Obituario
Zaha Hadid, la arquitecta sin miedo
La creadora, fallecida en Miami, libró y ganó una larga batalla entre profesión y género, en la que logró hacer prevalecer sus sueños y marcar una nueva dirección, liberando a la arquitectura de la geometría
Barbara Celis Londres , 1/04/2016
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La arquitecta Zaha Hadid.
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Desde primeras horas de la mañana del jueves 31 de marzo ya corría la noticia entre los arquitectos londinenses, que se confirmaba a media tarde: Zaha Hadid había muerto a los 65 años, en la cúspide de su carrera y con múltiples proyectos en marcha. Un ataque al corazón acontecido en un hospital de Miami, donde se estaba tratando por complicaciones de una bronquitis, acabó con su vida.
Pertenecía a un mundo fundamentalmente masculino, el de la arquitectura, donde la brecha de género es una de las más agresivas. Aun así, Zaha Hadid consiguió llegar hasta la cumbre de una profesión que por primera vez reconoció la excelencia de una mujer en 2004, cuando se le concedió el codiciado Premio Pritzker, el ‘Nobel’ de la arquitectura. Entonces se la definió como “una arquitecta sin miedo”. Hace apenas dos meses volvía a hacer historia al conseguir la medalla de oro del Royal Institute of British Architecture (RIBA). Instaurado en 1848, el premio jamás le había sido otorgado a una mujer. Casi 170 años premiando hombres, se dice pronto.
El reconocimiento tenía mucho de simbólico: pese a trabajar en Londres desde 1979 los británicos se resistieron al embrujo de sus formas fluidas y audaces durante varias décadas en las que los grandes encargos le llegaron desde otros países mientras en Reino Unido hasta le quitaban proyectos que ganaba por concurso, como la Ópera de Cardiff, un escándalo supino que en 1995 llevó a la alcaldía de esa ciudad a retirarle el encargo para dárselo a Norman Foster. Sólo tras las Olimpiadas de 2012, para las que hizo el impresionante London Aquatics Centre, comenzó a ser plenamente celebrada en Reino Unido, siendo la medalla del RIBA el verdadero aplauso del establishment arquitectónico británico.
Con su desaparición vuelve a abrirse un hueco en la starchitecture, un firmamento paralelo de egos poderosos y encargos deslumbrantes donde los escasos nombres propios femeninos carecen de la influencia que Hadid consiguió con muchísimo esfuerzo. Y es que, como reconocía Richard Rogers tras conocer su muerte: “Luchó mucho para ser reconocida siendo mujer. Tuvo que pelear por cada centímetro del camino. Es una gran pérdida”.
Su voz cazallera, su físico imponente y su fuerte carácter la convirtieron a menudo en el blanco del tipo de críticas que nunca se le hacen al sexo contrario. “Si fuera un hombre dirían que tengo opiniones fuertes. Como soy mujer dicen que soy ‘difícil’. Pero lo cierto es que yo no puedo cambiar de sexo”, comentaba ella misma con ironía en una entrevista en Estados Unidos. Pero en esa batalla entre profesión y género que tan bien conocen muchas mujeres ella consiguió hacer prevalecer sus sueños. Y con ellos marcar una nueva dirección, liberando a la arquitectura de la geometría. Llegar a construir utopías futuristas que dejaban de serlo cuando saltaban del papel a la realidad fue una guerra que acabó ganando, y como ocurre a menudo con el talento, fueron los estadounidenses los primeros en aplaudir sin recelos. Tras inaugurarse en 2003 el Rosenthal Center for Contemporary Art de Cincinnati, el crítico de The New York Times escribía: “Es el edificio más importante que se ha construido en Estados Unidos desde la Guerra Fría”.
Ella, que se sabía pionera y ejemplo para otras mujeres arquitectas –su nombre multiplicó en el mundo árabe las matrículas de mujeres en arquitectura durante la última década--, declaraba dos meses antes de su muerte: “Haber tenido que pelear tanto me ha hecho ser mejor arquitecto. Cada vez vemos a más mujeres arquitectos trabajar con solidez. Eso no significa que sea fácil. A veces los retos son inmensos. Ha habido cambios grandes durante los años recientes y se continuará progresando”, dijo al conocer que acababa de obtener la medalla del RIBA.
Pero si Hadid hizo historia, al margen de su género, fue esencialmente por la calidad de su arquitectura, por su capacidad para conseguir transformar los dibujos visionarios y libertinos que crearon admiración en el ámbito teórico de la arquitectura en los ochenta en espacios reales y concretos sin los que es imposible comprender no sólo el paisaje arquitectónico del siglo XXI sino también el diseño, sobre el que Hadid también ha ejercido mucha influencia. Su inconfundible firma también está en muebles, joyas, zapatos, ropa e incluso automóviles.
Creció en una casa modernista en Bagdad inspirada en la Bauhaus. Allí se enamoró de un espejo asimétrico con el que jugaba durante horas. Su reflejo, años después, puede verse en todas sus construcciones, donde, sobre todo en la última década, es difícil encontrar líneas rectas, ángulos de noventa grados o vestigios de esa ‘normalidad’ que caracterizaba la arquitectura anterior al siglo XXI. En ese sentido ella le estaba profundamente agradecida a Frank Gehry y a su Guggenheim: “Aquel edificio dio a entender que las cosas podían ser de otra manera” , dijo.
