Fondo de armario
Por un puñado de votos
Leyendo ‘El disputado voto del señor Cayo’, la novela en la que Miguel Delibes narra una jornada en la campaña electoral de 1977, es fácil sonreír por lo poco que han cambiado ciertas cosas…
Raúl Gay 16/12/2015
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El disputado voto del señor Cayo
Miguel Delibes
Austral, 2010
192 páginas
En esta semana electoral he querido leer un libro acorde con el tema y el espíritu. No quería un ensayo, sino ficción, y recordé el curioso título de una novela de Miguel Delibes que rondaba por casa hace años: El disputado voto del señor Cayo. Debo admitir que nunca he sido buen lector de Delibes. Me acerqué en tiempos a La sombra del ciprés es alargada, El camino y El hereje; no terminé ninguno. El gusto por ciertas lecturas, como por cierta música o cierto cine, se adquiere. Por muy clásico que sea, hay que acercarse a un autor a su debido tiempo. Así que mucho después de estudiarlo en el colegio, por fin, he terminado un libro de don Miguel Delibes; y no me ha convencido.
Curiosamente, lo ha hecho por razones opuestas a las de años atrás. Entonces me aburrían las descripciones del campo, los colores, los olores… Yo era un moderno con Internet a pedales y no quería saber nada de una Castilla casi medieval, con habitantes iletrados, pobreza y sequedad. Ahora son las páginas donde muestra esa España que (casi) ya no existe las que más me han interesado y las que muestran la España actual (de la post-transición) las que aburren y llegan a desagradar.
Delibes escribió la novela en 1978; en ella narra una jornada en la campaña electoral de 1977, la primera después de la dictadura. Los protagonistas son miembros de un partido de izquierdas: un candidato a diputado y parte de su equipo de campaña. Delibes dedica la primera parte de la novela a mostrar ese micromundo que es la sede de un partido a pocos días de las elecciones. Leyendo esas páginas es fácil sonreír por lo poco que han cambiado ciertas cosas...
Todavía hoy hay quien dice hacer campañas invitando a los partidos de Estados Unidos, pero eso no es nuevo. Al inicio, Delibes presenta a dos políticos que comentan los folletos de campaña:
Víctor sonrió. Sacó del bolsillo de la cazadora un folleto plegado y lo desdobló:
—Y ¿esta propaganda a la americana que te gastas? —dijo.
Arturo carraspeó, visiblemente turbado. Le azoraba contemplar su propia imagen en una fotografía de estudio, la pipa entre los dientes, sonriendo con fingida campechanía. Estiró la barbilla. Dijo con voz sofocada:
—No te lo vas a creer, pero esta propaganda a lo Kennedy, funciona. [...]
Víctor no respondió. Abrió el folleto y en la plana de la izquierda apareció un Arturo juvenil, en calzones cortos, corriendo por una pradera tras una pelota inalcanzable. Una leyenda decía debajo: «Por un deporte popular». En el grabado de la derecha, Arturo, retrepado en los cojines de un diván, el brazo sobre los hombros frágiles de Laly, su mujer, miraba tiernamente a dos niñas rubias, jugando a sus pies con unos muñecos de trapo. Debajo rezaba la leyenda: «Por una educación sin privilegios». Víctor cerró el folleto sin dejar de sonreír. Levantó sus ojos grises, un poco fatigados:
—Y ¿esto? —dijo, mostrando la contracubierta. En la fotografía, Arturo aparecía en mangas de camisa, despechugado, sentado en un poyo, protegido por una pared de adobes, entre los ancianos de la solana de un pueblo. El pie decía: «Por una tercera edad digna». [...]
—Te guste o no, esto vende —dijo—, da la imagen, macho.
Si ya hace 40 años había interés en cuidar la imagen del candidato, también entonces existía el cinismo que hemos visto en buena parte de los partidos que nos han gobernado estas décadas. Los miembros de la campaña lo tienen claro. Hay demasiada literatura en los mítines, en las cartas…
—Al elector sólo hay que decirle tres cosas, así de fácil: Primera, que vote. Segunda, que no tenga miedo. Y tercera, que lo haga en conciencia.
La voz de Félix Barco salió tonante pero tamizada entre sus lacios y frondosos bigotes:
—¡Joder, estoy harto de vaselina! ¡Estoy de conciencia hasta los mismísimos huevos! ¿Y si la conciencia no coincide con nuestro programa
—Mala suerte.
En el cuartel general de la campaña, un mapa muestra con chinchetas de colores los pueblos que han visitado. Faltan algunos muy pequeños y el candidato se muestra reticente a ir. A pesar de todo, el equipo se lanza a la carretera a visitar la provincia, para que no quede ninguna localidad sin su chincheta en el mapa. Quieren dar un mitin en uno de esos pueblos minúsculos, pero se encuentran que sólo viven tres personas: Cayo, de 83 años; su mujer, muda; y otro hombre, con quien no se habla.
A partir de aquí, cambia el tono y la novela se pone más interesante. El viejo aporta serenidad y sentido común. Contagia a los políticos, que dejan la prisa de la campaña para ayudar con las abejas, ver la ermita, preguntar por el pasado del pueblo...
Cayo está aislado en ese pueblo. Habla cada quince días con una persona que trae Coca-Cola al pueblo cercano, es el único momento en el que conversa con un ser humano. Por él se enteró, con semanas de retraso, de la muerte de Franco. No se inquieta. No tiene prisa, ni soledad. Los políticos le hablan de las elecciones pero él responde con su peculiar lógica. No es de ese mundo, y, nos dice Delibes, es más feliz que muchos.
Laly miró en derredor y dijo:
—¿No tienen ustedes televisión?
El señor Cayo, acuclillado en el tajuelo, la miró de abajo arriba:
—¿Televisión? ¿Para qué queremos nosotros televisión?
Laly trató de sonreír:
—¡Qué sé yo! ¡Para entretenerse un rato
Dijo Rafa, después de mirar en torno:
—¿Y radio? ¿Tampoco tienen radio?
—Tampoco, no señor. ¿Para qué?
Rafa se alteró todo:
—¡Joder, para qué! Para saber en qué mundo viven.
Sonrió socarronamente el señor Cayo:
—¿Es que se piensa usted que el señor Cayo no sabe en qué mundo vive?
[...]
—Pero si usted no lee, ni oye la radio, ni ve la televisión, ¿qué hace aquí en invierno?
—Mire, labores no faltan.
Insistió Víctor:
—Y ¿si se pone a nevar?
—Ya ve, miro caer la nieve.
—Y ¿si se está quince días nevando?
—¡Toó, como si la echa un mes! Agarro una carga y me siento a aguardar a que escampe.
El contraste entre la España de 1977 y la vida en los pueblos, anclada en un pasado eterno, es la clave de la novela. Pero Delibes se equivoca en la presentación de esa España moderna. Para contrastar con el señor Cayo —un anciano que habla de la naturaleza, transparente, tranquilo...—, el resto de personajes habla con un estilo “popular”, a golpe de taco y alusiones sexuales. Esto, que al inicio sorprende en un libro de Delibes, termina por cansar, suena impostado. La palabra “macho” se repite 49 veces: la palabra “joder”, 79. Excesivo en un libro que no llega a las 200 páginas.
Durante una parte de la novela, vemos al Delibes más conocido: un escritor realista, rural, campestre y melancólico. Pero en esa calma se cuela un exabrupto de cuando en cuando que rompe la lectura. Tal vez intentó ser moderno, pero hoy queda desfasado. O tal vez quiso demostrar una vez más las bondades del campo y la tradición frente al mundanal ruido de la ciudad y la modernidad, pero ésa no es la manera.
Lo más interesante, al margen de la calidad literaria, puede ser la parte puramente electoral. Unas páginas en las que los políticos dicen que el feminismo no interesa y ya habrá tiempo de abordarlo; piensan que la gente es inculta y con prometer una bajada de impuestos ya tienen el voto asegurado; y prefieren un folleto con bonitas y falsas fotografías a un discurso de acuerdo con su conciencia. Con Delibes o sin Delibes, a votar se va leído.
El disputado voto del señor Cayo
Miguel Delibes
Austral, 2010
192 páginas
En esta semana electoral he querido...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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