Lo del PP es encomiable. No nos queda otra que destocarnos y rendirnos ante su cúpula y su fascinante manera de desenvolverse en situaciones en las que cualquiera que posea un mínimo de vergüenza torera pasaría las de Caín o las fatiguitas de la muerte, como decimos aquí en el sur. Chapeau, de verdad. Chapeau porque un partido investigado, término que gusta emplear ahora, por destrucción de pruebas en lo referente al caso Bárcenas, protagonista de macrorredadas e imputaciones en bloque en Valencia, con exministros, diputados y senadores en la cuerda floja por blanquear, malversar, cobrar comisiones y todas esas cosas tan propias del hábitat del politiquero español que jamás dejará de sorprendernos, aún es capaz de afirmar severamente y sin sonrojarse que la falta de honradez que tanto se le achaca sólo se visualiza en casos aislados, afirmaciones que unidas a la desinformación que reina en el país causan efecto. Justo el que pretenden. Indudablemente, buena parte de culpa de esta soltura con la que se mueve por el fango el partido más votado el 20D la ofrecen en bandeja quienes amparan, justifican y cobijan la corrupción como si no la sufrieran también en mayor o menor medida, mientras apuntan a diestro y siniestro, eso sí, a cualquier otra formación envuelta en corruptelas, demostradas o presuntas, como si lo podrido en otro cesto convalidara esa deshonestidad con la que el equipo de Génova viene obsequiándonos desde tiempos inmemoriales, como si los capos mafiosos, sean del frente que sean, no debieran estar alejados del poder y entre rejas evitando de este modo esa tentación por lo ajeno que pone a sus partidos en el punto de mira de la sociedad que ya anda un poco cansada de que la tomen una y mil veces por el pito del sereno.

Rajoy, su líder, el líder que parece vivir sin enterarse de nada de lo que sucede en su propia casa y que en su legislatura como presidente se valió de su mayoría absoluta para aplicar en el Congreso cuantos rodillos quiso, se pregunta el porqué de no recibir ningún apoyo, aunque, apesadumbrado, incluso molesto, no termina de renunciar a dirigir nuevamente el cotarro a la mínima que el señor Sánchez se la pegue cual personaje de dibujos precipitándose cañón abajo, opción nada descabellada, desde luego. Se abre una nueva cuenta atrás y a la gaviota le toca jugar a ser avestruz: inmóvil, agazapada, acurrucada en una esquina escondiendo la cabeza ajena al diálogo, cosa que no debería resultarnos extraña, al fin y al cabo, es lo mismo que ha estado haciendo durante los últimos cuatro años. 

Lo dije arriba y lo reitero. Chapeau por ti, Mariano, pues a pesar de todo esto, sigues aspirando a gobernarnos.