En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
“No creía que leer a Ana María Matute y a Carmen Martín Gaite determinaría no solo mi mirada, sino la mirada que los otros tienen sobre mí”, arranca su conversación Jenn Díaz (Barcelona, 1988). Sobre la mesa de la cafetería, Madre e hija (Destino), su última novela: escrita inicialmente en catalán y traducida al castellano por la propia autora. “Intento contar esas cosas que le ocurren a todo el mundo, pero que han quedado tapadas por el tabú familiar, o porque pasan desapercibidas ante la sociedad. Quiero que la normalidad sea literaria y no necesito componer novelas con mucha acción, creo que lo cotidiano es interesante por sí solo”.
Como ya sucedía en sus anteriores trabajos, desde Belfondo (Principal de los Libros), su primera novela, Díaz se adentra en lo femenino, un universo que dibuja sin superheroínas: “Es una figura que no me interesa. Creo que la mujer quiere llegar a todos los roles; en todo caso, es una superheroína que se da contra el muro de la imposibilidad”. Tampoco sus personajes son el ejemplo de un feminismo emancipatorio, aunque sea el que defiende la autora.
“Aquí, ningún personaje es feminista, solo lo soy yo y utilizo las frases hechas machistas –con las mujeres ya se sabe– para subrayar el machismo cotidiano”, desigualdad que Díaz refleja desde la ausencia de la figura masculina, del padre y marido, al que, sin embargo, presenta como eje del micromundo familiar de todas las mujeres. “Me interesa cómo la mujer sigue mirándose a través de los ojos del hombre, aunque el hombre no esté”, afirma la escritora catalana.
El universo literario conformado por Díaz y el tono revelador de sus lecturas han llevado a que no solo la crítica, sino las propias editoriales, en su estrategia comercial, presentaran a la autora de Madre e hija como la heredera de Ana María Matute o de Carmen Martín Gaite. Díaz no se extraña, aunque lo interpreta como una forma de guiar a los lectores “ante tantas novedades”. “Yo no me quiero dirigir a nadie en concreto”, responde la escritora, “aunque es cierto”, matiza, “que en los grupos de lectura, las lectoras son mujeres y, más en concreto, señoras. Es muy difícil es encontrar gente de mi edad. Hoy los jóvenes apenas conocen a Martín Gaite y Matute, y probablemente no sepan quién es Natalia Ginzburg, con lo cual la faja de Madre e hija no llama la atención de los veinteañeros”. En lengua catalana, la autora prefiere a Mercè Rodoreda.
Siempre te pareces más a los autores que ha leído el crítico. Aunque en toda literatura hay una serie de conexiones inevitables. Los temas son siempre los mismos
Si bien Díaz reconoce su deuda con estas autoras, avisa: “No he tenido la intención de quedar inscrita en esta tradición, ni tampoco las he leído para que se me relacionara con ellas. Cuando estaba en Lumen, era una Alice Munro [premio Nobel de literatura] nueva. Y no me parezco en nada a la escritora canadiense”, anota Díaz. La comparan, siempre, con escritoras, y Díaz alude a las mencionadas Matute y Martín Gaite: “No creo que me parezca a estas autoras en absoluto, ya me gustaría. Lo que sucede es que todas ellas hablan de personajes femeninos, hablan de mujeres”.
Más allá del carácter promocional, al que ella no alude de forma explícita, las semajanzas parten de la mirada del lector. Al final, es él quien establece las verdaderas conexiones: “Siempre te pareces más a los autores que ha leído el crítico que a los autores que has leído tú. Aunque en toda literatura hay una serie de conexiones inevitables porque los temas son siempre los mismos”.
Miradas sin condiciones
Matute y Martín Gaite fueron “feministas sin saberlo”, según Díaz, que reivindica con contundencia el feminismo, la exploración del universo femenino y la denuncia del machismo cotidiano. “No olvidemos que Ana María Matute fue una de las primeras mujeres que se divorció, sabiendo que esto implicaría perder la custodia de su hijo. Optó por luchar por la custodia desde la independencia y no quedarse atrapada en un matrimonio terrible”, menta la autora. “El otro día, Victor García Tur me comentaba que, como soy mujer, siempre se me relacionará con mujeres, y a él, hombre, catalán y autor de cuentos, se le vincula con Quim Monzó o con Pere Calders”, apuntala Díaz.
Más allá de las comparaciones por parte de la crítica, hay una voluntad de encontrar un referente entre las autoras, como subraya la propia Díaz al confesar que lee “más mujeres que hombres”. “Si me hubieran definido como la nueva Delibes, de la misma escuela que Matute o Martín Gaite, para el público yo habría tenido una posición superior”, contesta Díaz. “Además, está la cuestión de la imagen física”, comenta la autora, “cuando el hombre es inteligente, nadie le exige que sea guapo, en cambio a la mujer, igual no se le tiene particularmente en cuenta, pero se subraya. A mí, más de una vez, me han presentado como la guapa escritora Jenn Díaz’”.
Más de una vez, me han presentado como la guapa escritora Jenn Díaz
La autora de Madre e hija no se opone al concepto de literatura femenina, aun recordando la ausencia –consideramos lógica– de la idea de literatura masculina. “Soy mujer y soy autora de literatura femenina”, anota la escritora. “A mí no me molesta el término literatura femenina, siempre que no implique inferioridad. Sí que hay dos maneras de mirar, la del hombre y la de la mujer. Se suele asociar la mirada del hombre con la reivindicación del éxito, de la libertad o de la autonomía. Una mujer mira el mundo con sensibilidad y con condescendencia”, apunta la escritora, retomando una idea de Munro.
Pero, ¿acaso hay alguien que haya penetrado mejor en el universo de la mujer que Flaubert o Tolstoi? “Mal hecho, que no se les defina así. Ciertos libros de Stefan Zweig son literatura femenina; si Veinticuatro horas en la vida de una mujer o Cartas a una desconocida hubieran sido escritos por una mujer, incluso habrían pasado por literatura rosa. Una cosa es la mirada femenina o masculina y otra el sexo del autor. Pienso en las miradas de Unai Elorriaga o de Celso Castro”. La escritora menciona a Lara Moreno y Cristina Morales en el polo contrario: mujeres que huyen “del cliché de lo femenino”.
Díaz comenta que todavía hay mucho universo femenino por indagar: “Si este es infinito, ¿por qué meterme entonces en otro jardín?” concluye la autora. El tiempo y, sobre todo su trayectoria, dirá qué lugar ocupará la escritora dentro de la tradición literaria y su lectura confirmará si, más allá de las fajas y las promociones, su nombre se inscribirá detrás del de aquellas autoras con las que hoy le vinculan los anuncios de sus editoriales. Otra cosa es que contemos con la madurez que nos llevara más allá de las etiquetas, que nos desbaratara de los prejuicios y nos permitiera hablar de literatura, y no de quién la escribe. Que lo único que importe sea el texto y, en consecuencia, la valía de sus autores.
“No creía que leer a Ana María Matute y a Carmen Martín Gaite determinaría no solo mi mirada, sino la mirada que los otros tienen sobre mí”, arranca su conversación Jenn Díaz (Barcelona, 1988). Sobre la mesa de la cafetería, Madre e hija (Destino), su última novela: escrita inicialmente en catalán y...
Autor >
Anna María Iglesia
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí