medioambientales, sociales, financieros etc. Estos movimientos, como los de código libre en internet o creative commons, priorizan el derecho de uso colectivo al derecho de propiedad
Su definición de neoliberalismo habla de la creación de una racionalidad particular, ¿podrían explicarla?
P.D: La racionalidad neoliberal ha transformado a los individuos en profundidad. En La Nueva Razón del Mundo hablamos del sujeto neoliberal. No significa que todos nos hemos convertido en neoliberales, no es cuestión de adhesión intelectual, sino de una puesta en situación de los individuos encaminada a la competencia, donde el concepto clave es el de “empresa de sí”. Pero hay que tener cuidado, a menudo los mismos neoliberales distinguen entre el emprendedor en sentido jurídico y los individuos en tanto que partícipes del emprendimiento. El concepto de emprendimiento o espíritu empresarial que han creado es mucho más amplio y afecta a cada individuo.
Lo que dicen ahora abiertamente es que debemos conducir nuestra vida como si ésta fuese una empresa. Es una diferencia esencial en relación a la idea de la fuerza de trabajo de Marx, donde un individuo tiene su fuerza de trabajo pero no es su fuerza de trabajo. La nueva racionalidad neoliberal ejerce un efecto muy profundo sobre las subjetividades y la única manera de desmontarla es desarrollar otras de nuevas como las de las iniciativas de lo común.
¿Esta racionalidad neoliberal es un nuevo espíritu del capitalismo?
C.L: Ah, mi amigo Boltanski [n: coautor de El Nuevo Espíritu del Capitalismo. Editado en 1999, explica cómo el capitalismo se reformuló para esquivar las críticas que recibió a finales de los sesenta y darse una nueva legitimidad y justificación] se inserta en la línea de Max Weber, hablando en términos de espíritu, pero no va hasta las conductas. Nosotros somos un poco más foucaultianos y pertinentes, no se trata simplemente de decir “me gusta el capitalismo, no me gusta el socialismo” o “el capitalismo me permite una gran creatividad”. Estamos obligados a obedecer en cierto modo las conductas neoliberales. El cambio es más profundo que en el libro, que es antiguo, sobre los años ochenta y noventa. Con Boltanski todo es bastante simpático, con capitalistas buenos que han recuperado las ideas del 68 (ironizan). Lo que ha pasado luego es más grave, ha transformado mucho más, y más perversamente, a los individuos.
Conceden importancia a la generación del discurso, a cómo la introducción de algunas palabras en nuestro imaginario colectivo como flexibilidad o eficiencia es importante en la creación de esta subjetividad y racionalidad, ¿por qué?
P.D: El discurso no pertenece únicamente a la ideología sino que obedece a reglas y hace prácticas, algo muy importante; la cuestión es saber cómo el discurso se articula con principios que no pertenecen al ámbito del discurso. Distinguimos entre prácticas discursivas y no discursivas. Las primeras son muy importantes para la racionalidad neoliberal y operan en determinadas condiciones, producen efectos y organizan situaciones. Es preciso entender así el discurso y promover una racionalidad política alternativa, de lo común, con una práctica discursiva estrechamente ligada a prácticas no discursivas. Para resistir al neoliberalismo hay que conseguir que el discurso se articule directamente sobre prácticas no discursivas. Las puramente discursivas fracasarán a la hora de derribar eficazmente la racionalidad neoliberal.
Buscan articular un nuevo discurso sobre la práctica política para revertir los cambios de los últimos cuarenta años. El neoliberalismo funciona con miedo a la deliberación, Varoufakis decía que la Troika no atendía a la fuerza de los argumentos, únicamente a la fuerza, un estilo opuesto al que proponéis. Son una institución tecnocrática, con comisiones de expertos, Gobernanza...
C.L: No es tanto proponer un nuevo discurso, escuchamos lo que dicen los movimientos desde hace tiempo. Como los “Indignados” y la reivindicación de “Democracia Real Ya”. Esta idea de que las actividades deben reorganizarse de un modo democrático deliberativo, en el que las decisiones deben ser discutidas y elaboradas colectivamente, es hoy una aspiración muy profunda. Nosotros lo expresamos en palabras, hacemos un trabajo de formulación, genealogía e historia. Mientras se extendía la racionalidad neoliberal, se desarrollaba paralelamente de manera discreta una racionalidad alternativa, la que queremos constituir teóricamente.
P.D: Volviendo a Varoufakis, el funcionamiento de las instituciones europeas es terrorífico. Nadie toma notas, todo ocurre de manera informal y decide quien tiene la última palabra, sin principio real de deliberación. Es la realidad de la política, una expertocracia; por eso es importante oponer la necesidad del principio de deliberación, pero no podemos quedarnos en una idealización de la argumentación racional a la Habermas. No pretendemos rehabilitar esos procedimientos, válidos únicamente si son precedidos por prácticas no únicamente discursivas.
Hablan también de la necesidad de la participación, no de la mera representación. Puede parecer confuso que ataquen al llamado Estado del Bienestar con argumentos que se podrían ver parecidos a las críticas neoliberales setenteras con los ciudadanos pasivos o hasta los de cierta izquierda. ¿Pueden aclararlo? ¿Cómo hacer que la gente participe más?
