Koke celebra su gol frente al Granada (3-0) el pasado 17 de abril en el Vicente Calderón.
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Diciembre de 2011. Antes de que el cholismo fuese religión oficial y de que Simeone se transformase en ese pirata cojo de Sabina, con parche en el ojo y cara de malo, para hacer del Atleti un barco que tiene por bandera un par de tibias y una calavera, el Cholo tuvo que tomar su primera decisión trascendental en el banquillo. Debía recuperar la autoestima del grupo, eliminado de la Copa por un Segunda B y a cuatro puntos del descenso, y necesitaba reclutar hombres preparados para cualquier guerra. Inmerso en esa tarea, empeñado en transformar un moribundo en un campeón, Simeone levantó la vista y encontró a un chico de la casa, con motor diésel y buen pie. “¿Cómo es posible que este pibe no sea titular? Tiene condiciones bárbaras”. El Cholo preguntó quién era aquel niño de la cantera y sus colaboradores le comentaron que debía darse prisa si quería contar con él porque su cesión al Málaga era un hecho. Simeone no perdió ni un solo instante. Instó al club a paralizar la negociación con Martiricos, llamó a capítulo al chico y le habló desde el corazón. ‘No te vayas. Si te quedas con nosotros vas a ser un jugador importante y vas a tener una progresión brutal”. Jorge Resurrección Merodio, alias Koke, escuchó y decidió quedarse en el Atlético, su gran amor desde niño. Fue el mayor acierto de su carrera.
Cuatro años y medio después de esa decisión conjunta de entrenador y futbolista, no hay hincha del Calderón que no haya interiorizado que Koke, como el cholismo, llegó para quedarse. El canterano, que abandera una generación de jóvenes pero sobradamente preparados talentos, los Baby-Cholo (Saúl, Lucas, Óliver, Thomas y subiendo), es la chispa adecuada que consigue inflamar el Calderón en sus grandes noches. Principio de toda jugada, eje de un ataque que se atasca sin su concurso, Koke disfruta de uno de sus mejores momentos como profesional. Después de una puesta a punto complicada y de un bache de un par de meses, Koke ha recuperado su mejor versión. Y ahora, ya no es sólo titular indiscutible en el Atlético y pieza clave en la selección, sino que se ha destapado como el auténtico generador del juego de uno de los mejores equipos de Europa. Más maduro y con más jerarquía en el vestuario, el pequeño Resurrección es el centro de gravedad del Atleti. De su pie nace el laboratorio infinito del Cholo en la pelota parada. Es un bucle mecánico: Koke golpea al área y un compañero marca. A lo Milinko Pantic. A ese magisterio cabe añadir su capacidad para el sacrificio y, además, su gran cualidad como jugador de élite: siempre entrega la pelota en mejores condiciones de las que la recibe. Fácil de decir, difícil de hacer. Volante, mediocentro o enganche, el 6 rojiblanco es un futbolista total: buen pie, visión de juego, despliegue físico y picardía. Su fuerza, sus padres. Su ídolo, su hermano Borja. Su sueño, la elástica del Atleti. Su mérito, el escudo por dentro. Su escuela, el fútbol de barrio. Su universidad, el Vicente Calderón
Infravalorado para los hinchas atléticos y sobrevalorado para muchos que no lo son, Koke continúa progresando adecuadamente. Tentado por el Barça y después por el Bayern, del gusto de Guardiola y también de Pellegrini, el menudo centrocampista del Atlético llega al tramo final de temporada en época de esplendor. Físicamente está como un toro, en lo anímico está soberbio y en lo técnico está de dulce. Mientras Del Bosque le encuentra acomodo como compañero de fatigas de Busquets en la selección, Simeone le dibuja un futuro más concreto: “Cuanto más juega por dentro, más daño hace”. Real, como la vida misma. Con Diego Costa formó una pequeña sociedad y ahora, junto a Fernando Torres, el hijo de la colonia de taxistas de Vallecas está inaugurando una nueva sucursal. Medio y delantero se entienden con la mirada y juegan de memoria. La secuencia es un clásico en el Calderón: Koke recibe entre líneas, se gira, levanta la vista, encuentra el espacio, acomoda el pie, filtra el pase y la pelota se desplaza con precisión de cirujano. Él pone la poesía y el delantero cobra derechos de autor. Antes Costa, hoy Torres. Siempre Koke. Si él funciona, el Atlético vuela. En un equipo concebido para tener sangre en el ojo, Simeone sabe que Godín es su alma; Gabi, su corazón, y Koke, su arteria aorta. No hay aficionado que no sepa que Simeone ha convertido el Calderón en un barrio de Esparta, ni hincha atlético que no sepa que, en el imperio del ardor guerrero, Koke aúna trabajo y clase, mono de trabajo y finura con la pelota. Si él aparece, su equipo levita. El Atlético vive partido a partido. Koke, pase a pase. Su escuela, el barrio. Su universidad, el Calderón.
Diciembre de 2011. Antes de que el cholismo fuese religión oficial y de que Simeone se transformase en ese pirata cojo de Sabina, con parche en el ojo y cara de malo, para hacer del Atleti un barco que tiene por bandera un par de tibias y una calavera, el Cholo tuvo que tomar su primera decisión...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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