Nadie sabe la verdad en Colonia
Los datos de la policía, muy criticada, son confusos. Las ONG feministas denuncian la utilización de las agresiones con fines políticos
Laura Alzola Kirschgens Colonia , 13/01/2016
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La estación central de trenes de Colonia huele a salchichas, café y detergente. Desde la megafonía se advierte una y otra vez sobre la presencia de carteristas. La policía patrulla. En el murmullo se distinguen decenas de lenguas. La salida principal del Hauptbahnhof da a una plaza presidida por la Catedral gótica, patrimonio de la Humanidad. Las escaleras de granito que llevan al templo lucen cubiertas de flores y carteles plastificados que recuerdan los hechos ocurridos en el lugar la noche del 31 de diciembre. Quince días después, las cifras de sospechosos bailan. La policía de Colonia asegura haber identificado a 23, mientras que la policía nacional germana, autoridad competente dentro de las estaciones de trenes del país, sospecha de 32 hombres y ha identificado a 22 de los mismos como demandantes de asilo. No parece cuadrar, sin embargo, esta última afirmación al detallar la nacionalidad de origen de los supuestos implicados: 9 procederían de Argelia, 8 de Marruecos, 5 de Irán, 4 de Siria, 3 de Alemania y 1 de EE.UU. Además, la fiscalía de la ciudad, investiga a doce personas y, de momento, solo hay 5 detenciones oficiales. Lo que sí es seguro es que hasta la fecha, se han interpuesto 553 denuncias: el 45% de estas, por delitos sexuales.
“¿Sabes lo que pasa? Que si pusiéramos flores en cada lugar donde han agredido a mujeres sexualmente, las calles tendrían que estar llenas de prímulas como estas”, exclama Heinrich. El señor de pelo blanco pega un paraguazo al suelo y se va dando zancadas.
Resulta complicado rodear la plaza. La catedral pegada a la estación, la sede del periódico local, y el edificio de la empresa Rolex solo dejan espacio a tres bocacalles. Para llegar al metro, hay que entrar primero en la estación, y viniendo desde el suroeste, no queda otra que cruzar la plaza o emprender un rodeo muy largo. Existe un túnel debajo de las escaleras de la catedral, por el que solo circulan coches. En Nochevieja hubo grupos de amigas que, al tanto de lo que ocurría en la plaza, decidieron tomar un taxi 500 metros, para llegar al otro lado.
Lo que es seguro es que hasta la fecha, se han interpuesto 553 denuncias: el 45% de estas, por delitos sexuales
“Mi hija y su amiga tendrían unos quince o dieciséis años. Les pasó lo mismo que a estas chicas. Fueron sus compañeros de colegio. Ellas denunciaron, sin consecuencias. No me puedo creer que siga ocurriendo”. Los surcos que encuadran los ojos azules de Michaela se inundan de lágrimas. Trabaja con niños. Con hijos de refugiados. Desde hace seis años, lee con ellos, les da clases de refuerzo de alemán. “Me parece tan bien que se haga esto“, dice con la voz quebrada. Michaela se quita las gafas para secar su mejilla y señala a los jóvenes que reparten unos folios verdes y blancos a su lado.
Shady y Jehad son sirios. Huyeron de Damasco y de Homs. Arrugan el entrecejo, concentrados para encontrar las palabras adecuadas en alemán y explicar por qué han decidido venir con sus amigos a la plaza. Shady redactó el texto, que ocupa una cara de folio y empieza así: “Condenamos enérgicamente las agresiones a mujeres, así como los robos cometidos en Nochevieja en esta plaza. Lamentamos que las mujeres fueran agredidas y esperamos que se recuperen pronto y bien de estos ataques y que los responsables sean encontrados y castigados“.
Según las últimas informaciones hechas públicas por la Policía de Colonia, de las supuestas mil personas presentes en la plaza durante la madrugada del 1 de enero, se separaron grupos más pequeños de hombres para agredir a mujeres.
La investigación no ha aclarado aún si se trató de un acto de delincuencia organizada, ni si los agresores se habían citado allí de antemano. Tampoco está claro que los hechos de Colonia y lo ocurrido esa misma noche en otras ciudades alemanas como Hamburgo o Düsseldorf, donde también hay más denuncias de mujeres por agresión sexual y robo de lo habitual, estén relacionados. Los medios no conocen tampoco de qué delitos se acusa concretamente a los sospechosos.
Los robos organizados no son una “dimensión completamente nueva de violencia”, igual que no lo es la violencia sexual machista. Que los alrededores de la estación central de la cuarta ciudad más grande de Alemania se convirtiesen en un territorio sin ley, en un lugar de miedo para las mujeres, sí es extraordinario.
De momento, sólo se ha probado que la Policía no estaba preparada para los hechos del 31 de diciembre. Aunque la estación de Colonia es un área muy conflictiva desde hace años, los cuerpos de seguridad fracasaron en una de las noches críticas del año, sobrepasados, tal y como se puede leer en el informe de la Policía datado el 4 de enero y publicado en medios de todo el mundo. Los funcionarios que se encontraban en el lugar no supieron intervenir, ni recibieron los refuerzos suficientes para hacerlo. Los cohetes y los botellazos se lo impidieron.
Jaleada en las redes sociales desde el inicio, la discusión ha girado en torno a todos los temas que la extrema derecha alemana (AfD, Alternative für Deutschland) querría ver sobre la mesa a diario para alimentar los temores del ciudadano preocupado.
Según las estadísticas de la policía, en 2014 hubo 199 agresiones sexuales graves a mujeres en Colonia, seis de ellas en el conocido Carnaval de la ciudad
Y las primeras reacciones de la política alemana tampoco han ayudado a redirigir el debate desde la comprensible reacción emocional hacia la racionalidad que un Estado de Derecho exige. Algunas, como la del ministro de Interior alemán, Thomas de Mazière, o las del ministro de Economía, Sigmar Gabriel, han entorpecido este proceso. En su primera intervención, De Mazière abogó por instalar más cámaras de vigilancia en las plazas públicas y aseguró no descartar otro endurecimiento de la actual política de asilo. Gabriel defendió que “si los estados norteafricanos no asumen su responsabilidad y aceptan que se les devuelva a sus ciudadanos criminales, habrá que amenazarlos con recortar las ayudas al desarrollo”.
Para Thomas Zitzman, director del Consejo Asesor del Refugiado de Colonia, perteneciente al Ayuntamiento de la ciudad, “el tema está siendo utilizado políticamente, no solo por la extrema derecha, sino por los partidos que aprovechan el momento para lanzar proclamas populistas como el endurecimiento de la ley. Se podría empezar por aplicar las que ya existen”.
Zitzman denuncia la falta de control existente en el sistema de los llamados platos giratorios: el Estado pone los medios para que los refugiados puedan proseguir su camino hacia otros países, los atiende en las estaciones y los lleva a los autobuses con los que seguir viajando, pero no se preocupa más de ellos. “Con la excusa de que no es competencia de las administraciones, se comete la negligencia de no atender uno a uno los problemas de los que llegan. Ahí reside el peligro. Quienes deciden quedarse en los alrededores de la estaciones en vez de tomar los buses caen en las redes de los clanes y bandas locales, muy activos en la zona”.
Alemania asimila su nueva condición de país de acogida. Tras hacer caso omiso del recelo de sus vecinos europeos y asumir la responsabilidad de lidiar con el drama humano que llama a las puertas del continente, en las administraciones germanas ahora se perfila un plan de integración capaz de convertir el reto en oportunidad. El Estado y la sociedad civil invierten dinero, tiempo y fuerzas en dar cobijo a quienes huyen de la violencia. Se corre el riesgo implícito en todas las grandes decisiones, pero la integración es un hecho y todos sus actores se encuentran ya sumergidos en esta tarea. Desde las oficinas del Consejo Asesor del Refugiado de Colonia temen que la discusión sobre la integración se encalle en la lucha contra la criminalidad, “cuando la prevención es vital para evitar dichos problemas”.
En Alemania, dos de cada tres agresiones sexuales ocurren en el entorno familiar y el 13% de las mujeres sufre violencia sexual (penalmente relevante) a lo largo de su vida
La violencia sexual contra las mujeres es una lacra a combatir todos los días, que debería ser una cuestión de Estado. También en Alemania. Según las estadísticas de la policía, en 2014 hubo 199 agresiones sexuales graves a mujeres en Colonia, seis de ellas en el conocido Carnaval de la ciudad. La media de agresiones sexuales denunciadas durante las tres semanas del Oktoberfest celebrado en Múnich cada año asciende a 200.
“Las denuncias son la punta del iceberg de la cifra real. Si hay algo bueno en todo este revuelo es que las atacadas se atreven a decirlo”, dice Irmgard Kopetzky, que trabaja en Notruf für Frauen, un centro de atención que ofrece apoyo y asesoramiento legal a mujeres afectadas por la violencia sexual. “La reacción de la policía en un día normal cuando vas a denunciar que un hombre te ha tocado la vagina o los pechos en la calle es mandarte a casa con el argumento de que podía haber sido peor”, explica Kopetzky.
En Alemania, dos de cada tres agresiones sexuales ocurren en el entorno familiar y el 13% de las mujeres sufre violencia sexual (penalmente relevante) a lo largo de su vida, según el Ministerio Federal de Familia, Tercera Edad, Mujeres y Juventud. Irmgard Kopetzky atiende a mujeres traumatizadas, muchas de las cuales se acercan ahora al centro visiblemente afectadas por los últimos acontecimientos. “Se siente, nos sentimos, instrumentalizadas por la política. Nuestro centro nunca había recibido suficiente atención hasta ahora, tampoco por parte de los medios”.
Para Tanja Wiesenhof, miembro del colectivo feminista Young Struggle de Colonia, “esta es una ocasión para dar voz a las mujeres, para girar la discusión hacia el problema real y diario: la violencia sexual contra las mujeres”. Wiesenhof es una de las organizadoras de la manifestación de mujeres celebrada el pasado sábado día 5 de enero frente a la estación. La siguiente está prevista para el viernes 15. “Daremos el micrófono y a todas las mujeres que quieran venir y no se sientan escuchadas”.
En una esquina de la plaza, junto a las escaleras, la ciudad rinde homenaje a Freya von Moltke, una reconocida activista antinazi durante la Segunda Guerra Mundial. Von Moltke, nacida en un edificio próximo a la catedral, fue miembro del grupo Círculo de Kreisau que se opuso a Adolf Hitler desde el principio. A unos metros de distancia del busto de piedra que la recuerda, un joven habla por el móvil y describe lo que ve. “No sé explicártelo”, dice, “es interesante el ambiente, raro, como si algo hubiera cambiado”.
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Laura Alzola Kirschgens
Reportera e investigadora. Migración, educación, discurso y cambio social. Múnich, Hamburgo y ahora, Barcelona. Periodista. Máster en Inmigración por la Pompeu Fabra. Extranjera, como lo son todos en algún lugar
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