1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.335 Conseguido 91% Faltan 16.440€

Tribuna

Contra el igualitarismo

La izquierda debe pensarlo dos veces (y más) antes de lanzarse con tanta avidez en pos de un programa igualitario y apostar por una nueva visión coral del poder

Luis Fernando Medina Sierra 6/01/2016

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Después de unos cuantos años en el exilio, el igualitarismo ha vuelto con fuerza al centro de nuestro vocabulario político. En estos días los libros de economistas que más éxito obtienen entre el público no especializado son alegatos contra la desigualdad, como lo demuestran los trabajos de eminentes académicos como Thomas Piketty, Joseph Stiglitz o Anthony Atkinson. La creciente desigualdad económica ha generado movilizaciones políticas importantes en muchos países incluido Estados Unidos, un lugar donde hubiera parecido improbable hasta antes de los eventos de Occupy Wall Street o del notable desempeño electoral de figuras como Elizabeth Warren o Bernie Sanders. España no ha sido la excepción, lo cual es comprensible dado que la crisis económica ha dejado una estela de desigualdad insultante. Pareciera que este clima de opinión ofrece una excelente oportunidad para la izquierda y por eso vemos hoy que muchos partidos políticos han convertido a la desigualdad en el núcleo de su programa. 

Discrepo. Considero que la izquierda debe pensarlo dos veces (y más) antes de lanzarse con tanta avidez en pos de un programa igualitario. La equidad es una meta loable y me atrevería a decir que si el tipo de ideas que pienso defender en estas páginas algún día lograra implementarse, el resultado sería una sociedad mucho más igualitaria que la que existe hoy en día. Pero de pronto la igualdad es del tipo de metas que, como decía Jon Elster sobre el amor o la autoestima, se obtienen más fácilmente cuando son el subproducto de otra búsqueda. 

El problema más visible con el renovado igualitarismo es que en términos crudamente electorales no parece estar dando los resultados que sus defensores quisieran. Como ya dijimos, la crisis económica aumentó significativamente la desigualdad en España y sin embargo el electorado español no ha dado un brusco viraje a la izquierda. Es aún prematuro decir cualquier cosa sobre las elecciones en Estados Unidos, pero nada sugiere que dentro del Partido Demócrata se vaya a romper la actual dominancia de las posiciones más moderadas. Es imposible saber si la ola de opinión que llevó a Jeremy Corbyn al liderazgo del Partido Laborista en Inglaterra va a culminar en su arribo a Downing Street. Pero no creo que Corbyn sea un igualitarista en el sentido en que he propuesto y explicaré en más detalle: no parece que el ideario de Corbyn le dé prioridad a la equidad por encima de todo. Su triunfo o su fracaso tal vez nos diga muy poco sobre el igualitarismo como fuerza electoral. En Portugal y Grecia, países donde el electorado ha virado a la izquierda, el motor del viraje no parece haber sido un renovado ímpetu igualitarista sino más bien la búsqueda de alternativas a la brutal austeridad impuesta por el sistema del euro. En otros países, comenzando por Francia y Alemania, los partidos de centro-izquierda siguen sumidos en el marasmo. En fin, han pasado ya siete años desde el comienzo de la peor crisis económica de los últimos setenta años y todo apunta a que el statu quo ante va a terminar siendo restaurado con algunos cuantos cambios, muy pocos como para ser considerados un triunfo clamoroso de la izquierda. 

La igualdad es del tipo de metas que se obtienen más fácilmente cuando son el subproducto de otra búsqueda

Una cosa es que la ciudadanía perciba el notable aumento de la desigualdad y que incluso lo considere algo lamentable, pero otra muy distinta es que lo vea como algo sobre lo cual se pueda o se deba hacer algo. Los aumentos de impuestos, que serían el primer ingrediente de un recetario igualitarista, son siempre impopulares. Los ciudadanos quieren sanidad y educación pública de calidad, pero al mismo tiempo quieren tener acceso a proveedores privados que les permitan, llegado el caso, conseguir mejores profesores y médicos para su familia.

