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Tribuna

La crisis de la socialdemocracia es la crisis del euro

Debatir sobre el socialismo europeo lleva necesariamente a la crisis del euro: la moneda común se ha convertido en un mecanismo de divergencia, no de unión, tanto económica como políticamente. Si el euro no se reforma, está anunciada su desintegración

David Lizoain 15/07/2015

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La evidencia se nos ha ido acumulando. Por ejemplo, las cartas chantajistas secretas del Banco Central Europeo que provocaron un cambio en la Constitución española. O la sustitución forzada de los primeros ministros de Italia y de Grecia con gobiernos tecnocráticos en el otoño del 2011. Ahora, tras las últimas negociaciones con Grecia, ha caído de manera definitiva la máscara sobre el funcionamiento de las instituciones europeas.

La amenaza de Schäuble, ministro de Finanzas alemán, lo dejó claro: o privatizar casi una cuarta parte del PIB y transferirlo a un fondo bajo su control, o la expulsión del euro. Fue una demostración del equilibrio de poder europeo de la manera más explícita posible. Se ha podido comprobar que las imposiciones inherentes en la relación entre acreedor y deudor son tóxicas y que minan la solidaridad europea.

En estos momentos críticos, la respuesta de las fuerzas de la socialdemocracia en su conjunto ha sido decepcionante, sobre todo porque no hubo una respuesta conjunta. En las últimas horas, Francois Hollande y Matteo Renzi presionaron para evitar una salida forzada del euro por parte de Grecia. Pero esto se puede contrastar con la actuación del SPD alemán a lo largo del proceso o el comportamiento del laborista holandés Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo y el emblemático “malo de la película”. No es un balance particularmente heróico.

El nuevo acuerdo griego es otro parche más, que no deja satisfecho a nadie. Se ha evitado un resultado aún más caótico, pero solo de momento. Una vez cuestionada la irrevocabilidad del euro, no hay marcha atrás. Si el euro no se reforma, está anunciada su desintegración.

El nuevo acuerdo griego es otro parche más, que no deja satisfecho a nadie. Se ha evitado un resultado aún más caótico, pero solo de momento

Dicho eso, discutir la crisis de la socialdemocracia europea sin discutir la crisis del euro resulta vacuo. La arquitectura de la unión monetaria es fundamental para entender lo que está pasando y cómo responder. El euro ha sido diseñado de tal manera que se ha convertido en un mecanismo de divergencia, no de unión. Tanto económica como políticamente.

Esa no era la idea original, cuando la creación del euro respondió más a objetivos políticos que no a los consejos propiciados por los textos económicos. El euro configura una unión monetaria imperfecta, sobre la base de un espacio geográfico que no conforma una zona monetaria óptima. Frente a los choques inevitables (y como nos recuerda Mark Blyth, todo esto tiene su origen en la crisis financiera), la zona euro en su conjunto no está diseñada para permitir un ajuste rápido, ni tiene mecanismos apropiados para corregir los inevitables desequilibrios.

Es un euro (y, por lo tanto, una Europa) donde los costes se reparten de manera asimétrica (sobre todo hacia la periferia, y sobre todo a la gente joven en la periferia). Y es un euro (y, por lo tanto, una Europa) donde los beneficios también se reparten asimétricamente; los ganadores son un bloque poderoso y con sus propios intereses. Lo peor de la crisis del euro es que se ha convertido en una crisis del proyecto de la construcción europea debido a estas tendencias centrifugadoras. 

Actualmente, se puede juzgar el euro como un fracaso y como una mala idea (o quizás una idea excesivamente naíf) que nos tiene atrapados. No es solo el hecho de que menos personas estén trabajando en Grecia ahora que hace treinta años, o que Italia se haya estancado desde la introducción de la moneda común. En el otro extremo del continente, Finlandia está en recesión, y al igual que el resto de países sin mucho margen para aplicar políticas. Dentro del euro es difícil recuperarse de choques negativos. El tema de la reestructuración de la deuda es tan relevante precisamente porque se ha creado un marco de poco crecimiento y con tendencias deflacionistas. La deuda acumulada no sería un lastre tan problemático si hubiera más crecimiento y más inflación.

 El tema de la reestructuración de la deuda es tan relevante precisamente porque se ha creado un marco de poco crecimiento y con tendencias deflacionistas

Porque con el euro, las políticas posibles son especialmente restrictivas. Se ha cedido la política monetaria autónoma y se ha restringido la política fiscal. La economía ya no puede absorber cambios en el balance exterior mediante una devaluación, y no existe la opción de reestructurar el sector financiero a la manera en que lo hicieron los nórdicos en los años noventa. Las herramientas clásicas keynesianas de la gestión de la demanda ya perdieron efectividad ante la transformación de la economía global a partir de los setenta; ahora ni están encima de la mesa. Esto es un problema grave para países como Grecia y España que se enfrentan a unos déficits considerables de demanda agregada. Implica la posibilidad de que el paro masivo sea un fenómeno crónico. 

Sin embargo, salir del euro no es una proposición especialmente atractiva, sobre todo en el corto plazo. El caso griego ha confirmado las predicciones del historiador monetario Barry Eichengreen de que para un socio débil una salida sería traumática y costosa. Una vez dentro del euro, no hay manera fácil de escaparse de esta unión monetaria imperfecta. Este es el contexto en el cual los partidos socialdemócratas están obligados a operar, como describió Ignacio Urquizu en su muy recomendable La crisis de la socialdemocracia ¿qué crisis? (Los Libros de la Catarata).

Con respecto al sabio Víctor Lapuente, la socialdemocracia no es el partido de “la tierra de nadie”. Como afirman en el libro What is Social Democracy? (coescrito por Ingvar Carlsson, primer ministro socialdemócrata sueco. Socialdemokraterna), “según el análisis socialdemócrata, el conflicto central de intereses es entre el trabajo y el capital.” Y continúa: “En el conflicto de intereses entre el trabajo y el capital, la socialdemocracia representa los intereses del trabajo.”

La dura realidad del euro es que no existen los mecanismos para un retorno rápido al pleno empleo. Encima, está construido de tal manera que la tendencia es que el trabajo pierda su peso dentro del PIB. (De hecho, lo que se llama la devaluación interna es la prescripción de intentar ganar competitividad transfiriendo ganancias del trabajo hacia el capital –literalmente la política menos socialdemócratas posible). Unos partidos teóricamente centrados en defender al trabajo, y por lo tanto en crear empleo digno y asegurar unas ganancias al trabajo en su conjunto, se enfrentan a un contexto muy hostil a estos objetivos.  

Ante la combinación de un paro masivo provocado por un colapso financiero y un régimen monetario restrictivo, y dado que las comparaciones históricas están de moda, vale la pena recordar la experiencia de la socialdemocracia durante la Gran Depresión. En el Reino Unido, el canciller laborista Philip Snowden optó por el equilibrio presupuestario (es decir, una austeridad radical) que profundizó la crisis, en lugar de abandonar el patrón oro. En Alemania, el respetado teórico marxista Rudolf Hilferding (conocido por su análisis del capital financiero) como ministro de finanzas del SPD se negó a un estímulo y continuó con la deflación, profundizando la recesión de la cual surgió Hitler. (Episodio omitido por el artículo de Roger Suso). El hecho de no haber lidiado adecuadamente con la situación económica fue un desastre para la socialdemocracia europea.

La dura realidad del euro es que no existen los mecanismos para un retorno rápido al pleno empleo. Encima, está construido de tal manera que la tendencia es que el trabajo pierda su peso dentro del PIB

El problema a la hora de articular una respuesta por parte de la socialdemocracia europea es que de momento no se puede considerar un actor unificado. Los partidos miembros responden a sus diferentes electorados nacionales y se enfrentan a incentivos diferentes. La sección alemana (que domina el Partido Europeo Socialista) tiene más margen de maniobra y también más responsabilidad. Hay que reconocer que o se opta por completar la unión monetaria, o por un divorcio de terciopelo liderado por Alemania; si no, veremos cómo esas fuerzas centrifugadoras que se han puesto en marcha trituran Europa.

