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Servir al pueblo
Yan Lianke
Traducción de Ana Herrera Ferrer
Maeva Ediciones, 2008
156 páginas
Las primeras líneas de Servir al pueblo son una declaración de intenciones. Yan Lianke nos dice que “a menudo hay que expresar la realidad en forma de novela”. Es una forma también de romper esa cuarta pared y sacarnos de la ficción antes de entrar en ella. En un país democrático, tal vez se hubiera escrito un reportaje sobre el ejército o en un ensayo. Aquí, en la china pseudocomunista del siglo XXI, hay que contar mentiras para mostrar la verdad. Así, el lector sabe que lo que va a leer no es sólo ficción, es una denuncia contra el sistema de gobierno chino. Esta sensación de que no estamos ante literatura sino ante un texto de protesta política empaña toda la novela.
El protagonista es Wu Dawang, un militar de 28 años que pasa a trabajar de cocinero y asistente de un coronel tras años de servir en el ejército regular. Allí quedan claras las directrices:
Cuando estés en la casa del coronel, ¿cuáles son los principios esenciales que debes recordar?
No preguntar lo que no se debe preguntar, no hacer lo que no se debe hacer, no decir lo que no se debe decir
¿Y qué más?
Recordar que servir a un oficial es servir al pueblo.
Mientras el coronel se dedica a sus asuntos, sólo quedan en la casa Dawang y la esposa del coronel, una antigua enfermera de 30 años llamada Liu Lian. La mujer se aprovecha del rango de su marido y ordena al soldado que acuda a su habitación cada vez que el cartel de la cocina en el que se lee “Servir al pueblo" (un lema de Mao) esté en otro lugar. El soldado, confuso y temeroso, obedece la primera vez que ve movido este letrero.
Colocó los pies sólidamente en los escalones y se golpeó el pecho con el puño: si subía al primer piso, era para cumplir una misión. Estaba unido a una cadena revolucionaria y uno de sus eslabones estaba fijo en el primer piso. No podía retroceder.
Ese primer encuentro es tenso, la mujer juega con el pobre soldado, empapado en sudor al verla en camisón y entrever sus pechos. Responde como puede, como buen soldado, a sus preguntas. La relación de poder está inamovible: un soldado se debe a su superior y , por extensión, a la familia de su superior.
Dawang siempre ha sido un servidor, un sumiso. Lo fue de su suegro, ante quien se arrodilló entre lágrimas para pedirle la mano de su hija; lo fue con el hijo de un superior, que lo usaba para jugar a ser un jinete; lo es con su esposa, que solo le presta su cuerpo a cambio de promesas de prestigio y dinero. Y lo es de Liu.
Al inicio, el soldado rechaza las peticiones (mejor, ordenes) sexuales de la mujer del coronel y eso provoca el enfado de la mujer. Pide otro asistente y lo trata con frialdad cuando ruega una última oportunidad. Ella la aprovecha y decide humillarlo.
—Liu, dame otra oportunidad, y si no sé servir al pueblo adecuadamente, ¡que me aplaste un coche al salir, o que reciba una bala perdida en la cabeza durante una sesión de tiro!
—¿Y cómo crees que vas a servir al pueblo?
—Haré todo lo que me pidas.
—Entonces te ordeno que te desnudes y des tres vueltas a la habitación corriendo.
[...]
Él dudó.
—¡Que te desnudes! ¿No quieres servir al pueblo?
A nadie amarga un dulce y lo que en principio es obligación y sumisión se convierte en una relación pasional; durante un tiempo, el soldado y la esposa del coronel "se bañaron en el lago de la voluptuosidad y el amor".
Disfrutan del sexo durante semanas, en las que "su psicología empezó a cambiar y tenía tendencia a comportarse como un amo, como si fuera verdaderamente el marido". El sexo se transforma en amor y planean una vida diferente. Después de estar encerrados desnudos en una habitación durante 7 días, las ganas de seguir disminuyen. Pero por accidente rompen un busto de Mao; la visión de la cabeza del Gran Timonel rodando por el sueño, la destrucción simbólica del máximo líder reaviva la llama del deseo. Se dedican a arrancar las páginas de sus libros, a romper los bustos de la casa, los cuadros con su retrato. A medida que el suelo se llena de pedazos de Mao, crece su ansia sexual.
Aquella noche prosiguieron sus retozos amorosos y durmieron en el caos sagrado. Jamás habrían podido imaginar que aquel caos les devolvería un vigor semejante. Una flor nueva parecía haber brotado en un cubo de basura.
Servir al pueblo tiene apenas 150 páginas pero está escrita de tal forma que cada capítulo parece más largo de lo que es. Tal vez sea por la sucesión de metáforas y comparaciones un tanto inocentes, creadas con un lenguaje de otro tiempo —de historias y fábulas morales— para una historia actual. Así describe una escena sexual:
Primero le acarició los senos y luego bajó hacia el lugar más embriagador, secreto y misterioso, el pequeño sendero por el cual, después de haber atravesado un bosque profundo, se descubre un oasis lujurioso cuya belleza no se empaña jamás.
La obra fue publicada en 2005 y prohibida porque “injuria a Mao Zedong, al ejército y desborda de sexo”. Comparamos el párrafo anterior con Sexus o American Psycho y dan ganas de reír. En la contraportada de Maeva Ediciones se destaca, en mayúsculas: ‘El mejor autor contemporáneo chino. Prohibido en su país’. Y surge la pregunta: si no hubiera sido prohibida, ¿la estaríamos leyendo? ¿Llegan a Europa las obras chinas más "polémicas", como antes llegaban a Europa las obras de Goytisolo y otros escritores críticos con la españa de Franco? ¿Existe un literatura china actual que no tenga relación con la política?
Da la sensación de que importa más la denuncia hacia el Estado chino que la literatura. Pero cuando la literatura es utilizada como denuncia, pierde su razón de ser. Como decía Billy Wilder, “cuando quiero enviar un mensaje, escribo un telegrama”. De ahí, tal vez, el párrafo inicial: cuando no dejan enviar telegramas, hay que escribir novelas.
Servir al pueblo
Yan Lianke
Traducción de Ana Herrera Ferrer
Maeva Ediciones, 2008
156 páginas
Las primeras líneas de Servir al pueblo son una...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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