Es fácil culpar de esto a la falta de consciencia de los ciudadanos. Pero ningún proyecto político va a llegar muy lejos si comienza por culpar a los votantes de sus propios fracasos. Creo que más que inconsistencia o desidia, lo que los votantes muestran con esas actitudes es una de las dificultades más profundas del actual igualitarismo: su falta de claridad, de inteligibilidad.

Tal vez nadie en el último medio siglo hizo tanto por articular filosóficamente las bases del igualitarismo como John Rawls, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. Su influencia se ha extendido tanto que no creo equivocarme si digo que todo igualitarista hoy en día es rawlsiano, así no lo sepa. Por eso puede ser un ejercicio muy útil repasar sus ideas. En lo que sigue sostendré que, contrario a lo que parecería a simple vista, el trabajo de Rawls no puede ser visto como un aval inequívoco del igualitarismo político tan en boga entre la izquierda de nuestro tiempo.

A diferencia de lo que ocurre con muchos socialdemócratas, uno de los méritos de Rawls es que para él el igualitarismo no es autoevidente; hay que justificarlo. Para Rawls una “sociedad bien ordenada” se rige por principios públicos de justicia, es decir, es una sociedad en la que todos los individuos perciben con claridad que las instituciones fundamentales, lo que Rawls llamaba la “estructura básica”, funcionan de tal manera que los tienen en cuenta a ellos como personas, que dichas instituciones están realmente al servicio de sus intereses legítimos y de sus proyectos de vida. 

Entonces, la desigualdad no es en sí misma un problema. De hecho, Rawls considera que cierto grado de desigualdad es justificable si cumple lo que él denomina el “principio de la diferencia”, es decir, si las desigualdades existentes van en beneficio de las personas en peor posición en la sociedad. Es decir, para Rawls el problema con la desigualdad es que en una sociedad muy desigual hay evidencia circunstancial, no necesariamente concluyente, de que posiblemente podríamos estar haciendo más por las personas más pobres y más débiles. El igualitarismo de Rawls no tiene sentido si se le divorcia de su noción de una concepción pública de la justicia. 

Cierto grado de desigualdad es justificable si cumple el “principio de la diferencia”, si las desigualdades existentes van en beneficio de las personas en peor posición en la sociedad

El problema es que el principio de la diferencia exige un análisis contrafactual. Solo podemos concluir que las desigualdades existentes son injustas si sabemos que en caso de reducirse (o incluso eliminarse), el resultado final beneficiaría incluso a los más pobres. Aquí es donde, creo yo, está fallando el igualitarismo en boga. La ciudadanía no tiene por qué adoptar el credo de la equidad si percibe (con razón o sin ella) que las desigualdades existentes están justificadas y que, en caso de reducirlas, los resultados serían peores. 

Gústenos o no, el capitalismo globalizado y financializado de los últimos años ha venido acompañado por mejoras en el nivel de vida de la mayoría de los ciudadanos en las democracias prósperas. Han sido años de muchísima innovación tecnológica, de mejoras en los bienes y servicios disponibles para los consumidores e incluso (pensando ya globalmente) de erradicación de la pobreza en algunos segmentos de la población de Asia, especialmente en India y China. Yo creo, y seguramente muchos igualitaristas estarán de acuerdo, que estos progresos se han obtenido a un costo humano y ambiental muy alto, confiriéndole excesivo poder al capital financiero y a los mercados globales. Pero, honestamente, no lo puedo demostrar. No puedo decirle inequívocamente a un votante de derecha que una plataforma igualitarista le hubiera garantizado las mismas mejoras que ha experimentado en su vida en los últimos años.

