Rock
Peter Hammill, siempre por delante de vanguardias, escuelas y géneros
El músico y poeta repasa su trayectoria en una veintena de temas ante el público de Madrid
Alberto Manzano Madrid , 23/12/2015
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Dylan y Patti Smith citan a Rimbaud y Verlaine. Cohen canta a Lorca y Kavafis. John Cale y Laurie Anderson mientan a Burroughs –aunque Cale canta a Dylan Thomas (Words For The Dying / The Falklands Suite, 1989)--. Elliott Murphy insiste en Fitzgerald y Hemingway. Kate Bush se inspira en Emily Brontë y Gurdjieff. Son referentes relámpagos que vislumbran al artista que los ha embebido, rayos que atraviesan su carne mortal, casi como una radiografía cardiaca. En el caso de Peter Hammill (Ealing, Londres, 1948), su admiración se metamorfosea en forma de sincero guiño a Borges (Shell), Papini (Gog / Magog), recitado de un fragmento del Enrique IV shakesperiano en The Plays The Thing, dedicatoria a Ophelia, e incluso la osadía de componer toda una ópera basada en La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe, coescrita junto a uno de sus más brillantes colaboradores, Chris Judge Smith (Been Alone So Long, Four Pails Of Water), e interpretada por la cantante (¿punk?) Lene Lovich, en 1999.
Levanta una carta, gira una página, la acción
va a empezar, reacción en segunda fase
a los ilógicos pensamientos sobre líneas azarosas
en un sueño de Borges nos movemos hacia
la escritura de vidas.
(Shell, 1986)
Vestido de blanco impoluto y altamente espigado como un diente de león de pedúnculo con abundante vilano para ser transportado por el aire, Hammill se presentó en el Teatro Lara de Madrid para diseminar un repertorio antológico compuesto por diecisiete temas de longeva trayectoria arraigada: Don’t Tell Me, Just Good Friends, Still Life, Vision, etc.., pero también para sembrar en nuestros surcos mentales canciones inéditas: The Mercy, Friday Afternoon:
¿Por qué esperar a que ocurra la vida
cuando ante tus ojos
el ciego destino despliega sus telas?
Con dedos huesudos accionando las teclas dentarias de un ballenato de larga cola y canto operístico, Hammill se desdobla como hábil ventrílocuo en tensas disonancias, convocando silencios –tan infalibles como las notas--, entrecruzando las manos sobre el clavijero para que sus textos deambulen hieráticos por férreas estructuras musicales, y con talante reivindicativo –la ópera operó como motor de cambio social en otros tiempos de arias-- rememora su vocación lírica, aullando, bramando, gritando en arrebato febril, cantando… Sé mi niña, sé mi amante, trágame en el brillo de tu fuego. / Toma mi lengua, toma mi tormento, coge mi mano y no la sueltes. / Déjame morir en tus brazos, / para que la visión no se haga pedazos, / mientras pasan las estaciones, / y mi amor permanece fuerte. (Vision).
Pronto hará cincuenta años, Hammill fundó la formación de rock progresivo Van Der Graff Generator, cuyo barroquismo poético influiría decisivamente en muchas bandas de la new wave y cold wave británicas a finales de los años 70 –desde David Bowie a Peter Gabriel, sin olvidar a Ian Curtis (Joy Division) y John Lydon (Sex Pistols)--. Tras una década de intenso recorrido entre la ciencia ficción y el más allá, Van Der Graff se escindió para que su líder iniciara una prolífica carrera en solitario (lleva contabilizadas varias docenas de discos), siempre por delante de vanguardias, escuelas y géneros: Conozco mi sitio en la historia, / una línea de un verso en blanco, / una parte del accidente. Aunque nunca suficientemente ponderado músico y poeta, su majestuoso legado artístico, siempre alternando furia volcánica con sombras interiores, ha sido seguido de cerca por minorías incondicionales (en el Teatro Lara apenas superaban los cien; en Italia y Alemania su éxito desbordaría esos límites “cultos”).
