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Tánia Balló / Productora y autora del libro ‘Las sinsombrero’

“La mejor manera de denunciar el fascismo es recuperar la memoria de las mujeres”

Isabel Cadenas Cañón 22/02/2016

<p>Tania Balló, en Pamplona</p>

Tania Balló, en Pamplona

Isabel Cadenas

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Es la mañana después. Ayer, Oleg y las raras artes, la última película de Andrés Duque, ganó, el 13 de febrero, el gran premio del jurado en el festival internacional de cine documental Punto de Vista de Navarra. El documental se centra en Oleg Karavachiuk, el único pianista que está autorizado a tocar el piano que custodia el Hermitage de San Petersburgo. Lo habían producido tres mujeres: Tánia Balló, Serrana Torres y Marta Andreu. 

En una cafetería de la parte vieja de Pamplona, Balló desayuna antes de coger el tren. Su agenda no hace concesiones ni para celebrar el premio: tiene que llegar a Barcelona lo antes posible, queda apenas una semana para el homenaje a Las sinsombrero, aquellas mujeres de la generación del 27 que la historia oficial quiso olvidar –y que Tánia no: tras 6 años de investigación sobre ellas, en 2015 dirigió y produjo, junto a Serrana Torres y Manuel Jiménez Núñez, el documental Las sinsombrero. El martes 23 de febrero, en ese acto de homenaje, presentará su libro sobre ellas (Las sinsombrero, Espasa, 2016). Y, como prometiera Rosa Pereda en un artículo hace unos meses, toca dar cuenta de ello. 

Charlar con Tánia es un poco como lo que debe ser su vida: se habla rápido, se salta de un tema a otro porque para qué poner fronteras, pero después se entiende que toda conversación con ella tiene siempre el mismo poso: las mujeres y la memoria. Y eso, al hablar de Las sinsombrero, claro, pero también al hablar de cine, de la película de Duque y del oficio de productora. 

El jurado ha premiado su película “por su innovadora, coherente y sensible aproximación al retrato de un artista”. La primera pregunta es, necesariamente, ¿quién es ese artista, Oleg Karavachiuk? 

Lo primero que quiero decir es que para mí esta película no es un retrato, sino una experiencia sensorial. Es una película que se aleja del sentido común y que te invita a suspender el juicio y, sobre todo, los prejuicios. Porque Oleg es un ser que ya no existe. Vive fuera del tiempo: una no tiene claro en qué tiempo le hubiera tocado vivir, como si estuviera a destiempo en cualquier época. Para mí, más allá de ser el compositor genial que es, Oleg representa ese mundo de dejarse vivir por el arte. Lo que he aprendido con él es que, cuando quieres hacer una película sobre un personaje tan efímero y a la vez tan presente como él, lo último que puedes hacer es pensar que esa película será mejor si consigues que ese personaje juegue en tu línea. El cine es un artefacto que observa una realidad imprevisible, y la genialidad de Andrés reside en haber hecho suya esa improvisación. 

Oleg y las raras artes es una película con clara vocación independiente, y a veces da la impresión de que la libertad que requiere una directora o un director en un proyecto así puede estar reñida con la faceta más técnica de la producción. ¿Cuál es el papel de los productores en el cine independiente español?

Durante mucho tiempo, el cine independiente ha vivido de espaldas a la propia posibilidad de financiación. Se ha mantenido esa imagen de que el director o la directora podía ejercer ese papel, porque la entrada de un productor encarece, en cierto sentido, el proyecto. Esto ha cambiado en los últimos años, y al mismo tiempo que los directores independientes se vuelven más ambiciosos, ha surgido una generación de productores y productoras que somos, sobre todo, afines al objetivo creativo de los directores: no somos mujeres y hombres de negocios, somos gente de cine. En mi caso, lo que me atrapa es la posibilidad de producir cosas que no existen, y para ello es fundamental hacer algo que parece “la antiproducción”:  preservar la libertad del director por encima de todo. 

¿Y cuál es el papel de las productoras?

Me parece que lo que pasa con la producción es un claro ejemplo de cómo funciona el poder masculino. La producción en sí va mucho mas asociada a los quehaceres que tradicionalmente se asocian con el género femenino que con el masculino: organizar, las relaciones públicas, la cordialidad, etc. Por eso, la gran mayoría de jefas de producción son mujeres, pero en el momento en que entra el factor económico, las mujeres desaparecen. Es decir, desaparecemos cuando entra en escena el poder. Y esto no pasa solo en el cine, evidentemente. 

Pero quizá el cine independiente sea un lugar donde esas fronteras entre, digamos, los cuidados y el poder, estén menos definidas, ¿no?

Creo que el cine independiente ofrece un lugar muy interesante de reconciliación en ese aspecto, donde la sensibilidad y la necesidad de experimentación tienen otro papel, quizá más afín a nuestra manera de ver el mundo. Pero la clave es entender que no tenemos que pedir permiso para hacer aquello que deseamos. Yo me niego a masculinizar cualquier faceta de mi vida para ejercer el poder. Prefiero no ejercerlo. En nuestra sociedad, en cuanto salimos del espacio íntimo del hogar, las cosas se hacen a la manera que han decretado los hombres, y hemos tardado muchos años en que se entendiera que nuestra presencia en el ámbito público no es algo que nos hayan regalado, sino que es nuestro derecho y podemos hacer con él lo que queramos, desde utilizarlo hasta no utilizarlo. No estamos obligadas, por ser mujeres, a reaccionar críticamente a todo lo que se nos proponga. Quizá mi problema es que yo no identifico los límites: cuando más feliz soy es cuando la gente hace lo que le dé la gana. 