Por eso, si bien la crítica y denuncia de las desigualdades puede ser una parte importante del discurso político de la izquierda, por sí sola no cumple con el criterio rawlsiano de contribuir a una concepción pública de la justicia, a una alternativa política genuinamente interesada en hacer que las instituciones fundamentales de la sociedad trabajen en beneficio de todos los ciudadanos. En forma un tanto paradójica, para cumplir esa condición sería necesario ir más allá de Rawls. Cuando termine mi exposición alguien podrá decir que estoy poniendo las ideas de Rawls al servicio de una agenda política distinta de la que él mismo hubiera defendido. Puede ser. Pero me tiene sin cuidado.

La idea de la igualdad forma parte tan integral de la esencia de la izquierda que puede parecer absurdo proponer, como estoy haciéndolo, que la izquierda abandone el igualitarismo o por lo menos lo subordine a algo distinto. Pero si miramos la historia de la izquierda veremos que lo que hoy conocemos como igualitarismo es una construcción de cuño reciente que poco tiene que ver con las tradiciones que dice continuar. 

El igualitarismo actual es un igualitarismo dirigido hacia la igualdad de ingreso disponible (de pronto ajustando la medición de acuerdo con el acceso a algunos servicios del Estado que no se transen en el mercado). En su fase ascendente que culminó en los trente glorieuses después de la Segunda Guerra Mundial (1945-1975), la izquierda no luchó por la igualdad de ingreso sino por la igualdad de poder en el proceso mismo de producción de riqueza. La igualdad de ingreso era un resultado incidental. Los movimientos socialistas anteriores a la Primera Guerra Mundial aspiraban a transferir al control obrero los medios de producción. Había discrepancias sobre la forma de lograrlo, si mediante cooperativas o mediante la gestión estatal, pero no había duda de que el objetivo era transformar la estructura productiva de la sociedad, quitándole a los dueños del capital el poder que sobre ella ejercían. 

Con suficientes impuestos y gastos se puede obtener cualquier nivel de igualdad que queramos

Por razones históricas muy complejas, esta estrategia no prosperó y los movimientos socialdemócratas, como lo mostró Peter Swenson en su estudio de la socialdemocracia sueca Capitalists against markets, optaron por una estrategia de negociación con los empresarios, negociación de la cual surgieron las reformas al mercado laboral y la construcción del Estado del bienestar que conocemos hoy en día. Pero estas negociaciones, aunque aceptaban el principio de la propiedad privada, buscaban el equilibrio de poder en la toma de decisiones, no simplemente una igualdad de ingresos vagamente definida. 

A diferencia de la socialdemocracia de aquel entonces, con su énfasis en el ingreso, el igualitarismo de nuevo cuño acepta las estructuras de poder que existen tanto en el sector privado como en el Estado y busca la manera de introducir algunos cambios residuales, vía impuestos y gasto, que atenúen un poco las desigualdades de ingreso que dichas estructuras generan. En principio, parecería que es una buena estrategia ya que, aparentemente, estos cambios residuales pueden ser tan grandes como se desee. Con suficientes impuestos y gastos se puede obtener cualquier nivel de igualdad que queramos. Pero en la práctica no es así. Sin músculo político, sin transformar las estructuras profundas, simplemente proponer más impuestos y más gastos es inútil. 

El trasfondo histórico de este problema es el declive del movimiento sindical. El igualitarismo que he criticado en este ensayo puede ser entendido como un intento de la izquierda por salvar los muebles y seguir defendiendo algunas de sus metas tras haber perdido la fuente de poder que había construido en las luchas obreras del siglo XX. Puede ser. Pero entonces la izquierda debe aceptar que esto es una derrota y buscar la forma de revertirla en lugar de engañarse a sí misma creyendo que todo puede seguir igual a pesar de haberse quedado sin su pieza fundamental. 

La evidencia muestra, por ejemplo en un estudio comparativo de Jonas Pontusson donde analizaba varios países de la OCDE, que el declive del sindicalismo ha venido acompañado de aumentos en la desigualdad. Es fácil entender por qué: históricamente el sindicalismo había sido el vehículo para asegurar mayores salarios y los salarios son la herramienta más potente de redistribución. Ese fue, a mi juicio, el gran error, o la gran limitación si se quiere, de la Tercera Vía que el binomio Clinton-Blair puso en boga a finales del siglo pasado: la verdadera fuente de la igualdad del ingreso es la igualdad del poder entre los distintos actores sociales. Si se pierde esta última, la política fiscal y social no son suficientes y, peor aún, se pierde incluso la voluntad política para redistribuir como lo demuestra la atonía electoral de la izquierda en los últimos años.

 El declive del sindicalismo ha venido acompañado de aumentos en la desigualdad 

Ha habido ya tantos cambios en la economía que es difícil ver cómo se podría revertir el declive del sindicalismo. Pero al mismo tiempo, muchos de esos cambios han hecho que la “estructura básica de la sociedad”, para volver a la expresión de Rawls, sea cada vez más inequitativa y menos transparente, es decir, cada vez más alejada de una “concepción pública” de la justicia. Es hacia dicha estructura, y no hacia el epifenómeno de las políticas sociales más o menos redistributivas, hacia donde debe dirigir sus miras la izquierda. 

A mi juicio, todo intento de reformular la estrategia de la izquierda debe habérselas con dos fenómenos fundamentales: la globalización y la financialización. Los dos se alimentan mutuamente. Ha sido el despliegue de los mercados financieros el que ha permitido que el capital se pueda desplazar sin fronteras. Recíprocamente, ha sido la apertura de los mercados globales la que ha posibilitado generar excedentes de ahorro en algunas regiones del mundo, listos para ser canalizados hacia otras regiones por el sector financiero. Ambos fenómenos, todo parece indicar, llegaron para quedarse. Su combinación ha permitido tal nivel de crecimiento económico y de cambio tecnológico que es difícil imaginar un clamoroso mandato político contra ellos. Pero esto no quiere decir que no haya nada qué hacer. Al contrario, creo que es posible valerse de ambos para avanzar propuestas de izquierda.

Por razones de espacio, no hablaré aquí de la larguísima agenda de reformas de alcance transnacional que se ha venido planteando en los últimos años, reformas tales como la creación de mecanismos igualitarios de reestructuración de deuda soberana, tema sobre el que Joseph Stiglitz ha insistido con mucha razón. Aunque esos temas son muy importantes, existe el riesgo de dedicarles tanta atención que se termine por descuidar la agenda doméstica.

Desde el punto de vista de cuáles son sus implicaciones para una “concepción pública de la justicia”, la globalización y la financialización han concentrado el poder de decisión en actores exentos de toda responsabilidad política democrática. Juntas permiten tal movilidad del capital, tal destrucción y creación de empresas en cualquier parte del mundo, que grandes trozos del aparato productivo de las sociedades quedan por encima de cualquier control ciudadano. Esto ya nos da una pista sobre cuál debe ser la tarea de la izquierda: desarrollar una agenda para vigorizar dicho control ciudadano.

Control ciudadano no necesariamente es control estatal. En una sociedad democrática moderna el Estado tiene funciones muy importantes. Pero no se pueden desconocer los posibles problemas de gobernanza en el sector público tales como la corrupción o la ineficiencia. Además, si parte del objetivo es construir instituciones que estén transparentemente comprometidas con la justicia y el trato igualitario a los ciudadanos, dicha transparencia no se garantiza simplemente votando cada cuatro o cinco años por quien va nombrar a los ministros que a su vez van a escoger a los funcionarios que van a administrar la producción de bienes y servicios fundamentales para la ciudadanía. De hecho, ese es uno de los efectos colaterales más nocivos del igualitarismo de nuestro tiempo: al presentar el problema de la igualdad como un asunto tecnocrático que pueden resolver unos cuantos políticos ilustrados mediante la adecuada combinación de impuestos y gastos en busca del coeficiente Gini ideal, propaga una visión de lo público que desmoviliza a los ciudadanos, reduciéndolos a poco más que al papel de clientes, consumidores de paquetes de políticas. Así se erosiona gradualmente el potencial de iniciativa colectiva que supuestamente debe estar presente en toda democracia. 

