JAZZ
Lionel Hampton. El primer vibrafonista y, tal vez, el mejor
Ayax Merino 20/04/2016
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Lionel Hampton: qué tío, qué barbaridad, qué pedazo de bestia, la leche, el copón, un monstruo, un coloso, un fuera de serie, una estrella rutilante del firmamento del jazz. Vibrafonista, batería, cantante, pianista, compositor, arreglista. Se dice pronto. Me declaro sin tapujos un rendido admirador de este gigante, un devoto confeso y convencido.
Puro entusiasmo, alegría a raudales, brío descomunal, este hombre era una fuerza desatada de la naturaleza, un mar embravecido, un turbión, un río fuera de madre, un terremoto, qué se yo, un volcán, un huracán. Incontenible, no había manera humana de ceñirlo, de domeñarlo.
Nació Hampton en Louisville, Kentucky, en los EEUU, el 20 de abril de 1908. Bueno, eso creo. Las fuentes, a veces inexactas y contradictorias, no se ponen de acuerdo. Unas sostienen que acaeció la cosa en 1908; otras afirman que en 1909 e, incluso, alguna dice que fue en 1913. Dejémoslo, pues, en que nació en 1908 y falleció en Nueva York el 31 de agosto de 2002 a los 94 años, tras toda una vida dedicada a la música, al jazz.
Su padre, pianista y cantante, a lo que cuentan, desapareció en alguno de los campos de batalla de la I Guerra Mundial. Así que junto a su madre se mudó el crío a Birmingham (Alabama) y, algo después, a Chicago.
Desde muy chico empezó a enredar con la música, que parece que le tiraba con fuerza. Y que el niño era asaz precoz. Talento innato que tenía, pero a quintales. En la Academia de Santa Rosario, regentada por unas monjas dominicas, recibió clases de batería. Sí, puede sonar así algo raro que una madre dominica enseñe a aporrear una batería, pero así fue. Y cuando todavía era un muchacho se lanzó a tocar en los locales de Chicago con diferentes bandas de la ciudad.
Vibrafonista, batería, cantante, pianista, compositor, arreglista. Un devoto confeso y convencido
Y después a California que se largó el chaval, con ganas de recorrer el mundo y labrarse un porvenir. Allí tocó en la banda de Les Hite, que por aquel entonces se dedicaba a acompañar a Louis Armstrong. Y precisamente con Armstrong grabó Hampton en 1930. Con un vibráfono, ni más ni menos, la primera vez, si no ando equivocado, que tal instrumento se empleó en el jazz. Desde luego, no cabe duda de que Hampton se marcó el primer solo que quedó registrado. Vamos, que no exagero mucho si ensalzo a Hampton como el primer vibrafonista que vieron los tiempos. Y, tal vez, tal vez, el mejor; con permiso de Milt Jackson.
Siguió su camino Hampton, ya con el vibráfono. Y un buen día de 1936 Benny Goodman le oyó tocar y se quedó patidifuso. Y deslumbrado. Tanto, que sin meterse en más dibujos, en el acto y sobre la marcha, que el hierro se golpea en caliente, le propuso a Hampton unirse a su trío, convertido de golpe y porrazo en un cuarteto, pues Hampton aceptó sin hacerse de rogar, imagino además que alborozado y contento.
Una mezcla escandalosa
Merece la pena citar los nombres: junto a Hampton estaban Benny Goodman (clarinete), Teddy Wilson (piano) y Gene Krupa (batería). Ahí es nada, menudo cuarteto de relumbrón. Y encima, juntos sobre el escenario, músicos negros y blancos entremezclados, uno además judío, el propio Goodman, en una época en que eso no es que no se estilase, sino que era todo un escándalo. ¡Olé por Benny!
Cuatro años estuvo Hampton haciendo maravillas con Goodman. Y en 1940, supongo que se vio ya preparado para mayores gestas, decidió jugársela, quien no se arriesga no gana, y se despidió de Benny para montar su propia banda. Y no le fue mal, la verdad. Bueno, lo cierto es que tuvo un éxito colosal. Año tras año, un lustro tras otro lustro, una década tras otra, Hampton no se cansó de tocar por todo el ancho mundo. Giras y más giras, viajes sin parar, aquí y allá, Hampton anduvo de la Ceca a la Meca con su banda asombrando a las gentes todas de los cinco continentes. Y grabó discos y más discos, a cual más excelente.
Algunos críticos, tipos muy sesudos, graves y circunspectos, intelectuales muy serios, censuraron en ocasiones a Hampton por su frivolidad, su ligereza
Este tipo gozaba tocando, disfrutaba de lo lindo. Y deleitaba a todo aquel que se parara un ratejo a escucharle. Alegre, festivo, siempre una sonrisa en la boca, cuando no una franca y sonora carcajada, Hampton era un puro jolgorio. Eso quería, ni más ni menos: que la gente se lo pasara en grande con su música. Verdad es que a veces era un tanto así teatrero, incluso histriónico, pero su música era siempre soberbia. Y parece que había tipos a los que eso les molestaba. Algunos críticos, tipos muy sesudos, graves y circunspectos, intelectuales muy serios, censuraron en ocasiones a Hampton por su frivolidad, su ligereza. Allá ellos. A Hampton me atengo, con Hampton me quedo.
Cuando Hampton tocaba, el mundo empezaba a girar. Eso era ritmo, sí señor. Y que tenía ojo, el muy barbián, a la hora de elegir sus músicos. Por sus manos pasaron y junto a él anduvieron, entre otros, Illinois Jacquet, Cat Anderson, Milton Buckner, Dexter Gordon, Clifford Brown, Fats Navarro, Clark Terry, Quincy Jones, Wes Montgomery, Charles Mingus, Dinah Washington, Betty Carter, Aretha Franklin o Joe Williams ¡Qué! Impresionante, ¿no?
Casi catorce años han pasado ya desde que nos abandonó Lionel Hampton. Que su música nos acompañe allí donde vayamos. Y suene por lo siglos de los siglos. Si Hampton toca y usted no se mueve, eso es que está usted muerto y bien muerto, seguro, por estas. Sólo que usted aún no se ha enterado.
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Podemos escuchar más sobre Lionel Hampton en el programa radiofónico Jazz en el aire.
Lionel Hampton: qué tío, qué barbaridad, qué pedazo de bestia, la leche, el copón, un monstruo, un coloso, un fuera de serie, una estrella rutilante del firmamento del jazz. Vibrafonista, batería, cantante, pianista, compositor, arreglista. Se dice pronto. Me declaro sin tapujos un rendido...
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