Sergio del Molino / Autor de ‘La España vacía’
“Por muy modernos que seamos, necesitamos una identidad de grupo”
Raúl Gay 19/04/2016
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Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Paco Martínez Soria, Franco, Tierno Galván, Fago, Las Hurdes. Estos son algunos de los nombres propios que aparecen en las páginas de La España vacía. Un viaje por el país que nunca fue (Turner, 2016), el último libro de Sergio del Molino.
Nació en Madrid en 1979, pero reside en Zaragoza. Asegura que de joven quería ser escritor y por eso se metió, como muchos otros, a periodista. Durante años trabajó en Heraldo de Aragón; allí, cuenta en el libro, realizó numerosos reportajes a lo largo y ancho de la comunidad y pudo conocer esos pueblos con apenas 20 habitantes y una iglesia; éstos conforman esa España vacía de la que habla su trabajo. El gusanillo del periodismo picó más de la cuenta y para poder dedicarse a escribir literatura tuvo que dejar el día a día en la redacción. Desde entonces, ha publicado media docena de libros: un volumen de relatos, una recopilación de textos periodísticos, un ensayo histórico y una novela marcan su primera etapa, hasta 2013.
Ese año publicó La hora violeta (Mondadori), una novela de no ficción en la que narra la muerte de su hijo, Pablo, a causa de una leucemia. Un libro duro, elegante y compasivo que se suma a obras de la literatura de duelo como Mortal y rosa o El año del pensamiento mágico. Fue un punto de inflexión: saltó al panorama nacional y ganó el premio El Ojo Crítico. En su siguiente libro, echó la vista atrás y tomó protagonista a su abuelo; un vencedor de la Guerra Civil que terminó por convertirse en uno de tantos supervivientes en una España gris y silenciosa.
Del yo al nosotros y al ellos. Esta puede ser una posible y temeraria interpretación de la trayectoria de Sergio del Molino —aunque prefiere centrarse en cada obra y no en su conjunto—. Después de hablar de su hijo y de un abuelo que podría ser el de muchos, se acerca, siempre de la mano de la literatura, a una España ignorada y despreciada durante siglos. Lo hace por el encargo de la editorial Turner; gracias a sus plazos, asegura, termina un libro que le hubiera llevado años sin esa obligación. En este ensayo literario habla de la creación de mitos y el enfrentamiento, a veces más artificial que real, entre la España urbana y la España rural.
En La España vacía se repite el concepto de heterofobia, odio al diferente y a lo diferente. ¿Qué supone este concepto?
He intentado explicar las relaciones campo-ciudad en este eje. En sociedades muy complejas —con afinidades en todas las direcciones, cruces interclasistas, donde todas las identificaciones son muy leves— necesitamos construir un nosotros y un ellos. El nacionalismo, por ejemplo, lo hace. Las construcciones heterofóbicas son vehementes y ficcionales. En el caso de España, el bache entre campo y ciudad permite la creación de un discurso heterofóbico muy potente; la brecha es muy grande y el desconocimiento mutuo es tan exagerado que permite la cosificación del otro. Parece que la heterofobia es algo medieval, pero a ella se deben las últimas guerras y los grandes desastres del siglo XX. Y esto también explica una violencia soterrada, más sutil, un conflicto constante que está detrás de quiénes somos y cómo vivimos.
Esta heterofobia implica que hay un apego al que es igual. ¿Quién es hoy nuestro igual?
En el caso del libro, nuestros iguales son nuestros conciudadanos. Hay un orgullo urbano y también un orgullo rural. Si no entramos en honduras es fácil saber quiénes son nuestros iguales. En el momento en que somos conscientes del mundo en el que vivimos y las relaciones que establecemos, es más difícil. Cuanto más aislada está una persona, cuanto menos integrada está o menos recursos culturales tiene, es más fácil para ella alinearse con unos supuestos iguales. Es más difícil en un mundo cultivado y complejo porque somos conscientes de que, en realidad, no tenemos iguales.
En la escuela nos contaron grandes mentiras que funcionan muy como construcción nacional
¿Zaragoza es un pueblo grande? ¿Es una ciudad con mentalidad de esa España vacía?