La derrota rotunda de Syriza ha aclarado la situación pero no es una buena noticia para quienes desean una reforma de la unión monetaria. La teoría de los dominós provocando un cambio en Europa ya se puede ir descartando, y se ha revelado que una revuelta del sur siempre será insuficiente si se necesita un consenso para cambiar las reglas del juego. Ahondar las divisiones no es el camino a una unión más perfecta. Para construir una zona euro donde los ajustes simétricos son posibles, una política simétrica también es necesaria. 

El bulo de que Tsipras fue profundamente incompetente es la otra cara de la moneda de la narrativa de la traición de la socialdemocracia. Los acontecimientos han aclarado que seguramente toca atribuir menos importancia a las agencias y más a las causas estructurales. El euro es un laberinto por solucionar más que un nudo gordiano que se puede resolver heroicamente y de golpe. Como explica Lluís Camprubí, será necesaria una cierta paciencia histórica para que los focos apunten al nivel europeo.

Es políticamente muy relevante que los principales partidos progresistas en España (PSOE, Podemos e IU) parezcan estar de acuerdo sobre la necesidad de completar la unión monetaria. (Ayuda que la plataforma económica de Podemos fuera escrita por los coautores del líder de IU). Para impulsar los cambios necesarios en el medio plazo a escala europea, estas familias políticas tendrían que estar más alineadas y menos ocupadas en luchas fratricidas. Y si un acercamiento será necesario en algún momento, cabe pensar que se debería llegar a acuerdos en el corto plazo –reconociendo las limitaciones del momento actual.

La situación es mala, pero puede incluso ir a peor. Podemos mirar hacia el pasado o hacia la Hungría actual, donde la mala gestión de los socialdemócratas dio entrada a una mayoría absoluta de los populares liderados por Viktor Orbán

La situación es mala, pero puede incluso ir a peor. Podemos mirar hacia el pasado o hacia la Hungría actual, donde la mala gestión de los socialdemócratas dio entrada a una mayoría absoluta de los populares liderados por Viktor Orbán. Orbán (aquí saludado como “dictador” por Juncker) ha minado las instituciones democráticas de su país mientras persigue unas políticas antiigualitarias y nacionalistas. El PP ya ha tomado esta senda; que continúe así no se debe descartar.

La clave consiste en recordar que la respuesta a la pregunta “¿qué puedes hacer cuando no puedes hacer tanto como te gustaría?” sigue siendo “mucho”.  Se puede mirar hacia Hungría (o el PP) y hacer lo contrario: fortalecer las instituciones, redistribuir más (y mucho mejor, como nos propone Pau Marí-Klose) y promover una cultura federal en lugar de optar por el repliegue identitario. Cada uno de estos puntos se puede elaborar en profundidad (como se hace en espacios como Agenda Pública).

Por eso es muy importante calibrar las expectativas. Canalizar la frustración existente para generar más frustración es allanar el camino a los Orbans en potencia. Y un análisis excesivamente simplista puede ayudar a ocultar cómo se está de-institucionalizando nuestra política para vaciar a los órganos democráticos de su poder.

La conclusión cruda tras el experimento de Tsipras es que lo que puede ofrecer un partido socialdemócrata en un país deudor dentro de una zona monetaria incompleta no es muy diferente a lo que los otros partidos de la izquierda realmente pueden ofrecer. Un exceso de retórica no puede compensar los limitados  márgenes de maniobra. Los constraints son los mismos y la necesidad de alterarlos a escala europea –no se puede hacer de manera unilateral– seguirá vigente y urgente. Ante todo esto, lo que queda claro es que la reforma de la unión monetaria debería estar encima de la agenda de cualquier partido serio.  

La evidencia se nos ha ido acumulando. Por ejemplo, las cartas chantajistas secretas del Banco Central Europeo que provocaron un cambio en la Constitución española. O la sustitución forzada de los primeros ministros de Italia y de Grecia con gobiernos tecnocráticos en el otoño del 2011. Ahora, tras las...

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Autor >

David Lizoain

Es economista, licenciado en Harvad University y Master en Development Studies por la London School of Economics.

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