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Punta del Este, Uruguay.
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El lugar era Purmamarca, en Jujuy, bien al norte de la Argentina, en una tierra famosa por sus cerros de siete colores y sus largas siestas, donde todavía se vive artesanalmente y a paso de hombre. El anfitrión, que nos llevó de la capital de la provincia a visitar esa localidad, era Héctor Tizón (1929-2012), ya un clásico de la literatura argentina, quien, tras volver de su exilio español, ejercía el doble oficio de juez y autor en Yala.
"¿Por qué eligió Jujuy para el regreso?". Que ese hombre que había recorrido el mundo como embajador quisiera volver a su tierra natal y a la soledad agreste de la Puna era para mí un misterio. "Aquí el tiempo es barato y lo que un escritor necesita es básicamente tiempo", contestó. Con intuición de artista, el autor de Fuego en Casabindo sabía ya lo que acaba de confirmar una investigación canadiense de la Universidad de la Columbia Británica: disponer de tiempo libre parece ser la clave de la autopercepción de la felicidad.
Publicados recientemente en la revista Social Psychological and Personality Science, los seis estudios realizados analizaron 4.690 casos, relacionándolos con dos variables, el dinero y el ocio, intentando definir cuál de las dos es percibida como más importante. Los entrevistados se dividieron en grupos iguales pero quienes optaron por el tiempo libre son más felices, asevera el estudio, que "provee por primera vez evidencia empírica de que priorizar el tiempo sobre el dinero es una preferencia relacionada con una percepción subjetiva estable de mayor bienestar."
No midieron los científicos un momento más feliz aun, que rima casi siempre con el verano: el de anticipar el tiempo de ocio y comenzar a disfrutarlo en la imaginación, como quien se solaza ante el perfume de un durazno maduro incluso antes de la primera mordida. Dirán —con razón— que me detengo en esto porque estoy a cuatro días de hacer las maletas y entregarle mi cuerpo a las vacaciones como otros el suyo a la ciencia. Me pillaron.
Objetivo noble, después de un año feroz: vivir la tregua hasta el exceso. Que mi visión del mundo se reduzca al bamboleo de una hamaca colgante conmigo de contrapeso y todas mis preocupaciones, a resolver quién fue el asesino en una novela de Patricia Highsmith (quise comprar Carol pero ni el inminente estreno de la maravillosa película de Todd Haynes ha conseguido que vuelvan a reimprimirla en la Argentina).
Ese placer, el de no hacer nada —o "hacer fiaca", como reza el lunfardo—, ha sido celebrado por la cultura local. Mereció un aguafuerte de Roberto Arlt que analizó el origen genovés de la expresión y tiene hasta una obra de teatro propia entre nosotros: La fiaca, de Ricardo Talesnik (1967), llevada al cine dos años después por Fernando Ayala e interpretada por Norman Briski y Norma Aleandro, que puede verse en YouTube, en versión completa. Edhasa publicó La conquista de las vacaciones, un interesantísimo ensayo de Elisa Pastoriza, que no debería perderse cualquiera que busque una breve historia del turismo argentino.
Sin llegar al extremo vital propuesto por el personaje de Briski que adopta el pijama como uniforme, me confieso devota de la contemplación. Siempre pensé que una pachorra feliz cambia el aire, mejora el humor y renueva el stock de existencias. Puede que esa certeza sea sólo parte de mi modesta mitología personal o una estrategia de supervivencia silvestre ante la voracidad hipercinética del siglo XXI. Pero sirve (los científicos de la Columbia Británica pueden sumar un caso más a su rastreo y engrosar la lista de los distendidos sin culpa).
En vacaciones, la excedencia es perfecta, redonda y brillante porque asumido como está que el diletante no tiene justificación ni fin ni religión o servicio que prestarle a la patria, cuando me dedico a ello renuncio a buscarle utilidad: fiaca es fiaca. A eso va y ahí se agota. Aunque si algún jefe de personal necesita argumentos, digamos que ese descanso higiénico —lo ha probado la ciencia— es una inversión en creatividad pues permite reiniciar el sistema como la tecla reset de cualquier ordenador. Refrescar, refundar, retomar, revivir.
Parte del encanto del recreo es la promesa implícita que nos regala de jugar a ser distintos y poder sentirnos como la cara que no figura en el DNI o el legajo laboral. Elijo para esos ratos la de una foto que exuda alegría: somos, mi amor y yo, haciendo un pícnic en la parisina Place des Vosges, sentados sobre el pasto, con las rodillas abrazadas y mirando a la lente mientras sonreímos como si nos pagaran por mostrar cada diente.
No recuerdo quién tomó la imagen. Algún vecino ocasional seguramente hizo clic con el aparato que le acercamos (eran tiempos en los que las máquinas de fotos no vivían en los móviles) y ese momento late en un portarretratos, perfecto en su luz, alimentándonos cada año hasta las siguientes vacaciones. Ya llegan. Son el verano, un elogio del tiempo libre, que nos permite volver a ver magia en lo de siempre. Cuánta buena literatura habría hecho Héctor Tizón con ellas.
El lugar era Purmamarca, en Jujuy, bien al norte de la Argentina, en una tierra famosa por sus cerros de siete colores y sus largas siestas, donde todavía se vive artesanalmente y a paso de hombre. El anfitrión, que nos llevó de la capital de la provincia a visitar esa localidad, era Héctor Tizón...
Autor >
Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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