Es complicado. Es una ciudad semejante a otras ciudades europeas, entre medio millón y un millón de habitantes, equiparable a Toulouse o Bolonia. Pero se diferencia en que no tiene conurbación, está aislada. Fuera de Zaragoza no hay nada, el siguiente pueblo está a 100 kilómetros. Eso hace que sea una ciudad normal en España, pero rara en Europa: tiene características de gran ciudad, pero es menos cosmopolita y tiene ese aire provinciano. Es una ciudad piloto, se usa siempre como tal. Aragón es una España a escala y Zaragoza es una ciudad a escala, un laboratorio.
¿Hay vida fuera de la capital? ¿Es posible escribir, dedicarse a la cultura lejos de la corte?
Hay vida en 2016. Probablemente, hace treinta años me hubiera sido imposible, hubiera tenido que mudarme, como otros hicieron. Yo viajo mucho, hay que tener contactos con editores y escritores. Sin AVE ni Internet lo tendría muy complicado. Vivo en Zaragoza, pero tengo la sensación de que no trabajo en Zaragoza.
El pueblo está olvidado, pero sobrerrepresentado políticamente. ¿Ve posible una reforma electoral? ¿O Podemos o Ciudadanos preferirán mantener esa ley, cuando sí les beneficie?
La ley electoral se diseñó para frenar un posible ascenso del Partido Comunista y favorecer la mayoría de UCD. El PSOE tenía implantación urbana y después sí consiguió extenderse por todo el territorio y romper esa barrera; por eso no cambió la ley. Es perverso, porque para poder cambiar la ley hay que beneficiarse de ella; y entonces estos partidos tendrán que hacer un ejercicio de autodestrucción: estar dispuestos a perder 30 escaños para cambiarla. Lo veo complicado.
El libro Menosprecio de corte y alabanza de aldea, publicado en el siglo XVI, ya mitificaba la vida tranquila de los pueblos. Hoy se elogia al abuelo que no pasó la EGB, pero es más sabio que muchos licenciados. ¿Por qué?
Porque hay un desconocimiento que lleva al tópico. Igual que existe el tópico de la España negra, existe el tópico de la Arcadia y su sabiduría primordial. Es el mismo papanatismo que llevaba a los hippies a Goa. Como no lo conocemos, lo interpretamos en términos de exotismo; igual que vamos a sociedades idealizadas, a creer que la medicina china es la mejor. Es lo mismo. Hay gente que cree que hay una sabiduría primordial que no es tal. Un señor de la aldea conoce muy bien su entorno, pero es un conocimiento limitado, es dominio del medio. Parece que damos poderes chamánicos a la gente del pueblo; igual que vamos al curandero o a comprar homeopatía. Tiene que ver con el pensamiento mágico y el pensamiento mágico tiene que ver con la ignorancia. Tan perniciosa es la heterofobia que lleva a aniquilar al otro como esta sublimación de lo desconocido que te lleva a caricaturizarlo y darle unos poderes que no tiene.
Damos poderes chamánicos a la gente del pueblo; igual que vamos al curandero o a comprar homeopatía. El pensamiento mágico tiene que ver con la ignorancia
En el libro aparece la leyenda negra, el crimen de Fago y de Puerto Hurraco. Alude a vecinos que no se hablan, que se temen. ¿La vecindad saca lo peor del ser humano?
El aislamiento, por lo visto, pero también es un mito. Los crímenes rurales parecen terribles y cuando hay uno es muy sonado. Son crímenes que en la ciudad no se dan. Pero está sobredimensionado, el crimen en general en España es una excepción, y en el campo también. La violencia en el campo ha sido tradicionalmente política: cuando está el país en calma, el campo, también. ¿Cuántos pueblos como Fago hay en España? Cientos. Si el aislamiento sacara lo peor, habría muchos crímenes. No basta con meter a 30 personas en un pueblo para que se maten entre ellas. Es un mito a revisar.
Habla de los diferentes lenguajes que ha habido entre las dos Españas, la rural y la urbana, y de la necesidad de romper esa barrera y comunicarse. ¿Sigue siendo imposible ese diálogo?
