Fondo de armario
Todo cambia
El Nobel Yasunari Kawabata utiliza en ‘El Maestro de Go’ un estilo mixto: combina frases directas, precisión, datos y fechas provenientes del periodismo más puro con párrafos llenos de poesía y delicadeza
Raúl Gay 9/12/2015
Mujer jugando al go (Dinastia Tang. ca 744). Descubierta en las Tumbas de Astana.
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El Maestro de Go
Yasunari Kawabata
Prólogo de Anna Kazumi Stahl
Traducción de Amalia Sato
Emecé Editores, 2008
205 páginas
Japón es un país extraño a nosotros. A pesar de los libros y las películas que reflejan o intentan reflejar su cultura e historia, a pesar de la televisión y de Google, continúa siendo un lugar que despierta nuestra curiosidad. A veces, tratamos de saciarla leyendo novelas o ensayos escritos por autores japoneses; buscamos ampliar en cierta medida nuestros conocimientos sobre Japón (o, mejor, paliar en cierta medida nuestra ignorancia). El riesgo que se corre al leer con este espíritu es cruzarse con obras que ofrecen precisamente eso, información sobre Japón, y no literatura. Es la sensación que tengo al terminar El maestro de Go, un libro de no ficción escrito por el Nobel de Literatura Yasunari Kawabata.
Tal y como se explica en el prólogo, Kawabata fue contratado en 1938 por un periódico para cubrir un campeonato de Go importante para la tradición de este juego. Por entonces, no llegaba a los 40 años y tenía un par de novelas publicadas. A lo largo de varios meses, Kawabata envió crónicas de la partida al periódico; años después, escribió este libro, en el que recuerda el campeonato en primera persona.
Kawabata comienza con la muerte del Maestro (siempre en mayúscula en el texto). Falleció poco después de perder la última partida; después, vuelve años atrás, al inicio del campeonato.
El autor utiliza un estilo mixto; combina frases directas, precisión, datos y fechas provenientes del periodismo más puro con párrafos llenos de poesía y delicadeza a la que volverá en sus siguientes novelas. Es uno de los puntos fuertes del libro: cuando el lector se siente abrumado de leer tantas técnicas y movimientos de pieza, recibe un párrafo en el que el autor expresa la humanidad de los jugadores. Un ejemplo de este estilo es la descripción de su viaje al terminar el campeonato, después de haber estado aislado (junto con jugadores, tribunal, etc.) durante meses:
Yo había permanecido recluido en la posada, «encerrado como en una lata», mientras describía el proceso que sostenía este juego apartado del mundo. Ahora, en el ómnibus que me llevaba a casa, restallaban las decoraciones alrededor de mí, y me sentía liberado, como si hubiera emergido de una oscura caverna. Las calles de tierra cercanas a la estación, las endebles casas, la mezcolanza y el desorden de la parte nueva de la ciudad expresaban para mí la vitalidad del mundo de allí afuera.
[...] De pronto tuve ganas de estar entre la gente. Me sentía como en la cima de una montaña avistando el humo lejano de una aldea. Sentía nostalgia por las rutinas de la vida común, los preparativos por el Año Nuevo y todo lo demás. Sentía que había escapado de un mundo sórdido y distorsionado. Las mujeres habían recogido la leña y volvían a casa para la cena. El mar brillaba con una luz tan nebulosa que uno no lograba adivinar su origen. El color, en el filo de la oscuridad, era invernal.
Los contrincantes de este campeonato fueron el último de los grandes maestros —un anciano delgado, frágil y cercano a la muerte— y uno de los nuevos jugadores —joven, robusto y ruidoso—. La partida duró meses; en ocasiones, jugaban unos pocos movimientos en el día y la retomaban semanas después. Durante ese tiempo, jugadores, tribunal, familia y prensa estuvieron juntos, aislados de hotel en hotel. El juego es pausado, reflexivo; como el estilo de Kawabata. Así describe un instante de pausa:
[El melancólico anciano] Estaba sentado en silencio, como si no tuviera conciencia del paisaje que tenía delante. No miraba a los otros huéspedes. No había ningún cambio en su expresión y no decía nada sobre la vista o el hotel; y su mujer, como siempre, actuaba como su vocera y apuntadora. Elogiaba el escenario y lo invitaba a hacerse eco. Él ni asentía ni objetaba.
Es un hombre débil. Su vejez acompasa la vejez del juego, que abandona la tradición para tener tener reglas y usos modernos. Este es el eje del libro: el cambio. Un juego con siglos de antigüedad y tradición en una sola partida. Un viejo Maestro, que rige su vida por rituales, cede el trono a un profesional del juego que no busca la iluminación, sino la simple victoria. La época no es casual, queda poco para que Japón sea derrotado en la Segunda Guerra Mundial y todo el país se transforme y se asemeje más a Occidente.
También Kawabata es un hombre del pasado, de unas tradiciones ya desaparecidas. El té, el silencio, la veneración por la montaña... Igual que el Go, pertenecen a un tiempo que ya no existe. Eso lo deja patente en un párrafo:
Desde el balcón que correspondía a la sala del juego, que se sentía dominada por una diabólica tensión, miré hacia el jardín, sometido al poderoso sol de verano, y vi a una muchacha del tipo moderno dando de comer despreocupadamente a las carpas. Sentí como si estuviera observando a alguien anormal. A duras penas podía admitir que pertenecíamos al mismo mundo.
Maestro y campeón tienen estilos diferentes. Uno es un anciano delgado, frágil, sin hijos y cercano a la muerte; es silencioso y tranquilo. El otro es un joven con mujer, hijos y muchos alumnos; es ruidoso, nervioso, inquieto y se levanta muchas veces durante el juego. Dice en un momento de la partida:
—El Maestro es tan tranquilo —dijo una vez Otake, medio en broma—. Los calmos siempre me hacen confundir. Prefiero los ruidosos. Esta calma acaba con mis nervios.
[...] Tal vez la dignidad con la que el verdadero profesional enfrentaba el tablero se debiera a su edad madura, y quizás el joven no la soportaba.
Si el protagonista del libro es el cambio de paradigma, esta tesis queda explicitada en unos párrafos, en los que el Maestro reflexiona sobre la pérdida de la esencia del Go.
Se diría que el Maestro, en esta última partida, se veía importunado por el moderno racionalismo, para el cual los procedimientos minuciosos lo eran todo y del cual toda la gracia y elegancia del Go como por arte de magia se habían esfumado; que casi se desentendía del respeto hacia los mayores y no daba importancia al mutuo respeto entre los seres humanos. Del camino del Go, la belleza de Japón y del Oriente se habían desvanecido. Todo se había vuelto ciencia y reglas. El camino hacia el ascenso de categoría, que controlaba la vida de un jugador, se había convertido en un meticuloso procedimiento de puntaje. Uno conducía el enfrentamiento con la única meta de ganar, y no había margen para recordar la dignidad y la fragancia del Go como arte.
El Go también es un juego extraño a Occidente. Aquí radica la principal barrera para disfrutar del libro. Buena parte de los capítulos son análisis de movimientos, de técnicas, de tradiciones… que quien no haya jugado no podrá entender bien. Fue escrito cuando sus lectores eran exclusivamente japoneses, y eso pesa. El libro deja un regusto amargo en el lector. Aunque tiene capítulos bellos y su tema es uno de los grandes temas de la literatura, en ocasiones se hace pesado y uno siente la tentación de saltarse páginas y páginas de movimientos.
Quien quiera leer a Kawabata, tiene otros libros más accesibles.
El Maestro de Go
Yasunari Kawabata
Prólogo de Anna Kazumi Stahl
Traducción de Amalia Sato
Emecé Editores, 2008
205 páginas
Japón es un país extraño a nosotros. A pesar de...
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Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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