C.L: No es la misma crítica, porque los neoliberales critican el Estado de Bienestar no porque la gente sea pasiva, les da igual, están contentísimos con ello. La crítica es el cuestionamiento de la solidaridad y la redistribución, porque, desde un punto de vista liberal, cada uno defiende su propio interés, porque supuestamente, y los neoliberales han retomado esta idea, cada uno conoce mejor que nadie cuáles son sus intereses. Para los neoliberales, el Estado es una forma de abuso, de impostura, y el principio de solidaridad que animó el nacimiento del Estado de Bienestar ha sido corrompido por una burocratización, por una asunción por parte del Estado, que se ha atribuido el monopolio de la redistribución y de la capacidad de decidir sobre la utilización de los recursos educativos, sanitarios, etc. Los ciudadanos se encuentran delante el aparato burocrático, respecto al cual no tienen ningún tipo de intervención. Frente al neoliberalismo hay defensores del Estado social burocrático y muchos son estatistas, un poco nacionalistas, y piensan que es absolutamente necesario defender el Estado Social nacional agredido por fuerzas neoliberales mundiales. Nosotros no pensamos así; la lógica y el principio de lo común van más allá del capitalismo y del Estado en su forma antigua. Es un doble cuestionamiento, se ha de salir del debate mercado-Estado.
P.D: La condición para favorecer la participación ciudadana es superar la separación entre funcionarios y no funcionarios, tanto los neoliberales como los partidarios del Estado Social quieren mantener, por razones diferentes, esta división. Los primeros dicen que son los usuarios los que deben sancionar a los funcionarios que no hacen su trabajo y, en este sentido, los usuarios son equiparados a consumidores. Los segundos están apegados a las prerrogativas de los funcionarios y consideran que deben tener el monopolio de la gestión y administración de los servicios públicos. Ambos reducen los usuarios a consumidores y lo común está justamente destinado a cuestionar esto. Al contrario que los liberales, no somos detractores de lo público, sino del monopolio burocrático de la administración estatal, pero defendemos lo público, porque ahí se encuentra la idea de la universalidad, de que todos los ciudadanos deben tener el mismo acceso a los servicios. Hasta ahora lo público ha sido confiscado y entendido burocráticamente, lo común pretende liberar lo público de esta sumisión. Una definición de lo común sería “lo común no estatal”
No quieren eliminar el mercado, sino constituir uno con características determinadas. ¿Por qué?
C.L: No queremos eliminar y destruir el mercado porque hay experiencias históricas desafortunadas. Prescindir completamente de él ha conducido a situaciones de burocratización económica general, a la vez jerárquicas, extremadamente ineficaces y terriblemente tiránicas con las relaciones sociales. Historiadores como Polanyi nos han enseñado que el mercado no es dado de manera natural. Anteriormente no existía el mercado, sino los mercados, históricamente instituidos, jurídicamente construidos y políticamente controlados. La cuestión es construir un mercado que sea compatible, e incluso obediente, a la prevalencia y características de lo común, algo perfectamente posible cuando pensamos que una empresa puede ser re-orientada, gobernada por los asalariados, usuarios, vecinos etc. y que incluso ahora la producción mercantil no es totalmente libre, sino que debe obedecer a límites, técnicos o del derecho.
P.D: El problema es la determinación colectiva de los límites del mercado. No decimos que todo debe ser común, sino que lo común debe ser el principio que reorganice las relaciones sociales. Su lógica debe prevalecer sobre la del mercado pero éste debe existir. Por el contrario, los neoliberales piensan que la lógica del mercado debe extenderse a todas las esferas de la sociedad. De todos modos, en la lógica de lo común hablar del derecho de propiedad es quizá más importante que hablar del mercado en general, implica que el derecho de propiedad debe limitarse severamente. Por ejemplo, en el Código Civil francés, cuando se habla del derecho de propiedad, se habla del derecho de abuso del propietario, que puede destruir el bien. Esto es incompatible con la lógica de lo común.
Hablan de las cooperativas, asociaciones, mutuas, pero la cooptación y transformación de estas iniciativas son características del capitalismo ¿cuál es su opinión sobre la economía social y solidaria?, ¿es tan revolucionaria como parece?
C.L: Ninguna ilusión. No estamos aquí para repetir el catecismo de muchos militantes de la economía social que la idealizan y exageran (ríen). Es un terreno de lucha donde las fuerzas de recuperación y cooptación están involucradas. Hay una tendencia al isomorfismo, a la creación de asociaciones, cooperativas y mutuas que se parecen cada vez más a empresas privadas. En Francia, el banco mutualista Le Crédit Mutuel ha organizado evasiones fiscales, así que la cooptación llega muy lejos, no nos hacemos ilusiones. Pero sabemos que también hay cooperativas y asociaciones que son laboratorios de vida democrática, que se plantean como un proyecto político y no consisten en ser tan competitivas como los bancos o las aseguradoras. Es un terreno de combate, como las empresas públicas.
Muchas gracias a Andrea Alvarado Vives por su inestimable ayuda en la transcripción y edición.
Los intelectuales franceses Christian Laval (sociólogo) y Pierre Dardot (filósofo) han escrito Común (Gedisa, 2015), un libro oportuno en esta coyuntura en la que, tras la desazón de la izquierda con la socialdemocracia y el fracaso de los comunismos burocráticos estatales, se contraponen los...
Autor >
Víctor Ginesta
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