CINE
La madurez tardía del nuevo Disney
Con títulos como ‘Big Hero 6’, ‘Inside Out’ y ‘Zootrópolis’, el coloso norteamericano reitera su intención de conquistar al público adulto. Es un giro que dieron los directores de animación japoneses hace más de treinta años
Manuel Gare 23/03/2016
Fotograma de Zootrópolis (2016).
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Era 1984. Hayao Miyazaki daba un golpe encima de la mesa con el estreno de Nausicaä del Valle del Viento, película que despejaría el camino al resto de su legado animado a través de Studio Ghibli —fundaría el estudio un año más tarde junto a Isao Takahata—. Con Nausicaä, el japonés ponía de relieve las bondades del medio animado: la animación como género integrador del espectro cinematográfico. Compartiendo cartelera con la imagen real, sin temor a superarla en público, diciendo adiós al encasillado público infantil. Contar historias, al fin y al cabo. Y en ese sentido, hablar de Studio Ghibli y Hayao Miyazaki es hablar de un estudio y un director adelantados a su época; sin restar mérito propio al modelo nipón, inherente a la promoción constante de la animación y el cómic como medios de expresión artística.
En 1988 se estrenaba Akira, la celebrada cinta de Katsuhiro Otomo. En 1997, Satoshi Kon se presentaba en sociedad con Perfect Blue. Sin entrar en la indudable calidad argumental de estas producciones, lo que verdaderamente llama la atención es el uso de la animación para crear un producto que competía en categoría con La sirenita (1989) o el que sería, en 1991, el primer filme de animación en ser nominado al Oscar a mejor película: La Bella y la Bestia. La industria japonesa del anime logró que hablar de animación fuera hablar, sin tapujos, de cine. Un cine que ya no basaba su propósito en conseguir poner a los niños delante de una pantalla. La animación dejó de ser una barrera para convertirse en virtud: una forma de romper con las limitaciones físicas de la imagen real y abrazar todo tipo de licencias creativas.
Los directores japoneses siempre han sido figuras de peso en sus películas. No ocurría, ni ocurre, lo mismo en Disney: direcciones compartidas y desconocimiento general por parte del público en cuanto a quién hay detrás de unas películas que, al llevar el sello de Mickey Mouse de serie, pierden toda individualidad —podemos contar casos como los de Brad Bird (Los Increíbles, 2004) o John Lasseter (Toy Story, 1995) con los dedos de una mano. ¿A alguno le suenan John Musker, Jennifer Lee, Ron Clements, Rob Minkoff o Chris Buck? Bajo esos nombres y apellidos se encuentran, por ejemplo, el director de El rey león, los directores de Frozen o la prolífica pareja que dirigió La sirenita, Aladdin o Hércules, y que en diciembre de este año volverá a los cines de todo el mundo para estrenar a su nueva princesa: Vaiana, la primera chica Disney de la Polinesia.
Que Disney, máximo exponente del cine de animación occidental, ha ido actualizando a sus princesas es algo que el público ha dejado de cuestionarse. Es más, las ha dotado de los medios y las formas necesarias para que encajen en el paradigma social contemporáneo. No son los únicos. Dreamworks sabe bien de qué va eso de adaptarse a los tiempos: Shrek y Cómo entrenar a tu dragón son dos ejemplos fantásticos de un cambio de tendencia a caballo entre el público infantil y el adulto. Historias sencillas, referencias actuales y gags para todos. Resulta que, más allá de suplir con triquiñuelas el hartazgo adulto sufridor de las aficiones de sus hijos, la clave estaba en hacer productos de entretenimiento compatibles con público objetivo y acompañante ocasional.
Los directores japoneses son figuras de peso en sus películas. No ocurre lo mismo en Disney: direcciones compartidas y desconocimiento en cuanto a quién hay detrás
Wall·E (2008), Up (2009), Buscando a Nemo (2003), Los Increíbles o Monstruos S.A. (2002) siguen esta misma línea y, siendo películas conocidas por todos, es importante hablar de ellas como un acercamiento sucesivo de Disney, en su simposio con Pixar, hacia un público cada vez más amplio. Y aunque a años luz de las producciones que se vienen haciendo en Japón desde hace más de treinta años, cabe destacar el esfuerzo de la factoría Disney, que ha dedicado años y años a hacer entrar en las cabecitas occidentales que el cine de animación no es ninguna pérdida de tiempo. Por fin, en los últimos tres años, y con tres películas distintas, los estudios de Walt Disney parecen haber llegado a tan ansiado cénit, elevando a un nuevo nivel la madurez de su cine de animación.
Big Hero 6 (2014) fue una vuelta más de tuerca a ese frenesí renovador. Siguiendo la estructura habitual de héroes y villanos, la factoría Marvel y el encantador Baymax dieron un soplo de aire fresco a una Disney que llevaba unos años sin arriesgar demasiado. Cierto es que, sin ser uno de los grandes guiones de Disney, Big Hero 6 merece ser analizado como punto de inflexión a lo que vendría después. Sin complejos, el concepto americano-japonés del título saludaba a la creatividad adolescente y se sumergía en una superproducción que aprovechaba todo el potencial de la animación digital. Una muestra de poderío que se llevó todos los premios —en la categoría de animación— del gremio de efectos visuales en los VES Awards de 2015, y el correspondiente galardón a efectos animados en los Annie, los premios por excelencia del cine de animación.
Lo que llegó después fueron dos gratas sorpresas. Primero, Del revés (Inside Out) en 2015, una historia extraña. ¡Cómo era posible que Disney hiciese una película en la que sus protagonistas tuvieran que hacer frente a problemas reales! Problemas de carne y hueso, de los que afectan a cada uno de los espectadores en su día a día. Del revés puso el foco en el funcionamiento de la mente humana y utilizó el cine de animación para representar algo que en imagen real nunca habría funcionado. Cine juvenil, familiar, para todos los públicos: da igual.
El espectador, en serio
La representación de emociones a base de personitas de colores que conviven dentro de nuestra cabeza tuvo tan buena ejecución como respuesta positiva del público. Y es normal. Algunos descubrían por primera vez que la animación podía ir más allá. Que la realidad se podía colar en esa sesión de cine a la que habían llevado a sus hijos para hablar de cosas tan humanas como la adolescencia y el papel de los padres en ella los más pequeños se llevaban a casa una nueva colección de personajes Disney a los que amar incondicionalmente, y los más grandes, si querían, algo sobre lo que pensar.
2016. Zootrópolis. Fin del eclecticismo argumental. Animalitos humanizados, lo básico de lo básico, para contar una de las historias más profundas y divertidas de Disney. Sigue tus sueños, pero hazlo con esfuerzo y sacrificio. No te detengas, pero sé realista. Recuerda que puedes herir a los demás, que la empatía es necesaria. Que la corrupción existe en los estratos superiores, y que hay que luchar contra ella. Que hay disparidad en la población, y que respetar las diferencias e integrarlas es fundamental. Son algunas de las cosas que el subtexto de Zootopia —título original—, la última producción cinematográfica de Disney en llegar a nuestros cines, se dedica a esparcir en su más de hora y media de duración.
¿De verdad alguien imaginaba que Disney acabaría hablando de droga en una de sus películas? La animación evoluciona
No es lo único en lo que Zootrópolis constituye el mayor atisbo de madurez de Disney hasta la fecha. La película de Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush —qué les decía— se acerca al thriller policíaco y, sin perder la esencia de las películas del estudio, marca la diferencia con respecto a cualquier otra producción occidental de animación que hayamos visto. Las referencias a El padrino y Breaking Bad dan buena cuenta ello. ¿De verdad alguien imaginaba que Disney acabaría hablando de droga en una de sus películas? Claro que su introducción en la trama mantiene el para todos los públicos bien alto, pero son precisamente todos y cada uno de esos puntos de ingenio los que la convierten en una historia tan recomendada para todos los públicos. La animación evoluciona.
Hay más que públicos compartidos; hay públicos diferentes y compatibles en una misma película. Zootrópolis es la prueba de ello. La prueba de que Inside Out fue un pequeño paso para uno mucho más grande: el de lograr congregar a público totalmente opuesto en una sala y hacerle disfrutar con el mismo contenido desde diferentes puntos de vista.
En cualquier caso, lo verdaderamente importante de Zootrópolis es que lejos de los chistes, referencias y encrucijadas de la película, se toma en serio a sí misma y toma en serio al espectador. Tanto al niño bombardeado con animación anodina por televisión como al adolescente que reniega de ver dibujos animados y al adulto que le ha tocado ir al cine a ver la enésima historia de animalitos. Una película con la que ganar adeptos al cine de animación y reivindicar muy fuerte la calidad de éste. Porque nos ha costado décadas llegar hasta aquí y estamos en un punto de no retorno —afortunadamente, un buen punto—. Disfrutemos de la nueva Disney.
Era 1984. Hayao Miyazaki daba un golpe encima de la mesa con el estreno de Nausicaä del Valle del Viento, película que despejaría el camino al resto de su legado animado a través de Studio Ghibli —fundaría el estudio un año más tarde junto a Isao Takahata—. Con Nausicaä, el...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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