David Bowie, el vuelo de la mariposa
Alberto Manzano 12/01/2016
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Estoy más cerca del Alba Dorada
Inmerso en el universo metafórico de Crowley
Vivo en una película muda
Retratando el reino sagrado de la realidad onírica de Himmler
Tengo miedo del final total
Acercándome al mellado hoyo
Y ya no tengo el poder
No, ya no tengo el poder
Soy el nombre retorcido en los ojos de Garbo
La prueba viva de las mentiras de Churchill, soy el destino
Desgarrado entre la luz y la oscuridad
Donde otros ven sus objetivos, divina simetría
¿Debo besar el colmillo de la víbora
O proclamar en alto la muerte del hombre?
Me estoy hundiendo en las arenas movedizas de mi pensamiento
Y ya no tengo el poder
No creas en ti mismo
No te engañes con la fe
El conocimiento llega con la liberación de la muerte
No soy un profeta ni un hombre de la Edad de Piedra
Solo un mortal con potencial de superhombre, sigo vivo
Estoy atado a la lógica del Homo Sapiens
No puedo apartar los ojos de la gran salvación que ofrece la absurda fe
Si no consigo explicar lo que tú deberías saber
Podrías contármelo en el próximo Bardo
Me estoy hundiendo en las arenas movedizas de mi pensamiento
Y ya no tengo el poder
No creas en ti mismo
No te engañes con la fe
El conocimiento llega con la liberación de la muerte
(Quicksand, 1971)
La imagen mental más presente que tengo de David Bowie es la de su papel como vampiro despechado por la maravillosa depredadora de almas Catherine Deneuve en la película The Hunger (El Ansia) de Tony Scott (1985). Desesperadamente agónico, con fláccidas carnes colgantes, mechones de pelo caído adherido a sus huesudos dedos, asesino frustrado, ávido de sangre, que finalmente conseguiría degollar a una joven violoncelista para respirar dos días más. Eso es lo que vivió (lo que vivimos), dos días. David Jones (alias Bowie) nació un 8 de enero y murió el 10 del mismo mes. Vivió un día más que la mariposa que era (podría haber protagonizado perfectamente al criminal travesti pellejudo –nada que ver con el hermoso replicante de Ridley Scott-- de “El silencio de los corderos”), y su vuelo fue brillante, espléndido, transformador, sublime, inspirador y alto. Dos días en los que voló sobre todas las estaciones cambiantes, y las veinticuatro horas, mal contadas --“el tiempo se dobla como una puta”-- de uno de ellos en los que llegó a ser “héroe por un día”.
“Los cambios siguen el paso que llevo”
Bowie siempre se adelantaba, a firmes zancadas desde sus altos zancos, abriendo horizontes a nuevas tendencias, géneros, invenciones y ondas. Era un imaginista fantástico (levantó la marejada del ‘afterpunk’ – Joy Division -, fue profeta de la ‘cool wave’, pionero cibernético – posteriormente vulgarizado por el tecno-pop -), y tuvo como aliados a algunos de los grandes compositores de nuestro tiempo: John Lennon (Fame), Brian Eno (Heroes), Pat Metheny (This Is Not America), Iggy Pop (China Girl), Mick Jagger (Dancing In The Street), Freddie Mercurie (Under Pressure) - “Veo algunos buenos amigos / gritando ‘¡déjame salir!’ / pateando mis sesos por el suelo / estos son días en los que no llueve / diluvia” -, mientras Ziggy, el ‘suicida del rock’n’roll’ (“¡no estás solo!”), se limpiaba de heroína en una clínica suiza -, o Lou Reed (Transformer) – a quien arrancó de las catacumbas de terciopelo warholianas para su transformación de ‘medium number one’ del underground neoyorquino en ídolo espectral masivo paseándose por el lado salvaje de la vida: “Queen Bitch” (de su mejor álbum, Hunky Dory, 1971) venía con un agradecimiento explícito al “White Light / White Heat” de la Velvet Underground. Antes, inspirado por 2001: una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968), se disfrazaba de astronauta para romper los lazos con la humanidad desde su cápsula a la deriva: “El planeta Tierra es azul (triste), y yo no puedo hacer nada” (Space Oddity, 1969).
Ahora alienígena tejiendo telas de araña en Marte para descender de nuevo a la Tierra, psicodélico, mutante híbrido neurótico, trascendentalmente espeluznante, hermoso y fascinante con su visionaria bola de cristal en un ojo – dicen que no tenía un ojo de cada color sino que se trataba de una pupila dilatada, fruto de una pelea juvenil -, Bowie fue, primero, máximo exponente de la imaginería ‘glam’ británica, en tándem con el poeta brujo del amor y la guitarra eléctrica afilada Marc Bolan (T. Rex) – su ‘vieja amiga’ Alice Cooper le llaaaa-aaaamaba ‘la pretty face’ -. Inmediatamente señalado como heredero de Oscar Wilde por la crítica británica, un glamuroso Bowie acelera su ambigüedad pansexual y se transmuta en ‘Aladino’, pero en 1974 ya es un ‘perro diamantino’ devorador de “1984” de George Orwell. Al año siguiente, se viste de frío ‘duque blanco’ para conquistar el mercado norteamericano con Young Americans – ‘bowie’ es un largo cuchillo de caza usado por los pioneros norteamericanos -, pero enfermizo, anfetamínico, ahora ‘crooner’ decadente, va viendo cómo la década le prepara un perfecto sarcófago para un rápido suicidio artístico. Y entonces, cuando casi nadie espera casi nada de él, da a luz a la ‘trilogía electrónica cibernética’ – Low, Heroes, Lodger -, de la mano de Brian Eno y Robert Fripp, tres retratos despiadados, nihilistas, distorsionados del final de una década. 1980 lo ve convertido en un payaso herido en su sexo por flashes fotográficos (Ashes To Ashes – ‘polvo somos y en polvo nos convertiremos’ -), donde el Comandante Tom de aquella Rareza Espacial se descubre como un drogadicto colgado del cielo.
Hombre-elefante (Bernard Pomerance), vagabundo-arribista (Bertolt Brecht), hombre que cayó a la Tierra (Nicolas Roeg), vampiro (Tony Scott), genio maligno (Jim Henson), gigoló (David Hemings), hombre-tiburón (Mel Damski), Poncio Pilatos (Martin Scorsese), agente policial (David Lynch), ejecutivo (Julian Temple), prisionero de guerra (Nagisa Oshima), hampón (John Landis), coleccionista de personalidades, camaleónico, siempre: la comedia de su propia catástrofe. Apocalíptico:
Abriéndome paso a empujones en la plaza del mercado
Muchas madres gemían
Acababan de llegar las noticias
Nos quedaban cinco años para llorar
El repartidor de periódicos nos lo dijo entre lágrimas
La Tierra se estaba muriendo
Tenía el rostro empapado
Entonces supe que no mentía
Oí teléfonos, el teatro de la ópera, canciones favoritas
Vi niños, juguetes, planchas eléctricas y televisores
El cerebro me dolía como un almacén
No había más sitio
Tuve que apretar muchas cosas para meter todo dentro
A todos los flacos-gordos
A todos los altos-bajos
A todos los don nadie
A todos los que se creían alguien
Nunca pensé que pudiera necesitar a tanta gente
Y hacía frío y llovía y me sentía como un actor
Y pensé en mamá y quise volver
Tu rostro, tu raza, tu manera de hablar
Tu beso, eres hermosa, quiero pasear contigo
Nos quedan cinco años
Me duele el cerebro
Cinco años
Es todo lo que nos queda
Cinco años…
(Five Years, 1972)
Bowie nació el mismo día que Elvis Presley (1935), y que nuestro genial y único Raúl Rodríguez (1974). Una señal astrológica, cósmica, para volver con los dioses. Una larga defunción previsiblemente prevista y planeada. Un espectral ‘enviado del futuro’, un ‘cristo de cristal humano’, que incluso es capaz de regresar de su muerte hasta el presente. Un buen mordisco a la vida desde el más allá, amigo vampiro. Una jugada maestra. Tu triunfo. Tu invencible derrota.
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Y ya no tengo el poder
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Alberto Manzano
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