Documentos CTXT
Una revisión de la cultura comunista en Italia
Achille Occhetto / Traducción: Valentina Valverde 20/01/2016
Carné del PCI.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Me parece problemático abordar la cuestión de la crisis de la cultura comunista en Italia sin tener en cuenta dos premisas fundamentales.La primera presupone que, para comprender esa crisis, se deben tener claros los supuestos sobre los que se ha cimentado, así como los puntos de contacto o de progresiva autonomía de la corriente principal del comunismo internacional. Se trata de no incurrir en el doble y contrapuesto error de identificar esa corriente con la matriz leninista, o de hacer alarde de una casi total autonomía suya con respecto a ese proceso histórico que se inauguró con la Revolución de Octubre. La segunda premisa implica la no ocultación de la originalidad de la cultura comunista en Italia sirviéndose de la distinción entre comunismo ideal y comunismo real. En realidad, la crisis de esa cultura se inscribe principalmente en su trayectoria, consumada por la relación contradictoria entre principios y proceder histórico.
Por esta razón me moveré fuera de todas esas formulaciones que, tras la caída del muro de Berlín, han sostenido que la desaparición del socialismo real ha arrastrado consigo cualquier posibilidad de crítica al capitalismo y ha supuesto el final de todos los fundamentos del pensamiento de izquierdas. Además, trataré de no olvidar que comunismo y socialismo han nacido del mismo muslo de Júpiter.
La cultura comunista en Italia se ha caracterizado tanto por su relación con esa concepción del mundo y del poder que ha atravesado los acontecimientos a escala internacional como por su desarrollo autónomo y totalmente original. Reducir estos factores al ámbito de las fronteras nacionales estaría en claro contraste con una de sus premisas fundamentales: el internacionalismo..
En realidad no se puede hablar de una única cultura comunista. Diferentes culturas comunistas han crecido en múltiples sedes intelectuales, gracias a las elaboraciones de grandes personalidades heterodoxas y a importantes contribuciones como las de Antonio Gramsci y Rosa Luxemburgo, y por las diversas experiencias históricas en Oriente y Occidente. La concepción que tenían Trotski, Bujarin o Stalin del comunismo era sensiblemente diferente entre sí, así como la que tenían Breznev y Berlinguer. Incluso en Italia, y entre los mismos comunistas, la percepción de los ideales del socialismo fue muy diferente antes y después de la Resistencia, como consecuencia de una creciente contaminación democrática favorecida por la unión antifascista.
En general, los comunistas han dado, a escala mundial, versiones muy diferentes del significado de la misma palabra. De ahí se deriva el equívoco de utilizar una misma palabra para designar cosas profundamente diferentes. Esta ambigüedad en la relación entre significado y significante no ha sido subrayada con suficiente atención desde el punto de vista teórico, lo que ha producido no pocos malentendidos en el terreno de la práctica política. Es por esta razón por la que, en los medios de comunicación, se ha llegado a definir como marxista al movimiento criminal y terrorista de los Jemeres Rojos. Cualquiera que haya cursado estudios de bachillerato sabe que es un aproximación aberrante.
Para aclarar mejor lo que quiero decir es suficiente pensar en el hecho de que, por ejemplo, el elemento nacional del comunismo chino, integrado en la milenaria autosuficiencia y en la percepción de la central superioridad de la cultura china, tenía muy pocos puntos de contacto con la tradición popular, socialista y comunista, de Occidente.
La total renuncia de sí mismo del individuo, su total inmersión en la colectividad se oponían completamente a la autorrealización y liberación del individuo de la que hablaban Gramsci y el mismo Marx. Se trata de dos visiones profundamente diferentes. A simple vista se percibe que ha habido pocos puntos en común entre los orígenes racionalistas e ilustrados de los idealismos del movimiento obrero italiano y el misticismo voluntarista y comunitario del comunismo oriental. En efecto, si la rama central de la cultura socialista nació, como se decía, de la filosofía alemana, del pensamiento político francés y del pensamiento económico inglés, los tres elementos fundamentales que han caracterizado la cultura comunista en Oriente han sido el voluntarismo, la tensión moral y el misticismo colectivista, unificados en una ideología nacional que encontraba su justificación en la sacrosanta exigencia de liberación del colonialismo.
