Fotograma de La Gran Apuesta
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La Gran Apuesta de Adam McKay presenta un mundo ideal para cualquier inversor o banquero del mundo. Entidades bancarias que conceden hipotecas sin tener en cuenta los ingresos de los clientes (para luego arriesgar su dinero), agencias de calificación que otorgan la valoración más alta a su producto sin importar el riesgo, e inversores que consiguen pingües beneficios fiando su apuesta a la estabilidad de este sistema. El problema viene cuando esto se convierte en realidad y los únicos que pagan el precio de esta quimera son los trabajadores de todo el mundo. Esto fue lo que pasó en el mercado inmobiliario estadounidense hasta la quiebra del sistema bancario mundial en 2008.
Adaptación de la obra homónima de Michael Lewis, McKay se sirve del humor para narrar los hechos que desencadenaron la mayor burbuja inmobiliaria y –por ende– el mayor colapso de la historia del capitalismo. Con un reparto estelar –Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carell y Brad Pitt– la historia se centra en el reducido número de personas que supieron observar el mercado inmobiliario y apostaron en su contra. Este selecto club de weirdos (raritos) lo forman: propietarios de fondos de inversión o hedge funds, un par de ambiciosos jóvenes con la única motivación de hacerse multimillonarios y un trabajador del Deutsche Bank que apuesta en contra de su propio banco.
El guionista y director se permite licencias más dignas de El Lobo de Wall Street que de la obra original para presentarnos el relato de estos “visionarios” y del mundo de las finanzas en general. Y ese es el gran acierto de la película: es capaz de arrancar carcajadas de los momentos más somnolientos y didácticos del libro.
Ryan Gosling toma el mando de la narración como si de un falso documental se tratara y va presentando a lo largo de la película a celebridades como la cantante Selena Gómez, la actriz Margot Robbie o el chef Tony Bourdain para explicar metafóricamente en qué consisten las CDO (obligación de deuda garantizada), las hipotecas subprime o las CDO sintéticas. Gosling también aporta su particular alegoría: “Si los bonos hipotecarios son la cerilla, entonces las CDO son el trapo impregnado de queroseno y las CDO sintéticas la bomba atómica con un presidente borracho dando el pistoletazo de salida”.
En el filme, que se estrena en los cines el viernes 22 de enero, Steve Carell brilla especialmente entre el reparto. Su capacidad interpretativa para narrar la locura del sistema inmobiliario estadounidense es encomiable. Basado en la figura real de Steve Eisman, inversor de un fondo ligado al todopoderoso Morgan Stanley, su personaje muestra la indignación y sensatez de quien va descubriendo poco a poco lo fraudulento que es el sector para el que trabaja y cómo a la gente solo parece importarle qué actriz está en rehabilitación o cuándo saldrá un nuevo iPhone. Un retrato veraz del tipo de sociedad que los poderosos han construido.
Mark Baum, el personaje que interpreta Carell, realiza el exhaustivo trabajo de observación que no hicieron banqueros, agencias de calificación, la Reserva Federal o los reguladores de la SCC (Virginia State Corporation Comission) –quienes incluso fichaban por los bancos– para averiguar si su apuesta en contra del mercado inmobiliario era segura. Una reflexión que muestra la irresponsabilidad de todos los agentes políticos y económicos que participaron de la burbuja, y que junto a la motivación personal que mueve a Baum regala los momentos más dramáticos de la película.
El nominado al Globo de Oro por este personaje también apunta en la dirección correcta cuando afirma que tiene “el presentimiento de que nadie irá a la cárcel, las corporaciones seguirán haciendo lo que siempre han hecho cuando la economía colapse, y culparán a los pobres e inmigrantes”. En esa misma línea se manifestó Obama en su último discurso del Estado de la Unión: “Los beneficiarios de cupones de alimentos no causaron la crisis financiera, sino la imprudencia de Wall Street”.
Este retrato de la crisis de 2008 ha levantado polémica dentro del Partido Republicano, que consideran que McKay es injustamente duro con Wall Street. También están las voces que acusan al director, nominado por primera vez al Oscar, de hacer campaña a favor de Bernie Sanders. Lo cierto es que La Gran Apuesta es demasiado benévola con la codicia de los financieros. En la caricaturización de los responsables, estos quedan como unos estúpidos que ni siquiera sabían lo que estaban provocando. Insinuar –a estas alturas– que la crisis fue generada por la estupidez de Wall Street y no por un comportamiento alejado de toda ética es, cuando menos, arriesgado.
Lo peor es que esta no es una historia del pasado. Como ha escrito el Premio Nobel de Economía Paul Krugman: "Algunas personas culpan de la crisis financiera a una Administración demasiado grande. Da igual que las supuestas pruebas que respaldan esta versión hayan quedado completamente refutadas o que, antes de la crisis, algunos de esos mismos sicarios atacasen a los citados organismos no por prestar demasiado a los pobres, sino por no prestarles lo bastante. Si los datos históricos contradicen lo que a los poderosos les interesa que creamos, pues no quedará más remedio que reescribir la historia. Y la repetición constante, especialmente en los medios de comunicación serviles, mantiene en circulación esta historia imaginaria, por muchas veces que se demuestre que es falsa".
Las predicciones de Krugman parecen tomar vida. En febrero de 2015, Bloomberg News alertaba de que Goldman Sachs está animando a las grandes entidades financieras a adquirir un nuevo tipo de las CDO que causaron la burbuja.
La Gran Apuesta de Adam McKay presenta un mundo ideal para cualquier inversor o banquero del mundo. Entidades bancarias que conceden hipotecas sin tener en cuenta los ingresos de los clientes (para luego arriesgar su dinero), agencias de calificación que otorgan la valoración más alta a su producto sin...
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