Las navidades ya no son lo que eran
Las navidades eran una tregua. Cena en familia, Raphael y olvidarse del fútbol unos días. Hubiera o no percebes, que no los había, todo sea dicho
Emilio Muñoz 23/12/2015
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Las navidades ya no son lo que eran. No solo baso mi afirmación en la extinción total de especies como la cesta que empresas, proveedores y demás deudos regalaban a cualquiera que pasara cerca cuando la economía transitaba por la etapa del estirón. No crean que me apena el desplome de la venta de panderetas ni las leyendas que aseguran haber avistado años atrás en sus mesas a unos seres mitológicos llamados percebes. Lo que me falta de las navidades, lo que realmente echo de menos es la abulia futbolística, la falta de ansiedad balompédica.
Anteayer, como quien dice, llegábamos a estas fechas con el Atleti hecho unos zorros. Zarandeado por cualquier Albacete en Copa; borrado del mapa europeo, si es que lo había, por algún rival de nombre lo suficientemente exótico para ser funestamente recordado para los restos; sobrellevando la Liga desastradamente, con la camisa por fuera del pantalón y las gafas torcidas y remendadas con esparadrapo. Soñando, ilusamente, con que te quedara para septiembre la final de la Intertoto. Trofeos Spiderman al margen, claro está.
Muchos nos sumergíamos en las fiestas con afán de olvidar, de mitigar el dolor que en nuestras carnes laceraba el esperpento recurrente. Levantaba la voz el cuñado cuando hablaba de hazañas y aspiraciones intactas de otros y nosotros guardábamos un silencio con aroma a rendición. Si acaso le echábamos la culpa a un empedrado que a veces tenía nombre de linier. Miraba uno el calendario de lejos, no fuera a parecer más cercano el momento de retomar las competiciones y volver a la montaña rusa de fraudes semanales. Las navidades eran una tregua. Cena en familia, Raphael y olvidarse del fútbol unos días. Hubiera o no percebes, que no los había, todo sea dicho.
Hoy en día disfrutamos menos de las navidades, ausencia de cestas aparte, porque su paréntesis nos aleja de este Atleti nuestro del que somos adictos. No hay polvorón ni cochinillo que nos haga quitar la vista del calendario. Pasamos las horas echando cuentas, imaginando cruces, pariendo alineaciones preñadas de todocampistas que ejercen de volantes y debatimos sobre cuál es el nueve que pondríamos de aquí a final de temporada. Atrás quedaron los años en los que los Reyes nos dejaban el carbón de alguna baratija que remendara el siete acostumbrado. Se sienta uno a la mesa y come sin masticar, como los pavos, en un vano intento de que el reloj marque las horas con más premura, de forma contraria al bolero. Se dice que desde un tiempo a esta parte, es sencillo detectar al aficionado rojiblanco por signos externos como el de acabarse las doce uvas cuando no han terminado de sonar los cuartos. Los especialistas denominan a este cuadro sintomático síndrome reactivo-colchonero a lo de Marisa Naranjo. Un dislate, vamos.
Pasarán estos días con exasperante lentitud. Notaremos que el cuñado esta vez anda más callado que de costumbre y, si habla, lo hará bajito, con voz de acomodador de cine. Si acaso le echará la culpa a algún equipo de segunda B de sus desdichas, al Cádiz mismo, pongamos por caso. Nosotros seguiremos a lo nuestro, a contar los días que falten para volver a abrazar nuestra pasión. Abriremos los regalos con las ilusiones a raya, imperturbables ante todo lo que no sea una cita en la primavera de Milán. Antes de que nos demos cuenta, volveremos a sumergirnos en la segunda parte de esta apasionante temporada. Soñaremos más fuerte en el año que comenzará. Lo haremos partido a partido y nadie se acordará de los percebes.
Las navidades ya no son lo que eran. No solo baso mi afirmación en la extinción total de especies como la cesta que empresas, proveedores y demás deudos regalaban a cualquiera que pasara cerca cuando la economía transitaba por la etapa del estirón. No crean que me apena el desplome de la venta de panderetas ni...
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