Ese diálogo es muy difícil y lo es porque la España vacía va a desaparecer del todo. Hay ciudades intermedias que van a sobrevivir, pero los pueblos siguen desapareciendo. Esa herencia se pierde, más aún teniendo en cuenta que hoy en día la agricultura es una actividad especializada. La comunicación ha sido imposible y no va a ser necesario restituirla porque uno de los dos interlocutores ha muerto.
¿Cómo cree que leerá el libro un habitante de un pequeño pueblo de Aragón? ¿Podría entender cierta condescendencia en el ensayo?
Hay una tendencia a sentirse insultado por todo, vivimos en la cultura de la ofensa y la posibilidad de malinterpretación está ahí. Pero me extrañaría mucho que alguien se ofendiera con el libro. Insisto en él en que la España vacía nunca ha tenido un relato y siempre ha sido contada por otros.
Aquí la cuenta usted.
No, yo no la cuento. Yo planteo un problema y planteo los niveles discursivos. Si hubiera querido contar la historia de la España vacía, habría escrito una novela, como La lluvia amarilla [de Julio Llamazares]. Intento situar las coordenadas de un problema, no intento usurpar la voz de nadie.
Queremos ser más europeos que nadie, y eso no lleva a ningún sitio
Más allá del campo, en el siglo XIX Europa veía España entre la civilización y la barbarie. ¿Tiene, pues, algo de verdad el dicho de que África comienza en los Pirineos?
España sigue siendo una singularidad en Europa, no es equiparable en muchos parámetros al Reino Unido o a Francia. Tenemos también una conexión con Latinoamérica y con el mundo árabe, a partir de Marruecos. ¿Es despectivo decir que África comienza en los Pirineos? Es una convención, no veo nada de malo en ser africano en ese sentido. Llevamos décadas negando nuestras otras conexiones y tradiciones culturales: queremos ser más europeos que nadie, y eso no lleva a ningún sitio. Somos europeos, pero también venimos de otras culturas que nos hacen algo distintos.
El libro trata de desmontar mitos, como ese de que hace mucho tiempo toda España era bosque y una ardilla podía saltar de arbol en arbol. ¿Cuántos mitos nos hemos creído?
Todos. La escuela es un gran difusor de mitos. La historiografía clásica, la de Menéndez Pidal, lo que hace es construir un país. Y eso se hace con leyendas y con mitos. El de la ardilla es interesante, llegó en los años 80, cuando nos debatimos entre la fascinación de la modernización y el rechazo al país viejo. En su libro La invención del pasado, el periodista gallego Miguel-Anxo Murado desmonta muchos mitos de la historia de España. Cuenta los parámetros de la historia de un país, partiendo de que fue invadido por Francia, y pensamos que está dando las coordenadas de la historia de España, pero en realidad se refiere a Rusia. Era exactamente igual, seguía el mismo relato. Toda la historia tiene que ver con mitos; y en cuanto los estudiamos, estos se caen. En la escuela nos contaron grandes mentiras que funcionan muy como construcción nacional. El problema de la historiografía es que nació como herramienta política pero no puede funcionar hoy así, no puede ser instrumentalizada.
Su ensayo cita una decena de libros actuales, escritos por autores españoles que se acercan de un modo u otro a esa España vacía. ¿Es una moda, o una disculpa sincera por haber huido de ella?
Es algo más que una moda; tiene que ver con lo difícil que es encontrar quiénes son los nuestros en esta sociedad compleja. No tenemos conciencia de clase, no tenemos religión ni otras cosas que nos permitan cimentar una identidad. Por muy modernos que seamos, necesitamos una identidad de grupo. Hay una tendencia en escritores, músicos y otros artistas: han encontrado en la sublimación de esas raíces un asidero de identidad que la sociedad contemporánea no les ofrece. Yo identifico una corriente de fondo, una expresión sutil de todo lo que está en el libro.
Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Paco Martínez Soria, Franco, Tierno Galván, Fago, Las Hurdes. Estos son algunos de los nombres propios que aparecen en las páginas de La España vacía. Un viaje por el país que nunca fue (Turner, 2016), el último libro de Sergio del Molino.
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Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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