Durante cierto tiempo, el único elemento de unificación del comunismo a escala planetaria ha sido el antiimperialismo, aunque haya decaído en modos diferentes. A la vez, la evidente búsqueda del comunismo italiano de una vía propia al socialismo, impulsada principalmente por Palmiro Togliatti, que ha caracterizado los inéditos itinerarios intelectuales de los comunistas italianos durante un largo periodo, siguió una trayectoria que no se distanciaba de los presupuestos sobre los que se fundaba el comunismo a escala mundial. Solo a posteriori emergieron diferentes introyecciones de la idea de comunismo..
Para poner un ejemplo incontrovertible, considérese la sensible diferencia que había entre la idea de comunismo de Giorgio Amendola y la de Pietro Ingrao. Pero la historia no se ocupa de cómo cada uno de nosotros ha vivido las cosas. Se ocupa de procesos objetivos que han implicado a grandes masas, a pueblos, a países enteros y a Estados. Por esto mismo no me ocuparé de esta cuestión bajo el perfil más general de la historia de las ideas, sino más bien del modo como ha sido vivida y percibida la cultura comunista, en sus aspectos fundamentales, por las grandes masas. .
Por otra parte, la divergencia entre idealización y realización práctica está presente en todas las culturas, desde la Ilustración al socialismo hasta llegar al pensamiento liberal. El individualismo laico, racionalista y progresista que dominaba el pensamiento ilustrado ha sido arrinconado innumerables veces. Las sociedades neoliberales han tirado a la papelera el pensamiento liberal clásico. La fuerza histórica de la ideología revolucionaria socialista y comunista, nacida en el seno de la doble revolución, la industrial y la política de 1789, y de la que ya existían en 1848 los primeros albores ideales, se ha hecho realidad y se ha contradicho en múltiples y contrapuestos experimentos políticos.
La libertad, la igualdad y la fraternidad del lema de la Revolución francesa no se han materializado nunca del todo ni en Oriente ni en Occidente. La aspiración liberal de un reino de la libertad individual en un mundo en el que todos se convertirían en propietarios se ha visto frustrada, no por el comunismo, sino por el mismo capitalismo. Lo mismo ha pasado con ese conjunto de ideas de la izquierda italiana que yo tendería a inscribir en una cultura socialcomunista más general..
Ya en sus escritos juveniles –los famosos Manuscritos económicos y filosóficos de 1844- Marx había intentado resolver el problema de la libertad hablando de la total liberación humana, de un humanismo que ha alcanzado su realización, conjeturando una sociedad “en la que el libre desarrollo de cada uno será la condición para el libre desarrollo de todos.”
Y en Italia Gramsci afirmaba que “El elemento Estado-coerción, se puede considerar agotado a medida que se afirman elementos cada vez más conspicuos de sociedad regulada”, es decir, de sociedad civil. El continuo aumento de la sociedad civil, acompañado por una reducción gradual de las intervenciones autoritarias y coercitivas, representaría el comienzo de una era de libertad orgánica.
Nada de esto se ha hecho realidad.
De aquí nace la paradoja de la problemática relación entre comunismo ideal y movimiento histórico real. Una paradoja que nace de un gran equívoco y que reside en la contradicción de que el reino de la libertad prefigurado por el marxismo, por muy impregnado que estuviera de finalismo utópico, exigiera un desarrollo de las fuerzas productivas capaz de crear las condiciones materiales idóneas que facilitaran la instauración de relaciones humanas más libres, pero que el centro de la revolución mundial fuera Rusia, donde no existían las condiciones objetivas que Marx había establecido como básicas para una superación del capitalismo. No obstante, El capital de Marx podrá, posteriormente, vengarse ampliamente.
Sin pretender ser más papista que el papa, al negar que en la Rusia zarista hubiera una condición revolucionaria que había que aprovechar, era indudable que las etapas sucesivas a la Revolución de Octubre sufrirían esa contradicción.
Se escribe aquí la primera nota de una sinfonía trágica destinada a ampliarse en movimientos alegres, triunfantes, lúgubres, y, al final, dramáticos. La cultura comunista en Italia se aviva en estos movimientos, diferenciándose de la cultura socialista democrática, creando, al mismo tiempo, un contraste insalvable entre comunismo ideal, experiencia histórica y socialismo real.
Respecto a los marxistas, a los peores de ellos, desecaron, mediante la petrificación dogmática y la reducción a ideología de lo que había nacido principalmente como pensamiento crítico, esa rama de la investigación científica sobre la que se apoyaban, pero también, los mejores, al encerrarse en una región del saber y al subestimar otras aproximaciones a la realidad, terminaron por restringir su influencia.
Es indudable que no han faltado interesantes tentativas de conexión entre marxismo, existencialismo o fenomenología; que se han dejado oír significativas voces de apertura hacia el pensamiento del mismo Nietzsche, y que también ha habido interesantes aproximaciones al psicoanálisis con Reich, Marcuse y Erich Fromm, y así sucesivamente. Pero, durante un largo periodo, la cultura comunista dominante ha sido la que se ha materializado en el campo socialista vencedor y en el movimiento político relacionado con él. Por esta razón se puede hablar de la originalidad del pensamiento político de los comunistas italianos, pero no de que sea ajeno al conjunto del mundo comunista.
Durante mucho tiempo, Moscú fue el centro político y cultural, y la concepción del poder su aglutinante fundamental. Desde allí se difundió la visión fundamental del comunismo, como se ha vivido en el pensamiento y en la vida de enormes masas, y como se ha percibido, durante un largo periodo de tiempo, por defensores y detractores.
El pensamiento de Gramsci maduraba en la soledad más total de la cárcel y no tuvo, durante mucho tiempo, ninguna influencia en el sentir común del movimiento obrero. No se tomaron en consideración sus advertencias, escritas en una carta a Togliatti, sobre las tendencias autoritarias del régimen soviético. El curso de los acontecimientos maduraba en otra dirección. Sin embargo, es lícito preguntarse cuáles han sido los motivos de fondo que han hecho que surgieran diferentes visiones y concepciones del mundo entre los propios comunistas italianos, aunque hubieran surgido de la misma matriz histórica. En mi opinión, es necesario tener presente que, en la progresiva concentración de diferentes vertientes del pensamiento de izquierdas bajo las banderas del leninismo, el éxito de la revolución fue el factor determinante. Mucho más importante que la batalla de las ideas. Los momentos de aglutinación de gran parte de la intelectualidad en torno al área cultural cuyo centro era la URSS han sido dos: la victoria de la revolución rusa y el papel fundamental de la Unión Soviética en la derrota del nazifascismo. Al mismo tiempo, ese éxito parecía, en una primera fase, que confirmaba plenamente la validez de las ideas.
Como sabemos, el derrumbamiento de la economía mundial entre las dos guerras destruyó a lo largo de medio siglo el liberalismo económico y las políticas deflactivas que se limitaban a mantener el equilibrio presupuestario y a reducir los gastos. En ese contexto, el país que había salido del mercado único mundial seguía inmune a la crisis, y el éxito de los primeros planes quinquenales, precisamente cuando la economía occidental afrontaba la gran crisis, produjeron un gran impacto.
Era la época en que economistas e industriales iban de visita al país del socialismo para ver desde cerca el misterio de la planificación; y los mismos socialdemócratas adoptaron esa política. El capitalismo había abandonado el liberalismo salvaje siguiendo las recetas keynesianas. Parecía que se cumplían las previsiones económicas de Marx. Como sostiene Eric Hobsbawm, refiriéndose al siglo corto en su Historia del siglo XX, 1914-1991, no se puede comprender la cuestión cultural global del siglo XX sin la revolución rusa y sus efectos directos e indirectos incluso sobre otras culturas y experiencias prácticas. Y eso se produjo porque la URSS había salvado al capitalismo liberal, permitiendo a Occidente ganar la Segunda Guerra Mundial y suministrando al capitalismo el incentivo para reformarse.
Más allá de esta interpretación, es indudable que con el “éxito” y la “fuerza material” se explica el hecho de que las jóvenes generaciones que provenían de las filas del socialismo revolucionario y de las diferentes izquierdas se convirtieran en comunistas ortodoxos en el seno del movimiento guiado por Moscú y bajo la inspiración de un marxismo desfigurado por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú.
No obstante, el corazón de esta vertiente de la cultura comunista tenía en su seno la carcoma de su degeneración y de su derrota. Una carcoma que está en la idea misma de pasar del capitalismo privado al capitalismo de Estado: una degeneración que, en mi opinión, ha sido llamada socialismo de forma inapropiada, y que ha destruido la configuración de una sociedad que se reducía a tres sujetos fundamentales: el partido, el ejército y la planificación central.
Marx no habla, a no ser de pasada, de estatalización, y además solo para algunas producciones de base, realizadas, posteriormente, por las formas de capitalismo de Estado más diversas. Marx habla de socialización: un objetivo en grandísima parte actual. ¿Qué socialismo real ha conseguido alguna vez este objetivo?
Con ello quiero señalar que en la cultura comunista están presentes dos perspectivas sensiblemente diferentes: la de la socialización y la estatalista, que es la que ha dominado la escena política.
La segunda transformación de grandes masas y de intelectuales de diferente extracción democrática se produjo como consecuencia de la victoria contra el nazifascismo. Comienza una época en la que se percibe a la URSS como faro de libertad. Una idea que se mantuvo durante mucho tiempo vigente en la percepción de muchos intelectuales de primer orden, incluso ante las trágicas pruebas de autoritarismo y de represión que llegaban de esas tierras. En mi opinión, eso se produjo por un aspecto relevante de la cultura comunista de esa época: la tendencia a la justificación histórica. Una tendencia que, junto con el atraso inicial, las infiltraciones contrarrevolucionarias o el asedio imperialista, servía como justificación de los delitos más terribles. La idea misma de que el fin justificaba los medios ha impedido, durante mucho tiempo, percibir que los medios pueden empañar los fines. Esa justificación se nutría en Italia de una interpretación escolástica y discutible del historicismo en su vertiente central que de Francesco De Sanctis pasa a través de Antonio Labriola para llegar a Benedetto Croce.
Al mismo tiempo no podemos negar que la verdadera carcoma original de esa cultura era el jacobinismo. Su receta vencedora: la organización, el partido.
¿Por qué insisto en el valor cultural de la concepción del partido? Porque no se ha tratado de un hecho meramente técnico-organizativo. La concepción del partido ha sido el eje de esa cultura, ya sea porque la distinguía de forma radical del socialismo democrático o porque de esa cultura de partido se derivaba todo lo demás: la visión institucional, la concepción del poder y del Estado, la tensión moral, la ética pública, la sumisión de lo privado a lo público. Comenzó, de esta forma, en la historia del siglo XX, una época en la que millones de hombres y mujeres creían, de buena fe, que el partido tenía siempre razón. La evolución, o mejor dicho, la degeneración de esta idea de partido tendrá recorridos diferentes.
En la Unión Soviética sucedió que la originaria visión jacobina de la fase revolucionaria, que debería haber sido transitoria, se cristalizó en una concepción del partido destinada a degenerar en el paso del leninismo al estalinismo.
Como más de un estudioso ha subrayado, el partido podía exigir a sus miembros una devoción y un espíritu de sacrificio extraordinarios, además de una adhesión total a la tarea de ejecutar sus decisiones a cualquier precio. Esta poderosa máquina moral, cultural y organizativa explica tanto sus grandes éxitos como su definitiva crisis. Sorprende sobremanera, a la luz de las dramáticas experiencias del siglo XX, la descripción de Sartre de la transformación del grupo primigenio, fundado sobre la solidaridad, sobre la pasión individual y colectiva para alcanzar un fin y transformarse, y al que denomina grupo en fusión, en grupo institucionalizado, que de medio se convierte en fin, que basa su razón de ser en su conservación, subordinando el individuo a esa conservación y utilizando el pensamiento como palabra de orden, dogma petrificado..
Como sabemos, en la realidad la misma idea de Lenin, predominantemente jacobina, se transforma de dictadura del proletariado en dictadura del partido y la dictadura del partido en dictadura personal e idolatría del jefe, denominada púdicamente culto de la personalidad. Dos palabras nobles, “culto” y “personalidad”, que unidas han creado víctimas entre los mejores comunistas.
Mientras tanto, no podemos no registrar un conflicto interno en la misma cultura comunista, que se ha manifestado en formas cada vez más crecientes de aversión abierta al denominado marxismo-leninismo-estalinismo. Formas que se expresaron no solo en los círculos intelectuales. Incluso en el seno del Partido Comunista Italiano (PCI), se empiezan a contrastar todas las formas de marxismo vulgar que, en nombre de la libertad real, pisoteaban la libertad formal, hasta llegar, aunque demasiado tarde y progresivamente, a considerar las sociedades del Este de Europa contrarias a la esencia del pensamiento socialista. Sociedades en las que, como es bien sabido, estaba vigente una subestimación de las libertades políticas y civiles que se transformaba en atrocidades y delitos. Es ese eclipse del socialismo entendido como liberación humana, provocado por el estalinismo, el que, entre otros delitos, ha llevado al denominado socialismo real a fagocitar al comunismo ideal.
No podemos, no obstante, dejar de subrayar el peso ejercido por el movimiento comunista italiano, que dentro de la envoltura leninista cultivó de hecho los ideales y la práctica de un socialismo democrático. Ha sido otro el límite de esta vertiente de la cultura política comunista. Durante mucho tiempo y por lo que respecta a la masa, esa práctica sustancialmente reformista tuvo como horizonte el milenarismo, es decir, la expectativa de una revolución mundial que tenía su firme retaguardia en la potencia del denominado campo socialista.
Sin embargo, el primer gran golpe infligido a la cultura comunista que sí era expandida desde la URSS no provino de la derecha, sino de la izquierda.
La derecha atacó, en el contexto de una genérica exaltación de la religión de la libertad insensible a las razones de igualdad, principalmente en el terreno de los fracasos económicos. Por su parte, el movimiento de protesta golpeó el corazón de la política, mucho antes del desmoronamiento final.
Nos encontramos aquí con otra sorprendente paradoja histórica: la discusión de algunos fundamentos de la cultura comunista oficial nace de un movimiento de protesta mundial que contenía en sí mismo un fuerte empuje individualista acompañado, en algunos sectores, por una nueva necesidad de comunismo. Como han señalado muchos estudiosos del fenómeno, se puede entender la revolución cultural de los años 60 y 70 como el triunfo del individuo sobre la sociedad, como ruptura con un tejido social en descomposición debido a la crisis de las viejas formas de agregación, entre las que es fundamental la familia y los viejos códigos morales relacionados con ella, que se encontraban también en las raíces de la ética proletaria. En este contexto se presenta en la escena una nueva generación como agente social independiente. .
Manifestación de estudiantes en Italia con una pancarta en la que se lee: Estudiantes Obreros – El mismo patrón.
El pensamiento de izquierda que había identificado como fuerzas motrices de la acción política al proletariado, a los campesinos, y a la pequeña y media burguesía, se encontró ante una nueva potencia social. Era un factor suficiente para desbaratar los parámetros fundamentales de la visión comunista tradicional, y no solo esos parámetros. Dio comienzo, con esta nueva realidad, una relación especial de amor y odio, que influyó en los componentes liberales presentes en la misma izquierda tradicional y alentó la progresiva ruptura con Moscú.
La realidad es que en algunas vertientes de la visión del mundo comunista penetró un cierto individualismo de izquierda. Una mezcla explosiva, que no se puede inscribir en la cultura tradicional del movimiento obrero, y que arremetió de forma imprevisible contra el capitalismo y, al mismo tiempo, contra la ortodoxia marxista-leninista-estalinista.
Si inaugura así la prolongada época de la “renovación en la continuidad” que lleva de la defensa de Luigi Longo de la Primavera de Praga a la ruptura anunciada por Berlinguer con la conocida declaración del desgaste del empuje propulsor de la revolución de octubre, a la afirmación del valor universal de la democracia, a la aceptación del paraguas protector de la OTAN y al diálogo con las nuevas temáticas surgidas de la protesta. Todo ello determina un horizonte cultural en movimiento perpetuo. Deviene cada vez más evidente la incapacidad de comunicación con la vieja visión jacobina y estatalista.
Bien es verdad que esas nuevas circunstancias politicoculturales actuaban en el marco de una relación con la URSS, que antes había sido declarada estrecha, y que poco a poco se fue debilitando, aunque siempre en el seno de una hipótesis de posibilidad de reforma de esa experiencia, que al final demostró ser imposible. No se sintió una necesidad profunda de situar esos nuevos contenidos y elaboraciones culturales en un diferente horizonte de reorganización de la izquierda europea. Una intención que se manifestará más tarde en vísperas del desmoronamiento definitivo del socialismo real.
Su consecuencia fue que el socialismo real, ese socialismo percibido por las grandes masas como comunismo, se encontró ante una doble amenaza: el de la naturaleza autoritaria del poder y el de la ineficiencia económica.
La contraposición entre libertad e igualdad ya indicaba un doble fracaso, por un lado, de la libertad y, por otro, de la igualdad. En este nuevo contexto surgió una renovada cultura comunista que pretendía no confundir la crisis de su vertiente histórica en el poder con la crisis de toda visión alternativa al modelo de desarrollo neocapitalista. Se trataba de una nueva, sufrida y contraria identidad que trataba de no reducir la cultura comunista a las experiencias en quiebra del socialismo real. Una identidad que, no obstante, permitía que conviviera la adhesión acrítica al denominado campo del socialismo, considerado junto con el movimiento de liberación nacional y con la clase obrera occidental una de las tres fuerzas motrices de la revolución, con una visión original del poder y de la misma centralidad de la democracia y de la libertad.
La progresiva democratización de la cultura comunista en Italia tiene sus raíces en el antifascismo y en la experiencia unitaria de la Resistencia, que a lo largo del tiempo ha permitido a los comunistas italianos sentirse parte integrante de la izquierda europea, incluso a través de recorridos intelectuales que convergían con las más altas expresiones del socialismo democrático, como las representadas por Willy Brandt, Olof Palme y por la exprimera ministra noruega Gro Harlem Brundtland.
Teniendo en cuenta las diferencias significativas, que ningún análisis crítico, libre de arrebatos ideológicos, puede permitirse ignorar, se debería buscar un aspecto de la crisis de esos intentos de democratización en el anhelo de impulsar una conciencia de masa, anhelo que no se distanciaba de la mejor tradición del socialismo democrático, en el seno del viejo horizonte en el que había surgido.
Sin embargo, no se puede negar el hecho de que las nuevas cuestiones como las de los derechos, la superación del estatalismo, la cultura de la diversidad inspirada en la revolución feminista, el medioambiente y la calidad del desarrollo, permitieron crecer una nueva identidad comunista, caracterizando uno de sus rasgos que no me atrevería a declarar muerto, sobre todo porque aún pervive en las contradicciones de lo real.
De forma progresiva, se desarrolla una identidad socialista democrática, que en el terreno de la cultura política se manifiesta en el decimoctavo congreso del PCI, aquel que precedió de pocos meses el viraje que se produjo en el congreso celebrado en el barrio boloñés de la Bolognina.
Como todos los movimientos relevantes, las novedades crecen dentro de los viejos contenedores históricos. En un determinado momento, lo nuevo irrumpe y destruye el viejo envoltorio. En este sentido, la cultura del cambio tiene sus antecedentes históricos en la evolución del pensamiento del PCI y en el salto cualitativo representado por la elaboración colectiva del XVIIIº Congreso, en el que se pudieron escuchar importantes novedades culturales, en especial en el terreno de los derechos, de la centralidad de la ecología y de una nueva relación entre lo público y lo privado. Los comunistas italianos ya habían introducido en su cultura política novedades destacadas, enriqueciéndolas con un intenso diálogo político e intelectual con las nuevas elaboraciones de la socialdemocracia europea..
No es casual que en la culminación de ese congreso todos sintieran la necesidad de llamarse “nuevo PCI”. Lo que faltaba ahora respecto a los nuevos logros era una nueva visión de la situación global internacional y nacional que iba a comportar la salida definitiva del campo comunista y un nuevo posicionamiento en la izquierda europea. Esa orientación se evidenciará, como una revelación, tras la caída del Muro.
Primera página de L’Unità y ensayo de Guido Moltedo y Norma Rangeri sobre el cambio de rumbo del PCI.
