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El frío de noviembre parece haber petrificado a las personas que se dan cita en la plazuela de Santa Ángela. El lienzo encalado del convento les resguarda de la helada que se clava atravesando los ropajes que les revisten. Lo único capaz de alterar el silencio de la noche es el continuo traqueteo de carritos sobre el pavés de las calles vecinas y, aunque al amanecer aún le quedan horas, el revuelo de gente haciendo cola aumenta de manera progresiva.
A las 10 de la mañana se abre el enorme portón y un halo de luz cruza el dintel por el que comienza a asomar un grupo de hermanas de la Cruz. Desde temprano organizan y clasifican en el zaguán la comida que jornadas antes particulares y asociaciones han recogido y donado para poder cubrir las necesidades básicas de los más desfavorecidos de la localidad. “Ojalá nadie se vaya sin recibir nada”, comentan entre ellas. Una de las novicias, de aproximadamente 20 años, hace un gesto amable a la primera señora de la fila. Ella avanza unos pasos sosteniendo una cesta en la mano. En la otra porta el libro de familia y un manojo de papeles grapados. Son los certificados necesarios que avalan no estar en posesión de ninguna pensión ni prestación. Validados todos estos requisitos se procede a la entrega. Mientras ahueca el cesto estirando los dos brazos, una de las religiosas introduce en su interior galletas, macarrones, arroz, leche, tomate, garbanzos, y un par de litros de zumo. El ritmo con el que se atiende es lento. La burocracia de la adjudicación es estricta para evitar la picardía. Al parecer se estilaba la figura del espabilado o espabilada de turno que aparecía allí intentando ahorrarse un puñado de euros en el supermercado, importándole seis pimientos quitarle el alimento a quienes verdaderamente lo necesitan.
Prosigue el reparto. Cuando llega el mediodía y el sol empieza a calentar con fuerza, muchos se deshacen de sus embozos. Otros permanecen encapuchados por vergüenza a ser vistos y reconocidos, según admiten ellos mismos. Impresiona ver a tanto joven. Algunos llevan meses repartiendo sus currículums en bares y comercios. Los afortunados, si se les puede definir así, curran esporádicamente sin ser dados de alta ni siquiera, sometidos a unas condiciones laborales precarias, obteniendo ingresos que apenas les ayudan a sobrellevar su pago mensual de facturas. Abundan mujeres cuyos maridos se convirtieron en parados de larga duración como consecuencia de la crisis del ladrillo. Muchas embarazadas.
Casi todas las recogidas terminan con un desesperanzador “Hasta la semana que viene”, y es que si no cambian las cosas, dentro de siete días volverán a las puertas de la congregación a realizar un nuevo acopio de víveres. Hoy cien familias se vuelven a casa con algo de sustento gracias a la caridad y la solidaridad de los vecinos que establecen colectas los sábados y domingos realizando campañas puerta a puerta y eventos con barra a través de los que recaudar.
Ahora, sabiendo esto, conociendo que esta escena podría suceder también en una iglesia o asociación de vuestra ciudad, decidme si la pobreza no es una alarma en un país en el que, por mucho que intenten distraernos priorizando otros supuestos problemas, un tercio de la población se halla en un peligroso riesgo de pobreza y exclusión, demostrando que el hambre no tiene entrañas y golpea sin mirar adónde. Son imágenes duras, tan duras que es prácticamente imposible que se muestren habitualmente en informativos o páginas de diarios, donde interesa más vender otra España, porque si hay que hablar de colas, qué demonios, mejor hacerlo de las del Black Friday.
El frío de noviembre parece haber petrificado a las personas que se dan cita en la plazuela de Santa Ángela. El lienzo encalado del convento les resguarda de la helada que se clava atravesando los ropajes que les revisten. Lo único capaz de alterar el silencio de la noche es el continuo traqueteo de carritos...
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Moe de Triana
Álvaro Ballén (Sanlúcar de Barrameda, 1983) Como técnico superior trabajo en el ámbito de la animación sociocultural y la integración aunque de vez en cuando intento pensar y me da por escribir. Desde CTXT oigo los latiditos de Twitter. A menudo blogueo en moedetriana.com.
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