Gitanofobia
"Los políticos tienen mansiones, y nosotros hambre"
La principal preocupación para los romaníes que viven en Euskadi --unos 15.000, la mayoría en Bizkaia--, como para el conjunto de los ciudadanos, es la falta de trabajo
Isabel Camacho Bilbao , 16/12/2015
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El día que el padre de Daniel Borja le cogió de la mano y le llevó por primera vez a ver un partido de pelota mano al frontón de Las Llanas, en Sestao (Bizkaia) comenzó una afición que llevaría al hijo a convertirse en algo único: pelotari y gitano.
Dani tiene 18 años y no sabe muy bien por qué abandonó la que probablemente podría haber sido una carrera de éxitos. Solo a algún estulto no le gustó que un gitano jugara a un deporte tan autóctono. Luce un bigotito fino de galán antiguo. Sus objetivos en la vida son dos: sacarse el carné de conducir --ya ha aprobado la teórica-- y encontrar un trabajo fijo. “No se puede trabajar 6 meses y luego irte 4 años al paro”. Hasta ahora solo ha ayudado a su padre a recoger chatarra.
Votará por vez primera el domingo y está ilusionado. Es una responsabilidad. “Votaré al que me ayude a encontrar lo que yo necesito”. Será un partido vasco, de aquí. Cree que “a partir del domingo cambiarán las cosas”. Le gusta su vida. De vez en cuando sigue yendo al frontón.
Dani es uno de los aproximadamente 15.000 gitanos que vive en la comunidad vasca. De ellos, 6.000 proceden de Europa del Este y Portugal. Más de la mitad tiene su hogar en Bizkaia, en barrios de Bilbao y en la población de Sestao. Como para el resto de ciudadanos, su preocupación es la falta de empleo.
A 30 minutos en metro de Sestao, en el popular mercado gitano del barrio bilbaíno de Rekalde, la falta de clientes en vísperas de Navidad confirma esa preocupación. No llega ni para la mesa que cuesta 20 euros. Qué menos que sacar 100 al día. Pero ni soñando. Si crean trabajo, se termina la crisis. La gente compra y nosotros vendemos. Se llama Ángel y tiene 27 años. Permanece de pie frente a su puesto de calcetines, mientras su madre, Rosa, de “cincuenta y tantos”, vestida de negro, quizá por el marido que ya murió hace 6 años, canta su mercancía en el puesto de enfrente. “Todos vamos a la Iglesia Evangelista y casi todos votamos al PNV. Soy gitano y vasco y voto al PNV. He estudiado en ikastola y hablo euskera”, sostiene Ángel.
Son las 11 de la mañana y solo algunas mujeres mayores merodean por los tenderetes. Alba tiene 25 años y toda la vida en el mercadillo. “Fíjate, vendo las Golden Lady y las Mari Claire de red a 50 céntimos y así vamos dando palmas a las orejas”. Cuenta que su marido es el que sabe y el que vota, que ella no lo hace “por ignorancia”. Le parece que todos los políticos son iguales y “van al chupe”. "Los políticos tienen mansiones y nosotros y las señoras que vienen por aquí, hambre".
A unos metros, María, que tiene 47 años, quiere decir algo tras su puesto de venta de ropa de tallas grandes. Las elecciones son importantes y más para Euskadi, que es lo que a ella le importa. Habla de la corrupción y de que no se fía de nadie pero reconoce que si ella ostentara poder también ayudaría a los suyos. No duda: su voto irá para un partido vasco nacionalista. Al PP solo quiere perderlo de vista.
En la Fundación Secretariado Gitano de Sestao, la coordinadora Carmen Pinedo, de 54 años, ha dedicado mucho tiempo a ayudar a la integración de los gitanos en la sociedad. “El desencanto social generalizado también afecta a los gitanos”. Y se queja de que el lenguaje de los políticos no llega a la mayoría de la gente, que no lo entiende. “No se enteran de nada", como el resto. Para subsanarlo, durante los últimos días han estudiado los contenidos de los programas electorales “tratando de explicar pero sin intervenir”.
Quien va a esperar hasta el último instante para decidir es Nando, de 27 años. Se casó a los 17 años, “a los 18”, le corrige Carmen, que ha visto crecer a sus dos hijos. Ha seguido cursos de albañilería, soldadura… y ahora anda sumergido en la informática como buscador activo de empleo. Todavía no sabe a quién votará pero sí que lo hará. “Las cosas pueden cambiar. No se puede dar el voto a cualquiera para que luego no haga nada”. No adoptará la decisión hasta que vea el último debate en televisión. Eso sí, votará a un partido vasco. Anhela un trabajo en el que no le manden a la calle a los 6 meses. Mientras, percibe la Renta General de Ingresos y recoge chatarra.
Con ellos, otra de las responsables, Tamara Flores. 35 años, gitana, de Jerez de la Frontera. Vive en Bilbao, su marido es vasco pero sus dos hijas andaluzas, aclara sonriente. Es técnico socio laboral y trabaja en la Fundación de Sestao. Votará por correo a un partido estatal. Hay que hacerlo, es una oportunidad, insiste. Dice que la situación en general necesita un cambio, y que el país está mal. Habla de la pobreza energética y se rebela cuando recuerda que muchos gitanos le cuentan las filigranas imposibles que tienen que tejer para poder pagar la luz. Por eso no votará al PP, para que el empobrecimiento social no siga acentuándose. Por la justicia social.
A su lado, Dani escucha sus propuestas para los políticos: reducir la desigualdad educativa; incrementar el porcentaje de asalariados y promover la igualdad y la lucha contra la discriminación. “Algunos te discriminan y otros, no. Depende de las personas”. A él no parece importarle. Siempre será un pelotari de mano de hierro.
El día que el padre de Daniel Borja le cogió de la mano y le llevó por primera vez a ver un partido de pelota mano al frontón de Las Llanas, en Sestao (Bizkaia) comenzó una afición que llevaría al hijo a convertirse en algo único: pelotari y gitano.
Dani tiene 18 años y no sabe muy bien por qué abandonó...
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Isabel Camacho
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