Esta conversación está acercándose mucho a esas otras mujeres que también trataron de vivir sin límites, pero a las que la sociedad, o la historia, sí se los puso. O sea, que ha llegado el momento de hablar de su otro gran proyecto actual, el libro de Las sinsombrero

Las sinsombrero son un buen ejemplo de lo que hablamos: cuando terminó la Primera Guerra Mundial, los hombres volvieron de la guerra y vieron que las mujeres habían tomado el poder en la sociedad. Por eso, una de las primeras cosas que se hace en la Europa de la postguerra es ir ferozmente en contra de los movimientos feministas, porque se necesita que esos hombres que llegaron anímicamente destrozados de la batalla recuperaran el poder como única manera de regenerar el sentimiento patriótico. Muchas mujeres entonces decidieron alejarse de la idea de la feminidad porque sentían que las oprimía, que era una construcción que servía para invisibilizarlas. 

Y ese es el contexto en que se forman estas mujeres de la Generación del 27. 

Sí, las mujeres del 27 comparten, por primera vez, esa conciencia de grupo que tiene su generación –aunque, por supuesto, esto no fuera del agrado de todos--. Estas mujeres no hacían lo que se consideraba “arte para mujeres”, sino arte, sin género. Querían huir de la feminidad para reconstruirla. Y es en sus obras donde emerge esa nueva feminidad: es una feminidad de rasgos fuertes, de libertad, en la que las mujeres dejan de ser objeto de deseo para pasar a ser sujetos. El ejemplo más claro está en los cuadros de Ángeles Santos, con sus mujeres lánguidas, sin ningún rasgo sexualizado, o en los de Maruja Mallo, o en las obras de Rosa Chacel, donde hablan del amor, pero no por un hombre, sino del amor por su libertad. 

Parece que este proyecto, y sobre todo este libro, además de hablar de ellas, habla de usted. 

Todos los proyectos que hacemos hablan de cada una de nosotras. Pero es cierto que a mí estas mujeres me han cambiado la vida. No digo esto en el sentido catártico. De esto me di cuenta hace muy poco tiempo: conocer su legado ha sido increíble, pero curiosamente su influencia ha sido más a nivel vital: me han enseñado a no renunciar. Yo llevo ocho años en este proyecto, y en mi vida han pasado muchas cosas, pero siempre he tenido claro que no iba a renunciar a este proyecto. A veces ni siquiera sabía de dónde me venían estas fuerzas –era un proyecto imposible de financiar, ha habido que esperar mucho--, pero había algo en mí que me decía que no podía renunciar a él. 

Esto que dice tiene que ver con la paciencia, porque este ha sido un proyecto de muy largo aliento. ¿Cuánto tiempo lleva trabajando en él? 

Pasaron siete años desde que conocí su historia hasta que hicimos la película, y uno más hasta que terminé el libro. Cuando empecé a escribir y tuve que acercarme a ellas con una responsabilidad diferente, dándoles voz, entendí que la espera había sido imprescindible: este proyecto nunca se hubiera podido hacer en dos años. De repente estas mujeres pasaron a ser mis mujeres, pasaron a ser nuestras mujeres, pasaron a ser las mujeres de todos y de todas. En ese proceso yo empecé a vincularme con sus familias, a sentir con ellas el aplomo del olvido. Es difícil entender que unas mujeres que murieron hace 20 años y de las que estás tratando de recuperar lo que hicieron hace 80 años puedan cambiarte la vida, pero es así. Es probable que ellas no hayan cambiado mi visión del mundo, pero sí han cambiado la paciencia desde la que observo ese mundo.

¿Y en qué cambió ser directora y productora de este proyecto a ser la escritora?  

Cambió sobre todo la voz. El cine es un arte colectivo, donde todas las decisiones son compartidas, pero con el libro tuve que encontrarme yo sola con ellas. Esto propició que el encuentro fuera más íntimo. Cuando estábamos haciendo el documental, tratábamos de hacer hablar a otra gente, conseguir de los demás una narrativa que diera cuenta de la historia de estas mujeres. En el libro, tuve que encontrar mi propia voz. 

¿Qué va a pasar el 23 de febrero alrededor del libro?

El 23 va a pasar algo maravilloso. Y ha ocurrido de la manera en la que ocurren las cosas maravillosas: no es algo que hayamos decidido el equipo de Las sinsombrero, sino que ha venido desde fuera, lo que confirma que este proyecto ya  no nos pertenece, que es un proyecto de todo el mundo. Nos ofrecieron presentar el libro en el Palacio de la Prensa de Madrid, y yo sentí que era el marco ideal para hacer algo que se debía haber hecho hace mucho tiempo: un homenaje a aquellas mujeres. Es algo que la historia les debe, que les debemos. Así que el 23 se proyectará el documental, por primera vez, en pantalla grande, y estarán allí familiares de las protagonistas del libro y el documental. Y vendrán familiares de mujeres que, sin estar necesariamente en el libro, son también sinsombreros, son también esa parte olvidada de la historia de nuestro país que estamos reivindicando. 

Parece un acto de justicia poética que este homenaje se haga, justo, el 23-F. 

La verdad es que sí. Debo admitir que no fue algo premeditado, que nos dimos cuenta después. Pero evidentemente es una coincidencia feliz. Qué mejor manera que denunciar el fascismo que recuperar la memoria de las mujeres. Ellas fueron quienes más derechos y libertades perdieron cuando llegó el franquismo. Me gusta pensar que el martes estaremos, en cierta medida, cambiando la historia.  

Es la mañana después. Ayer, Oleg y las raras artes, la última película de Andrés Duque, ganó, el 13 de febrero, el gran premio del jurado en el festival internacional de cine documental Punto...

Autor >

Isabel Cadenas Cañón

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