En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Si Telecinco fuera una mujer, tendría el físico de Emma García. Cejas displicentes, cabeza basculante, vacilona cuando toca y hábil para el buenrollito y las catarsis falsas y chillonas. Combina unos aspavientos de folclórica re-lista con un vestuario más o menos elegante. Es una lianta profesional que capitanea cada mediodía, en esa cosa de Mujeres y hombres y viceversa, a un ganado de sombras de ojos y barbitas de tres días delineadas con escuadra y cartabón.
Su dentadura se presta al chiste fácil y trillado, pero cumple una estupenda función. Cada uno de esos dientes tremendos sirve para triturar latas y plásticos y huesos usados, que es lo que se encuentra uno en la basura. Hace falta una estructura maxilar como la de Emma García para vivir en Mediaset y mantener esa expresión saludablemente maquillada.
Porque en Telecinco la cuestión sensorial no es menor. Sobre todo en lo que atañe al olor. Por fortuna, la emisión audiovisual aún no transmite señales olfativas, pero el rastro de la peste es rastreable a través de los gestos. Emma García tiende a mantener la boca entreabierta aunque no hable, puede suponerse que la usa para respirar por ella o para evitar algún grado de asfixia, porque, además, su nariz se ha ido encogiendo con los años, muy sutilmente, eso sí. Sus fosas nasales se han achicado en función del nivel de oxígeno que había alrededor, se han convertido en instrumentos de precisión que capturan las moléculas de O2 cada vez más escasas en los estudios de la cadena de Vasile.
Emma García es una guapa sin paliativos. O casi. Una de esas guapas oficiales que además posee las suficientes originalidades faciales como para que se le atribuya una belleza especial, unida al gracejo (que es una belleza de mayor calidad). Sin embargo, no es guapa por partes, sino en su totalidad: conspira a su favor la armonía azarosa de sus facciones, por eso, también, aporta mejores resultados el mirarla desde lejos.
A esto se une su simpatía, y que siempre parece un pescado fresco. Sin embargo, si uno presta atención, advierte que es una simpatía transitoria, más gestual que profunda. Es de esa gente que siempre tiene disponible un pitito en la voz, unas variaciones tonales muy espontáneas y musicales, y un boqueo agradable, amplio y ofrecido. En realidad, su simpatía es poco generosa porque no busca tanto agradar al otro como un retorno admirativo. Además, se le ve como de prontos, con un clic o un resorte, da la impresión de que vive con el orgullo alerta.
El fondo filosófico o ético de su carrera televisiva se puede deducir a partir de los surquitos en los que se enmarca su boca. Emma habla, explica o alecciona, y aparecen en su mejilla unos trazados curvos: suben del contorno de su barbilla y terminan en el pómulo. Son un par de paréntesis: todo lo que dice está entre paréntesis, y ya se sabe que uno reserva para estos símbolos aquellas cosas con las que no quiere mancharse mucho. Esas marquitas tienen en nuestra protagonista una vocación de delegación ética, de lavado de manos: “Ella no es responsable de la telebasura”, “son cosas que se emiten porque hay demanda”. Emma ha presentado y presenta los bodrios más tóxicos de la parrilla televisiva. Es difícil determinar si se coronó con El juego de tu vida o con Mujeres y hombres y viceversa, o si vive en un reinado vitalicio.
A los presentadores de televisión, con los años, se les va poniendo la cara de los aplausos que provocan. Basta ver cinco minutos de MyHyV para percibir que, en ese plató, las ovaciones suenan pagadas de sí mismas y con un ruido predominante de superioridad moral.
Le encanta mirar a la cámara con ojos de trilera triunfadora, muy orgullosa de su trampa. Sabe qué bajezas enganchan a los espectadores. Sabe que, como en los fumadores, existe un sentimiento de culpa en parte de su público y que aun así no pueden dejar de drogarse con el programa. Existen los ingenuos que se creen los amoríos y los que se divierten riéndose de los protagonistas. Ella lo sabe y se adapta, cruza las piernas o se espatarra dependiendo de qué tecla del morbo le apetezca toquetear.
Si Telecinco fuera una mujer, tendría el físico de Emma García. Cejas displicentes, cabeza basculante, vacilona cuando toca y hábil para el buenrollito y las catarsis falsas y chillonas. Combina unos aspavientos de folclórica re-lista con un vestuario más o menos elegante. Es una lianta profesional que...
Autor >
Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí