DOCUMENTAL
Michael Moore propone “invadir” Europa y conquistar su modelo social
El cineasta se ríe de la política exterior norteamericana y alaba los Estados del bienestar en ‘Where to Invade Next’, su último trabajo
Alex Roche 23/03/2016
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Si Michael Moore no existiera, habría que inventarlo. El orondo cineasta, oriundo de Flint (Michigan), se desenvuelve como nadie en el papel de sarcástico ‘follonero’ de la izquierda estadounidense y voz impertinente de la conciencia crítica del país. La película que le valió un Oscar y le lanzó a la fama mundial, Bowling for Columbine (2002), en la que fustigaba la cultura de las armas en Estados Unidos, marcó un estilo audiovisual y un tono mordaz en los que ha incidido en su filmografía posterior. En 2004 ganó la Palma de Oro en Cannes con Fahrenheit 9/11 (2004), el documental más taquillero de la historia. Sin embargo, esta crítica descarnada de George W. Bush y su “guerra contra el terror” fracasó en su declarado objetivo de que Bush perdiera las elecciones ese año.
En este 2016, también electoral, Moore llega a los cines con Where to Invade Next, preguntándose qué parte del mundo debería EE.UU. invadir, a lo que responde: “Invadamos Europa para quedarnos con su modelo social". El autor quiere hacer ver que el Estado del bienestar europeo mejora la vida de los ciudadanos y es perfectamente exportable al otro lado del Atlántico. Un mensaje especialmente relevante en plena temporada de primarias, en la que el modelo socioeconómico estadounidense está siendo sometido a debate, en particular por el candidato demócrata Bernie Sanders. De hecho, Sanders —al que Moore ha apoyado públicamente— propone que EE.UU. adopte políticas clásicas del Estado del bienestar, como la educación y sanidad públicas y universales.
En Where to Invade Next, Moore comienza su particular invasión en Italia, en la agradable residencia de una simpática pareja florentina de clase media. Ella trabaja como compradora en el sector de la moda, él es policía. Los dos, paradigmáticamente italianos: muy expresivos, alegres y espontáneos, así como extremadamente preocupados por su aspecto. Le explican a Moore, que escucha con curiosidad, cómo en Italia lo normal es tener un mes o más de vacaciones al año y recibir una paga extra en diciembre para poder disfrutar de las fiestas.
El altísimo desempleo que sufren los trabajadores de Italia y otros países del sur de Europa no se menciona en el documental
Moore se hace el sorprendido y a la pareja italiana les sorprende genuinamente que al realizador le pueda llamar la atención lo que están diciendo: la vida no puede ser sólo trabajo, vienen a decir. No se pueden creer lo que Moore les cuenta de EE.UU.: por ejemplo, que la ley no reconoce el derecho a vacaciones pagadas o a disfrutar de un permiso pagado de maternidad y paternidad (sólo hay otro país en el mundo, de los 185 analizados por la Organización Internacional del Trabajo, donde ocurre esto último: Papúa Nueva Guinea). Las caras de los italianos son, comprensiblemente, de absoluto asombro.
El documentalista visita también fábricas italianas en las que los trabajadores disfrutan de unas condiciones laborales óptimas, incluyendo pausas de dos horas para ir a almorzar a casa. ¿Están locos los empresarios italianos?, se pregunta el cineasta. Entonces habla con los dueños de las fábricas, que le vienen a decir que el bienestar de sus empleados es importante, que todos están en el mismo barco, que quizá podrían ser aún más ricos explotando a sus trabajadores, pero ¿para qué? Y para terminar de epatar a los espectadores estadounidenses, uno de los últimos mensajes que Moore escucha en Italia es que habría que pensar menos en el dinero y más en hacer el amor, solo tenemos una vida y hay que disfrutarla.
El contraste entre las legislaciones laborales a ambas orillas del Atlántico, por tanto, es tan agudo que no deja de ser un reflejo de dos filosofías de vida muy distintas. Moore ha vuelto a hacerlo: utilizando la anécdota, la simplificación y la exageración, consigue que el espectador se ría, se indigne y reflexione sobre asuntos sociales fundamentales. El altísimo desempleo que sufren los trabajadores de Italia y otros países del sur de Europa no se menciona en el documental. Moore lo explica así: “He venido a recoger las flores, no las malas hierbas”.
La “campaña invasora” continúa en Francia, donde Michael Moore se maravilla de la calidad del menú de los comedores escolares. Las caras de los niños franceses al ver las fotos de la comida basura que se sirve en un colegio estadounidense son todo un poema. El director viaja después a Finlandia para explicar las bondades de su sistema educativo, considerado por los expertos como uno de los más exitosos del mundo.
Sin igualdad, no hay bienestar
La clave, según los profesores finlandeses entrevistados en la película, es que allí la práctica totalidad de las familias —independientemente de su nivel de ingresos— envía a sus niños a colegios públicos, y estos colegios cuentan todos con los mismos recursos. Moore concluye que esta manera de entender la educación pública acaba reverberando en beneficio de una sociedad más justa e igualitaria: los ricos, al hacerse mayores, se lo piensan dos veces antes de aprovecharse de los pobres, pues han sido compañeros de colegio cuando eran pequeños.
Moore también loa las ventajas sociales de la educación superior pública y la despenalización de las drogas, utilizando Eslovenia y Portugal, respectivamente, como ejemplos. De nuevo, el contraste es mayúsculo con la situación en EE.UU., donde infinidad de universitarios están ahogándose en deudas para pagar sus estudios y la “guerra contra las drogas” contribuye decisivamente a que uno de cada tres hombres afroamericanos pasen por la cárcel en algún momento de su vida. Moore viaja asimismo a Alemania —donde alaba el sistema de representación de los trabajadores en los consejos de administración de las empresas y se queda admirado ante el hecho de encontrar una fábrica con ventanas— y a Noruega, donde transcurre la parte más surrealista de Where to Invade Next: allí, los centros de detención y prisiones cuentan con unas instalaciones y comodidades que serían la envidia de muchos hoteles.
Casi al final de su documental, Moore visita Túnez e Islandia para recalcar la importancia de la igualdad de género. El caso de Túnez, donde el acceso al aborto es público y de hecho se legalizó antes que en EE.UU., está bien elegido como símbolo: demuestra que no sólo de Europa tienen los estadounidenses cosas que aprender y recuerda a los más dados al prejuicio que es posible reconocer legalmente los derechos de las mujeres en un país africano y de mayoría musulmana.
En Islandia, Moore rememora una huelga de mujeres que ocurrió en 1975 y que cambió la mentalidad de la ciudadanía islandesa para siempre: cinco años después, el país eligió a una mujer como presidenta por primera vez y hoy está considerado uno de los más igualitarios del mundo en cuanto al género. Cuando llegó la crisis en 2008 y el sistema financiero islandés se derrumbó, una de las poquísimas firmas de inversión que se salvó estaba liderada por mujeres. Moore menciona cómo los grupos de hombres a veces se precipitan empujados por la testosterona y se pregunta: ¿no estaríamos todos mucho mejor si en 2008 Lehman Brothers se hubiera llamado Lehman Sisters?
Cuando llegó la crisis en 2008, una de las poquísimas firmas de inversión que se salvó estaba liderada por mujeres
Moore cierra Where to Invade Next con una reflexión dirigida al público estadounidense, que irá a las urnas a elegir presidente en noviembre de este año: las ideas y valores que sustentan el Estado del bienestar europeo no nos son ajenas, sino que están en la historia y el ADN estadounidenses: recuerda, por ejemplo, que el Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, se celebra en homenaje a los sindicalistas de Chicago ejecutados en 1886 por su participación en la lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Estas ideas y valores, por tanto, no han desaparecido, dice Moore: simplemente están en la sala de objetos perdidos, esperando a ser recuperadas.
La capacidad de influencia de la propaganda de Moore es dudosa: en Nueva York, a pesar de ser una de las ciudades más progresistas del país, sólo dos cines minoritarios proyectan en estos momentos su película. Ahora bien, es posible que la batalla del futuro esté ya ganada de antemano: una encuesta hecha en EE.UU. en 2011 reveló que entre los votantes menores de 30 años, un 49% tenían una visión positiva del socialismo, frente a un 46% que tenían una visión positiva del capitalismo.
Otra señal de lo que está por venir es el éxito arrollador del candidato presidencial Bernie Sanders —que se autodenomina “socialista democrático”— entre los jóvenes demócratas: el 54% le prefiere, mientras que solo el 37% elegiría a Clinton. Quizá en las próximas décadas Michael Moore se convierta en mainstream y su “invasión” acabe por llegar a las costas estadounidenses.
Si Michael Moore no existiera, habría que inventarlo. El orondo cineasta, oriundo de Flint (Michigan), se desenvuelve como nadie en el papel de sarcástico ‘follonero’ de la izquierda estadounidense y voz impertinente de la conciencia crítica del país. La película que le valió un Oscar y le lanzó a...
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