Pero seguir a Hammill no es fácil tarea. Cantando con voz rota, juega con las palabras en círculos concéntricos –como pocos lo han hecho en el espectral mundo del rock--. Es, plausiblemente, otro maestro telúrico de la pluma bañada en tinta, enigmático poeta oscurantista, mago tenebroso: Aquí estamos, allí fuimos, el círculo completo, / estrellas fugaces caídas del cielo, / una tortuga en la playa, boca arriba…
En 1988 tuve el inmenso placer de estrechar una de sus manos con motivo de la celebración de un concierto ofrecido frente a la catedral de Barcelona. Hablamos en la cafetería del hotel Colón, sobre música y poesía: “Cada letra, como cada canción, tiene una resonancia particular en un lugar y un tiempo particular… que depende de la empatía entre su propio viaje y el de uno mismo. Esto es algo que tiene en común con la poesía – y otras formas artísticas--, pero, en mi opinión, son disciplinas muy diferentes… No sé… la canción es la canción. Dice muy poco, revela demasiado. Suficiente”, me dijo.
Después, me pasó una lista de sus diez letristas favoritos, con su correspondiente canción, en estricto orden (lo cual vendría a definir ciertos rasgos de su autorretrato artístico): Bob Dylan (Just Like A Woman), ¡¡¡Stephen Sondheim!!! (Something’s Coming, del filme musical West Side Story), Walter Becker-Donald Fagen (Haitian Divorce, Steely Dann), Hal David (Anyone Who Had A Heart…, inspiradora de la mítica Sweet Jane del Lou Reed velvetiano), Paul Simon (America, Simon & Garfunkel), John Lennon (Tomorrow Never Knows, The Beatles), Joni Mitchell (Hissing Of Summer Lawns), David Byrne (Drugs, Talking Heads), ¡¡Oscar Hammerstein!! (Some Enchanted Evening, Jay & The Americans) y Chris Judge Smith (Four Pails Of Water, que el mismo Hammill grabaría en su álbum Skin, 1986), seguida de esta declaración: “Todos estos autores muestran un amor y respeto por el lenguaje, en sí mismo y como componente de la Canción”. A continuación, me deslizó una lista con diez temas propios, de los que se sentía especialmente satisfecho –casi la mitad fueron interpretados en el Teatro Lara: Train Time, Stranger Now, Shell, Just Good Friends, además de Dropping The Torch, Patient, A Ritual Mask, Sleep Now, Unconscious Life y The Lie – una canción inspirada en El éxtasis de Santa Teresa, la estatua helada en mármol, en rapto divino (los ojos idos, la boca abierta, la herida del amor, la mentira) del escultor y pintor barroco Gian Lorenzo Bernini del siglo XVII, expuesta en Roma:
Me llevaste, me diste razones para
santos y misales, vigilias, todos los más
sagrados mártires…
te abrazaría
y cruzaría la puerta sin retorno.
Te abrazaría
pero no sería
mas que otra mentira.
Hammill mira a su alrededor y se mira a sí mismo, explorando el misterio inconfesable de la vida, su propio enigma, hipérboles enmascaradas sus textos, miniaturas concisas sus canciones, reflexiones artísticas, confesiones íntimas. Y su placa cardiaca revela que dos de sus vasos sanguíneos rebosan de libros de poemas sobre “la angustia moderna”: Killers, Angels, Refugees (1974), Mirrors, Dreams and Miracles (1982):
Diminutos,
en silencio,
esperamos.
Sobre esta brizna de hierba,
en ese remanso del desordenado jardín trasero de la creación,
vivimos
en azaroso orden,
en perpetua entropía,
en temor.
Ahora el universo está
a punto de explotar.
Ahora la pisada asesina
está sobre nosotros.
Incapaces de alzar un grito
por los años oscuros.
Diminutos,
en silencio,
esperamos.
(The Tiny Words, 1982)
A modo de nudo tras una trenzada ristra de gemas musicales, Hammill despidió el concierto con Still Life. Se alzó elegantemente del piano para agradecer al respetable, y huyó del escenario con gráciles saltos de rosácea pantera. Pero regresó con amabilidad rotunda, complaciente, definitiva: “Solo una más”. Desgranó entonces esa belleza, arrebatada y frágil, que corre siempre el peligro de terminar siendo dolorosa: Vision…
“Pero ahora que la cama nupcial está preparada, la dote ha sido pagada,
las desdentadas y ojerosas facciones de la eternidad me dan la bienvenida
para emparejarme con el marchito cuerpo de mi esposa.
Soy suyo para siempre, suyo para siempre, suyo para siempre,
en naturaleza muerta.”
(Still Life)
Dylan y Patti Smith citan a Rimbaud y Verlaine. Cohen canta a Lorca y Kavafis. John Cale y Laurie Anderson mientan a Burroughs –aunque Cale canta a Dylan Thomas (Words For The Dying / The Falklands Suite, 1989)--. Elliott Murphy insiste en Fitzgerald y Hemingway. Kate Bush se inspira en Emily Brontë y...
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