Si parte del objetivo es construir instituciones que estén transparentemente comprometidas con la justicia y el trato igualitario a los ciudadanos, dicha transparencia no se garantiza simplemente votando cada cuatro o cinco años

Hace bien la izquierda en defender la educación y la sanidad públicas. Son logros históricos que gozan de legitimidad y que son consistentes con principios transparentes de justicia. Pero es hora de ir más allá. De hecho, sin iniciativas que equilibren los poderes en la esfera productiva, la educación pública va a seguir sometida siempre a presiones privatizadoras ya que seguirá siendo vista como una simple correa de transmisión que recoge niños de las familias y entrega empleados a las empresas. 

Renta básica

Por tanto, y con la brevedad que mandan los límites de espacio, aludiré aquí a algunas ideas que merecen más atención por parte de la izquierda. La primera es la renta básica universal. Lamentablemente, esta propuesta se suele ver como una herramienta contra la pobreza cuando en realidad es algo más. La renta básica sirve, o debe servir, para que los ciudadanos, de forma individual y colectiva, acometan proyectos útiles para ellos y su entorno sin estar sometidos exclusivamente al control del mercado y del Estado. En la misma órbita de la renta básica se encuentran otras ideas que, más que alternativas, pueden ser complementos, distintos métodos para llegar al mismo fin. Tal es el caso del ingreso de participación, que es un sistema de renta básica que requiere que el beneficiario muestre estar desarrollando alguna actividad de interés social, o los programas de empleo garantizado. Hay diferencias y matices entre las tres propuestas pero todas tienen algo en común: colocan parte de los recursos de la sociedad bajo control de mecanismos distintos a los del mercado, bien sea el Estado (empleo garantizado), el tercer sector (ingreso de participación) o las distintas iniciativas colectivas e individuales que puedan surgir de la sociedad civil (renta básica). 

Sin iniciativas que equilibren los poderes en la esfera productiva, la educación pública va a seguir sometida siempre a presiones privatizadoras

Otro frente de acción que también sirve como complemento del anterior es el del sector financiero. En años recientes se ha ido abriendo paso la idea de potenciar la banca pública e incluso, en versiones más innovadoras, crear un “banco ciudadano de depósitos” responsable de custodiar el ahorro privado. Se trata de una idea que respeta los mecanismos de mercado a la hora de asignar los recursos de inversión (los bancos privados seguirían a cargo de esa labor), pero que añade también la posibilidad de que el Estado o la sociedad civil, especialmente a través de cooperativas y gobiernos locales, financien proyectos de beneficio social. 

Ya puestos a hablar sobre sociedad civil y gobiernos locales, merecen una mención las ideas sobre presupuestos participativos que también empiezan a figurar en las plataformas de izquierda. Como todo experimento de este tipo, sus primeros pasos son muy vacilantes y sus resultados dejan mucho que desear. Es fácil entender por qué: en nuestra vida pública está ya tan acendrada la dicotomía entre Estado y mercado que cualquier otra forma de asociación resulta virtualmente desconocida para los ciudadanos. Por eso, cuando se proponen este tipo de ideas, muy poca gente sabe cómo echarlas a andar. 

Las ideas que he mencionado tienen varios aspectos en común: todas apuntan a transferir más aspectos de la estructura productiva al control ciudadano, a veces público, a veces cooperativo, pero siempre democrático y transparente; todas reconocen la importancia de los mercados y el Estado en las sociedades complejas de nuestro tiempo, pero crean espacios alternativos; todas tienen el potencial de reducir las enormes asimetrías de poder existentes y, por tanto, las asimetrías de ingreso y bienestar. Pero también comparten otro rasgo más: todas son, de momento, propuestas minoritarias que no cuentan con mayor visibilidad ni mucho menos viabilidad política a corto plazo. 

