TRIBUNA
Microviolencias en la Red: sumisión, control, victimización
Se impone combatir las representaciones masivas que culpabilizan a la mujer que sufre violencia y explorar los micromachismos que pueblan las redes y proponer discursos alternativos
Diana Fernández Romero 7/03/2016
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La conexión del amor y el control masculino es una mezcla perversa inscrita en muchos relatos masivos en los que el amor romántico o el amor-fusión se instala como un mito de referencia en las relaciones de pareja. Por eso, no es de extrañar que El Corte Inglés diera vía libre a un cortometraje en el que un “joven apuesto” echaba en cara a su nueva pareja, a la que conoció a través de la red social de contactos Tinder, que ella siguiera dando “likes” o “me gusta” a algunos chicos. Porque, entendía él, “dar likes sí es ligar”. Lo indignante también es que la joven, en un principio resistente a la actitud de su nuevo novio, se arrepintiera de su comportamiento y prometiera controlarse con los likes. Pero es interesante señalar que el anunciante debió retirar el cortometraje ante las voces que en Twitter denunciaron la perceptible asociación entre el vínculo amoroso y los celos masculinos dominadores.
Si “Twitter es la sociedad pensando en voz alta” (Orihuela) y es la caja de resonancia de nuestras sociedades, el hecho de que esta historia amorosa naciera muerta expresa que la Red es altavoz de un sector de la sociedad que calumnia el estereotipo de la compatibilidad entre sufrimiento, violencia y amor. Desde una postura más apocalíptica, Bauman entiende que mucha gente usa las redes sociales para encerrarse en las zonas de confort, “donde el único sonido que oyen es el eco de su voz”. Entendidas como “una trampa”, las comunidades virtuales refuerzan la aceptación entre iguales y actúan como grupos de presión que inducen a la consolidación de opiniones, a menudo retrógradas, y que no favorecen el debate abierto y la controversia.
El postmachismo (nuevo machismo que se afirma agresivamente contra el feminismo y sus avances) se explayó con comentarios que contaminaron las redes sociales del programa de Jordi Évole y del propio periodista ante la emisión de su documental El machismo mata. Ese machismo actuó a través de un grupo de influencers que fomentan y retroalimentan bulos sobre la violencia que algunos hombres ejercen sobre las mujeres y que quieren confundir a la población minusvalorando la gravedad del problema. Es el caso de la difamación sobre las denuncias falsas de mujeres maltratadas que se ha desmentido reiteradamente con datos concluyentes: estas representaron, entre 2009 y 2014, un 0,005% del total, según la memoria de la Fiscalía General del Estado de 2014.
Aunque resuene en el altavoz Twitter que el amor y los celos controladores son una aviesa combinación, un estudio desarrollado por el Instituto Andaluz de la Mujer que entrevista a 22 jóvenes maltratadas y a cuatro jóvenes agresores pone de manifiesto que los primeros síntomas de la violencia machista en adolescentes se camuflan bajo la expresión del amor romántico. El control del móvil o de las redes sociales se acepta y se normaliza en base a un ideal del amor patriarcal en el que es plausible que el varón vigile y fiscalice a “su” chica. Las relaciones de poder, de dominio y control se extienden al espacio virtual. La desjerarquización y desintermediación que ha permitido la Red no evita que se reproduzcan modelos de visibilización y sistemas de prestigio del patriarcado offline que minusvaloran y arrinconan a las mujeres. Los discursos y las prácticas de las redes sociales están impregnados de micromachismos o microviolencias, prácticas encubiertas de autoritarismo y dominación masculina en la vida cotidiana, asumidas y legitimadas por el entorno social: el enfado por no contestar de inmediato a un mensaje de Whatsapp tras haberlo leído, la insinuación o la imposición de cambiar una “atrevida” foto de perfil, el seguimiento de las prácticas cotidianas de la pareja a través de los perfiles sociales.
Algunos de los discursos masivos que circulan en la esfera pública sobre la violencia machista nos dan a entender que manejamos un sistema público de valores en el que el maltrato del hombre a la mujer es algo inadmisible y socialmente etiquetado como monstruoso. Por eso, Millán Salcedo se arrepiente hoy del sketch que hace 25 años mostraba a un hombre disfrazado de mujer amoratada que confesaba, llorando, que su marido la pegaba todos los días con un fondo de risas enlatadas. Por eso, Alejandro Sanz paraliza un concierto para frenar el acoso a una mujer y es masivamente aplaudido por su gesto ejemplar. Menos aireada y no del todo entendida ha sido la denuncia feminista hacia Sanz por hacer gala en sus letras de un acrítico amor romántico y por componer temas como el que protagoniza una joven que asevera no ser “una de esas” que “fácilmente se dejan enredar” por los hombres.
Los asesinatos de mujeres a manos de algunos hombres son la expresión más extrema y atroz de la violencia machista. Pero también son violencias los micromachismos, el postmachismo o los celos controladores y el autoritarismo masculinos disfrazados de amor. No es, sin embargo, la violencia la principal preocupación social: el problema “violencia contra la mujer” se situaba en julio de 2015 a la cola de las inquietudes sociales con un 0,4%, equiparado al terrorismo o a las drogas, muy por debajo del paro (78,8%) o de los problemas de índole económica (25%) (según la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas de 2015). Tampoco se conoce qué es la violencia de género en todas sus dimensiones (además de la física y la sexual, la denominada violencia psicológica de control). O perviven los estereotipos sobre los agresores y sobre las mujeres que sufren violencia: ellos son vistos como enfermos mentales, ellas como mujeres que consienten la violencia (estudio Percepción Social de la Violencia de Género, de 2014).
Otro estereotipo instalado sobre la mujer que sufre violencia es el de la víctima que es responsable de romper el silencio y que está obligada a denunciar. La última campaña publicitaria del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad contra la violencia cierra con el eslogan “Si hay salida a la violencia de género es gracias a ti”. En esa insistencia en que la mujer rompa, llame al 016 y denuncie resuenan ecos de otras campañas institucionales en las que todo el peso de la responsabilidad se volcaba en ella: “Mamá, hazlo por nosotros, actúa”, “Recupera tu vida. Habla. Podemos ayudarte”. Atrás quedaron campañas mucho más progresivas en las que el eje era el maltratador o en las que la mujer empoderada hablaba a cámara asegurando que ya no tenía miedo, que había logrado salir, no siempre con ayuda, necesariamente, de la ley.
La institucionalización y judicialización, en España, del problema de la violencia machista requiere de las mujeres que sufren violencia incorporar su proceso a la vía penal, para lo que se precisa que denuncien. Este mecanismo de protección, entre el autoritarismo y el paternalismo, implica instalar a las mujeres en una dualidad falsa entre agente y víctima. Por un lado, son impulsadas a romper el silencio, a denunciar. Por otro, si no lo hacen, si no responden, se les pide cuentas, son culpabilizadas. Es victimización, más violencia sobre las violentadas. Y se invisibilizan los porqués: “La mujer asesinada en Vitoria no había denunciado a su pareja antes por malos tratos” (El Mundo, abril de 2015); “La mujer asesinada en Palma no había denunciado por malos tratos” (El Diario de Mallorca, agosto de 2015).
El 28,6% de las mujeres consultadas en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2015 que habían sufrido violencia física y/o violencia sexual y/o miedo de su pareja o expareja (un 15% de las mujeres residentes en España de 16 o más años) acudió a la policía o al juzgado a denunciar su situación. Este vasto estudio, en el que el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad encuestó a 10.171 mujeres de 16 y más años, expone los motivos por los que las mujeres no denuncian: es alarmante el porcentaje de quienes no conceden suficiente importancia a la violencia de género sufrida (44,6%), el peso del miedo, el temor a las represalias (26,56%), o la vergüenza, el no querer que nadie lo sepa (21,08%).
También es significativa la proporción de mujeres que piensan que el maltrato es su culpa (9,22%), de las que no denuncian por evitar que su pareja las abandone o por estar enamoradas (9,05%), por tener miedo de perder a sus hijos/as (8,36%) o por pensar que no las creerán (8,23%). La retirada de la denuncia se produce en el 20,9% de los casos. De ellos, el 29,35% lo hace porque el maltratador le promete que no va a suceder más, el 28,66% porque piensa que puede cambiar, el 28,59% por miedo, el 24,86% porque era/es el padre de sus hijos/as, el 23,95% porque siente pena por su pareja, el 20,82% por amenazas, el 12,82% por carecer de recursos económicos propios. Estos elocuentes datos nos permiten entender por qué de las 60 mujeres que fueron asesinadas en 2015 a manos de sus parejas o exparejas, solo 9 interpusieron una denuncia; en otros 4 casos la formalizaron personas de su entorno.
Se impone combatir las representaciones masivas que culpabilizan a la mujer que sufre violencia, así como visibilizar, dar voz y relevancia a las mujeres supervivientes, hayan denunciado o no. Explorar y destacar los micromachismos que pueblan las redes y proponer discursos alternativos en los que las mujeres dejen de ser representadas como sumisas ante un varón controlador o explotadas como un objeto de consumo en una práctica naturalizada. Como esa modelo que, en el anuncio de Fresh Couture Moschino, se muestra lívida al limpiar la mampara de un baño con el más costoso perfume del momento, inserto en una botella de spray multiusos. Una oportunidad más perdida de potenciar imágenes transformadoras para que el machismo deje de propagarse y deje de matar.
La conexión del amor y el control masculino es una mezcla perversa inscrita en muchos relatos masivos en los que el amor romántico o el amor-fusión se instala como un mito de referencia en las relaciones de pareja. Por eso, no es de extrañar que El Corte Inglés diera vía libre a un cortometraje en el...
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Diana Fernández Romero
Periodista, docente universitaria e investigadora. Su tesis doctoral es Premio Extraordinario por la Universidad Complutense de Madrid y Premio Nacional por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. Autora de textos que abordan la comunicación, el género, la violencia machista o el ciberfeminismo.
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