Nacida en Bagdad, crecida en Líbano y naturalizada británica, Hadid era, en cierto modo, hija de la globalización, aunque muchos años antes de que ésta se convirtiera en la norma: la política la hizo cambiar de país –su familia huyó de Irak a Líbano con la llegada de Sadam Hussein-- y los estudios de continente –se mudó a Inglaterra a estudiar arquitectura-- pero antes de llegar a Londres se empapó de historia y de cultura islámicas viendo ruinas y mezquitas en Oriente Medio y se entregó a su primera pasión, las matemáticas, estudiándolas en Beirut. Su tez no era blanca sino aceitunada, algo que sin duda no le puso las cosas fáciles al llegar al extremadamente clasista Londres de los setenta. “Ser mujer, inmigrante, árabe, autosuficiente y haciendo cosas raras no me facilitó las cosas”, dijo en una entrevista a El País.
Provenía de una familia árabe con dinero y eso le permitió vivir las noches locas setenteras londinenses en todo su esplendor, codeándose con el mundo vip de la época. Podría haber tomado el camino fácil y dedicarse a la buena vida pero, afortunadamente para los que hoy podemos disfrutar de su arquitectura, tenía ambiciones profesionales. Lo tenía decidido desde los 11 años, cuando vio cómo una tía suyo diseñaba y construía su casa en Mosul: quería ser arquitecto.
Dirigió su propio estudio en la capital británica con mano de hierro desde 1979, cuando decidió independizarse de su mentor, el holandés Rem Koolhaas, con quien colaboró durante varios años tras pasar de ser su alumna aventajada a ser una de sus socias. Hay quien hubiera pagado por ver esos dos grandes egos de arquitecto en ebullición (seguramente demasiado grandes para trabajar juntos).
Empezó teniendo una oficina pequeña que en años recientes creció hasta convertirse en uno de los estudios estrella de la capital británica, con 350 empleados. En la profesión tenía fama de ser implacable con los errores y dura con sus trabajadores: la jornada laboral “en Zaha” era conocida por ser mucho más larga que en otros grandes estudios como el de Rogers o Foster. Pero ella presumía de que quienes se quedaban trabajando allí era porque creían en ella.
Cuando Foster y Rogers ya brillaban en el firmamento arquitectónico, las sinuosas y asimétricas formas de Hadid comenzaron a despuntar primero en el plano teórico, donde imaginó varios edificios que nunca llegaron a construirse como The Peak en Hong-Kong, pero fue con la estación de bomberos de Vitra, que construyó en Alemania en 1993, cuando su nombre dio el salto del plano teórico al real, aunque aún tardaría casi una década en conseguir el tipo de encargos que cambian el destino de un arquitecto. Primero se sucedieron los concursos ganados que nunca se materializaron pero después llegaron el Museo MaXXI de Roma, la Ópera de Guangzhou, el London Aquatics Centre, el Riverside Museum de Glasgow, el Galaxy Soho Shopping Mall de Beijing, la Serpentine Sackler Gallery de Londres o el Heydar Aliyev Centre in Baku. A punto estuvo de firmar también una biblioteca pública en Sevilla pero las rencillas políticas se interpusieron en el camino. En España sí dejó las bodegas López de Heredia en la Rioja, el pabellón-puente de Zaragoza y el master plan del proyecto de regeneración urbana del barrio de Zorrozaurre de Bilbao, que está cambiando el rostro de la ciudad. Recientemente volvió a vivir su mayor pesadilla: tras ganar hace tres años un concurso para construir el estadio olímpico de Tokio, el Gobierno nipón bloqueó el proyecto tras las protestas de arquitectos japoneses.
Pese a su talento también fue blanco de las críticas éticas, en su caso mucho más severas que contra sus colegas hombres. Se la atacó duramente por construir el Heydar Aliyev Center de Baku ya que para erigirlo se forzó la expropiación de residentes y se utilizó mano de obra semiesclavista en un país dictatorial. Se la criticó también por trabajar en China y Rusia, donde hoy construyen todos sus colegas starchitects sin que nadie les tosa. Recientemente fue blanco de las críticas por el estadio Al Wakrah que le ha encargado el Gobierno de Catar para los mundiales de 2022 y en cuya construcción se ha denunciado el trato inhumano que reciben los obreros, corroborado por Amnistía Internacional. Ella se defendía con uñas y dientes y le cargaba la responsabilidad de cuidar de los obreros al Gobierno catarí. Curiosamente múltiples firmas europeas tienen proyectos en Catar de cara al mundial y nadie las ataca como se atacaba a Hadid. Quizás debido a su fama hubiera tenido que ser más vocal, como tendría que haberlo sido Frank Gehry, que construye en Abu Dhabi un museo sobre el que continuamente caen críticas por el trato a los trabajadores y tampoco se pronuncia. Zaha Hadid, siendo mujer y árabe probablemente se hubiera quedado sin estadio si hubiera criticado al Gobierno. ¿Podría habérselo permitido? Quizás. No era perfecta, pero amaba su trabajo por encima de todas las cosas y eso multiplica las imperfecciones, incluso de aquellos que se acercan a la genialidad. Si encima el genio es mujer, no ser perfecta en un mundo de hombres resulta imperdonable.
Desde primeras horas de la mañana del jueves 31 de marzo ya corría la noticia entre los arquitectos londinenses, que se confirmaba a media tarde: Zaha Hadid había muerto a los 65 años, en la cúspide de su carrera y con múltiples proyectos en marcha. Un ataque al corazón acontecido en un hospital de...
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Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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