Pero buena parte del problema de la izquierda en los últimos años ha sido su empeño en aferrarse a lo que es viable electoralmente: de victoria en victoria hasta la derrota final. Se trata de una estrategia que confirma el viejo chiste según el cual el poder es como el violín: se toma con la izquierda y se ejecuta con la derecha. En lugar de seguir tocando el violín, es hora de que la izquierda le apueste a una nueva visión coral del poder, en la que múltiples voces coinciden, a veces con cacofonía, a veces en armonía, pero siempre con potencia.

Después de unos cuantos años en el exilio, el igualitarismo ha vuelto con fuerza al centro de nuestro vocabulario político. En estos días los libros de economistas que más éxito obtienen entre el público no especializado son alegatos contra la desigualdad, como lo demuestran los trabajos de eminentes...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Luis Fernando Medina Sierra

Es Investigador del Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Doctorado en Economía en la Universidad de Stanford. Profesor de ciencia política en las Universidades de Chicago y Virginia (EEUU). Es autor de A Unified Theory of Collective Action and Social Change (University of Michigan Press, 2007) y de El fénix rojo (Catarata, 2014).

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

3 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. juan

    Me ha gustado mucho este artículo, ya que desde una óptica de izquierdas tengo una visión similar. Creo que es un error confundir tener un sistema social que permita a todos vivir dignamente, a querer con un igualitarismo por decreto precisamente desincentivar que la gente corriente pueda disputar las parcelas de las élites que por mucha presión fiscal que haya siempre mantendrían el poder económico real y con ello "el político". Respecto al comentario anterior que parece venir de lo que se llama "verdadera izquierda"...solo debería recordarle aquellas palabras de quien seguro no es primo de Albert Rivera, Raúl Castro "Socialismo significa justicia social e igualdad, pero igualdad de derechos, de oportunidades, no de ingresos. Igualdad no igualitarismo" http://www.cubaencuentro.com/multimedia/videos/igualdad-e-igualitarismo-segun-raul-castro

