Sí, ha leído bien, me refiero a usted. A esa persona –lector, espectador, oyente, internauta-- que jalea las barbaridades del tertuliano más vociferante, que se solaza al detectar la ausencia de una tilde sobre una palabra perdida en un reportaje que zarandea los cimientos de nuestra democracia y que no termina de leer por esas cosas de las prisas, o que disfruta en secreto de esa infame portada que luego tuiteará, indignado, con la etiqueta #NoEsPeriodismo. En definitiva, hablo de usted, cuya atención he tratado de captar con un titular provocador que pueda encender las alarmas de su sistema de detección de artículos “viralizables”.

Porque es usted –que, no en vano, recibe el nombre de audiencia, en su doble condición de público y tribunal-- quien puede, con su índice, señalar el camino hacia el futuro del buen periodismo. Se trataría sólo de ejecutar un gesto que modificara la perezosa inercia de un dedo acostumbrado a seleccionar en el mando a distancia los programas más groseros o clicar con el botón izquierdo de su ratón sobre fotografías de “celebrities” en impúdicas poses.

En sus manos está decidir si otros contenidos, que aportan luz sobre el tiempo que vivimos, también merecen sobrevivir en este feroz ecosistema que combina la fragilidad de la atención con el inabarcable número de estímulos que la reclaman. Recuerde que son sus pequeñas decisiones cotidianas las que dibujan el paisaje por el que arrastramos nuestra angustiada existencia de hoy y también las que esbozan ese más habitable porvenir que, como apuntaba el poeta, se llama así porque nunca viene.

El añorado José Luis Sampedro imaginaba la libertad como una cometa que vuela alto siempre que esté atada por la responsabilidad frente a los demás. Sin embargo, usted vuela esa cometa con un hilo de cicatera longitud, a menudo tejido por otros, que le impide elevarla hasta los vientos del futuro o el huracán del cambio. Y así, en pantallas y papeles, la costumbre, el miedo y la desidia trazan negros corondeles que no dejan espacio para inéditas caligrafías o reflexiones a contracorriente pero sirven para ordenar las palabras que conforman esa opinión publicada que se hace pasar por pública. Líneas que también enmarcan fotos y vídeos, muchas fotos y vídeos.

Esa falta de compromiso individual con el tiempo que le ha tocado vivir engorda las cifras que los medios de información menos respetuosos con la inteligencia de su público ofrecen como reclamo a sus anunciantes. Pero más allá de su influencia en la deriva mediática, recuerde que la ausencia de actitud crítica también contribuye a financiar las cajas b de la corrupción política, a derretir nuestros glaciares, a convertir las malas prácticas empresariales en estándares del mercado o a inundar de cadáveres el océano.

Así que, antes de lamentar en redes sociales el enésimo cierre de un medio de información o compartir, airado, la penúltima boutade de un abyecto columnista, piense si ha premiado con su atención o dinero las buenas prácticas informativas que contribuyen a hacer de nuestra sociedad un lugar menos ruidoso y más habitable, más justo y democrático. Y si no es así, por lo menos asuma que es usted quien escribe los titulares que tanto le enojan. Usted, o sea, yo.