La clave de bóveda de esa separación final era la afirmación de que “la democracia es la vía, no solo al socialismo, sino del socialismo”, marcando una diferencia significativa respecto a los dictámenes precedentes sobre el carácter no democrático del “socialismo real”, que se limitaba a subrayar solo los “rasgos iliberales” de esos modelos. Sin embargo, no puedo negar que, llegados a este punto, el tema de la crisis de la cultura comunista confluye de forma problemática con el de la crisis más general del pensamiento socialista, empezando por qué se entiende por socialismo. Esto no quita que, al final de este parcial travelín sobre las diferentes culturas comunistas, crea oportuno repetir una vez más lo que dije en el momento dramático de la disyuntiva del año 89, es decir, que “hay que separar claramente las idealidades comunistas del comunismo tal como se ha concretado históricamente… porque es indudable que existen ideas y conceptos vitales del patrimonio teórico comunista que han entrado a formar parte de la cultura democrática occidental”.
Como afirmó entonces un gran liberal demócrata como Norberto Bobbio, las razones que habían hecho nacer ese movimiento seguían siendo en parte válidas, eran los medios los que estaban equivocados. Naturalmente, considero que incluso las ideas deben confrontarse con las causas de su degeneración práctica, de la carcoma que lo destruye desde dentro, o, si se quiere, de sus límites. Si, como afirmó Marx, el socialismo no es un ideal sino “el movimiento real que anula el estado de cosas existente”, era necesario que el movimiento real se moviera en un nuevo terreno. En un terreno radicalmente diferente.
Estas observaciones me inducen a subrayar la necesidad de hacer, desde el punto de vista metodológico, un análisis de lo que está vivo y lo que está muerto en el conjunto de las culturas de la izquierda socialista y comunista del siglo XX, para constatar tanto sus respectivos límites como lo que las une en sus méritos y en sus fallos.
Sin duda alguna, están en crisis el simple industrialismo, la visión ingenua y optimista del progreso, la centralidad del partido, aunque esté organizado según principios organizativos diferentes, la visión meramente productiva del desarrollo y, solo tardíamente, sensible a los problemas del ambiente, y una visión del poder como sala de mandos que hay que ocupar, aunque esa visión difiriera, por lo menos al comienzo de la escisión entre comunistas y socialistas, en la de manera de alcanzarlo.
Las diferencias han sido enormes, la degeneración del mundo comunista en el poder, inenarrable. Las dobleces y ambigüedades del comunismo italiano, importantes.
Sin embargo, me cuesta pensar que haya declinado definitivamente el núcleo fundamental del pensamiento de masa que se entrelazó con la cultura del movimiento obrero del siglo corto, excluidas las enormes diferencias situacionales.
Esta misma reflexión no atenúa sin embargo la constatación de que no se esté afirmando, en el conjunto de las nuevas izquierdas a escala mundial, la idea de un desarrollo evolutivo de la idea comunista en términos de regreso evangélico a la pureza de los orígenes, sino más bien el de una inédita contaminación y revitalización de esos valores en el contexto de una experiencia histórica diferente.
¿Se configuran quizá ciertos aspectos de la cultura socialista y comunista como una especie de ave fénix lista a resurgir de sus cenizas? En gran parte no, como he tratado de subrayar, pero en parte sí.
Estoy convencido de que, más que la idea de una refundación del comunismo, lo que se está difundiendo es una relectura y reposicionamiento del pensamiento de Marx más allá de cualquier tipo de finalismo histórico. Y también que es posible aislar el potente núcleo crítico de las trabas ideológicas, separar las insinuaciones mesiánicas y proféticas de la crítica científica de la economía política.
Es válida para todos, e incluso para Marx, la advertencia de Labriola de distinguir entre sistemática y análisis crítico. “Será siempre un error no leer, releer y discutir a Marx… Será siempre un error, una omisión de la responsabilidad teórica, filosófica, política. Desde el momento que la máquina de fabricar dogmas y los aparatos ideológicos “marxistas” (Estado, partido, células, sindicatos y otros lugares de producción doctrinal) están en vías de extinción, ya no tenemos excusas, coartadas, para eludir esta responsabilidad. De lo contrario, no habrá futuro. No sin Marx, ningún futuro sin Marx. Sin la memoria y el legado de Marx”. Son las palabras de un importante filósofo no marxista, Jacques Derrida.
Jacques Derrida, Espectros de Marx.