    Hace 8 años 10 meses

  2. Javier

    Después de leer su artículo, me gustaría hacer un comentario acerca del mismo. En primer lugar quiero felicitarle por la calidad del texto; siempre es un placer leer algo documentado, argumentado y bien construido. Sin embargo, aún a riesgo de parecer algo vulgar, por previsible, voy a arriesgarme a defender la postura que, desde la izquierda, sostiene la igualdad como argumento central en el discurso ético y político. Para empezar, unos datos: si leemos la situación socioeconómica de España en contexto, vemos que el ingreso familiar disponible promedio per cápita es de 22,48 dólares al año, cifra menor que el promedio de la OCDE de 25,91 dólares al año; en nuestro país la población que ocupa el 20% superior de la escala de ingresos gana cerca de siete veces lo que percibe la población que ocupa el 20% inferior. La tasa de pobreza de ingresos de los niños es una de las más altas de la OCDE: 21,7% de los niños españoles son miembros de una familia con un ingreso disponible menor que la mitad del ingreso español medio; en términos de empleo, alrededor del 56% de las personas entre 15 y 64 años de edad en España tienen un empleo remunerado, cifra menor que el promedio de la OCDE de 65% y la más baja en la OCDE; las diferencias por cuestión de género también son importantes: cerca del 60% de los hombres tienen un empleo remunerado, en comparación con el 51% de las mujeres. En cuanto a educación, el 55% de los adultos entre 25 y 64 años han terminado el bachiller, cifra mucho menor que el promedio de la OCDE de 75%. En este caso el dato es ligeramente más alto en el caso de las mujeres que de los hombres, ya que el 53% de ellos han terminado con éxito el bachillerato en comparación con el 56% de las mujeres. Además, el 10,7% de los adolescentes españoles de 15 a 19 años no trabajan ni estudian, muy por encima del promedio de la OCDE de 7,1%. Las competencias de lectura y de solución creativa de problemas de los estudiantes españoles se sitúan claramente por debajo del dato promedio de la OCDE. Si echamos un ojo al índice GINI vemos que hemos pasado en España de un 33,4 a un 35,9 en diez años, lo que significa que nuestra tendencia es claramente creciente en lo relativo a la brecha entre los más ricos y los más pobres. En España ya hay tres millones de personas en situación de "pobreza severa" (según la terminología de Cáritas española), esto es que viven con menos de 307 euros al mes en (dato de 2012). Las personas que se encuentran en situación de pobreza severa representan el 6,4% de la población del país, una tasa que casi duplica la de 2007, según datos de la Encuesta de Condiciones de Vida recogidos en el informe del Observatorio de la Realidad Social. Hay evidencias documentales más que suficientes para argumentar la reproducción de las diferencias sociales a lo largo del tiempo, de modo que, con carácter general, los hijos de los ricos son y serán ricos y los hijos de los pobres son y serán pobres. Tenemos diferencias importantes que tienen profundas causas sociales y que no son legítimas; son desigualdades sociales basadas en el desigual acceso a los recursos. En las sociedades contemporáneas, las oportunidades vitales están determinadas por dos tipos de causas: el país en el que se nace y, dentro de cada país, la clase social a la que se pertenece. La estructura de clases, de acuerdo con la concepción de Wright depende de la relación con la propiedad del capital, de la posición en la jerarquía social y laboral, y de la cualificación de cada uno. En este punto creo que es interesante incorporar los conceptos de “habitus” y de “capital simbólico” de Pierre Bourdieu. De ellos se concluye, en realidad, el capital cultural no se adquiere si no se cuenta con un origen social que sea compatible con dicho capital. Por otra parte, discrepo con el artículo en algunas de sus premisas: no creo que la creciente desigualdad deba ser considerada como una excelente oportunidad para la izquierda y tampoco creo que muchos partidos (en España) hayan convertido la desigualdad en el núcleo de su programa. Discrepo en su afirmación de que el electorado español “no ha dado un brusco viraje a la izquierda, ¿de verdad cree el autor que el electorado español no ha dado un viraje a la izquierda? ¿Cómo explica entonces que más de seis millones de votantes, aproximadamente un 24% de los votos válidos de las pasadas elecciones hayan ido a parar a opciones abiertamente rupturistas? Tampoco comparto la diferenciación que hace entre la oposición a la austeridad y la exigencia de mayores cotas de igualdad social por parte de la izquierda en países como Grecia o Portugal. Con respecto a Rawls, discrepo profundamente en su afirmación de que “todo igualitarista hoy en día es rawlsiano”. No me cabe ninguna duda de que el autor conoce análisis rigurosos que se basan en la idea de que la desigualdad en grado alto es incompatible con la cohesión social y que además correlaciona con peores indicadores de bienestar (Richard Wilkinson y Kate Pickett, 2010). Uno de los problemas de la ética de Rawls es la diferencia entre el deber ser y el ser, dado que la justicia distributiva está determinada por su desarrollo político fáctico y lo cierto es que limitarse a garantizar las “esencias constitucionales” o “principios definidores de las libertades básicas” en realidad contribuye muy poco (o nada) al fin último de la justicia distributiva. No creo que deba extenderme mucho más en un comentario, pero no puedo terminar sin preguntarme si realmente el autor está convencido de que “todo apunta a que el statu quo ante va a terminar siendo restaurado con algunos cuantos cambios, muy pocos como para ser considerados un triunfo clamoroso de la izquierda”. Con todo el respeto que me merece el autor, ¿no será éste un deseo más que una premonición?

    Hace 8 años 10 meses

  3. Decepción

    No sabía que el hermano progre de Albert Rivera escribiese en CTXT. Una pena.

    Hace 8 años 10 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí