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Pasan los meses y uno empieza a creer que lo único que consiguió la imagen del cadáver de Aylan, el pequeño sirio de tres años que murió ahogado en la playa turca de Bodrum, fue lograr insensibilizarnos fríamente ante la muerte de un crío. Algunos pensaban que a través de su retrato derrotado de bruces en la orilla, la sociedad tomaría conciencia del verdadero problema y las autoridades desistirían en su intento de marear la perdiz para ponerse manos a la obra buscando la solución definitiva a la plaga de letales naufragios. Pero no. En absoluto. La UE sigue a lo suyo —vaya sorpresa—, dejándolo todo en poder la lenta burocracia, proponiendo cifras de acogida que los países acatan sin rechistar con la boca pequeña y terminan luego pasándose por el forro bajo la alargada sombra de la amenaza terrorista, y al resto, la pena y la rabia que generó la estampa nos duró horas, o ni eso: el tiempo que se tarda en asumir un suceso que no nos incumbe y olvidar una foto desagradable. Cuestión de un suspiro y ya. A otra cosa. Una peli, el Gran Hermano o un documental de La 2, lo que sea con tal de evadirnos de ese bofetón que la realidad nos propinaba cogiendo carrerilla.
Vamos tarde. Tanto nos hemos hecho los sordos que ya no sabemos en qué momento el rumor de las olas comenzó a mezclarse con los gritos de pánico. Lo hicimos natural. Son noticias duras; sólo noticias al fin y al cabo. Cuesta despertar una mínima llama de solidaridad y coherencia y entender que ese niño, sus padres y semejantes huían de una guerra que siembra el terror segando cuanto encuentra a su paso: no vienen por gusto, ni a arrebatarnos el trabajo, ni a colapsar los servicios sociales, como malintencionadamente nos hacen pensar perversos mandatarios y colectivos xenófobos que aprovechan la ocasión para difundir consignas en webs, cuentas de Twitter y páginas de Facebook convertidas en auténticos portales del odio hacia los refugiados y el propio islam.
Desapareció Aylan, entonamos el ‘Nunca más’ y apenas cambió algo. Desde ese día, mientras los responsables permiten la llegada de refugiados a cuentagotas, consienten hacinamientos inhumanos o levantan vallas de cuatro metros mirando llegar botes de salvamento cual vacas pasando el tren, más de 100 niños han dado con sus vidas en el fondo del mar, tragados entre manotazos intentando salir a flote, desesperados sin divisar horizonte alguno, mecidos inertes hasta ser escupidos sobre la arena. Sin fuerza ni voz que hagan que se escuche un grito que debería perforarnos los oídos y martillear incesantemente nuestras conciencias: “Nos seguimos ahogando”.
Pasan los meses y uno empieza a creer que lo único que consiguió la imagen del cadáver de Aylan, el pequeño sirio de tres años que murió ahogado en la playa turca de Bodrum, fue lograr insensibilizarnos fríamente ante la muerte de un crío. Algunos pensaban que a través de su retrato derrotado de bruces en la...
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Moe de Triana
Álvaro Ballén (Sanlúcar de Barrameda, 1983) Como técnico superior trabajo en el ámbito de la animación sociocultural y la integración aunque de vez en cuando intento pensar y me da por escribir. Desde CTXT oigo los latiditos de Twitter. A menudo blogueo en moedetriana.com.
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