Aunque no podamos anunciar científicamente el desmoronamiento del capitalismo, esto no nos exime del constatar que el análisis de las contradicciones capitalistas de Marx es más realista, a la prueba de los hechos nos remitimos, que la hipótesis neoliberal de una estabilización que aportaría bienestar para todos y pleno empleo. El principio de falsificación de Karl Popper, utilizado ampliamente contra él, debería empezar a aplicarse a la moderna ideología monetarista. Si queremos ser intelectualmente honrados no podemos evitar preguntarnos: ¿de qué parte militaba la ideología?
Seguramente, es más honrado, por lo menos en este terreno, un especulador, el millonario George Soros cuando afirma: “El sistema capitalista no muestra en sí mismo una propensión al equilibrio”, y añade: “Quién posee capital trata de sacar el mejor provecho posible, y en ausencia de regulaciones seguirá acumulándolo hasta comprometer el equilibrio del sistema. El análisis hecho por Marx y Engels es muy acertado”. Jacques Attali, pimer presidente del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, ha afirmado: “A pesar de todo, la teoría de Marx vuelve a adquirir enteramente su significado en el marco de la globalización actual, que él había previsto. Asistimos a la explosión del capitalismo, a la transformación de las sociedades tradicionales, al crecimiento del individualismo, al empobrecimiento absoluto de un tercio del mundo, a la concentración del capital, a la descolonización, a la mercantilización, a la expansión de la precariedad, al fetichismo de las mercancías, a la creación de riqueza únicamente por la industria, a la proliferación de la industria financiera, que trata de protegerse contra los riesgos de la precariedad. Todo esto lo había previsto Marx”
Lo anteriormente expuesto es suficiente para permitirnos afirmar que las recientes crisis económicas y financieras de 2007 y 2011 no previstas por el pensamiento neoliberal, vuelven a plantear la necesidad de un análisis más atento de las tendencias actuales, en el intento de volver a pensar las nuevas contradicciones del capitalismo sobre todo en términos de costes humanos, medioambientales y morales, en términos de desigualdad, pobreza y pérdida de dignidad, teniendo en cuenta el método marxista y los modernos instrumentos de análisis.
En resumen: hay elementos no secundarios presentes en el análisis crítico de la cultura comunista, sobre todo en el de la cultura heterodoxa, que no se pueden tirar a la basura, es más, que están destinados a revivir con formas nuevas. Son principalmente las respuestas las que estaban equivocadas. Fueron un fracaso. Como hemos visto, el conjunto del socialismo corrió a refugiarse bajo la bandera del leninismo en la estela de un éxito, de su adhesión a una enorme fuerza material que condicionó el siglo XX, y que desapareció tras sufrir una derrota. Y es normal. Se trata del peso de la verificación práctica que Engels resumía en la famosa frase: la prueba del pastel es comérselo. Las masas populares de Europa del Este se lo comieron y, tras un primer momento de satisfacción, lo tiraron.
El conjunto de la izquierda mundial se ha quedado sin una importante fuerza que le dio la ilusión de poder realizar, aunque en maneras diferentes, sus proyectos de cambio; el mismo socialismo democrático ha tenido que sufrir la contraofensiva de la ideología única neoliberal. El comunismo real, con su cultura de la política y del poder reflejada en el conjunto del comunismo a escala mundial, se ha desmoronado.
¿Se han desmoronado las motivaciones de fondo que lo habían alimentado? No me corresponde a mí dar una respuesta convincente y exhaustiva.
Sin embargo, la tarea de un análisis no ideológico y apologético, como el que ha dominado el triunfalismo occidental tras la caída del muro de Berlín, debería ser la de intentar una aproximación intelectualmente honrada al problema.
Achille Occhetto fue el último secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI) y el primero del Partido Democrático de la Izquierda (PDS). Tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la URSS, Occheto apoya la disolución del PCI y la creación de un nuevo partido, el PDS, más próximo a tesis socialdemócratas. Una parte del PCI decide, sin embargo, fundar Refundación Comunista.
Traducción: Valentina Valverde.
El original de este texto apareció publicado en italiano en Ytali.com.
Me parece problemático abordar la cuestión de la crisis de la cultura comunista en Italia sin tener en cuenta dos premisas fundamentales.La primera presupone que, para comprender esa crisis, se deben tener claros los supuestos sobre los que se ha cimentado, así como los puntos de contacto o de progresiva...
Autor >
Achille Occhetto / Traducción: Valentina Valverde
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí