Tribuna
Felipe, Sánchez y el chavismo
El expresidente del Gobierno ha irrumpido en la campaña electoral citando a Venezuela y socorriendo a Pedro Sánchez
Javier Valenzuela 12/12/2015
Felipe González en una foto de archivo de 2014.
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Felipe González ha irrumpido en la campaña electoral del 20-D citando, cómo no, a Venezuela, su obsesión de los últimos tiempos. No es que dijera nada nuevo –ya sabíamos que algunos fundadores de Podemos efectuaron trabajos de asesoramiento para el chavismo--, pero quiso así vengarse de Pablo Iglesias por haber recordado en el debate televisivo de Antena 3 la pertenencia del expresidente al consejo de administración de Gas Natural (cuatro años y medio, 566.000 euros). De paso, Felipe voló en socorro de un Pedro Sánchez en dificultades, tal y como lo hizo simultáneamente su amigo Juan Luis Cebrián en un pintoresco editorial de El País.
Tal vez el episodio no tenga demasiada influencia electoral. Si lo traigo a colación es porque confirma, como observó Rosa María Artal en Twitter, lo mal que está envejeciendo Felipe González. Envejecer físicamente es inevitable –a mí lleva pasándome un tiempo y me temo que la cosa sólo puede ir a peor--; envejecer ideológica y moralmente puede resultar patético si, como es el caso de Felipe González, uno pretende seguir yendo de progresista. Nada está escrito en las estrellas; ni tan siquiera que es ineluctable que un sexagenario, un septuagenario, un octogenario o un nonagenario se convierta en un Abuelo Cebolleta gruñón y conservador. El arte de envejecer bien, decía Nietzsche, es recuperar la frescura de los juegos infantiles. Ahí están los ejemplos de los fallecidos Stéphane Hessel y José Luis Sampedro, líderes espirituales de los jóvenes indignados; ahí sigue estando Juan Goytisolo, el rebelde de Marrakech, y que Alá o quien sea nos lo conserve muchos años.
Me temo que a este artículo le ha llegado la hora de lo que Miguel Ángel Aguilar llamaría los “gritos de rigor”. Sí, proclamo en voz alta, la Transición Democrática y la Constitución de 1978 estuvieron bastante bien para cómo estaban las cosas en aquel entonces. Pero permítanme añadir que no creo que sea denigrarlas constatar que se hicieron con una determinada correlación de fuerzas y hace cuatro décadas, cuando existía el Telón de Acero pero no Internet y la mayoría de los españoles de hoy llevaba pañales o no había nacido. Me parece más bien que el verdadero respeto al espíritu de aquellos tiempos es reconocer que esta España es manifiestamente mejorable en lo político, lo institucional y lo socioeconómico, y que, como diría Thomas Jefferson, la mayor arrogancia de una generación es pretender que las siguientes no pueden mejorar su obra.
Prosigo con los gritos de rigor. Certifico para los que no lo vivieron que los gobiernos de Felipe González le dieron un estupendo repaso a la España heredada del franquismo, nos metieron en Europa y fueron positivos para la gran mayoría de la gente hasta, más o menos, 1992. Pero, francamente, no veo que ese reconocimiento sea contradictorio con recordar que terminaron mal, con los GAL, la corrupción y el triunfo de lo que entonces no se llamaba Capitalismo de Amiguetes sino Beautiful People. No sé ustedes, pero servidor no es de los de adhesiones incondicionales, inquebrantables, eternas. Fundamentalismos, ni en pintura.
A bastantes progresistas nos gustó que el mejor Zapatero –el de la primera legislatura, el de la respuesta inteligente y eficaz al 11-M, la retirada de las tropas de Irak, el matrimonio gay, la defensa de los derechos de las mujeres, la corrección de algunas injusticias sociales y el intento de conseguir un final más rápido de ETA y un mejor acomodo de Cataluña-- no fuera un hooligan del felipismo. Zapatero lo pagó con la hostilidad de la Vieja Guardia socialista y de la cúpula de El País, pero, aun así, obtuvo en dos ocasiones consecutivas --2004 y 2008-- 11 millones de votos. ¿Saben qué? Si yo fuera militante del PSOE, que ni lo soy ni lo he sido, me fijaría más en ese antecedente que en el de la entronización de Rubalcaba en 2011. Rubalcaba se hizo con el PSOE por la debilidad de un Zapatero crepuscular, la presión del felipismo y el apoyo de aparatchiks temerosos de perder su estatus.
Intuyo que el PSOE de Pedro Sánchez está pagando el coste de la desconfianza e incluso el rencor que provocaron las políticas del Zapatero terminal entre millones de electores progresistas; unos sentimientos agravados por el maniobrerismo y el acatamiento a la razón de Estado de su último vicepresidente y su sucesor al frente del PSOE. Este partido, no es ningún secreto, tiene un serio problema de credibilidad. Y sospecho que el PSOE de Pedro Sánchez también abona el precio de no haberse refundado por tierra, mar y aire tras la triste experiencia de Rubalcaba. Sánchez se sintió feliz cuando el felipismo le dio el abrazo del oso; quizá hubiera hecho mejor sintonizando con el espíritu del 15-M, convirtiéndose inequívocamente en el referente socialdemócrata de una Nueva Transición.
Vuelvo a Felipe González. Jamás me gustó el chavismo, pero me parece un disparate decir, como hace el expresidente, que es más dictatorial que los regímenes de Franco y Pinochet. Sé que algunos fundadores de Podemos colaboraron con la Venezuela de Chávez, pero me cuesta encontrar en el programa de esta formación la propuesta de una España bolivariana; lo veo, más bien, socialdemócrata a la europea, a lo, digamos, Olof Palme. Y, sobre todo, me resulta difícil concederle autoridad en esta materia a un señor que lleva años trabajando como conseguidor de grandes empresas españolas, de Carlos Slim y puede que otros magnates latinoamericanos, del reino de Marruecos y quizá alguna monarquía del Golfo. Si Felipe quiere ocupar su vejez –e, imagino, dorarla económicamente-- con esas actividades, allá él. Está en su derecho, pero creo sinceramente que debería ser más discreto.
Termino. Lo de Venezuela no tiene buena pinta, ciertamente, pero hay sitios peores en el mundo –a mí, por ejemplo, me parece más grave la influencia ideológica y financiera de Arabia Saudí en el ascenso del islamismo y hasta el yihadismo--. En todo caso, aquí y ahora, en vísperas del 20-D, confieso que me preocupan más los problemas domésticos: la corrupción y el paro, los bajos salarios de los jóvenes y el incierto futuro de las pensiones, los desahucios y el empobrecimiento de la mayoría, el retroceso de las libertades y los derechos, el agotamiento del sistema de 1978, cosas así. Felipe podría ser un sabio a lo Mandela si expresara empatía con los sufrimientos de tantos españoles y, desde su experiencia, sugiriera fórmulas para ir solucionando algunas de esas lacras. Quizá me haya perdido algo, pero la impresión que tengo es que no va por ahí.
Felipe González ha irrumpido en la campaña electoral del 20-D citando, cómo no, a Venezuela, su obsesión de los últimos tiempos. No es que dijera nada nuevo –ya sabíamos que algunos fundadores de Podemos efectuaron trabajos de asesoramiento para el chavismo--, pero quiso así vengarse de Pablo Iglesias por haber...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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